Apoc. 11, 4-12;
Sal. 143;
Lc. 20, 27-40
‘Dos testigos, dos olivos, dos lámparas que están en la presencia del Señor’. Descritos están con los rasgos tradicionales en la Biblia de Moisés y Elías, la ley y los profetas, verdaderos fundamentos del antiguo pueblo de Dios. El profeta celoso del verdadero culto de Dios frente a los baales que hizo que no lloviera sobre la tierra, Elías; y Moisés que condujo al pueblo en el duro camino de la fidelidad a la Alianza y la ley que el Señor les dio en el Sinaí.
Recordemos que también aparecen Moisés y Elías junto a Jesús en la transfiguración. Hablaban de lo que iba a suceder en Jerusalén para significar con ello la pasión y la muerte de Jesús. Son un signo ahora del camino del bien y de la fidelidad al Señor; dieron su testimonio y la bestia que sube del abismo se enfureció. La lucha del mal, la imagen de todo lo que pasaba el nuevo pueblo de Dios con las persecusiones. Pareciera que todos se alegraban de la aparente victoria del mal, de la muerte de los dos profetas. Como se alegraban y festejaban los que llevaron a Jesús hasta la cruz porque pensaban que con eso estaba conseguida su victoria.
Pero este tiempo de maldad tiene su límite, tres días y medio; la mitad del número siete que seria el de la plenitud. ‘Al cabo de esos tres días y medio, un aliento de vida mandado por Dios entró en ellos y se pusieron en pie en medio del terror de todos los que lo veían… Subid aquí, se oyó una voz. Y subieron al cielo en una nube a la vista de sus enemigos’. Nos está hablando de resurrección y de victoria. La resurrección y la victoria que en Cristo obtenemos.
Dos testigos, dos olivos, dos lámparas… Quiero hacer una lectura de esto: es el testimonio de la Iglesia que se sigue proclamando en medio del mundo. Ya sabemos cómo se la rechaza, cómo se la critica, como se la quiere destruir, cómo no se le quiere escuchar, cómo se quiere encerrar la fe, como se suele decir, en la sacristía.
Todos los días escuchamos noticias interesadas y tergiversadas. Se publica todo lo que pueda desprestigiar a la Iglesia. Se le quiere llenar de sombrar porque muchas veces molesta su luz. Cuesta al mundo de hoy reconocer lo que es la verdadera riqueza de la Iglesia que está en sus obras de amor, en tantas y tantas obras de tantos cristianos, de tantas instituciones que trabajan por los demás, que están comprometidos con los pobres, que quieren en verdad hacer un mundo mejor y más justo.
Pero no hemos de temer ni podemos acobardarnos. Seguimos con nuestro testimonio de amor, y con el anuncio de la fe que hacemos en medio del mundo. Jesús ya le dijo a Pedro cuando le confió las llaves. ‘El poder del infierno no la derrotará’. Nosotros somos los que creemos en la resurrección y en el triundo de Cristo porque nosotros creemos en Cristo resucitado. En esa fe y en esa esperanza queremos seguir nuestro camino de testimonio valiente y decidido.
Por supuesto que siempre tenemos que estar con el deseo y el trabajo de purificarnos para que nuestro testimonio sea siempre el más limpio y más claro. Pero nos confiamos en el Señor. ‘Bendito sea el Señor, mi roca’, hemos repetido en el salmo responsorial. Que no sea un responsorio que repetimos sin más, sino que exprese de verdad toda esa confianza que ponemos en el Señor y toda esa fortaleza que en El sentimos. ‘Mi bienhechor, mi alcázar, mi baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y mi refugio…’ Por eso queremos cantar al Señor un cántico nuevo ‘tocaré para ti el arpa de diez cuerdas, para ti que das la victoria…’, porque con todo mi corazón, con toda mi vida quiero cantar siempre al Señor y darle gracias.