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sábado, 20 de noviembre de 2010

Dos testigos, dos olivos, dos lámparas… y una victoria

Apoc. 11, 4-12;
Sal. 143;
Lc. 20, 27-40

‘Dos testigos, dos olivos, dos lámparas que están en la presencia del Señor’. Descritos están con los rasgos tradicionales en la Biblia de Moisés y Elías, la ley y los profetas, verdaderos fundamentos del antiguo pueblo de Dios. El profeta celoso del verdadero culto de Dios frente a los baales que hizo que no lloviera sobre la tierra, Elías; y Moisés que condujo al pueblo en el duro camino de la fidelidad a la Alianza y la ley que el Señor les dio en el Sinaí.
Recordemos que también aparecen Moisés y Elías junto a Jesús en la transfiguración. Hablaban de lo que iba a suceder en Jerusalén para significar con ello la pasión y la muerte de Jesús. Son un signo ahora del camino del bien y de la fidelidad al Señor; dieron su testimonio y la bestia que sube del abismo se enfureció. La lucha del mal, la imagen de todo lo que pasaba el nuevo pueblo de Dios con las persecusiones. Pareciera que todos se alegraban de la aparente victoria del mal, de la muerte de los dos profetas. Como se alegraban y festejaban los que llevaron a Jesús hasta la cruz porque pensaban que con eso estaba conseguida su victoria.
Pero este tiempo de maldad tiene su límite, tres días y medio; la mitad del número siete que seria el de la plenitud. ‘Al cabo de esos tres días y medio, un aliento de vida mandado por Dios entró en ellos y se pusieron en pie en medio del terror de todos los que lo veían… Subid aquí, se oyó una voz. Y subieron al cielo en una nube a la vista de sus enemigos’. Nos está hablando de resurrección y de victoria. La resurrección y la victoria que en Cristo obtenemos.
Dos testigos, dos olivos, dos lámparas… Quiero hacer una lectura de esto: es el testimonio de la Iglesia que se sigue proclamando en medio del mundo. Ya sabemos cómo se la rechaza, cómo se la critica, como se la quiere destruir, cómo no se le quiere escuchar, cómo se quiere encerrar la fe, como se suele decir, en la sacristía.
Todos los días escuchamos noticias interesadas y tergiversadas. Se publica todo lo que pueda desprestigiar a la Iglesia. Se le quiere llenar de sombrar porque muchas veces molesta su luz. Cuesta al mundo de hoy reconocer lo que es la verdadera riqueza de la Iglesia que está en sus obras de amor, en tantas y tantas obras de tantos cristianos, de tantas instituciones que trabajan por los demás, que están comprometidos con los pobres, que quieren en verdad hacer un mundo mejor y más justo.
Pero no hemos de temer ni podemos acobardarnos. Seguimos con nuestro testimonio de amor, y con el anuncio de la fe que hacemos en medio del mundo. Jesús ya le dijo a Pedro cuando le confió las llaves. ‘El poder del infierno no la derrotará’. Nosotros somos los que creemos en la resurrección y en el triundo de Cristo porque nosotros creemos en Cristo resucitado. En esa fe y en esa esperanza queremos seguir nuestro camino de testimonio valiente y decidido.
Por supuesto que siempre tenemos que estar con el deseo y el trabajo de purificarnos para que nuestro testimonio sea siempre el más limpio y más claro. Pero nos confiamos en el Señor. ‘Bendito sea el Señor, mi roca’, hemos repetido en el salmo responsorial. Que no sea un responsorio que repetimos sin más, sino que exprese de verdad toda esa confianza que ponemos en el Señor y toda esa fortaleza que en El sentimos. ‘Mi bienhechor, mi alcázar, mi baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y mi refugio…’ Por eso queremos cantar al Señor un cántico nuevo ‘tocaré para ti el arpa de diez cuerdas, para ti que das la victoria…’, porque con todo mi corazón, con toda mi vida quiero cantar siempre al Señor y darle gracias.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Al paladar será dulce como la miel, en el estómago sentirás ardor

Apoc. 10, 8-11;
Sal. 118;
Lc. 19, 45-48

‘Ve a coger el librito abierto de mano del ángel… cógelo y cómetelo…’ Una bella imagen la que nos ofrece hoy el Apocalipsis, pero que ya aparecía en el profeta Ezequiel como signo de su vocación profética. ‘Hijo de hombre, come este libro y ve luego a hablar al pueblo de Israel’, le dijo entonces el Señor al profeta.
Lo hemos escuchado hoy de nuevo en el Apocalipsis que además continúa: ‘al paladar será dulce como la miel, pero en el estómago sentirás ardor’. ¿Qué querrá significar?
En el salmo precisamente como respuesta a esta Palabra hemos repetido: ‘Qué dulce al paladar tu promesa, más que miel en la boca; tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón; abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos’. Creo que podemos entender lo que nos quiere decir el Apocalipsis. La Palabra del Señor, los mandamientos del Señor, el mensaje de salvación que en Jesús recibimos es nuestra delicia y nuestra dicha. ‘Más dulce que la miel’. Así tenemos que sentirlo y gozarnos con ello.
Así recibimos la Palabra del Señor como alimento para nosotros pero así al mismo tiempo nos sentimos enviados a dar testimonio de esa fe, de esa Palabra que recibimos, de esa salvación que vivimos a los demás. Recordemos lo que decíamos que el profeta recibió este signo como señal de la misión profética a la que era enviado. Y nosotros, todos los cristianos esa fe que vivimos, todo ese amor de Dios que es nuestro gozo y que recibimos también hemos de compartirlo, llevarlo a los demás. ‘Tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos’, que decía el ángel del Apocalipsis.
‘Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas’, dijimos también en el salmo. Pero el que sintamos ese gozo en el Señor no significa que algunas veces no nos cueste.
Nos cueste por nosotros mismos, porque la Palabra del Señor que recibimos muchas veces nos escuece en nuestra vida. Palabra tajante como espada de doble filo, que nos dice la Escritura santa en otro lugar, y que penetra hasta lo más hondo de nuestra vida. Una Palabra que nos enseña y que nos corrige; una Palabra que nos señalará cosas que tenemos que arrancar de nosotros porque no son buenas, o que tenemos que transformar y mejorar. Y eso nos cuesta muchas veces.
Nos cuesta porque como nos dice Jesús en el evangelio para seguirle hemos de tomar la cruz de cada día, que nos puede aparecer en el dolor y sufrimiento como en el sacrificio y esfuerzo de superación que cada día hemos de realizar para mantener nuestra fidelidad al Señor.
Nos cuesta también porque el mundo que nos rodea nos puede resultar muchas veces adverso. Ya Jesús nos lo había anunciado y nos llama dichosos cuando por causa de su nombre podamos ser perseguidos. Ya hemos dicho que el libro del Apocalipsis es un mensaje de esperanza para los cristianos de aquel momento en que fue escrito, porque ya estaban padeciendo esas persecusiones.
Entendemos, entonces, que al mismo tiempo que nos dice que es dulce como la miel al paladar, sin embargo ‘en el estómago se sentirás ardor’. Ese ardor del corazón, podríamos decir, en nuestra lucha, en nuestra camino de fidelidad que no siempre nos es fácil, en esa inquietud que sentimos por esa misma Palabra del Señor y por querer llevarla a los demás. Pero siempre es un gozo hondo en nuestro corazón.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Las lágrimas de Jesús

Apoc. 5, 1-10;
Sal. 149;
Lc. 19, 41-44

Las lágrimas de Jesús. ‘Al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: ¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz!’
Unas lágrimas siempre impresionan y nos mueven emociones. Al leer y meditar en este pasaje del evangelio me he quedado casi sin palabras ante las lágrimas de Jesús. Pueden decirme tantas cosas. Quizá podríamos contemplarlas en silencio. No convendría romper la emoción del momento con nuestras palabras.
Sólo veremos a Jesús llorar en otro momento. Ante la tumba de Lázaro. Llora ante la muerte, ante la tumba del amigo. ‘Jesús, al verla llorar, y a los judíos que también lloraban, lanzó un hondo suspiro y se emocionó profundamente… y rompió a llorar’, dice el evangelista Juan en aquella ocasión. En la oración del huerto más que lágrimas veremos la angustia de su corazón, aunque en la carta a los Hebros se nos hable de cómo ‘Cristo en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte…’; sin embargo el evangelista sólo nos dirá que ‘le entró un sudor, que chorreaba hasta el suelo, como si fueran gotas de sangre’ sin mencionar las lágrimas. Luego le veremos cargar con la cruz y subir hasta el calvario y aún en medio de dolor tendrá la serenidad y la paz de consolar a las que encuentra llorando a la vera del camino o de perdonar disculpando incluso a los que le crucificaban.
Ahora llora Jesús ante la ciudad de Jerusalén. Y no es sólo el amor que siente por la ciudad santa y lo que ella significaba para todo judío y que iba a ser destruida. Es algo más. ‘Porque no reconociste el momento de mi venida’. No reconocieron a Jesús y lo que Jesús ofrecía. ‘¡Si al menos comprendieras en este día lo que conduce a la paz!... pero está escondido a tus ojos…’
Su Palabra de vida y salvación se había prodigado en los pórticos del templo y por las calles de Jerusalén. Paralíticos, ciegos, enfermos habían recobrado la salud y la luz de sus ojos que se habían abierto a la salvación. Pero tantos habían dicho no. Aunque le aclamen en su entrada en la ciudad, más tarde vendrán los gritos pidiendo su crucifixión por parte de unos, mientras otros se escondían temerosos de lo que les pudiera pasar. Hasta entre los más cercanos a El, uno le traicionaría, otro negaría conocerle, mientras los otros huían asustados.
Pero miremos las lágrimas que Jesús hoy pueda seguir derramando por nuestro mundo, por nosotros. ¿Nos sucederá lo mismo que a aquellos que estaban en Jerusalén? ¿Habrá también traiciones y negaciones, huídas y temores de dar la cara por Jesús? Nos pueden parecer duras estas preguntas que nos hacemos, pero miremos la realidad de nuestro pecado tantas veces repetido. Somos pecadores muchas veces reincidentes en lo mismo a pesar de tantas promesas de arrepentimiento y corrección.
Somos débiles tantas veces en nuestra fe. Nos dejamos arrastrar por la tentación y no sabemos reconocer la presencia del Señor que está con su gracia a nuestro lado para fortalecernos frente a la tentación. También huimos para no dar la cara, o tenemos la tentación de ocultarnos en lugar de dar valiente testimonio.
Lágrimas de Cristo ante la muerte o ante el sufrimiento. Ante la muerte porque el pecado es una muerte para nosotros porque rompe nuestra relación con Dios, destroza la vida divina que el Señor ha impreso en nuestra alma. Tendríamos que llorar una y otra vez ante el pecado que nos rodea en nuestro mundo y ante nuestro pecado. Ante el sufrimiento nosotros tendríamos que derramar lágrimas de compasión, de solidaridad, de consuelo, de compromiso serio de hacer que haya menos dolor y menos sufrimiento.
Esas lágrimas de Cristo para nosotros tienen que ser gracia, tienen que ser llamada e invitación para responderle más, para reconocerle mejor en tantos que son su pecado y su dolor pasan a nuestro lado o se acercan a nosotros esperando compasión. Lágrimas de arrepentimiento y lágrimas de solidaridad y de amor que también nosotros hemos de derramar.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Les repartió diez onzas de oro para negociarlas

Apoc. 4, 1-11;
Sal. 150;
Lc. 19. 11-28

‘Les dijo Jesús una parábola; el motivo era que estaba cerca de Jerusalén y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro’. Subían a Jerusalén. Jesús había hecho tantos anuncios y sentían que algo iba a suceder. Había anunciado Jesús la llegada del Reino desde el principio de su predicación y estaba la esperanza ardiente de la venida del Mesías. ¿Qué es lo que tenían que hacer?
Y Jesús por este motivo les propone una parábola. ¿Qué quería realmente decirles Jesús? Porque les habla de que había que hacer fructificar aquellas onzas de oro que había puesto en manos de sus empleados. ¿Qué relación podía tener una cosa y otra?
Cuando estamos ansiosamente esperando algo y vislumbramos o ya sabemos que de un momento a otro se va a realizar, pudiera ser que bajáramos la guardia y ya nos pusiéramos en actitud pasiva, una esperanza pasiva. Probablemente cuando Lucas escribe el evangelio pudieran también estar pasando aquellos primeros cristianos por una situación así. Recordemos que san Pablo habla fuerte y claro a los Tesalonicenses porque creían que la segunda venida del Señor era inminente y algunas ya se dedicaban a vivir sin trabajar. Y como escuchamos el pasado domingo, les dice tajantemente que ‘el que no trabaja que no coma’.
La esperanza cristiana no es una actitud pasiva. No es simplemente cruzarnos de brazos y esperar. La esperanza que nosotros vivimos, y esperamos la vida eterna, y esperamos el poder llegar a vivir en plenitud con el Señor – de todo eso hemos venido reflexionando últimamente – pero precisamente esa esperanza no nos adormece ni anquilosa, sino que nos hace más activos, nos hace vivir con mayor intensidad nuestras responsabilidades y nuestro compromiso de amor.
Ese cielo y esa gloria de Dios que tan maravillosamente nos describe hoy el Apocalipsis no es para adormecernos y hacernos olvidar nuestras luchas y responsabilidades, sino todo lo contrario. La esperanza de ese cielo, de esa gloria de Dios de la que nosotros podemos participar nos obliga a vivir con mayor intensidad nuestra vida, a poner más fuerza de amor en lo que hacemos. La esperanza de la plenitud del Reino nos compromete más intensamente a ir realizando, construyendo día a día ese Reino de Dios en nuestro mundo. Por ese Reino de Dios hemos de saber arriesgar nuestra vida, entregar nuestra vida en el amor cada día.
Es lo que Jesús quiere decirnos con la parábola que hoy nos narra Lucas. Es la paralela a la que nos narra san Mateo, que nos habla de talentos. Con aquellos talentos que Dios nos haya dado, esas onzas de oro que ha puesto en nuestras manos, en nuestra vida en nuestras cualidades y capacidades, en las responsabilidades que tenemos que asumir y el trabajo que tenemos que realizar, tenemos que dar fruto. Onzas de oro, las llama el Señor en la parábola. ¿No tendríamos que aprender a valorar esas cualidades y capacidades de las que Dios nos ha dotado? No podemos decir que nada valemos porque el Señor con la vida ha puesto en nuestras manos una riqueza muy grande.
‘Llamó a diez empleados suyos y les repartió diez onzas de oro diciéndoles: negociad mientras vuelvo’. Y no nos pide el Señor un fruto cualquiera. Está en razón de cuanto nos ha dado el Señor. Pero bien sabemos que para lograr ese fruto no estamos solos porque nunca nos faltará la gracia del Señor. Vivamos con intensidad la responsabilidad de nuestra vida y los dones que Dios ha puesto en ella.

martes, 16 de noviembre de 2010

Sé ferviente y conviértete

Apoc. 3, 1-6.14-22;
Sal. 14;
Lc. 19, 1-10

Cuando entraba en Jericó se encontró con el ciego que le salía al encuentro gritándole que tuviera compasión de él para recobrar su visión perdida. Ahora atravesando la ciudad va a ir al encuentro de un pecador que tienes deseos de verle. Allí está Zaqueo que al no poder hacerlo de otra manera se ha encaramado a una higuera para verle desde allí sin que nadie se interpusiera.
Muchas veces hemos meditado sobre este encuentro del hombre pecador con la gracia. La luz llegó también a su vida y se dejó iluminar. ¡Cómo tendríamos que aprender! Buscaba conocer a Jesús, aunque sólo fuera desde la distancia – quizá no se consideraba digno – pero eso bastó para que Jesús quisiera ir a su casa. ¡Cuánta sería la sorpresa pero también la alegría de poder recibir a Jesús! ‘Bajó enseguida y lo recibió contento en su casa’, dice el evangelio. Y ya vemos cómo se transformó su vida. ‘Hoy ha sido la salvación de esta casa’, diría Jesús tras las resoluciones de nueva vida que hacía Zaqueo compartiendo todo lo suyo con los pobres y restituyendo a quienes había defraudado.
Ahí está Cristo, el Hijo del hombre, que viene a buscar y a salvar. Aquí está Cristo que también nos mira directamente como hiciera con Zaqueo y se auto-invita para venir a nuestra casa, a nuestra vida. Espera nuestra hospitalidad, la apertura de nuestro corazón. Quizá no nos sentimos dignos porque también nos consideramos pecadores pero aún así El quiere venir hasta nosotros, porque nos busca, porque nos ofrece su salvación, porque quiere regalarnos su gracia y su vida. ¿Nos costará bajarnos de la higuera? ¿Nos costará arrancarnos de nuestras cosas, de nuestras rutinas, de nuestras malas costumbres? Aprendamos de Zaqueo. Espera Jesús sólo que demos el paso delante de querer conocerle, de querer estar con El, para El inundarnos con su amor.
En la Palabra del Señor que cada día escuchamos El nos está llamando e invitando continuamente. Desde ayer hemos comenzado a escuchar el Apocalipsis. Una profecía de esperanza en nuestras luchas y en nuestros deseos de caminar en fidelidad al Señor. Pero es una Palabra viva que llega también a nuestra vida planteándonos seriamente ese camino de fidelidad.
En lo que hoy hemos escuchado habla claramente a las Iglesias de Sardes y Laodicea. ‘Conozco tu conducta; tienes nombre como de quien vive, pero estás muerto. Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir…’ E invita a la Iglesia de Sardes a guardar la Palabra que había recibido, pero manteniéndose en vela ‘porque si no estás en vela, vendré como ladrón, y no sabrás a que hora vendré sobre ti’.
Nos recuerda esto lo que hemos escuchado en estos días de lo que Jesús nos ha dicho en el evangelio, de la vigilancia, de la atención que hemos de poner ante su venida.
En la Iglesia de Laodicea denuncia la tibieza de su espíritu. Ni frío ni caliente. Así andamos a veces. Así tenemos el peligro de entrar en rutinas. Tenemos que despertar, avivar el fuego del Espíritu en nuestro corazón. Y mira lo que nos dice el Señor: ‘A los que yo amo los reprendo y los corrijo. Sé ferviente y conviértete’. No rechacemos la corrección del Señor. Es prueba del amor que nos tiene.
‘A los vencedores los sentaré en mi trono, junto a mí’. Que merezcamos esa dicha.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Pasa el Señor Jesús

Apoc. 1, 1-4; 2, 1-5;
Sal. 1;
Lc. 18, 35-43

‘Pasa Jesús Nazareno’, fue la respuesta que le dieron al ciego que, sentado al borde del camino pidiendo limosna, pregunta que era aquello por el revuelo de la gente que pasaba acompañando a Jesús.
Pasa Jesús Nazareno’, y aquel ciego no puede perder la ocasión. Hasta ahora pedía limosna. La situación de la gente que no veía era extremadamente grave de manera que se veían sumidos en la pobreza más extrema al no poder trabajar por la falta de visión. Por eso tenían que ponerse en lugares estratégicos para pedir limosna a la gente que pasaba.
Pero lo que pide ahora aquel buen hombre no son unas monedas. ‘¡Jesús, hijo David, ten compasión de mí!’ repetía gritando cada vez más fuerte de manera que incluso lo quieren hacer callar. Pero Jesús quiere que se lo traigan. ‘¿Qué quieres que haga por ti?... Señor, que vea otra vez… recobra la vista, tu fe ha curado…’
‘Pasa Jesús Nazareno’,
pasa el Señor por nuestra vida tantas veces y de tantas maneras. ¿Estaremos atentos a ese paso del Señor? Viene el Señor pero nosotros hemos de querer recibirle. Viene el Señor pero no podemos estar distraídos en otras cosas de manera que no nos demos cuenta de que pasa a nuestro lado. Viene el Señor y tenemos que saber aprovechar su gracia. Viene el Señor a nosotros y ¿qué le vamos a pedir? Triste sería que pase el Señor con su gracia por nuestro lado y nosotros no la sepamos aprovechar.
‘Pasa Jesús Nazareno’, y aquel hombre que al principio no sabía quien pasaba se interesó, preguntó a los que le rodeaban. Hemos de saber buscar, preguntar, encontrar a quien nos ayude, quien nos guíe hasta el encuentro con el Señor. Y nosotros dejarnos guiar.
De la misma manera que nosotros hemos de hacer lo mismo con los demás; guiarlos también para que vayan hasta Jesús. ¡Qué hermosa tarea! ¡Cuánto de bueno podemos hacer! Porque Jesús querrá valerse de nosotros para que otros vayan hasta él. En este caso Jesús quiso valerse de la gente que lo acompañaba para que condujeran al ciego hasta El. Quiere el Señor valerse de nosotros. tantos habrá a la vera del camino, ahí a nuestro lado, que quizá nos necesiten para que les ayudemos a ir hasta Jesús.
‘Tu fe te ha curado’, le dijo Jesús. La fe que le había hecho gritar cuando se enteró que pasaba Jesús. La fe de su súplica perseverante, constante, insistente. No le arredraron los obstáculos. La gente quería que se callara. ‘Los que iban delante le regañaban para que se callara’. Nos quieren hacer callar a veces para que no gritemos nuestra fe; les puede molestar porque nuestro testimonio puede convertirse en un interrogante en su vida. Pero el grito de nuestro testimonio, el grito de nuestra fe no tiene que haber nadie que lo haga acallar, porque nos sentimos muy seguros de la fe que tenemos, de nuestro seguimiento de Jesús.
‘Lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver eso, alababa a Dios’. Primero, glorificamos a Dios porque cuanto de El recibimos. Tenemos que dar gracias, alabar y bendecir al Señor por cuántas maravillas El hace en nuestra vida continuamente. Pero es que la gloria que cantamos a Dios puede y tiene que mover a otros para que también ellos alaben al Señor. ¿Movemos en verdad a los otros a alabar al Señor? Es que no podemos encerrar en nosotros como en un secreto las maravillas que el Señor realiza en nuestra vida. A través de ello, tienen que conocer y alabar también al Señor.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Momentos difíciles pero el Seños nos dice: cuidado que nadie os engañe


Mal. 3, 19-20;
Sal. 97;
2Tes. 3, 7-12;
Lc. 21, 5-19

Salían o entraban en Jerusalén, desde el camino del Monte de los Olivos la visión que se tiene de la ciudad de Jerusalén es maravillosa, y en primer término se alzaba el templo con toda su majestuosidad. Por eso no dice el evangelista que ‘algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos’. Actualmente a media ladera hay una pequeña capilla, desde la que se contempla en una visión espectacular la ciudad santa, llamada ‘dominus flevit’, donde lloró Jesús al contemplar a Jerusalén y la poca respuesta que en ella había encontrado.
Pero el comentario de los que acompañaban le da ocasión a Jesús para hacernos unos anuncios, que no sólo se van a referir a la pronta destrucción de Jerusalén – ‘esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra; todo será destruido’ – sino que preparará a los discípulos para el camino que van a seguir detrás de él.
Jesús nos pone en camino, pero no nos deja solos; es más, nos prepara previniéndonos de todo lo que nos puede suceder, porque el camino no va a ser fácil. Claro que el discípulo no es más que su maestro y si El tuvo que hacer un camino que le hizo pasar por el calvario y la cruz, al discípulo no le va a faltar también esa parte de la pasión en su pascua. Pero ya de antemano hay que decir que no es que Jesús nos quiera aguar las cosas hablándonos sólo de las dificultades, sino que nos anuncia que el que persevere alcanzará la salvación. Junto a la cruz siempre tenemos que ver los resplandores de la vida y de la resurrección.
Reconozcamos que en el fondo nosotros desearíamos caminos triunfales antes que otra cosa. Cuando hay momentos de esplendor parece que nos entusiasmamos y nos puede parecer que no todo está tan mal. Pasamos por momentos de euforia y entusiasmo, que también nos son necesarios, pero hemos de ser conscientes de todo lo que significa el camino del seguimiento de Jesús que no está siempre en grandes manifestaciones o en multitudes clamorosas.
‘Cuidado con que nadie os engañe’, nos previene Jesús, para que entendamos cuál es el verdadero camino de su seguimiento. Y nos pueden engañar prometiéndonos triunfalismos y visiones clamorosas, pero también asustándonos con los malos momentos por los que podemos pasar o haciendo lecturas excesivamente negras y pesimistas de los acontecimientos actuales que podamos vivir o padecer. Hemos de saber hacer una lectura de los signos de los tiempos que van apareciendo en el devenir de la historia o de los acontecimientos para ver realmente qué es lo que el Señor nos quiere decir o nos pide. No siempre es fácil.
Jesús cuando habla hoy en el evangelio de la destrucción del templo, de guerras y calamidades, de enfrentamientos entre pueblos y de malos momentos de terremotos, epidemias o hambre, está partiendo simplemente de aquello que podía dolerle al pueblo judío desde su propia historia. El templo era todo un símbolo de unidad del pueblo de Israel además de la presencia de Dios en medio del pueblo. Su historia había estado marcada a través de los tiempos por guerras y enfrentamientos, por momentos de miseria y hambre en desiertos y cautividades. Hablar de esos signos sería muy significativo para ellos porque lo que se le anunciaba podía significar incluso perder su identidad como pueblo.
Para nosotros también pueden ser un signo que nos hable también de muchas cosas que nos suceden y que tenemos que saber entender bien. Momentos difíciles también podemos pasar en la increencia o la indiferencia religiosa que nos rodea; momentos de desánimos y de desorientación en muchos aspectos en los que nos podemos encontrar en lo social, en lo cultural, también en el ámbito religioso; gente que no cree en nada, o gente que hace una mezcolanza en creencias y religiosidades muchas veces rayanas con un nuevo paganismo y que llevan a un sincretismo peligroso; corrientes de pensamiento y culturales que confunden cuando no estamos debidamente preparados; descalificación de todo lo que suene a religión y auténtica espiritualidad cuando no persecución abierta o solapada de todo lo que lleve el nombre cristiano; pérdida del sentido moral con lo que ya parece que no hay límites éticos para nada; enfrentamientos por veinte mil motivos que nos llevan a la división y al no entendimiento, y así muchísimas cosas que nos confunden. Sin olvidar, por supuesto, la crisis social y económica por la que pasa la sociedad actual.
Y Jesús nos dice ‘cuidado con que nadie os engañe’. Y cuando nos habla de las persecuciones por los que hemos de pasar - ‘os echarán mano, os perseguirán… os harán comparecer ante reyes y gobernadores… por causa mía…’ – nos dice que así tendremos ‘ocasión de dar testimonio’. Pero nos dice más, que no nos preocupemos porque ‘yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro’.
Nos está prometiendo que no nos faltará el Espíritu Santo que nos dará sabiduría, que nos dará fortaleza, que nos dará esa gracia que necesitamos en cada momento y en cada situación. De esto tenemos que estar bien convencidos. No nos puede faltar la fe en las palabras de Jesús. No nos faltará esa confianza y esa esperanza. El Señor está con nosotros. Hemos de saber contar con El. Los que nos rodean quizá no nos entenderán. Ya nos decía Jesús que la oposición nos puede venir incluso de los más cercanos a nosotros.
El hombre de fe, la persona de fe sabe que su confianza está totalmente puesta en el Señor. El que no tiene fe no podrá entender estas cosas. Pero ese es el testimonio que nosotros hemos de dar. Esa paz que no nos faltará ni en los momentos más difíciles, sea cual sea la situación por la que pasemos, es nuestra fortaleza y el mejor testimonio que podemos dar. ‘Los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia’, nos decía el profeta.
‘Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá, terminará diciéndonos Jesús; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’. Seguimos el camino de Jesús aunque haya momentos duros y difíciles. Pero ese camino no lo estamos haciendo solos. Es el camino de tantos hermanos a nuestro lado que pasan por la misma lucha. Mutuamente nos ayudamos y nos animamos, puesta nuestra fe y esperanza en el Señor. No lo hacemos solos porque siempre el Señor está a nuestro lado con la fuerza y la gracia de su Espíritu.