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viernes, 19 de noviembre de 2010

Al paladar será dulce como la miel, en el estómago sentirás ardor

Apoc. 10, 8-11;
Sal. 118;
Lc. 19, 45-48

‘Ve a coger el librito abierto de mano del ángel… cógelo y cómetelo…’ Una bella imagen la que nos ofrece hoy el Apocalipsis, pero que ya aparecía en el profeta Ezequiel como signo de su vocación profética. ‘Hijo de hombre, come este libro y ve luego a hablar al pueblo de Israel’, le dijo entonces el Señor al profeta.
Lo hemos escuchado hoy de nuevo en el Apocalipsis que además continúa: ‘al paladar será dulce como la miel, pero en el estómago sentirás ardor’. ¿Qué querrá significar?
En el salmo precisamente como respuesta a esta Palabra hemos repetido: ‘Qué dulce al paladar tu promesa, más que miel en la boca; tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría de mi corazón; abro la boca y respiro, ansiando tus mandamientos’. Creo que podemos entender lo que nos quiere decir el Apocalipsis. La Palabra del Señor, los mandamientos del Señor, el mensaje de salvación que en Jesús recibimos es nuestra delicia y nuestra dicha. ‘Más dulce que la miel’. Así tenemos que sentirlo y gozarnos con ello.
Así recibimos la Palabra del Señor como alimento para nosotros pero así al mismo tiempo nos sentimos enviados a dar testimonio de esa fe, de esa Palabra que recibimos, de esa salvación que vivimos a los demás. Recordemos lo que decíamos que el profeta recibió este signo como señal de la misión profética a la que era enviado. Y nosotros, todos los cristianos esa fe que vivimos, todo ese amor de Dios que es nuestro gozo y que recibimos también hemos de compartirlo, llevarlo a los demás. ‘Tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reinos’, que decía el ángel del Apocalipsis.
‘Mi alegría es el camino de tus preceptos, más que todas las riquezas’, dijimos también en el salmo. Pero el que sintamos ese gozo en el Señor no significa que algunas veces no nos cueste.
Nos cueste por nosotros mismos, porque la Palabra del Señor que recibimos muchas veces nos escuece en nuestra vida. Palabra tajante como espada de doble filo, que nos dice la Escritura santa en otro lugar, y que penetra hasta lo más hondo de nuestra vida. Una Palabra que nos enseña y que nos corrige; una Palabra que nos señalará cosas que tenemos que arrancar de nosotros porque no son buenas, o que tenemos que transformar y mejorar. Y eso nos cuesta muchas veces.
Nos cuesta porque como nos dice Jesús en el evangelio para seguirle hemos de tomar la cruz de cada día, que nos puede aparecer en el dolor y sufrimiento como en el sacrificio y esfuerzo de superación que cada día hemos de realizar para mantener nuestra fidelidad al Señor.
Nos cuesta también porque el mundo que nos rodea nos puede resultar muchas veces adverso. Ya Jesús nos lo había anunciado y nos llama dichosos cuando por causa de su nombre podamos ser perseguidos. Ya hemos dicho que el libro del Apocalipsis es un mensaje de esperanza para los cristianos de aquel momento en que fue escrito, porque ya estaban padeciendo esas persecusiones.
Entendemos, entonces, que al mismo tiempo que nos dice que es dulce como la miel al paladar, sin embargo ‘en el estómago se sentirás ardor’. Ese ardor del corazón, podríamos decir, en nuestra lucha, en nuestra camino de fidelidad que no siempre nos es fácil, en esa inquietud que sentimos por esa misma Palabra del Señor y por querer llevarla a los demás. Pero siempre es un gozo hondo en nuestro corazón.

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