Hechos, 18, 23-28;
Sl. 46;
Jn. 16, 23-28
‘Yo os aseguro que si pedís algo al Padre en mi nombre, os lo dará… pedid y recibiréis para que vuestra alegría sea completa’.
Nos había enseñado ya en el sermón del monte a orar y orar con confianza a Dios. ‘Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, todo el que busca encuentra y al que llama se le abre’. Confianza, certeza, perseverancia en nuestra oración, humildad. Y además nos había enseñado cómo había de ser la verdadera oración dirigida al Padre enseñándonos la oración del Padrenuestro como modelo de toda oración.
Ahora nos dice más. Y es que El estará en nuestra oración. En su nombre hemos de pedir al Padre y el Padre siempre nos escuchará. ‘Os lo dará…’ nos dice. ‘Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre es quiere, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’. Qué gozo que nos podamos sentir amados así por el Padre, y asi amados por Jesús.
Nos pide Jesús fe en El y nos pide que le amemos. Jesús se nos ha ido revelando, manifestando todo lo que es su amor y así, escuchándolo hondamente en nuestro corazón, cada día ha de ir creciendo nuestra fe en él y nuestro amor. Con qué ternura nos ha ido hablando y nosotros le hemos escuchado en estos días cuando nos descubre su corazón en este discurso de la última cena que hemos ido escuchando.
No podemos menos que amarle después de contemplar todo lo que es su amor, su entrega por nosotros hasta dar su vida, derramar su sangre para nuestro perdón. No podemos hacer menos cuando lo sentimos tan presente en nuestra vida que como Buen Pastor nos cuida, nos protege, nos da la fuerza de su Espíritu, nos alimenta con sus sacramentos. Nuestra respuesta tiene que ser una fe llena de amor; una fe que envuelve toda nuestra vida y que nos lleva a amar con un amor como el de Jesús, un amor que nos lleva a mirar con una nueva mirada a los que están a nuestro lado que son nuestros hermanos.
Todo eso nos da más confianza para nuestra oración que hacemos en su nombre, como hoy nos enseña. ‘El Padre os quiere, nos dice, porque vosotros me queréis y creéis que yo salí de Dios’. El Padre que nos dará lo que le pedimos. Con cuanta confianza y humildad nos acercamos al Señor.
Oramos al Padre y lo hacemos en el nombre de Jesús. Os habremos fijado que la oración de la Iglesia, la oración litúrgica siempre es en este sentido. ‘Por Jesucristo, nuestro Señor’, terminamos siempre las oraciones de la liturgia. Y en el momento cumbre de nuestra celebración litúrgica es ‘por Cristo, con Cristo y en Cristo’ cómo queremos ‘en la unidad del Espíritu’ dar ‘todo honor y toda gloria’ al Padre del cielo por toda la eternidad.
Cristo, Sumo y eterno Sacerdote, pontífice eterno, que nos ha redimido y purificado para que podamos dar gloria a Dios para siempre con toda nuestra vida, que intercede por nosotros y nos da la posibilidad de que le demos todo honor y gloria al Padre conla fuerza de su Espíritu.
Con qué amén más rotundo, salido desde lo hondo del corazón y poniendo toda nuestra vida en ello aclamamos todos en esa doxología final de la plegaria eucarística. Algunas veces parece que nos sale descafeinado, nos falta brío, nos falta ardor, pero tendría que ser un grito que nos despertara por dentro por la intensidad con que lo viviéramos. Que nunca caigamos en la rutina en nuestras celebraciones, sino que con la fuerza del Espíritu del Señor las vivamos con toda intensidad.