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jueves, 2 de junio de 2011

Confortados con el don del Espíritu permanezcan en la fe y la esperanza


os adjunto la homilia preparada para la celebración del sacramento de la Unción de los Enfermos

Sant. 5, 13-16; Sal. 70; Mc. 16, 15-20

Cuando Jesús proclama en la sinagoga de Nazaret su misión nos dice con el texto de Isaías: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos y a proclamar el año de gracia del Señor’.

Lo anunciado de forma prográmatica, podríamos decir, en Nazaret lo veremos cumpliéndolo en las obras que va realizando con todo aquel que sufre, curando a los enfermos y anunciando la gracia salvadora del Señor que con El nos llegaba. Muchos son los enfermos que acuden a él con sus males y para todos tiene una palabra de salud, de salvación y de paz. Será el mandato también que dará a los apóstoles cuando los envía por el mundo a anunciar la Buena Nueva del Evangelio y entre las cosas que han de ir realizando como señales de la llegada del Reino de Dios es curar a los enfermos.

Pero ¿el Reino de Dios era la curación de los enfermos o más bien esa liberación de la enfermedad, esas curaciones, eran señales del Reino nuevo de Dios que había de manifestarse en muchas más cosas? Nos quedamos con esta segunda respuesta. Eran las señales de esa vida nueva que Jesús quiere para nosotros liberados de todo mal y de todo sufrimiento. Eran las señales de la salud total, de la salvación que El viene a traernos. Por eso exigirá siempre fe en El, les llenará de paz, y habrán de sentirse de una forma nueva tras ser curados por Jesús.

Lo que hemos escuchado de la carta de Santiago es la forma explícita y concreta de cómo se ha de ir realizando ese mandato de Jesús. Es la expresión de lo que va a ser el sacramento de Jesús para los enfermos, los sufren o los que se sienten debiles en su cuerpo o en su espíritu. Jesús nos deja signos de su presencia que son los sacramentos en los que por la fuerza del Espíritu Santo siempre podemos ver a Jesús y llenarnos de su vida y de su gracia.

Hoy lo queremos realizar y celebrar de forma extraordinaria aquí entre nosotros. Vamos a celebrar el Sacramento de la Unción de los Enfermos y vamos a sentir y experimentar en nosotros la presencia salvadora de Jesús. Vamos a cumplir con el mandato del Señor que ahora hacemos sacramento, realizando los signos sacramentales de la imposición de las manos y de la unción, pero que vienen como a recoger todo lo que es ese sacramento de Dios para nosotros que es la acogida que la Iglesia os hace en las personas de los que os atienden. Piensen queridos ancianos y ancianas que están acogidos aquí este hogar que todas las atenciones que reciben de las Hermanitas y de cuántos os atienden, no es sino el cumplimiento del mandado de Jesús de realizar su misma obra. En esos cuidados, en esas atenciones que día a día reciben aquí en este hogar tienen que ver siempre la mano de Jesús que os ama, os cuida y os atiende por manos de estas hermanitas y de cuantos prestan sus servicios para vosotros en este hogar. No hacemos otra cosa que cumplir con el mandato de Jesús, y ustedes, queridos ancianos y ancianas, sois para nosotros imagen de Jesús, porque a El lo vemos en vuestros rostros y con el amor que a El le tenemos así os queremos amar y servir a vosotros.

Vamos, pues, a celebrar lo que estamos realizando cada día. Son ustedes sacramentos de Dios para nosotros. Y ahora, realizando el rito sacramental, queremos hacer presente a Jesús de forma sobrenatural en vuestras vidas para que os llenéis de la gracia y la fortaleza del Espíritu que anime también vuestras vidas, os dé fortaleza en medio de la debilidad de vuestros años, sane vuestra alma dolorida también por tantas cosas y os llene de su gracia y de su paz.

Os invito a todos a vivir con profunda fe esta celebración. Os invito queridos ancianos que vais a recibir la gracia del Sacramento que en la mano del sacerdote sobre vuestra cabeza que os unge sintáis por la fe la mano del Señor que os hace llegar su gracia y su amor. Es Cristo que llega a nuestra vida, que camina a nuestro lado, que hace suyos nuestros sufrimientos, que nos da consuelo y paz, que nos inunda con su gracia y su perdón.

Y todo esto tiene que manifestarse en unos frutos muy concretos en vuestra vida. Por supuesto que es la gracia del Señor que os hace presente el amor de Dios que os perdona y os fortalece. Pero precisamente, por esa gracia que recibís, vuestra vida tiene que ser distintaK; distinta porque por la gracia del Señor descubráis ese sentido nuevo que tiene para vosotros vuestra debilidad y vuestra enfermedad; sentido nuevo porque sabréis uniros al sufrimiento de Cristo, a su pasión y a su cruz, con la pasión de vuestros sufrimientos y debilidades ofrecidos con amor. El amor de Dios, el amor de Cristo hizo que aquella pasión y aquella cruz tuvieran valor y sentido redentor. Pues, de la misma manera, poned amor y poned fe en la cruz de vuestros sufrimientos y cuánto valor salvífico pueden tener para nuestro mundo tan necesitado de la gracia del Señor en tantos problemas y necesidades que sufrimos hoy en nuestra sociedad.

Pero aún más, podemos decir, porque desde la gracia del Señor habrá una nueva forma de sufrir y de vivir. En el Señor encontraréis fuerza para llevar con paciencia vuestras flaquezas y dolores; en el Señor encontraréis fuerza también para saber superar esos malos momentos por lo que muchas veces pasamos a causa de nuestros sufrimientos, pero que quizá también en nuestra impaciencia, por nuestras angustias y desesperos, algunas veces podemos hacer pasarlo mal también a los que están a nuestro lado.

Que seamos capaces de superar malos humores; que sepamos superar nuestras tristezas y angustias y nunca llenemos de tristeza o de angustia a los que están a nuestro lado; que aprendemos a aceptarnos mutuamente como somos comprendiendo que si nosotros estamos sufriendo por nuestros males, el otro que está a nuestro lado también está pasando su sufrimiento, y asi en consecuencia mirándonos a nosotros mismos seamos comprensivos con los demás. Hay ocasiones que nos volvemos exigentes, antipáticos, hasta egoístas a causa del mal que llevamos en nuestra debilidad o dolor; pues que aprendamos a mejorar y a superarnos para no ser causa de sufrimiento nunca para los demás. La gracia del Sacramento a eso nos ayuda también.

En una de las oraciones de la liturgia de la celebración del sacramento, cuando se celebra con ancianos, pedimos ‘concédeles que confortados con el don del Espíritu Santo, permanezcan en la fe y en la esperanza, den a todos ejemplo de paciencia y así manifiesten el consuelo de tu amor’. Que esos sean unos frutos que se manifiesten en nosotros tras la celebración de este sacramento.

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