Seamos
capaces de levantarnos de donde estamos apoltronados para arriesgarnos a
ponernos en camino, como nos invita Jesús
Hebreos 4,12-16; Salmo 18; Marcos 2,13-17
Vamos conmigo, nos dijo un amigo y nos
invitó a dar un paseo o nos lleva a una fiesta; vamos conmigo le dice el padre
a su hijo porque quiere enseñarle su lugar de trabajo; vamos conmigo nos dice
el intrépido viajera y nos lleva a conocer mundos, países, culturas… estamos
recibiendo invitaciones por todos los medios a no quedarnos anclados en el sitio
o el momento de la vida donde estamos, en el lugar de la vida que ocupamos, en
el trabajo que tenemos, en lo que estamos haciendo de siempre, en lo que ya
conocemos, porque hemos de tener otros horizontes, porque tenemos que
comprender el sentido de la vida que nos impide quedarnos anquilosados, porque
tenemos que descubrir nuevas posibilidades, porque hemos de ser capaces de
desarrollar todas las capacidades que tenemos, porque queremos darle otra
profundidad a la vida…
Ofertas, llamadas, invitaciones,
impulsos que sentimos dentro, horizontes que se abren, vida que queremos vivir
en mayor plenitud, que no queremos ramplona, superficial, carente de metas. Son
como un reto, son también un riesgo porque no sabemos si siempre acertaremos,
porque nos podemos equivocar, porque quizás nos ponemos en peligro situaciones
que ya vivimos o privilegios de los que gozamos y podemos perder. Es necesario
decisión y dejar los miedos atrás, coraje para enfrentarnos a lo desconocido
quizás, valentía para acallar cobardías. Solo así podremos alcanzar nuevas
metas, haremos un camino en verdadera ascensión. Y ya sabemos que ascender por
una cuesta, por una pendiente nos exige esfuerzo y decisión.
Aquel hombre estaba tranquilamente allí
ocupado en sus asuntos; era su responsabilidad y era también su negocio, su
medio de vida en la búsqueda de unas ganancias. Y pasó Jesús y le dijo ‘Vamos
conmigo, sígueme…’ No hicieron falta ni más palabras ni más explicaciones. Y
aquel hombre se levantó de donde estaba sentado y dejándolo todo se fue con
Jesús.
¿Dónde quedaban sus negocios y sus
ganancias? ¿A qué se iba a dedicar ahora? ¿Qué futuro de vida le esperaba? ¿Qué
es lo que iba a ganar? Habrían pasado quizás por su cabeza estas o parecidas
preguntas llenas de inquietud. Pero en lo escueto que es el relato del
evangelio no hay tiempo de buscar todas esas necesarias garantías de que aquel
camino que comenzaba en verdad le era conveniente. Solo hay una fe y una
confianza en la palabra de quien le estaba invitando a irse con El. Además su
decisión, aunque fuera inesperada, porque inesperada fue también la llamada y
la invitación fue algo que tomó con
alegría, porque inmediatamente organizó una fiesta, un banquete y allí estarían
Jesús y sus discípulos que siempre le acompañaban, como iba de ahora en
adelante acompañarle él, pero también estaban invitados los que habían sido sus
amigos de siempre.
Pero hay cosas que levantan ampollas,
quizás no tanto en quien tiene que hacer el camino, sino en los que le rodean y
no comprenden decisiones ni nuevos estilos. Eso estaba pasando al lado de aquel
banquete que Leví había preparado. ‘Vuestro maestro come con publicanos y
pecadores’. Y es que Leví era de ese grupo de los publicanos, por el oficio que
desempeñaba.
Allí estaban los puros y los santos,
como los sigue habiendo en todas partes, dispuestos al juicio y al prejuicio,
dispuestos a la condena y llevar al desprestigio a quien está ofreciendo algo
nuevo y distinto. ‘Vuestro maestro come con publicanos y pecadores’. Allí
estaban todos participando de la misma mesa, como signo del banquete del Reino.
Lo que Jesús estaba anunciando allí se estaba realizando. Era un reino nuevo en
el que no tenían que privar ni los intereses ni los privilegios, un banquete a
cuya mesa podían sentarse todos porque todos estaban invitados. ¿No se llenó la
sala del banquete de todos aquellos que fueron a buscar por los cruces de los
caminos, porque los primeros que estaban invitados rechazaron el banquete? Ya
nos dirá Jesús que cuando hagamos un banquete no invitemos a los nos pueden
pagar invitándonos luego a sus banquetes; nos dice que invitemos a los que nada
tienen, porque de los pobres es el Reino de los cielos.
Muchos interrogantes suscitan en
nuestro interior este pasaje del evangelio. ¿Seremos capaces de levantarnos de
donde nos sentimos anclados para ponernos en camino a algo nuevo como lo que
nos ofrece Jesús? ¿Nos sentaremos en la misma mesa donde se sientan los pobres
y los que no saben comer porque nada tienen, los pecadores que necesitaran un
baño de gracia y un vestido de fiesta y aunque no lo tengan allí también están
sentados? ¿A quienes vamos a invitar a nuestra mesa para dar señales del Reino
nuevo de Dios que Jesús nos anuncia?