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sábado, 18 de enero de 2025

Seamos capaces de levantarnos de donde estamos apoltronados para arriesgarnos a ponernos en camino, como nos invita Jesús

 


Seamos capaces de levantarnos de donde estamos apoltronados para arriesgarnos a ponernos en camino, como nos invita Jesús

Hebreos 4,12-16; Salmo 18; Marcos 2,13-17

Vamos conmigo, nos dijo un amigo y nos invitó a dar un paseo o nos lleva a una fiesta; vamos conmigo le dice el padre a su hijo porque quiere enseñarle su lugar de trabajo; vamos conmigo nos dice el intrépido viajera y nos lleva a conocer mundos, países, culturas… estamos recibiendo invitaciones por todos los medios a no quedarnos anclados en el sitio o el momento de la vida donde estamos, en el lugar de la vida que ocupamos, en el trabajo que tenemos, en lo que estamos haciendo de siempre, en lo que ya conocemos, porque hemos de tener otros horizontes, porque tenemos que comprender el sentido de la vida que nos impide quedarnos anquilosados, porque tenemos que descubrir nuevas posibilidades, porque hemos de ser capaces de desarrollar todas las capacidades que tenemos, porque queremos darle otra profundidad a la vida…

Ofertas, llamadas, invitaciones, impulsos que sentimos dentro, horizontes que se abren, vida que queremos vivir en mayor plenitud, que no queremos ramplona, superficial, carente de metas. Son como un reto, son también un riesgo porque no sabemos si siempre acertaremos, porque nos podemos equivocar, porque quizás nos ponemos en peligro situaciones que ya vivimos o privilegios de los que gozamos y podemos perder. Es necesario decisión y dejar los miedos atrás, coraje para enfrentarnos a lo desconocido quizás, valentía para acallar cobardías. Solo así podremos alcanzar nuevas metas, haremos un camino en verdadera ascensión. Y ya sabemos que ascender por una cuesta, por una pendiente nos exige esfuerzo y decisión.

Aquel hombre estaba tranquilamente allí ocupado en sus asuntos; era su responsabilidad y era también su negocio, su medio de vida en la búsqueda de unas ganancias. Y pasó Jesús y le dijo ‘Vamos conmigo, sígueme…’ No hicieron falta ni más palabras ni más explicaciones. Y aquel hombre se levantó de donde estaba sentado y dejándolo todo se fue con Jesús.

¿Dónde quedaban sus negocios y sus ganancias? ¿A qué se iba a dedicar ahora? ¿Qué futuro de vida le esperaba? ¿Qué es lo que iba a ganar? Habrían pasado quizás por su cabeza estas o parecidas preguntas llenas de inquietud. Pero en lo escueto que es el relato del evangelio no hay tiempo de buscar todas esas necesarias garantías de que aquel camino que comenzaba en verdad le era conveniente. Solo hay una fe y una confianza en la palabra de quien le estaba invitando a irse con El. Además su decisión, aunque fuera inesperada, porque inesperada fue también la llamada y la invitación  fue algo que tomó con alegría, porque inmediatamente organizó una fiesta, un banquete y allí estarían Jesús y sus discípulos que siempre le acompañaban, como iba de ahora en adelante acompañarle él, pero también estaban invitados los que habían sido sus amigos de siempre.

Pero hay cosas que levantan ampollas, quizás no tanto en quien tiene que hacer el camino, sino en los que le rodean y no comprenden decisiones ni nuevos estilos. Eso estaba pasando al lado de aquel banquete que Leví había preparado. ‘Vuestro maestro come con publicanos y pecadores’. Y es que Leví era de ese grupo de los publicanos, por el oficio que desempeñaba.

Allí estaban los puros y los santos, como los sigue habiendo en todas partes, dispuestos al juicio y al prejuicio, dispuestos a la condena y llevar al desprestigio a quien está ofreciendo algo nuevo y distinto. ‘Vuestro maestro come con publicanos y pecadores’. Allí estaban todos participando de la misma mesa, como signo del banquete del Reino. Lo que Jesús estaba anunciando allí se estaba realizando. Era un reino nuevo en el que no tenían que privar ni los intereses ni los privilegios, un banquete a cuya mesa podían sentarse todos porque todos estaban invitados. ¿No se llenó la sala del banquete de todos aquellos que fueron a buscar por los cruces de los caminos, porque los primeros que estaban invitados rechazaron el banquete? Ya nos dirá Jesús que cuando hagamos un banquete no invitemos a los nos pueden pagar invitándonos luego a sus banquetes; nos dice que invitemos a los que nada tienen, porque de los pobres es el Reino de los cielos.

Muchos interrogantes suscitan en nuestro interior este pasaje del evangelio. ¿Seremos capaces de levantarnos de donde nos sentimos anclados para ponernos en camino a algo nuevo como lo que nos ofrece Jesús? ¿Nos sentaremos en la misma mesa donde se sientan los pobres y los que no saben comer porque nada tienen, los pecadores que necesitaran un baño de gracia y un vestido de fiesta y aunque no lo tengan allí también están sentados? ¿A quienes vamos a invitar a nuestra mesa para dar señales del Reino nuevo de Dios que Jesús nos anuncia?

viernes, 17 de enero de 2025

Jesús a nosotros también nos dice ‘levántate y anda’, aunque no estemos cojos físicamente, porque son muchas las camillas que nos impiden caminar de verdad

 


Jesús a nosotros también nos dice ‘levántate y anda’, aunque no estemos cojos físicamente, porque son muchas las camillas que nos impiden caminar de verdad

Hebreos 4,1-5.11; Salmo 77; Marcos 2,1-12

Con que facilidad nos cegamos y no somos capaces de ver lo que con claridad tenemos ante nuestros ojos; cuántas discusiones y enfrentamientos sostenemos, ya sea de una forma dialéctica, pero que en ocasiones caemos en posturas violentas por no ser capaces de ceder para comprender el razonamiento que se nos ofrece; es esa postura que mantenemos, muchas veces excesivamente marcada por nuestro amor propio que nos impide dar el brazo a torcer, como se suele decir, para entender algo nuevo que se nos presenta, un nuevo plan sobre lo que estemos proyectando, una nueva vía que se puede abrir en la vida para la solución de muchas cosas. Andamos con prevención ante lo que se nos pueda ofrecer porque tenemos nuestras ideas muy cerradas, pensando que nuestra postura es la única buena y ya no seremos capaces de ver algo distinto. Son también los prejuicios que nos hacemos o que tenemos ante las otras personas que nos llevan como por sistema a rechazar todo lo que resulte novedoso. Tendría que hacernos pensar y reflexionar.

Sucedía con Jesús. Había algunos que andaban prevenidos contra aquel profeta – la gente sencilla así lo consideraba ya – que había surgido en las tierras de Galilea. Pronto incluso bajarán escribas o personajes de ciertas tendencias desde Jerusalén para observar lo que está sucediendo porque la fama de Jesús está llegando a todas partes. Había sucedido también con Juan Bautista allá en el Jordán en el desierto a donde también habían enviado una embajada para indagar qué sentido tenía aquella predicación y aquellos signos que realizaba el Bautista.

De alguna manera es lo que hoy contemplamos también en este momento en el evangelio con Jesús. Su fama se había ido extendiendo que cuando regresa de nuevo a Cafarnaún la gente se agolpa a la puerta de la casa donde Jesús está enseñando. Por allá se habían logrado introducir también los de esa embajada, llamémosla así, para observar lo que hacía Jesús.

Y llegan unos hombres de buena voluntad que traen un paralítico en una camilla para que Jesús lo cure; es imposible atravesar la puerta a causa de la gente aglomerada y deciden descolgarlo desde el techo. Quieren la salud para aquel hombre y hacen de su mano todo lo posible. Es la fe, de la que Jesús incluso se maravilla y Jesús que ofrece la salud a aquel hombre, pero no ha dicho que se levante de la camilla, sino que sus pecados están perdonados. Estupor, sorpresa en los presentes ante las palabras de Jesús, que pasa a ser juicio condenatorio en el interior de aquellos que estaban allí con sus prevenciones para juzgar. ‘Este hombre blasfema’, es todo lo que se les ocurre decir. ¿No habían traído a este paralítico para que lo curara? Sus prejuicios iban por delante de todo razonamiento.

Vemos cómo Jesús pacientemente les hace ver de verdad quién es el que puede decir esas palabras. ¿No tendríamos que recordar aquel texto del profeta que escuchamos en la sinagoga de Nazaret que habla del que venía lleno del Espíritu para proclamar el año de gracia del Señor?

Los ciegos que recobran la vista, los leprosos que son curados, los sordomudos que recuperan el habla y el oído, los paralíticos que comienzan a caminar, los muertos que son devueltos a la vida son signos y señales de que el Reino de Dios ha llegado, y con el Reino de Dios llega la gracia y el perdón, con el Reino de Dios llega de nuevo el amor y la paz, con el Reino de Dios llega el que los hombres de verdad nos podamos amar los unos a los otros, con el Reino de Dios llegan nuestras actitudes y posturas, nuevos valores que enriquecen de verdad al hombre por dentro. Es lo que Jesús anuncia y proclama, es el Evangelio, la buena noticia que viene a anunciarnos.

Más importante es la paz que sintamos en el corazón porque nos veamos liberados desde lo más hondo de las peores esclavitudes que el hecho de recobrar la vista o el movimiento de nuestros miembros. Importante es esa transformación que sentimos por dentro cuando comenzamos a ver de forma distinta al que camina a nuestro lado; importantes son esos nuevos pasos que podamos dar para construir la paz buscando la reconciliación entre todos; importante es esa mano tendida para ayudar y para compartir porque nuestro corazón está lleno de amor y de generosidad. Son muchas las camillas de las que tenemos que desprendernos, esas actitudes negativas que tantas veces nos paralizan, nos enfrentan, nos hacen dejarnos arrastrar por las pasiones.

Jesús a nosotros también nos dice ‘levántate y anda’, aunque no estemos cojos físicamente, porque son muchas las camillas que nos impiden caminar de verdad.  Y aquí tendríamos que pensar también en todos esos prejuicios que nos ciegan y esas prevenciones que nos llevan a juicios condenatorios, a resentimientos, a orgullos que nos hacen creernos superiores o mejores.

 

jueves, 16 de enero de 2025

El evangelio de Jesús quiere que nosotros seamos más humanos para que luego podamos ser más divinos

 


El evangelio de Jesús quiere que nosotros seamos más humanos para que luego podamos ser más divinos

Hebreos 3,7-14; Salmo 94; Marcos 1,40-45

¿Seguiremos poniendo barreras a la manera de aquellos leprosos de los que nos habla hoy el evangelio? Yo no me mezclo con cualquiera, decimos o pensamos muchas veces; y aunque no manifestemos en alta voz nuestros pensamientos cuando en la acera tenemos que cruzarnos con alguien que no nos cae bien, que miramos con aprensión porque otro es el color de su piel, porque sabemos que está metido en la drogadicción, porque es de una determinada familia con la que desde siempre no nos llevamos, buscamos si podemos cruzar a la acera de enfrente, tratamos de ensimismarnos en nuestras cosas para evitar un cruce de miradas y mil detalles más que nos inventamos para ‘no mezclarnos’ como decíamos.

Con buena voluntad quizás nos decían cuando chicos que cuidáramos con quien andábamos porque estábamos manifestando quienes éramos – dime con quien andas y te diré quien eres, que nos decían – de alguna manera nos han metido un cierto sentido de discriminación que luego se puede en la vida convertir en grandes barreras. 

Lo vemos en muchas manifestaciones de la vida social en nuestro entorno, cómo tenemos nuestros grupos, nuestros círculos y pareciera que viviéramos en lugares estancos sin posibilidad de comunicación entre unos y otros, los que somos de un lugar, los que tienen esta procedencia, a los que llamamos ilegales, y nos vamos apartando los unos de los otros más y más; y desgraciadamente nos estamos haciendo un mundo inhumano, de desconfianzas, enfrentamientos y enemistades por el mero hecho de pensar de manera distinta.

El evangelio hoy nos manifiesta un rompimiento de barreras. Por una parte aquel leproso se atrevió a saltarse todas las reglas para llegar hasta Jesús porque era el único que podía sanarle. Pero Jesús también se atreve a dejar que se acerque el leproso y aún más tiende su mano para tocarle y sanarle. Sana al hombre de su enfermedad, pero sana al hombre y quiere sanar a la sociedad que le rodea para que de nuevo haya encuentro y comunicación. Volverá a su familia, volverá a la vida social de su entorno, ha de presentarse al sacerdote para que se reconociese su dignidad recuperada. Quiere sanarnos Jesús.

Este signo del evangelio se convierte también en un signo muy importante para nosotros, para nuestra sociedad, para nuestro mundo de hoy. ‘Si quieres, puedes limpiarme’, le decía el leproso a Jesús. ¿No tendremos de alguna manera que decir nosotros lo mismo? En el relato del evangelio es cierto que fue el marginado a causa de su lepra el que acudió a Jesús, pero Jesús sanándolo le está diciendo a su mundo, a su sociedad concreta que es la que tiene que decir las mismas palabras.

Nos lo está diciendo a nosotros hoy, como individuos y como sociedad, porque son nuestras actitudes personales por las que primero tenemos que comenzar por cambiar, pero son esas conveniencias sociales que nos hemos creado que han ido ahondando esos abismos que nos separan y que nos enfrentan.

A eso ha venido Jesús. Ese es el mensaje de su evangelio. Esa es la Buena Nueva del Reino que Jesús quiere trasmitirnos. Es lo que quiere realizar en nosotros para que seamos más humanos para poder ser más divinos. Si cuando hablamos de salvación tanto insistimos en la gracia que nos trae Jesús que nos convierte en hijos de Dios, primero El se ha hecho hombre para que aprendamos a valorar nuestra humanidad, que es valorar la dignidad de la persona, de toda persona; porque será desde esa humanidad desde donde El luego nos elevará con una nueva dignidad de hijos de Dios. Pero tiene que haber humanidad en nuestra vida, y muchas veces en la manera cómo nos tratamos nos falta esa humanidad.

miércoles, 15 de enero de 2025

Seamos esa iglesia pobre y humilde que tiene solo a Jesús como su centro y sabe irse al silencio del descampado para anunciar también a los otros el Reino

 


Seamos esa iglesia pobre y humilde que tiene solo a Jesús como su centro y sabe irse al silencio del descampado para  anunciar también a los otros el Reino

Hebreos 2,14-18; Salmo 104; Marcos 1,29-39

Cómo con facilidad se nos llena de humo la cabeza cuando las cosas nos salen bien, cuando tenemos éxito en nuestras empresas o tareas, cuando tenemos un triunfo muy sonado quizá en aquel deporte que practicábamos, o en aquellas obras que realizamos. Nos sentimos halagados por las alabanzas que recibimos, al tiempo que parece que todos quieren ser amigos nuestros; el brillo del triunfo deslumbra también a los que están a nuestro alrededor y quieren como apropiárselo con el orgullo de que son amigos nuestros.

Pero quizás nos aparece alguien que pareciera que nos echa un jarro de agua encima en medio de todos esos fervores, pues nos recuerda lo caducas que son todas esas alabanzas que un día se pueden volver contra nosotros, nos previenen de que con nuestro orgullo por lo realizado nos llenemos de un engreimiento que nos endiosa, y nos estará haciendo pensar de donde venimos o lo que somos para que no abandonemos los caminos de la humildad y de la sencillez y nos demos cuenta por demás que lo que logramos no es solo por nosotros y para nosotros sino que tendría alguna otra función. Cuánto tendríamos que agradecer que nos apareciera alguien así que nos haga pensar y reflexionar, aunque quizás a veces nos cueste aceptar esas palabras y esa reflexión. ¿No nos hará falta de vez en cuando hacer una parada para encontrarnos con la verdadera realidad de nuestra vida?

Hoy el evangelio nos está dando un resumen de lo que fueron aquellos primeros momentos de su predicación en Cafarnaún; la gente que le sigue y tan pronto pueden por aquello del descanso sabático, en la tarde de aquel mismo día tras la caída del sol se agolpan a la puerta de la Casa de Simón donde se ha hospedado Jesús. Vienen con sus dolencias, sus enfermedades, todo el mal que les aqueja porque igual que Jesús había liberado a aquel endemoniado en la sinagoga de su mal, a ellos también los podía sanar. Y nos dice el evangelista que sanó a muchos de sus dolencias y enfermedades, como ya anteriormente también había levantado de la cama a la suegra de Simón.

Tras todo aquel bullicio Jesús en lugar de permanecer en la casa donde le habían dado hospedaje nos dice el evangelista que marchó al descampado para orar. Un gesto bien significativo y que nos dice mucho. Había comenzado, por decirlo así, con éxito su obra, su predicación y anuncio del Reino de Dios y los signos y señales así lo estaban manifestando. Pero, ¿dónde tenía que esta el centro de todo aquel anuncio y de todo lo que Jesús había de realizar? Es lo que nos quiere enseñar.

Hay que detenerse para centrarse. Tantas veces en la vida nos dejamos llevar por el entusiasmo y terminamos en la superficialidad, en lo externo, en la vanidad. Y cuando comenzamos a hacer caminos así es fácil resbalarse por la pendiente. Es necesario mantener el equilibrio para saber donde estamos y lo que verdaderamente queremos, para descubrir los verdaderos medios que hemos de emplear. Porque no podemos pensar que todo vale, el fin no justifica los medios, sino que los medios tienen que ser buenos para poder conseguir el buen fin.

Aunque tengamos que renunciar a las vanidades que nos acechan, aunque tengamos que emprender el camino del esfuerzo y superación, que tiene que comenzar por nosotros mismos para no endiosarnos, para no creernos los mejores y los que lo sabemos hacer todo. Que muchas veces nos pasa y cuando nos dejamos arrastrar por esas vanidades, aunque nos creamos que estamos conquistando el mundo, estamos construyendo un castillo en el aire que pronto se nos va a derrumbar.

Esto tenemos que tener en cuenta en nuestra vida personal, en lo que hacemos cada día; esto tenemos que tenerlo en cuenta en las tareas que emprendamos buscando ese crecimiento y mejora de nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras metas; eso hemos de tenerlo en cuenta en nuestras comunidades, en nuestros grupos cristianos, en nuestra Iglesia, porque a todos nos tienta la vanidad.

Despojemos de esos brillos de gloria fatua a nuestra Iglesia que tanto daño le estamos haciendo; una Iglesia pobre y humilde es la que se hará creíble ante el mundo que la rodea, una Iglesia que sepa poner en su centro a aquel Jesús que se marchó al descampado para pasar la noche en oración. Así podremos ir también como Jesús a otras partes para anunciar a los otros también el Reino de Dios.

martes, 14 de enero de 2025

Acoger con fe la Palabra de Dios, escuchémosla con respeto y admiración, llenos de gratitud demos gracias porque en ella nos sentimos sanos y salvados

 


Acoger con fe la Palabra de Dios, escuchémosla con respeto y admiración, llenos de gratitud demos gracias porque en ella nos sentimos sanos y salvados

Hebreos 2,5-12; Salmo 8; Marcos 1,21-28

Nos prometieron que aquella conferencia iba a estar muy interesante, que era un elocuente orador y en la publicidad que hacían hablaban de su preparación en prestigiosos centros de estudios, pero cuando fuimos a escucharlo salimos defraudados, ni era tan elocuente orador y nada nos había dicho, nos quedamos con las ganas, nos quedamos vacíos porque nada nuevo pudimos escuchar que nos enriqueciera culturalmente; todo habían sido vaciedades, cosas sabidas y repetidas intentadas decir con bonitas palabras pero que no entusiasmaron al auditorio. Nos damos cuenta cuando solo hay palabras pero no hay nada en el fondo, nada que te impulse a algo nuevo, que te comprometa de alguna manera, que renueve de alguna manera tus ideas o tus ilusiones.

Como nos narra el evangelista ya desde el principio del evangelio aquel profeta que había aparecido por Cafarnaún y por los pueblos y aldeas de Galilea sí había despertado los corazones de sus oyentes. No era solamente la curiosidad innata de los pueblos cuando algo nuevo surge, pero que luego pronto se enfría, sino que estaban comenzando a reconocer que quien les hablaba lo hacia con autoridad, no como los escribas y maestros de la ley que cada semana ocupaban la tribuna de la sinagoga para dirigir la oración.

Y Jesús hablaba con autoridad, porque si estaba anunciando el nuevo Reino de Dios, estaba también dando señales de que ese Reino era posible, ese Reino allí entre ellos ya se estaba realizando; se estaba realizando porque sus corazones se movían a la esperanza, una luz nueva estaba brillando en sus días; las palabras de Jesús encendían sus corazones y cada día querían escucharle más y tras El se irían caminantes y peregrinos por los caminos de Galilea para escucharle.

Pero también aquello que se había anunciado en la sinagoga de Nazaret y se había dicho que ya en el hoy de sus vidas se estaba realizando, ellos lo veían también palpable entre ellos; los oprimidos por el mal eran liberados, como fue este primer endemoniado – como así los llamaban entonces – allí en la propia sinagoga de Cafarnaún donde Jesús les había estado enseñando. Ante la luz que estaba comenzando a brillar en Jesús las tinieblas del mal ya querían comenzar a rechazarle; fijémonos en el sentido del dialogo que se establece con Jesús, pero la autoridad con que Jesús libera a aquel hombre de la opresión del mal; por eso pronto serán muchos los que le traigan a sus enfermos aquejados de toda clase de dolencias para que Jesús les sane.

Las palabras de Jesús no son huecas ni vacías, las palabras de Jesús son vida, nos llenan de vida, nos liberan desde lo más hondo de nosotros mismos. Es la autoridad de Jesús que es la misma Palabra de Dios. No nos ha de extrañar que más tarde un centurión romano venga a decirle a Jesús que no es necesario que vaya a su casa, que basta que lo diga de palabra, porque con la autoridad de su Palabra su criado quedará sano. 'Poderoso en obras y palabras', lo definirían más tarde los discípulos de Emaús.

En aquella gente se estaba despertando la fe verdadera y acogían con corazón generoso la Palabra de Dios y estaban entrando en caminos de salvación. Nos tendría que llevar a nosotros a pensar con qué fe acogemos la Palabra de Dios, con qué respeto y admiración la escuchamos, con qué humildad abrimos nuestro corazón y nos dejamos sanar por esa Palabra, con qué gratitud damos gracias por la riqueza y sabiduría de vida que Jesús en su Palabra nos está trasmitiendo, cómo acogemos la salvación de Dios que nos llega por su Palabra. Dios me dé ese espíritu de Sabiduría para mejor compartirla.

lunes, 13 de enero de 2025

Es la hora de Dios, se ha cumplido el tiempo, está cerca el Reino de Dios, necesitamos disponibilidad y generosidad para creer e iniciar nueva vida

 


Es la hora de Dios, se ha cumplido el tiempo, está cerca el Reino de Dios, necesitamos disponibilidad y generosidad para creer e iniciar nueva vida

Hebreos 1,1-6; Salmo 96; Marcos 1,14-20

Si nos quieren encomendar una tarea, un trabajo, una misión tendrán que decirnos en qué consiste, cuales son las exigencias y responsabilidades, qué es lo que pretendemos con ello o cuales son los beneficios para mi; a lo loco no aceptamos cualquier cosa, tenemos que tener certezas y de alguna manera seguridades para lo que vamos a emprender. Claro que muchas veces podemos caer en una modorra en la vida en la que nos da igual cualquier cosa, o entramos en una rutina en la que no sabemos ni lo que estamos haciendo, se puede convertir en una cadena en la que nos enganchamos sin saber a donde vamos, o vivir como ciegos sin saber ni siquiera lo que queremos.

¿Nos faltará seriedad para asumir nuestro rol en la vida? ¿Viviremos de manera infantil simplemente dejándonos llevar a lo que salga sin tomar decisiones maduras, o lo que es lo mismo, maduradas en una reflexión seria? ¿Nos puede suceder algo así en nuestras actividades religiosas que son para nosotros nada más que unas tradiciones sin darles una verdadera profundidad en la vida? ¿Nos hemos planteado bien en serio lo que es ser cristiano que sigue a Jesús porque es su discípulo? Son muchas preguntas pero que es necesario que vayamos desgranándolas en la vida para encontrar respuestas, para dar sentido a lo que hacemos o decimos que hacemos, o lo que pretendemos vivir.

Estamos en el principio del Evangelio de San Marcos, con el que siempre comenzamos su lectura de forma continuada en medio de semana en este tiempo Ordinario. Nos habla del comienzo de la predicación de Jesús por Galilea, su primer anuncio que es una conversión de nuestra vida para poder creer en el Reino de Dios. Es importante tener en cuenta todo lo que se nos quiere decir en pocas palabras. Un anuncio y una invitación. El anuncio nos habla de que se ha cumplido el tiempo, ha llegado la hora de Dios, está cerca el Reino de Dios. Pero ya ese primer anuncio tiene una exigencia, tenemos que creer en la llegada del Reino de Dios, pero creer no son solo palabras que decimos con los labios, creer tiene que ser una actitud y una postura del corazón, de la vida.

Si algo nuevo va a comenzar, el Reino de Dios, hemos de prepararnos para eso nuevo, porque no es lo nuevo que llega y seguimos como estábamos antes; si algo nuevo llega, algo tendrá que cambiar en nosotros para aceptar esa novedad; por eso se nos habla de conversión, es una vuelta en redondo que tenemos que darle a la vida para poder comenzar esa nuevo que vamos a vivir si en ello creemos. No podemos escuchar ese anuncio y esa invitación de cualquier manera.

Y a continuación veremos de forma palpable, muy explicita eso que hemos escuchado. Porque ahora el anuncio y la invitación llegan de forma concreta a unas personas, a unos pescadores que allí en la orilla del lago están trabajando con sus redes, sus barcas y sus artes de pesca. Jesús se dirige a unos pescadores, primero Simón y Andrés, luego a Santiago y a Juan, los hijos de Zebedeo, para invitarles a seguirle en ese camino del Reino de Dios que está anunciando; pero seguirle para que ellos lleguen a hacer lo mismo que ahora Jesús está haciendo; hasta ahora pescadores de peces en aquellos lagos, a partir de ahora pescadores del corazón de los hombres, de todos aquellos que ellos puedan llevar también hasta Jesús, hasta la vivencia de ese Reino de Dios.

Y hay disponibilidad y hay generosidad, hay escucha del anuncio que se les hace, pero está esa disposición para ponerse inmediatamente en camino. ¿Van a ciegas? No lo podemos pensar; el evangelio es muy escueto en su narración, pero entendemos que habiendo estado Jesús haciendo ese anuncio allí en medio del pueblo, ellos eran personas que ya habían ido sintonizando con el mensaje; pero eso no merma ni en lo más mínimo la generosidad de sus corazones.

Habían ya escuchado al profeta del desierto, puesto que en otro momento aparecen como discípulos del Bautista que había sembrado la semilla en sus corazones, que había ido abriendo caminos, no en vano era el que venía a preparar los caminos del Señor, y lo había señalado proféticamente allá en la orilla del Jordán. Pero ahora son ellos los que responden a Jesús, deciden por si  mismos dejar a un lado la barca y las redes, porque otras serán las redes que van a tener en sus manos.

Eran ahora los que ya se sentían totalmente cautivados por el nuevo profeta y están dispuestos a seguirle y a dejarlo todo por el Reino de Dios. Es cierto que será un camino costoso, donde podrán aparecer las ambiciones y los sueños, donde en ocasiones se sentirán confundidos sin terminar de entender lo que Jesús les propone, habrá momentos de flaqueza y debilidad porque así somos todos los seres humanos, pero había una capacidad grande de amor en sus corazones y a todo estaban dispuestos.

¿Será así también nuestra disposición para seguir a Jesús? ¿Tendremos esa apertura del corazón para dejar que se siembre esa semilla en nosotros y pueda un día dar fruto? ¿A qué estamos dispuestos por nuestra fe en Jesús? ¿Qué cambios aceptaremos o qué cambios necesitaremos en nosotros para llegar a creer de verdad en el Reino de Dios que se nos anuncia? ¿Tendremos claro el camino que emprendemos?

domingo, 12 de enero de 2025

Una tarea, una misión, un compromiso desde nuestro bautismo de seguir anudando los lazos del amor y la amistad, de mantener encendida la luz de la vida y la esperanza

 


Una tarea, una misión, un compromiso desde nuestro bautismo de seguir anudando los lazos del amor y la amistad, de mantener encendida la luz de la vida y la esperanza

Isaías 42, 1-4. 6-7; Salmo 28; Hechos de los Apóstoles 10, 34-38; Lucas 3, 15-16. 21-22

Donde hay un pequeño rescoldo tenemos que avivarlo para que crezca la llama y se encienda una luz, donde hay una pequeña señal de cercanía, de entendimiento o de encuentro tenemos que poner un lazo que una y acerque las partes para que no se produzca un roto mayor que produzca un desgarro, donde aflore tímidamente una sonrisa tenemos que hacer soplar vientos de alegría que haya comenzar el sentido de fiesta, donde comience a sonar aunque sea tímidamente una canción hemos de prestar prontamente nuestras voces y los instrumentos musicales que sean necesarios para provocar un encuentro coral, los rayos de esperanza no los podemos nublar, la suave luz que nos llegue de cualquier horizonte no la hemos de cubrir con oscuras cortinas.

Suenan muy bonitas estas palabras pero ¿será eso realmente lo que vamos haciendo en la vida? Nuestro mundo está roto y parece que nos empeñamos cada vez más en aumentar los abismos que nos dividen y nos separan; contemplemos los rostros de los que encontramos en el camino o incluso de aquellos que nos hablan prometiéndonos mil cosas y nos daremos cuenta que aparece demasiado rápido la crispación y la falsedad de quien tiene intereses ocultos y solo va buscando su lucimiento personal; muchas veces sentimos la tentación del desaliento porque los mejores brotes que puedan hacer florecer la armonía y el entendimiento que nos llevan a una convivencia de paz pareciera que quienes están empeñados en quemarlos y destruirlos. Nos contentamos con luces parpadeantes e ilusorias y no terminamos de dejarnos iluminar por la luz que es verdadera salvación para nuestro mundo.

Claro que no quiero con pesimismo y negatividad ser quien apague ese pequeño rescoldo que aún quede o ese sueño de esperanza que aún permanezca en nuestros corazones. No puede ser nunca esa la manera de actuar del que es seguidor de Jesús. Es la invitación que quiero escuchar, que nos va a ofrecer la celebración de esto domingo, ultimo día de la Navidad, en el Bautismo de Jesús en el Jordán.

Es a lo que nos ha invitado el profeta Isaías en el texto hoy escuchado. ‘Mirad a mi Siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará...’

 Contemplaremos en el evangelio a ese elegido de Dios en quien se complace y que viene lleno del Espíritu del Señor. Juan bautizaba en el Jordán, allí estaba él queriendo hacer que aquellas tierras yermas de desierto un día pudieran florecer; preparaba para el Señor que venía un pueblo bien dispuesto, como había sido anunciado; era él ahora la Voz que venía dar paso a la Palabra que plantaría su tienda entre nosotros para hacer de nosotros ese hombre nuevo, ese mundo nuevo.

Y allí a ese desierto, a ese mundo roto y dividido por el pecado que crea los peores abismos en los corazones había llegado también Jesús. Nos podría parecer que Dios tendría que quedarse en lo alto de los cielos para recibir gloria o tras las cortinas de humo de los inciensos de las ofrendas de los templos. Pero el Dios que ha venido a nosotros es Emmanuel, es Dios con nosotros, es Dios que planta su tienda entre nosotros, Dios que camina allí donde está el dolor y el sufrimiento, allí donde están los corazones rotos por los desánimos y desesperanzas, pero allí donde aún atisban unos buenos deseos de algo mejor. Allí está Jesús en la fila de quienes se sienten pecadores y quieren recibir como una señal de algo nuevo aquel bautismo de Juan.

Y estando Jesús en oración allí junto al agua del Jordán el cielo se abrió. Como nos dirá Juan en otro momento, él lo vio, vio bajar al Espíritu de Dios desde el cielo y todos pudieron escuchar aquellas palabras que lo señalaban como el Hijo amado, elegido y preferido del Padre del cielo. Se nos estaba señalando al que venía como alianza de los pueblos, como luz de las naciones, el que venía a tender esos lazos que nos unirían fuertemente en el amor, el que venía a avivar esos rescoldos que aun quedaban en nuestros corazón para encender la luz que iluminará a todas las naciones.

Es lo que nosotros en esta fiesta y celebración del Bautismo del Señor tenemos también que experimentar en nosotros. También percibiremos esa presencia del Espíritu Santo que viene sobre nosotros y escuchamos esa voz del cielo que en el día de nuestro bautismo también a nosotros nos hablo y nos señaló una misión, la misma misión de Jesús, se alianza y ser luz de las naciones y de los pueblos, ser alianza y ser luz allí donde estemos, en la familia, en el trabajo, con los vecinos con los que convivimos, con las demás personas que conformamos esta sociedad en la que estamos. Estamos llamados a ser esos lazos de unión, esa luz encendida para iluminar el camino de los otros, porque somos luz del mundo, porque somos sal de la tierra, como escucharemos a lo largo del evangelio.

No nos vale quejarnos de que el mundo está roto porque estamos llamados a recomponerlo; no podemos dejarnos envolver por la acritud y la violencia porque estamos llamados a ser instrumentos de paz; nos podemos dejarnos ensordecer por los tambores de la violencia y la acritud porque tenemos que hacer sonar la música maravillosa del amor; no podemos seguir arrastrándonos con nuestros desánimos y cansancios porque tenemos el Espíritu de fortaleza que nos impulsa cada día a poner signos de esperanza en nuestro mundo.

Es nuestra tarea, es nuestra misión de la que no podemos desentendernos, es un compromiso de vida nacido de nuestra fe en Jesús.