Es la
hora de Dios, se ha cumplido el tiempo, está cerca el Reino de Dios,
necesitamos disponibilidad y generosidad para creer e iniciar nueva vida
Hebreos 1,1-6; Salmo 96; Marcos 1,14-20
Si nos quieren encomendar una tarea, un
trabajo, una misión tendrán que decirnos en qué consiste, cuales son las
exigencias y responsabilidades, qué es lo que pretendemos con ello o cuales son
los beneficios para mi; a lo loco no aceptamos cualquier cosa, tenemos que
tener certezas y de alguna manera seguridades para lo que vamos a emprender.
Claro que muchas veces podemos caer en una modorra en la vida en la que nos da
igual cualquier cosa, o entramos en una rutina en la que no sabemos ni lo que
estamos haciendo, se puede convertir en una cadena en la que nos enganchamos sin
saber a donde vamos, o vivir como ciegos sin saber ni siquiera lo que queremos.
¿Nos faltará seriedad para asumir
nuestro rol en la vida? ¿Viviremos de manera infantil simplemente dejándonos
llevar a lo que salga sin tomar decisiones maduras, o lo que es lo mismo,
maduradas en una reflexión seria? ¿Nos puede suceder algo así en nuestras
actividades religiosas que son para nosotros nada más que unas tradiciones sin
darles una verdadera profundidad en la vida? ¿Nos hemos planteado bien en serio
lo que es ser cristiano que sigue a Jesús porque es su discípulo? Son muchas
preguntas pero que es necesario que vayamos desgranándolas en la vida para
encontrar respuestas, para dar sentido a lo que hacemos o decimos que hacemos,
o lo que pretendemos vivir.
Estamos en el principio del Evangelio
de San Marcos, con el que siempre comenzamos su lectura de forma continuada en
medio de semana en este tiempo Ordinario. Nos habla del comienzo de la
predicación de Jesús por Galilea, su primer anuncio que es una conversión de nuestra
vida para poder creer en el Reino de Dios. Es importante tener en cuenta todo
lo que se nos quiere decir en pocas palabras. Un anuncio y una invitación. El
anuncio nos habla de que se ha cumplido el tiempo, ha llegado la hora de Dios,
está cerca el Reino de Dios. Pero ya ese primer anuncio tiene una exigencia,
tenemos que creer en la llegada del Reino de Dios, pero creer no son solo
palabras que decimos con los labios, creer tiene que ser una actitud y una
postura del corazón, de la vida.
Si algo nuevo va a comenzar, el Reino
de Dios, hemos de prepararnos para eso nuevo, porque no es lo nuevo que llega y
seguimos como estábamos antes; si algo nuevo llega, algo tendrá que cambiar en
nosotros para aceptar esa novedad; por eso se nos habla de conversión, es una
vuelta en redondo que tenemos que darle a la vida para poder comenzar esa nuevo
que vamos a vivir si en ello creemos. No podemos escuchar ese anuncio y esa invitación
de cualquier manera.
Y a continuación veremos de forma
palpable, muy explicita eso que hemos escuchado. Porque ahora el anuncio y la invitación
llegan de forma concreta a unas personas, a unos pescadores que allí en la
orilla del lago están trabajando con sus redes, sus barcas y sus artes de
pesca. Jesús se dirige a unos pescadores, primero Simón y Andrés, luego a
Santiago y a Juan, los hijos de Zebedeo, para invitarles a seguirle en ese
camino del Reino de Dios que está anunciando; pero seguirle para que ellos
lleguen a hacer lo mismo que ahora Jesús está haciendo; hasta ahora pescadores
de peces en aquellos lagos, a partir de ahora pescadores del corazón de los
hombres, de todos aquellos que ellos puedan llevar también hasta Jesús, hasta
la vivencia de ese Reino de Dios.
Y hay disponibilidad y hay generosidad,
hay escucha del anuncio que se les hace, pero está esa disposición para ponerse
inmediatamente en camino. ¿Van a ciegas? No lo podemos pensar; el evangelio es
muy escueto en su narración, pero entendemos que habiendo estado Jesús haciendo
ese anuncio allí en medio del pueblo, ellos eran personas que ya habían ido
sintonizando con el mensaje; pero eso no merma ni en lo más mínimo la
generosidad de sus corazones.
Habían ya escuchado al profeta del
desierto, puesto que en otro momento aparecen como discípulos del Bautista que había
sembrado la semilla en sus corazones, que había ido abriendo caminos, no en
vano era el que venía a preparar los caminos del Señor, y lo había señalado
proféticamente allá en la orilla del Jordán. Pero ahora son ellos los que
responden a Jesús, deciden por si mismos
dejar a un lado la barca y las redes, porque otras serán las redes que van a
tener en sus manos.
Eran ahora los que ya se sentían
totalmente cautivados por el nuevo profeta y están dispuestos a seguirle y a
dejarlo todo por el Reino de Dios. Es cierto que será un camino costoso, donde
podrán aparecer las ambiciones y los sueños, donde en ocasiones se sentirán
confundidos sin terminar de entender lo que Jesús les propone, habrá momentos
de flaqueza y debilidad porque así somos todos los seres humanos, pero había
una capacidad grande de amor en sus corazones y a todo estaban dispuestos.
¿Será así también nuestra disposición
para seguir a Jesús? ¿Tendremos esa apertura del corazón para dejar que se
siembre esa semilla en nosotros y pueda un día dar fruto? ¿A qué estamos
dispuestos por nuestra fe en Jesús? ¿Qué cambios aceptaremos o qué cambios
necesitaremos en nosotros para llegar a creer de verdad en el Reino de Dios que
se nos anuncia? ¿Tendremos claro el camino que emprendemos?
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