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sábado, 18 de enero de 2025

Seamos capaces de levantarnos de donde estamos apoltronados para arriesgarnos a ponernos en camino, como nos invita Jesús

 


Seamos capaces de levantarnos de donde estamos apoltronados para arriesgarnos a ponernos en camino, como nos invita Jesús

Hebreos 4,12-16; Salmo 18; Marcos 2,13-17

Vamos conmigo, nos dijo un amigo y nos invitó a dar un paseo o nos lleva a una fiesta; vamos conmigo le dice el padre a su hijo porque quiere enseñarle su lugar de trabajo; vamos conmigo nos dice el intrépido viajera y nos lleva a conocer mundos, países, culturas… estamos recibiendo invitaciones por todos los medios a no quedarnos anclados en el sitio o el momento de la vida donde estamos, en el lugar de la vida que ocupamos, en el trabajo que tenemos, en lo que estamos haciendo de siempre, en lo que ya conocemos, porque hemos de tener otros horizontes, porque tenemos que comprender el sentido de la vida que nos impide quedarnos anquilosados, porque tenemos que descubrir nuevas posibilidades, porque hemos de ser capaces de desarrollar todas las capacidades que tenemos, porque queremos darle otra profundidad a la vida…

Ofertas, llamadas, invitaciones, impulsos que sentimos dentro, horizontes que se abren, vida que queremos vivir en mayor plenitud, que no queremos ramplona, superficial, carente de metas. Son como un reto, son también un riesgo porque no sabemos si siempre acertaremos, porque nos podemos equivocar, porque quizás nos ponemos en peligro situaciones que ya vivimos o privilegios de los que gozamos y podemos perder. Es necesario decisión y dejar los miedos atrás, coraje para enfrentarnos a lo desconocido quizás, valentía para acallar cobardías. Solo así podremos alcanzar nuevas metas, haremos un camino en verdadera ascensión. Y ya sabemos que ascender por una cuesta, por una pendiente nos exige esfuerzo y decisión.

Aquel hombre estaba tranquilamente allí ocupado en sus asuntos; era su responsabilidad y era también su negocio, su medio de vida en la búsqueda de unas ganancias. Y pasó Jesús y le dijo ‘Vamos conmigo, sígueme…’ No hicieron falta ni más palabras ni más explicaciones. Y aquel hombre se levantó de donde estaba sentado y dejándolo todo se fue con Jesús.

¿Dónde quedaban sus negocios y sus ganancias? ¿A qué se iba a dedicar ahora? ¿Qué futuro de vida le esperaba? ¿Qué es lo que iba a ganar? Habrían pasado quizás por su cabeza estas o parecidas preguntas llenas de inquietud. Pero en lo escueto que es el relato del evangelio no hay tiempo de buscar todas esas necesarias garantías de que aquel camino que comenzaba en verdad le era conveniente. Solo hay una fe y una confianza en la palabra de quien le estaba invitando a irse con El. Además su decisión, aunque fuera inesperada, porque inesperada fue también la llamada y la invitación  fue algo que tomó con alegría, porque inmediatamente organizó una fiesta, un banquete y allí estarían Jesús y sus discípulos que siempre le acompañaban, como iba de ahora en adelante acompañarle él, pero también estaban invitados los que habían sido sus amigos de siempre.

Pero hay cosas que levantan ampollas, quizás no tanto en quien tiene que hacer el camino, sino en los que le rodean y no comprenden decisiones ni nuevos estilos. Eso estaba pasando al lado de aquel banquete que Leví había preparado. ‘Vuestro maestro come con publicanos y pecadores’. Y es que Leví era de ese grupo de los publicanos, por el oficio que desempeñaba.

Allí estaban los puros y los santos, como los sigue habiendo en todas partes, dispuestos al juicio y al prejuicio, dispuestos a la condena y llevar al desprestigio a quien está ofreciendo algo nuevo y distinto. ‘Vuestro maestro come con publicanos y pecadores’. Allí estaban todos participando de la misma mesa, como signo del banquete del Reino. Lo que Jesús estaba anunciando allí se estaba realizando. Era un reino nuevo en el que no tenían que privar ni los intereses ni los privilegios, un banquete a cuya mesa podían sentarse todos porque todos estaban invitados. ¿No se llenó la sala del banquete de todos aquellos que fueron a buscar por los cruces de los caminos, porque los primeros que estaban invitados rechazaron el banquete? Ya nos dirá Jesús que cuando hagamos un banquete no invitemos a los nos pueden pagar invitándonos luego a sus banquetes; nos dice que invitemos a los que nada tienen, porque de los pobres es el Reino de los cielos.

Muchos interrogantes suscitan en nuestro interior este pasaje del evangelio. ¿Seremos capaces de levantarnos de donde nos sentimos anclados para ponernos en camino a algo nuevo como lo que nos ofrece Jesús? ¿Nos sentaremos en la misma mesa donde se sientan los pobres y los que no saben comer porque nada tienen, los pecadores que necesitaran un baño de gracia y un vestido de fiesta y aunque no lo tengan allí también están sentados? ¿A quienes vamos a invitar a nuestra mesa para dar señales del Reino nuevo de Dios que Jesús nos anuncia?

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