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sábado, 25 de noviembre de 2023

Cuestión de fe y cuestión de amor, creer en la vida eterna, es la sorpresa de Dios, no nos queda sino fiarnos de Jesús y de su Palabra, poner todo nuestro amor para una vida sin fin

 


Cuestión de fe y cuestión de amor, creer en la vida eterna, es la sorpresa de Dios, no nos queda sino fiarnos de Jesús y de su Palabra, poner todo nuestro amor para una vida sin fin

1Macabeos 6,1-13; Sal 9; Lucas 20,27-40

Aquellas cosas que no hemos visto, aunque nos describan maravillas de ellas, como no las hemos visto, no lo creemos, o ponemos nuestra imaginación según el concepto que tengamos para de alguna manera intentar ver, imaginar decimos, cómo quizás nos gustaría que fuera. Nos pasa en muchas cosas humanas de nuestras relaciones de los unos con los otros; nos pasa en referencia a los lugares o países que no conocemos, y aunque hoy tenemos muchos más medios para conocer otros lugares aunque no los hayamos visitado sigue pudiendo mucho en nosotros nuestra imaginación o la idea que desde siempre nos hemos forjado.

Y nos sucede en el ámbito de nuestra fe. Podemos, es cierto, llegar a tener una experiencia de Dios en nuestra vida, que es lo que fundamentalmente nos hará creer, nos hará tener fe; está, por supuesto lo que nos han enseñado, cada cual según su propia experiencia fe, siguiendo la tradición y el mensaje de la Iglesia depositaria de esa revelación de Dios, pero tenemos que llegar a nuestra propia vivencia, a nuestra propia experiencia de esa presencia de Dios en nuestra vida que será lo que pondrá fundamento a esa fe y se transformará en nuestra propia experiencia religiosa y en el caso nuestro experiencia cristiana.

Pero aun así nos quedan misterios que resolver. Y en esa búsqueda de Dios y de todo su misterio muchas veces pesa también mucho nuestra imaginación. Jesús continuamente nos habla de vida eterna, siendo así la meta a la que caminamos, pero no siempre vamos a tener claro en que consistirá esa vida eterna. Algo nuevo y distinto que nos ofrece Jesús a quienes creemos en El y en El queremos vivir para siempre. Nos habla de vida y de resurrección para quienes creemos en El. Pero ¿cómo será esa vida eterna? ¿Cómo será esa resurrección?

Y hablamos de resurrección y pensamos en un volver a la misma vida que teníamos; y hablamos de vida eterna y queremos que sea feliz y entonces nos imaginamos todo lo bueno que nos ha hecho felices en esta vida multiplicado por eternidad. Pero vida eterna no es trasplantar para poder volver a vivir lo que ha sido nuestra vida de ahora. ¿En qué consiste esa eternidad? Y algunas veces en nuestra débil fe pensamos que hasta sería algo cansino el estar viviendo lo mismo y de la misma manera, por muy bueno que sea, para siempre, por toda una eternidad.

Entramos en algo misterioso, donde no nos queda sino hacer el obsequio de nuestra fe; y fe es confiarnos en aquel en quien creemos, confiarnos en lo que nos dice aquel en quien hemos puesto nuestra confianza. Y entonces nos dejamos llevar por esa fe, y nos entran esas ansias de trascendencia para nuestra vida para vivir una vida sin fin junto a Dios. ¿No nos ha dicho Jesús que El quiere que nosotros estemos donde está El?

Pero hoy nos dice otra cosa ante lo que le están planteando los judíos. ‘En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección’. Algo nuevo y distinto. Algo que solo podremos disfrutar en Dios. Es cuestión de fe y de amor, creer en Jesús y su palabra para una vida sin fin. ‘No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos’.

Pueden seguir quizá las dudas en nuestro interior, porque somos humanos y solo somos capaces de razonar desde nuestra capacidad, donde también como decíamos ponemos mucha imaginación. Pero nos fiamos, confiamos, ponemos a juego toda nuestra fe, creemos en la Palabra de Jesús que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Será la sorpresa de Dios en su amor infinito para con nosotros.

viernes, 24 de noviembre de 2023

Dejemos que Jesús pase por el centro de nuestra vida, nos limpie y purifique, ponga en orden nuestro corazón

 


Dejemos que Jesús pase por el centro de nuestra vida, nos limpie y purifique, ponga en orden nuestro corazón

1Macabeos 4,36-37,52-59; Sal.: 1Cro 29,10.11abc.11d-12a.12bed; Lucas 19,45-48

Todos alguna vez habremos tenido la experiencia de estrenar casa o de estrenar piso; una viviendo nueva que hemos adquirido, un piso que hemos alquilado, una mudanza que hemos tenido que realizar quizás por un cambio de domicilio o de lugar de trabajo, diversas circunstancias; seguramente recordaremos los primeros momentos o los primeros tiempos de vivencia en aquel nuevo lugar; todo lo teníamos muy ordenado, cada cosa tenía su sitio, en las habitaciones, en el cuarto de estar, en la cocina, en cualquiera de los rincones de la casa no veíamos nada desordenado.

Pero fue pasando el tiempo, adquirimos quizás nuevas cosas, las prisas y carreras entre trabajo, tiempo libre o tiempo de estar en casa, y ya nos encontramos que no todo estaba en su sitio, por aquí se amontonan unas cosas, por allá fuimos dejando cosas con la intención de ponerlas luego en su sitio, pero ya no todo está como lo habíamos planeado al principio. ¿Necesitaremos un tiempo para organizarnos, para ordenar, para desprendernos de lo que no tiene utilidad? Seguramente queremos hacerlo, pero lo vamos dejando para otro momento.

¿Será imagen esto de muchas cosas de nuestra vida? Nos da qué pensar. En nuestra vida personal, en nuestro propio interior, en nuestro trabajo de crecimiento espiritual, en lo que tienen que ser las vivencias fundamentales de la vida, lo que puede ser incluso nuestra vida familiar o las relaciones con los que nos rodean, en la vida de nuestras comunidades, muchas cosas que tenemos que poner en su sitio.

Hoy el evangelio nos presenta una imagen bien significativa. Jesús se puso a ordenar el templo. Se había convertido en un mercado. Por razones prácticas quizás, por allá andaban los prestamistas o los cambiadores de monedas, porque las limosnas al templo no se podían hacer sino en lo que era la moneda propiamente judía y también las arcas de las ofrendas; pero por otra parte estaban quienes ofrecían los animales para las ofrendas y los sacrificios, las palomas o las tórtolas, u otros animales que se sacrificaban en el culto propio del templo cada día. El bullicio de la gente que paseaba entre los soportales, los maestros de la ley que la explicaban a los grupos que se formaban a su alrededor. ¿Dónde podía estar el silencio y el recogimiento para la oración y la maduración de la palabra en el corazón de cada uno?

El evangelista Lucas, que hoy escuchamos no es tan descriptivo como los otros evangelistas que nos narran este episodio, pero lo suficiente para ver la actitud de Jesús ante lo que allí sucedía. ‘Escrito está: Mi casa será casa de oración; pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos’. Mientras expulsaba a los vendedores del templo.

¿No tendríamos que preguntarnos que cosas habremos metido en el templo de nuestra vida, como si fuéramos también unos vendedores que acumulamos cosas? Antes, como introducción hablábamos de ese desorden que con el paso del tiempo acumulamos en nuestras viviendas de manera que algunas veces no sabemos ni por donde entrar o cuales son en verdad las cosas importantes que tendríamos que guardar. ¿No será así en la vida de nuestro espíritu? ¿Cómo andamos de ese materialismo del que nos hemos dejado impregnar? ¿Cómo andamos de esos resentimientos y recelos que nos atormentan, de esos celos y envidias que nos envenenan, de esos orgullos o de ese amor propio que quiere endiosarnos? Podríamos seguir haciéndonos muchas preguntas. Nos conocemos, cada uno sabe donde están sus flaquezas, sus piedras de tropezar, nuestras reincidencias, la tibieza y frialdad que nos hiela nuestros sentimientos y amarga nuestras vidas.

¿No tendremos que dejar que Jesús pase entre nosotros, por el centro de nuestra vida que hemos llenado de tantas mezquindades para que sea El quien nos limpie y nos purifique, ponga orden en nuestro corazón?

jueves, 23 de noviembre de 2023

Las lágrimas de Jesús frente a la ciudad de Jerusalén tendrían que hacernos brotar lágrimas de nuestro corazón por lo que hacemos llorar a tantos a nuestro lado

 


Las lágrimas de Jesús frente a la ciudad de Jerusalén tendrían que hacernos brotar lágrimas de nuestro corazón por lo que hacemos llorar a tantos a nuestro lado

1 Macabeos 2, 15-29; Sal 49; Lucas 19, 41-44

Los hombres no lloran, nos decían cuando éramos niños, quizás con la buena intención de fortalecer nuestro carácter, de aprender a enfrentarnos de una forma dura a los problemas de la vida, también quizás desde un concepto un tanto especial de lo que es la vida, lo que es propio de los hombres y lo que es más propicio que se manifieste en las mujeres desde un cierto machismo que dominaba en cierta manera nuestra sociedad. No lo decimos para entretenernos en condenas de costumbres sociales de otra época, porque cada época tendrá sus luces y sus sombras y con los conceptos de hoy no podemos ponernos a juzgar las actitudes o posiciones de otros momentos de la historia.

Pero los hombres sí lloran, porque todos tenemos sentimientos y las lágrimas pueden ser ese río que se desborda de nuestros sentimientos, de la sensibilidad con que vivimos la vida, de aquellas que nos impresionan y nos dejan huella; serán momentos de preocupación, momentos tristes cuando se producen desgarros en el alma, momentos en que nos sentimos fracasados en nuestros intentos por alcanzar unas metas, momentos en que nos sentimos frustrados ante lo que sucede a nuestro alrededor que no es lo que esperábamos o por lo que tanto habíamos luchado, momentos de rechazo que nos llenan de amargura.

Pero no todas las lágrimas son de tristeza porque lloramos cuando nos emocionamos ante algo agradable que nos sucede; lloramos de felicidad en un encuentro con la persona amada que quizás sentíamos lejos, pero que viene de nuevo a nuestro encuentro; lloramos de alegría cuando encontramos lo que habíamos perdido, que no solo son cosas, sino también personas; lloramos de emoción cuando encontramos una luz que da sentido a nuestras vidas y nos abre nuevos horizontes… son muchos – y podríamos pensar en muchas más cosas - los llantos que hacen afluir lágrimas a nuestros ojos y hacen salir aquellos sentimientos que llevamos guardados u ocultos en el alma. Necesitamos dejar brotar esas lágrimas porque nos desinflan de muchas tensiones que llevamos en nuestro interior y que podrían explosionar de mala manera.

Hoy contemplamos uno de los llanos de Jesús de los que nos habla el evangelio. Había llorado y no hacía mucho en la no tan lejana Betania ante la tumba de su amigo Lázaro, porque así había brotado fuera la intensidad del amor de la amistad; ‘mira cómo lo quería’, dirán los que le contemplan.

Hoy llora Jesús también de amor, es la amor que siente por la ciudad de Jerusalén – signo de la unidad de un pueblo y que todo buen judío llevaba en su corazón – que no va a ser porque aquellas piedras que ahora tan bellamente conforman los edificios de aquella ciudad un día se vendrán abajo en la destrucción que pocos años después realizará el pueblo opresor. Pero aunque pudiera parecer que el motivo fuera que no quedará piedra sobre piedra de todo aquel esplendor que desde el monte de los Olivos se contempla – allí está como una señal permanente de las lágrimas de Jesús ese pequeño santuario del ‘dominus flevit – sino que es el dolor del rechazo de quienes no le quieren aceptar. ‘Porque no reconociste el tiempo de tu visita’, serán las palabras que recoge el evangelista en labios de Jesús.

Pudiéramos hacernos ahora muchas consideraciones de aquella negativa a acogerle por parte de Jerusalén y sus principales dirigentes, pero cuando hoy escuchamos esta Palabra de Dios para nosotros tenemos que pensar en nuestra propia vida, tenemos que pensar en la acogida o no que hacemos o no hacemos nosotros de la Buena Nueva de Jesús para nuestra vida.

Contemplándonos Jesús hoy a nosotros, cristianos del siglo XXI, ¿se derramarán igualmente las lágrimas de Jesús? Pensemos en los vaivenes de nuestra vida, en la inconstancia de nuestro seguimiento de Jesús, en las debilidades tantas veces repetidas y también acrecentadas que aparecen en nosotros por la incongruencia con que vivimos nuestra fe, en el descuido y superficialidad con que nos manifestamos porque más fácil nos resulta muchas veces el dejarnos llevar que el poner un empeño y un esfuerzo de superación. Mirémonos cada uno que tenemos que conocernos por dentro aunque no siempre lo reconozcamos. 

¿No seríamos nosotros los que tendríamos que llorar  por tanto que hacemos llorar a los que están a nuestro lado y a los que tendríamos que amar más?

miércoles, 22 de noviembre de 2023

El reino de Dios tenemos que construirlo en nuestro mundo donde no siempre será fácil pero claro es el mensaje que Jesús nos ha dejado a lo largo del evangelio

 


El reino de Dios tenemos que construirlo en nuestro mundo donde no siempre será fácil pero claro es el mensaje que Jesús nos ha dejado a lo largo del evangelio

2 Macabeos 7,1.20-31; Sal 16; Lucas 19,11-28

El episodio, o más bien la parábola que nos narra hoy el evangelio, son acontecimientos, son palabras de Jesús en su subida a Jerusalén cuando ya estaban cerca de la ciudad. Aquella subida tiene unas connotaciones especiales, desde los anuncios insistentes que Jesús había hecho de esa subida a Jerusalén y hacía que los que le seguían también se hicieran muchas preguntas.

¿Era el momento tan esperado de la aparición del Mesías tan deseado e iban a suceder cosas que cambiarán la historia del pueblo de Israel? No iba a suceder tal como ellos se lo habían imaginado muchas veces según la idea que se habían ido haciendo de lo que iba a representar la figura del Mesías. Por eso se preguntan si había llegado ya el momento en que se iba a manifestar el Reino de Dios tal como ellos tanto habían imaginado y que Jesús venía anunciando desde los inicios de su predicación. ¿No sería el mejor momento y lugar precisamente su presencia en la ciudad santa? 

Ecos de esos sueños y aspiraciones sería la entrada en Jerusalén que más tarde nos narrarán los evangelistas; pero era lo que estaba en la mente de los discípulos más cercanos también, porque en las apariciones de Cristo resucitado y cuando ya va a suceder la Ascensión de Jesús al cielo seguirán preguntándose por lo mismo, por la llegada del Reino y la restauración de la soberanía de Israel.

Pero todo tendría otro recorrido. Y ahora Jesús les propone una parábola. ¿Sería la llegada del Reino algo como automático o algo que se les diera como regalado desde lo que ese Mesías pudiera realizar por el pueblo? Y Jesús habla del rey que va a marchar de viaje para volver con el título de rey pero a sus servidores les reparte unos dineros, unas minas de oro, para que las negociaran mientras él volvía. Algunos negociaron y tuvieron sus rendimientos, otro prefirió enterrar aquella mina donde nadie la pudiera encontrar y robar para entregarla intacta a la vuelta de su señor.

Y aquí está el mensaje que recientemente también hemos meditado pero con la entrega de unos talentos. Esas minas de oro, o esos talentos, valga una u otra expresión, nos están queriendo manifestar cómo es que tenemos que realizar ese Reino de Dios. Es, sí, un regalo que se pone en nuestras manos porque bien sabemos que todo parte del amor y de la misericordia del Señor y no de nuestros merecimientos, pero es algo en lo que tenemos que implicarnos, tiene, por así decirlo, unas exigencias en nuestra vida, hay una laboriosidad que tenemos que desarrollar, no nos vale simplemente guardar por temor a perderlo, nos exigirá también que pasemos por un riesgo.

Ese reino de Dios tenemos que construirlo en nuestro mundo donde no siempre será fácil. Porque andamos con otras preocupaciones, porque son otros nuestros intereses, porque andamos envueltos en un materialismo y una sensualidad de la vida que nos absorbe y nos hace perder la visión de metas altas, porque en ese camino nos vamos a encontrar muchos señuelos que nos atraigan, nos arrastren y nos alejen de lo que tendrían que ser nuestras metas, porque muchas veces pensamos más en nosotros mismos y nos olvidamos de tener una mirada amplia alrededor.

El mensaje lo tenemos claro, porque claro nos ha hablado Jesús a lo largo de todo el evangelio. Pero eso tenemos que hacerlo vida, y nos cuesta, y surgen muchas cosas que nos atraen y nos tientan. Ojalá cuando nos presentemos ante el Señor vayamos no con las manos vacías sino con toda esa riqueza espiritual que hemos labrado. No pensamos en cosas o momentos espectaculares, momentos extraordinarios, sino que el Reino de Dios se va a hacer presente en nuestra vida calladamente pero haciéndonos germinar desde nuestro interior como semilla sembrada en buena tierra.


martes, 21 de noviembre de 2023

Comencemos de una vez por todas a levantar nuestra mirada porque alguien desde sus ramas de higuera nos está buscando y nosotros también tenemos que ir a su encuentro

 


Comencemos de una vez por todas a levantar nuestra mirada porque alguien desde sus ramas de higuera nos está buscando y nosotros también tenemos que ir a su encuentro

2Macabeos 6,18-31; Sal 3; Lucas 19, 1-10

Un encuentro es un camino de dos. No hay encuentro si los dos no coinciden en un punto común. Un encuentro es mucho más que el estar el uno junto al otro. Hay que estar, pero hay que saber ponerse en camino. Puede haber un aglomeración grande de personas, porque hemos llegado a un lugar que está atestado de público, porque vamos en un colectivo que va lleno de gente hasta los topes, podemos ir por una calle concurrida donde la gente circula para un lado y para el otro incluso tropezándose los unos con los otros, y no haber encuentro. Cada uno ha estado allí por sus diferentes motivos, pero cada uno ha estado en lo suyo. Te dirán te vi en la grada del partido de fútbol, pero en aquel momento no dijiste nada, no te acercaste, no te encontraste. Y en la vida vamos mucho así, mucha gente alrededor y vamos solos, no nos encontramos con nadie.

En el evangelio hoy encontramos esos caminos que se encuentran. Aunque pareciera que cada uno iba a los suyo, había una confluencia. Una confluencia, es cierto, que Jesús provocó. Por que podía haber quedado en un paso de Jesús por las calles de aquel pueblo y en un hombre que estaba subido en una higuera para ver pasar aquel cortejo. Llamaba la atención. Mejor, tenemos que decir, llaman la atención muchas cosas.

Zaqueo, a pesar de todo, quería ver a Jesús. ¿Quería encontrarse con El? Al principio parece ser que solo era la curiosidad; había oído hablar de Jesús, había escuchado que las gentes de Jericó estaban alborotadas porque pasaba Jesús, el profeta de Galilea – aquel era precisamente el camino de los Galileos para subir a Jerusalén y no encontrarse con los samaritanos de quienes no eran bien recibidos – y también Zaqueo se echó a la calle; habían muchas dificultades, era bajo de estatura y quedando detrás no podría ver pasar a Jesús, pero había algo más porque era despreciado por la gente por su condición de recaudador de impuestos, con la fama de usureros que todos tenían, y nadie le cedería el lugar para poder ver a Jesús. Se subió a una higuera.

Pero aquí viene también la iniciativa de Jesús que también buscaba a Zaqueo. Pudo pasar de largo porque era uno más que se había colocado en un lugar oportuno para ver pasar el cortejo. Pero Jesús no pasa de largo, Jesús se detiene, Jesús entra en el detalle de ponerse a hablar con el que está subido a la higuera. Ese es el detalle que no siempre nosotros tenemos. Jesús también quería encontrarse con Zaqueo, que también de alguna manera ha venido al encuentro con Jesús, aunque pensara quedarse entre las ramas; pero entre las ramas lo busca Jesús y con él se pone a hablar.

Cuántos detalles nos faltan en tantas ocasiones. Cuántas veces pasamos de largo sin tener ese detalle, con quien nos cruzamos por la calle, con los que están al borde del camino, con quien está allá en su soledad o en sus cosas, con aquel a quien nadie atiende como aquel paralítico de la piscina, con aquel a quien nadie considera o más bien todos discriminan, con aquel que permanece en silencio pero a gritos del alma está manifestando su dolor o su soledad, son tantos con los que podríamos tener detalles, pero pasamos de largo porque vamos a lo nuestro, porque quizá llegamos tarde al templo…

Baja, Zaqueo, que hoy quiero hospedarme en tu casa…’ escucha la gente que le está diciendo Jesús. ¿No había otro lugar más digno entre todos los habitantes de Jericó para que se hospede Jesús que la casa de este pecador y publicano? Es lo que también pensamos muchas veces. Queremos buscar lugares dignos y nos olvidamos de la dignidad de toda persona. Seguimos con nuestras apariencias y con nuestras vanidades. Seguimos con nuestras discriminaciones y con las descalificaciones que seguimos haciendo de los demás.

Pero el camino de Zaqueo y el camino de Jesús han llegado a un punto de encuentro. Más tarde dirá Jesús que ha llegado la salvación a aquella casa. No vamos a entrar en más detalles de todo lo sucedido en aquella comida, que tantas veces hemos comentado. Merece la pena que nos detengamos aquí, y miremos cuales son los detalles y los signos que nosotros podemos realizar y quizá no realizamos. Alguien quizá también está en camino de búsqueda, quizás movido solo por la curiosidad, o movido por otros sentimientos que lleva en el alma, y será necesario que yo también me ponga en camino para que haya ese encuentro, para que a pesar de nuestras búsquedas sin embargo pasemos de largo y no nos encontremos.

¿Comenzaremos de una vez por todas a levantar nuestra mirada porque alguien desde sus ramas de higuera nos está buscando y nosotros también tenemos que ir al encuentro con él? 


lunes, 20 de noviembre de 2023

Tengamos la valentía de reconocer que andamos en oscuridad y tinieblas para pedir que queremos recobrar la luz

 


Tengamos la valentía de reconocer que andamos en oscuridad y tinieblas para pedir que queremos recobrar la luz

1Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64; Sal 118; Lucas 18,35-43

Dice el dicho popular que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Sin embargo nos podríamos preguntar ¿y quién es el que no quiere ver? Porque todos cuando tenemos la más mínima afección en los ojos enseguida acudimos el medico, al óptico, al oftalmólogo porque sería algo muy duro el quedarse ciego y no poder ver.  Qué grande es la alegría, por ejemplo, del que se opera de cataratas, que antes de la cirugía lo veía todo opaco, y después de la operación recobra y con qué fuerza la visión y con qué intensidad se ven de nuevo los colores.

Pero creo que entendemos que esto son solo imágenes de algo más hondo. Porque muchas cegueras nos aparecen en la vida, y muchas veces tenemos que decir que queridas o buscadas. No queremos ver sino lo que nos interesa, decimos en ocasiones; cerramos la mente en nuestras cosas, en nuestros intereses, y no vemos más allá de lo que queremos ver; cuantas diferencias tenemos entre unos y otros porque nos encerramos en nuestra visión, en la perspectiva que nosotros podamos tener y no queremos aceptar la luz o la verdad que puede tener el otro; diferencias que nos llevan a enfrentamientos y hasta violencias, diferencias que crean divisiones, diferencias que nos encierran en nosotros mismos y nos llevan a la descalificación y hasta si pudiéramos la destrucción del adversario.

Cegueras que se nos meten en la vida para quedarnos solo en lo material y en lo presente, en lo que pueda satisfacerme ahora pero sin darle más trascendencia a lo que hacemos o a lo que vivimos, cegueras que nos destierran del ámbito espiritual, o que nosotros voluntariamente hemos descartado, tan importante y necesario en lo que es la visión más completa de la persona y terminan por querer desterrar a Dios de nuestra vida, cegueras que nos aíslan y nos dejan al borde del camino metidos en nuestra rutinas o lo que siempre hemos hecho sin abrirnos a algo mejor y que va más allá de ese momento presente.

El evangelio nos habla hoy de un hombre que está al borde del camino. Las circunstancias de su ceguera allí lo han puesto sin dejarle abrirse a más amplios horizontes. Pedir limosna para poder subsistir es lo que único que sabe hacer. Estratégicamente está colocado en el camino que pasa por Jericó y que conduce a la ciudad santa, por lo que muchos serán los peregrinos que bajando por el Jordán desde Galilea hagan esa travesía en su camino a Jerusalén.

Sin embargo en el borde del camino siempre se pueden escuchar muchas cosas y quien tenga una sensibilidad especial mucho pueda aprender en las cosas que escucha. ¿Habrá oído hablar de aquel profeta de Galilea que hace signos y prodigios y a muchos ha curado también de su ceguera? Cuando escucha el murmullo de la gente que pasa tratará de enterarse bien de lo que sucede y es por lo que pronto clamará ‘Jesús, hijo de David, ten compasión de mí’. Quizás aquellos muy devotos de escuchar al Maestro tratarán de hacerlo callar, para que sus gritos no les impidan escuchar a Jesús, como tantas veces también entre nosotros sucede. ¿Para qué escuchan a Jesús si no son capaces de escuchar, o dejar gritar a aquel pobre ciego que está al borde del camino pidiendo compasión?

Jesús quiere que lo traigan a su presencia y dando tumbos y saltando de alegría se acerca hasta Jesús. El sí lo va a escuchar. ‘¿Qué quieres que haga por ti?’ Había pedido compasión, como la pedía a todos los caminantes esperando alcanzar algo que remediase su pobreza; pero ante Jesús no se contenta con eso. El quiere recobrar la vista. Será como devolverle su dignidad; con visión no tendrá que estar pendiente y a la expectativa de la compasión que alguien pueda sentir por él, podrá valerse por sí mismo como quizás tantas veces había deseado. ‘Señor, que recobre la vista’, fue su petición.

‘Recobra la vista, tu fe te ha curado’, fue la respuesta de Jesús. No fue necesario nada más. Ahora sobraban los signos externos, porque grande era la fe de aquel hombre y sabía bien lo que pedía. Reconocía su impotencia y su ceguera. El mundo se había vuelto oscuro para él y quería la luz. Algunas veces pudiera sucedernos que no queremos la luz, ¿preferimos seguir en las tinieblas para que no se vean nuestras obras oscuras? ¿Preferimos seguir en lo que estábamos porque la luz pondría nuevas exigencias en nuestra vida? Algunas veces no queremos cambiar. Esto siempre ha sido así, se ha hecho así, nos decimos.

¿Tendré la valentía de decir que queremos recobrar la luz? ¿Tendremos suficiente fe que de nuevo nos llenará de luz?

domingo, 19 de noviembre de 2023

Nos sentimos deudores los unos de los otros en esa tarea hermosa de la construcción de nuestro mundo donde cada uno ponemos nuestro propio granito de arena

 


Nos sentimos deudores los unos de los otros en esa tarea hermosa de la construcción de nuestro mundo donde cada uno ponemos nuestro propio granito de arena

Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31; Sal 127; 1 Tesalonicenses 5, 1-6;  Mateo 25, 14-30

Trabajamos y queremos obtener unos beneficios, bien porque la semilla que echamos en la tierra queremos que germine, que crezca y madure para obtener unos frutos, bien porque el trabajo que hacemos queremos que sea debidamente remunerado, bien porque el negocio que emprendamos queremos que tenga éxito y al final podamos obtener unos rendimientos. Queremos, es cierto, que el trabajo sea productivo, que la vida no se nos esterilice y al final nos veamos con las manos vacías.

No todos, es cierto, estamos en el mismo trabajo, no todos tenemos las mismas cualidades y valores, no todos valemos para todo sino que, vamos a decirlo así, cada uno ha de encontrar su camino donde vaya realizando su vida según su propia capacidad, y en consecuencia también serán distintos los rendimientos. 

Lo que realmente ganamos no es que tengamos unos beneficios económicos que sean mayores que los de los demás, sino que la mayor ganancia es la realización de la propia vida en aquello que ha sido capaz de hacer y de vivir. Esto nos plantea, entonces, que no nos podemos quedar ociosos, esperando el fruto de los otros, sino que tenemos que saber hacer fructificar su vida, que además va a tener repercusión en el mundo en el que vive.

Creo que de esto es de lo que nos quiere hablar hoy Jesús con la parábola que nos propone que tantas veces hemos escuchado y reflexionado. Una vez más detengámonos en ella y escuchémosla como palabra de vida para nosotros. Un hombre que al irse de viaje confía sus posesiones o sus riquezas, como queramos verlo, a aquellos servidores suyos que fielmente han estado siempre junto a él. Reparte de manera desigual, pues a uno dará cinco talentos, a otro dos y finalmente al tercero solo un talento. ‘A cada uno según su capacidad’, nos dice la parábola. Y marchó de viaje.

A la vuelta va a pedir a sus servidores que le rindan cuenta de lo que han hecho con aquellos talentos. Ya la parábola nos fue diciendo como tanto el de los cinco talentos como el de dos, pusieron a rendimiento aquellos talentos. El que recibió solamente uno tenía miedo de perderlo - ¿quizás que los negocios salieran mal y se quedara sin nada? – por eso en lugar de negociar, de trabajar lo que hizo fue enterrar el talento. Ya hemos escuchado la reacción de aquel hombre. Alaba a quienes les han sacado rendimiento a lo que le habían confiado cada uno en su medida, mientras no valorará los miedos del tercero, que no lo ha perdido, pero tampoco le ha sacado rendimiento.

Todos entendemos muy bien el sentido de la parábola. ¿La vida que Dios ha puesto en nuestras manos? ¿La responsabilidad que tenemos con el mundo en el que vivimos y donde no podemos hacer dejación de nuestras obligaciones? ¿El descubrimiento de cuáles son en verdad nuestros valores y capacidades sin tener que estar mirando de forma desconfiada o recelosa a las capacidades que puedan tener los demás? Muchas preguntas que tendríamos que hacernos sobre nuestras actitudes y nuestros verdaderos valores por los que tenemos que luchar, o que tenemos que desarrollar.

Lo importante es la actitud que tengamos ante nuestras responsabilidades o las tareas que se nos confían. Claro que hemos de obtener un rendimiento, pero no todos tienen que ser por igual. Cada uno tiene que valorar sus propias capacidades, cada uno ha de saber hacer resaltar sus propios valores; no todos vamos a ser ‘premio Nóbel’ por los grandes descubrimientos que podamos hacer en el camino de la ciencia, pero sí todos somos ‘premio Nóbel’ por la fidelidad con que realizamos lo que tengamos que hacer aunque sea pequeño, aunque no tenga el relumbrón que otros puedan tener. El premio, podíamos decirlo así, lo vamos a tener en nosotros mismos, en nuestro interior, en la satisfacción de la fidelidad de lo que realizamos.

Es esa faceta tan bonita de la vida en la que nos sentimos deudores los unos de los otros en esa tarea hermosa de la construcción de nuestro mundo y donde cada uno ponemos nuestro propio granito de arena. No andaremos nunca con recelos ni desconfianzas porque uno tiene más y otro tiene menos, porque uno es capaz de hacer grandes cosas y otro será el servidor fiel de las cosas pequeñas pero que son parte también de ese conjunto que entre todos estamos construyendo.

Es una invitación a la vigilancia y un aliciente para la esperanza. Todos tenemos que estar atentos para tener el aceite suficiente y que necesitamos para mantener encendida la lámpara, como escuchábamos el domingo pasado. 

Todos tenemos la esperanza de que al final vamos a escuchar la voz que nos llama y nos invita a participar del Reino del Padre, ya sea porque hayamos hecho grandes cosas o ya sea simplemente porque hemos ofrecido un vaso de agua, pero porque lo hicimos, porque mantuvimos esa fidelidad en todo momento vamos a escuchar esa invitación a estar con El para siempre en su reino del cielo.