Cuestión
de fe y cuestión de amor, creer en la vida eterna, es la sorpresa de Dios, no
nos queda sino fiarnos de Jesús y de su Palabra, poner todo nuestro amor para
una vida sin fin
1Macabeos 6,1-13; Sal 9; Lucas 20,27-40
Aquellas cosas que no hemos visto,
aunque nos describan maravillas de ellas, como no las hemos visto, no lo
creemos, o ponemos nuestra imaginación según el concepto que tengamos para de
alguna manera intentar ver, imaginar decimos, cómo quizás nos gustaría que
fuera. Nos pasa en muchas cosas humanas de nuestras relaciones de los unos con
los otros; nos pasa en referencia a los lugares o países que no conocemos, y
aunque hoy tenemos muchos más medios para conocer otros lugares aunque no los
hayamos visitado sigue pudiendo mucho en nosotros nuestra imaginación o la idea
que desde siempre nos hemos forjado.
Y nos sucede en el ámbito de nuestra
fe. Podemos, es cierto, llegar a tener una experiencia de Dios en nuestra vida,
que es lo que fundamentalmente nos hará creer, nos hará tener fe; está, por
supuesto lo que nos han enseñado, cada cual según su propia experiencia fe,
siguiendo la tradición y el mensaje de la Iglesia depositaria de esa revelación
de Dios, pero tenemos que llegar a nuestra propia vivencia, a nuestra propia
experiencia de esa presencia de Dios en nuestra vida que será lo que pondrá
fundamento a esa fe y se transformará en nuestra propia experiencia religiosa y
en el caso nuestro experiencia cristiana.
Pero aun así nos quedan misterios que
resolver. Y en esa búsqueda de Dios y de todo su misterio muchas veces pesa también
mucho nuestra imaginación. Jesús continuamente nos habla de vida eterna, siendo
así la meta a la que caminamos, pero no siempre vamos a tener claro en que
consistirá esa vida eterna. Algo nuevo y distinto que nos ofrece Jesús a
quienes creemos en El y en El queremos vivir para siempre. Nos habla de vida y
de resurrección para quienes creemos en El. Pero ¿cómo será esa vida eterna? ¿Cómo
será esa resurrección?
Y hablamos de resurrección y pensamos
en un volver a la misma vida que teníamos; y hablamos de vida eterna y queremos
que sea feliz y entonces nos imaginamos todo lo bueno que nos ha hecho felices
en esta vida multiplicado por eternidad. Pero vida eterna no es trasplantar
para poder volver a vivir lo que ha sido nuestra vida de ahora. ¿En qué
consiste esa eternidad? Y algunas veces en nuestra débil fe pensamos que hasta
sería algo cansino el estar viviendo lo mismo y de la misma manera, por muy
bueno que sea, para siempre, por toda una eternidad.
Entramos en algo misterioso, donde no
nos queda sino hacer el obsequio de nuestra fe; y fe es confiarnos en aquel en
quien creemos, confiarnos en lo que nos dice aquel en quien hemos puesto
nuestra confianza. Y entonces nos dejamos llevar por esa fe, y nos entran esas
ansias de trascendencia para nuestra vida para vivir una vida sin fin junto a
Dios. ¿No nos ha dicho Jesús que El quiere que nosotros estemos donde está El?
Pero hoy nos dice otra cosa ante lo que
le están planteando los judíos. ‘En este mundo los hombres se casan y las
mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el
mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas
serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y
son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección’. Algo nuevo y
distinto. Algo que solo podremos disfrutar en Dios. Es cuestión de fe y de amor,
creer en Jesús y su palabra para una vida sin fin. ‘No es Dios de muertos,
sino de vivos: porque para él todos están vivos’.
Pueden seguir quizá las dudas en
nuestro interior, porque somos humanos y solo somos capaces de razonar desde
nuestra capacidad, donde también como decíamos ponemos mucha imaginación. Pero
nos fiamos, confiamos, ponemos a juego toda nuestra fe, creemos en la Palabra
de Jesús que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Será
la sorpresa de Dios en su amor infinito para con nosotros.