Dejemos
que Jesús pase por el centro de nuestra vida, nos limpie y purifique, ponga en
orden nuestro corazón
1Macabeos 4,36-37,52-59; Sal.: 1Cro
29,10.11abc.11d-12a.12bed; Lucas 19,45-48
Todos alguna vez habremos tenido la
experiencia de estrenar casa o de estrenar piso; una viviendo nueva que hemos
adquirido, un piso que hemos alquilado, una mudanza que hemos tenido que
realizar quizás por un cambio de domicilio o de lugar de trabajo, diversas
circunstancias; seguramente recordaremos los primeros momentos o los primeros
tiempos de vivencia en aquel nuevo lugar; todo lo teníamos muy ordenado, cada
cosa tenía su sitio, en las habitaciones, en el cuarto de estar, en la cocina,
en cualquiera de los rincones de la casa no veíamos nada desordenado.
Pero fue pasando el tiempo, adquirimos quizás
nuevas cosas, las prisas y carreras entre trabajo, tiempo libre o tiempo de
estar en casa, y ya nos encontramos que no todo estaba en su sitio, por aquí se
amontonan unas cosas, por allá fuimos dejando cosas con la intención de
ponerlas luego en su sitio, pero ya no todo está como lo habíamos planeado al
principio. ¿Necesitaremos un tiempo para organizarnos, para ordenar, para
desprendernos de lo que no tiene utilidad? Seguramente queremos hacerlo, pero
lo vamos dejando para otro momento.
¿Será imagen esto de muchas cosas de
nuestra vida? Nos da qué pensar. En nuestra vida personal, en nuestro propio
interior, en nuestro trabajo de crecimiento espiritual, en lo que tienen que
ser las vivencias fundamentales de la vida, lo que puede ser incluso nuestra
vida familiar o las relaciones con los que nos rodean, en la vida de nuestras
comunidades, muchas cosas que tenemos que poner en su sitio.
Hoy el evangelio nos presenta una
imagen bien significativa. Jesús se puso a ordenar el templo. Se había
convertido en un mercado. Por razones prácticas quizás, por allá andaban los
prestamistas o los cambiadores de monedas, porque las limosnas al templo no se
podían hacer sino en lo que era la moneda propiamente judía y también las arcas
de las ofrendas; pero por otra parte estaban quienes ofrecían los animales para
las ofrendas y los sacrificios, las palomas o las tórtolas, u otros animales
que se sacrificaban en el culto propio del templo cada día. El bullicio de la
gente que paseaba entre los soportales, los maestros de la ley que la
explicaban a los grupos que se formaban a su alrededor. ¿Dónde podía estar el
silencio y el recogimiento para la oración y la maduración de la palabra en el corazón
de cada uno?
El evangelista Lucas, que hoy escuchamos
no es tan descriptivo como los otros evangelistas que nos narran este episodio,
pero lo suficiente para ver la actitud de Jesús ante lo que allí sucedía. ‘Escrito
está: Mi casa será casa de oración; pero vosotros la habéis hecho una cueva de
bandidos’. Mientras expulsaba a los vendedores del templo.
¿No tendríamos que preguntarnos que
cosas habremos metido en el templo de nuestra vida, como si fuéramos también
unos vendedores que acumulamos cosas? Antes, como introducción hablábamos de
ese desorden que con el paso del tiempo acumulamos en nuestras viviendas de
manera que algunas veces no sabemos ni por donde entrar o cuales son en verdad
las cosas importantes que tendríamos que guardar. ¿No será así en la vida de
nuestro espíritu? ¿Cómo andamos de ese materialismo del que nos hemos dejado
impregnar? ¿Cómo andamos de esos resentimientos y recelos que nos atormentan,
de esos celos y envidias que nos envenenan, de esos orgullos o de ese amor
propio que quiere endiosarnos? Podríamos seguir haciéndonos muchas preguntas.
Nos conocemos, cada uno sabe donde están sus flaquezas, sus piedras de
tropezar, nuestras reincidencias, la tibieza y frialdad que nos hiela nuestros
sentimientos y amarga nuestras vidas.
¿No tendremos que dejar que Jesús pase
entre nosotros, por el centro de nuestra vida que hemos llenado de tantas
mezquindades para que sea El quien nos limpie y nos purifique, ponga orden en
nuestro corazón?
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