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lunes, 20 de noviembre de 2023

Tengamos la valentía de reconocer que andamos en oscuridad y tinieblas para pedir que queremos recobrar la luz

 


Tengamos la valentía de reconocer que andamos en oscuridad y tinieblas para pedir que queremos recobrar la luz

1Macabeos 1,10-15.41-43.54-57.62-64; Sal 118; Lucas 18,35-43

Dice el dicho popular que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Sin embargo nos podríamos preguntar ¿y quién es el que no quiere ver? Porque todos cuando tenemos la más mínima afección en los ojos enseguida acudimos el medico, al óptico, al oftalmólogo porque sería algo muy duro el quedarse ciego y no poder ver.  Qué grande es la alegría, por ejemplo, del que se opera de cataratas, que antes de la cirugía lo veía todo opaco, y después de la operación recobra y con qué fuerza la visión y con qué intensidad se ven de nuevo los colores.

Pero creo que entendemos que esto son solo imágenes de algo más hondo. Porque muchas cegueras nos aparecen en la vida, y muchas veces tenemos que decir que queridas o buscadas. No queremos ver sino lo que nos interesa, decimos en ocasiones; cerramos la mente en nuestras cosas, en nuestros intereses, y no vemos más allá de lo que queremos ver; cuantas diferencias tenemos entre unos y otros porque nos encerramos en nuestra visión, en la perspectiva que nosotros podamos tener y no queremos aceptar la luz o la verdad que puede tener el otro; diferencias que nos llevan a enfrentamientos y hasta violencias, diferencias que crean divisiones, diferencias que nos encierran en nosotros mismos y nos llevan a la descalificación y hasta si pudiéramos la destrucción del adversario.

Cegueras que se nos meten en la vida para quedarnos solo en lo material y en lo presente, en lo que pueda satisfacerme ahora pero sin darle más trascendencia a lo que hacemos o a lo que vivimos, cegueras que nos destierran del ámbito espiritual, o que nosotros voluntariamente hemos descartado, tan importante y necesario en lo que es la visión más completa de la persona y terminan por querer desterrar a Dios de nuestra vida, cegueras que nos aíslan y nos dejan al borde del camino metidos en nuestra rutinas o lo que siempre hemos hecho sin abrirnos a algo mejor y que va más allá de ese momento presente.

El evangelio nos habla hoy de un hombre que está al borde del camino. Las circunstancias de su ceguera allí lo han puesto sin dejarle abrirse a más amplios horizontes. Pedir limosna para poder subsistir es lo que único que sabe hacer. Estratégicamente está colocado en el camino que pasa por Jericó y que conduce a la ciudad santa, por lo que muchos serán los peregrinos que bajando por el Jordán desde Galilea hagan esa travesía en su camino a Jerusalén.

Sin embargo en el borde del camino siempre se pueden escuchar muchas cosas y quien tenga una sensibilidad especial mucho pueda aprender en las cosas que escucha. ¿Habrá oído hablar de aquel profeta de Galilea que hace signos y prodigios y a muchos ha curado también de su ceguera? Cuando escucha el murmullo de la gente que pasa tratará de enterarse bien de lo que sucede y es por lo que pronto clamará ‘Jesús, hijo de David, ten compasión de mí’. Quizás aquellos muy devotos de escuchar al Maestro tratarán de hacerlo callar, para que sus gritos no les impidan escuchar a Jesús, como tantas veces también entre nosotros sucede. ¿Para qué escuchan a Jesús si no son capaces de escuchar, o dejar gritar a aquel pobre ciego que está al borde del camino pidiendo compasión?

Jesús quiere que lo traigan a su presencia y dando tumbos y saltando de alegría se acerca hasta Jesús. El sí lo va a escuchar. ‘¿Qué quieres que haga por ti?’ Había pedido compasión, como la pedía a todos los caminantes esperando alcanzar algo que remediase su pobreza; pero ante Jesús no se contenta con eso. El quiere recobrar la vista. Será como devolverle su dignidad; con visión no tendrá que estar pendiente y a la expectativa de la compasión que alguien pueda sentir por él, podrá valerse por sí mismo como quizás tantas veces había deseado. ‘Señor, que recobre la vista’, fue su petición.

‘Recobra la vista, tu fe te ha curado’, fue la respuesta de Jesús. No fue necesario nada más. Ahora sobraban los signos externos, porque grande era la fe de aquel hombre y sabía bien lo que pedía. Reconocía su impotencia y su ceguera. El mundo se había vuelto oscuro para él y quería la luz. Algunas veces pudiera sucedernos que no queremos la luz, ¿preferimos seguir en las tinieblas para que no se vean nuestras obras oscuras? ¿Preferimos seguir en lo que estábamos porque la luz pondría nuevas exigencias en nuestra vida? Algunas veces no queremos cambiar. Esto siempre ha sido así, se ha hecho así, nos decimos.

¿Tendré la valentía de decir que queremos recobrar la luz? ¿Tendremos suficiente fe que de nuevo nos llenará de luz?

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