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sábado, 22 de septiembre de 2012


Desde el silencio una ofrenda de amor que es semilla enriquecedora de nueva vida
Sab. 3, 1-9; Sal. 33; Jn. 12, 24-26

Una pregunta dolorosa para muchas personas y a la que les cuesta encontrar respuesta es el por qué del sufrimiento y la muerte de los inocentes, ya sea desde causas naturales como pueden ser las propias enfermedades y limitaciones, o ya sean impuestas duramente desde el exterior de sí mismas como pueden ser los maltratos, persecuciones o violencias externas. ¿Qué valor puede tener la muerte de un inocente o su sufrimiento? 

Una pregunta a la que desde simples razonamientos humanos nos cuesta encontrar respuesta. Es la pregunta de fondo del paciente Job en el texto sagrado, es la pregunta ante las renuncias y sacrificios a los que nos vemos sometidos en la vida, es la pregunta ante el sufrimiento y muerte de Jesús, o es la pregunta ante, por el ejemplo, la muerte de los mártires de todos los tiempos. 

Y es que sólo desde la fe podemos encontrar iluminación total para nuestra vida y cada una de las situaciones que tengamos que vivir. Una iluminación que nosotros queremos recibir hoy, que buscamos con ansias y con fe, cuando estamos celebrando el martirio de las dos hermanitas que en su vida lo único que hicieron fue amar y servir, humilde y calladamente, dándose y gastándose por sus ancianitos en la consagración que de sus vidas habían hecho a Dios.

Por supuesto, que para encontrar esa luz tenemos que mirar a Cristo, el verdaderamente inocente, que se dio y se entregó hasta el final en la más suprema ofrenda de amor. Y aquel sufrimiento de su pasión y su muerte en la cruz que podría parecer inútil e infecundo para que quien no mira sino efectividades humanas, tuvo ese valor infinito de salvación que puso en camino de vida a nueva a la humanidad entera. Alguien pudiera pensar que hubiera sido más efectivo que la vida de Jesús durara más y tratara de imponer aquel estilo de vida nueva para el mundo, pero no son esas las medidas ni los parámetros de Dios. 

Un grano de trigo que se entierra y se pudre bajo la tierra pudiera parecer que no tiene sentido porque el grano de trigo es para hacer la harina con que confeccionamos el pan que nos alimenta. Sin embargo el grano de trigo enterrado y germinado bajo la tierra será engendrador de nuevas semillas de vida que se multiplican y multiplican para hacer alimento para más personas. 

Jesús se compara a sí mismo como el grano de trigo, hemos escuchado en el evangelio. ‘Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto’. Es el valor de la vida de Cristo. Es el valor que hemos de saber dar a nuestra vida, que no hemos de temer perderla, darla, entregarla para alcanzar una vida que dura para siempre. Por eso nos habla Jesús de que seguirle a El es estregarse a servir como El lo hizo.

‘La vida de los justos está en manos de Dios… la gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia, su partida de entre nosotros como una destrucción, pero ellos están en paz… ellos esperan de lleno la inmortalidad… probados como oro en el crisol, los recibió como sacrificio de holocausto…’. Así nos decía el libro de la Sabiduría que escuchamos en la primera lectura. Es lo que con fe contemplamos realizado en las Hermanitas mártires, beatas Josefa y María Dolores, que hoy estamos celebrando. 

Calladamente, como es siempre la vida de una hermanita que contempla en silencio a Dios y le sirve en sus hermanos los ancianos, vivieron su vida de entrega a Dios y vivieron su martirio. ¿Por qué ellas y no otros u otras? ‘Dios las puso a prueba y las halló dignas de sí’, como dice el texto sagrado. Pasan casi desapercibidas, pero ahí están como una hermosa ofrenda de la congregación al Señor, ahí están  como esa semilla escondida que un día dará mucho fruto, porque sus vidas estaban llenas de mucho amor; y el amor no hace ruido, el amor nos hace humildes y sencillos y nos llevará siempre al servicio y a la donación de nosotros mismos. Son la riqueza grande y callada de la congregación. Y son para nosotros una luz para nuestra vida y un ejemplo para que sigamos también esos caminos humildes y sencillos del amor.

viernes, 21 de septiembre de 2012


Permanecer unidos en fidelidad a Cristo como san Mateo
Ef. 4, 1-7.11-13; Sal. 18; Mt. 8, 9-13

‘Has cimentado tu Iglesia sobre la roca de los apóstoles, para que permanezca ante el mundo como signo de santidad y señale a todos los hombres el camino que nos lleva hacia ti’, así proclamamos con la liturgia en la fiesta de los santos apóstoles. 

Por eso es tan importante para nosotros celebrar la fiesta de un apóstol. A través del año vamos celebrando cada uno de los apóstoles como una proclamación de nuestra fe y al mismo tiempo como un estímulo en ese camino de fe y amor que es nuestra vida cristiana. Hoy precisamente cuando estamos celebrando la fiesta del Apóstol san Mateo hemos pedido que ‘fortalecidos con su ejemplo y con su intercesión, podamos seguirte siempre y permanecer unidos a ti con fidelidad’. 

Seguir al Señor y seguirlo con fidelidad. Ejemplo de prontitud en la respuesta a la llamada del Señor es para nosotros san Mateo. Al pasar ‘vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme. El se levantó inmediatamente y lo siguió’. Supo escuchar en lo hondo de su corazón la llamada del Señor y allí estaba pronto para seguirle. Como un día Pedro y los otros pescadores habian dejado las barcas y las redes y se fueron con Jesús, deja ahora Mateo sus ocupaciones, era cobrador de impuestos, - publicano, como los llamaban los judíos - ‘y se va inmediatamente con Jesús’. 

No importa la condición social cuando el Señor llama. Jesús es el médico que viene a curar no a los sanos sino a los enfermos, como nos dirá hoy mismo. Mateo era un publicano, mal considerado por los judíos al que consideraban un colaboracionista con el poder y a los que tenían por ladrones, pero el Señor quiere contar con Mateo. Como un día quisiera entrar en casa de Zaqueo allá en Jericó y mereciera los comentarios maliciosos de los fariseos y escribas, ahora quiere llevarse con El a Mateo y en Mateo está esa disponibilidad de corazón para no sentirse apegado ni por lo material ni otros condicionamientos. ‘Se levantó inmediatamente y lo siguió’. Una lección para nuestra vida. 

De san Mateo tenemos el primer evangelio. Evangelio de Mateo que quiere reafirmarnos en nuestra fe en Jesús que es el Mesías anunciado por los profetas en el Antiguo Testamento. Hace continuas referencias al Antiguo Testamento para afianzarnos en la seguridad de que Jesús es el Mesias prometido, en quien se cumplen todas las promesas. Así comenzará el evangelio proponiéndonos la ‘genealogía de Jesús, el Mesias, el hijo de David, el hijo de Abrahán…’ Serán muchas las citas del Antiguo Testamento que irán apareciendo a lo largo del evangelio. No podemos hacer en la brevedad de una reflexión homilética un estudio completo de todos estos textos.

Permanecer unidos a Cristo en fidelidad, pedíamos en la oración, para que andemos conforme a la vocación a la que hemos sido convocados, como nos decía el apóstol. Permanecer firmes en nuestra fe que nos exige que cada día tratemos de profundizar más y más en nuestra fe. Dar razón de nuestra fe y nuestra esperanza, que nos enseña la Escritura. Necesitamos esa proclamación firme de nuestra fe y nuestra esperanza ante el mundo que nos rodea, lo que nos exige conocer y profundizar en nuestra fe, ahondar en todo el misterio de Cristo y todo el misterio de Dios.

Vamos a comenzar dentro de unos días el ‘año de la fe’ al que nos ha convocado el Papa Benedicto XVI con motivo del cincuenta aniversario del inicio del concilio Vaticano II. Ya pocos años después de concluido el Concilio el Papa Pablo VI convocó también un año de la fe conmemorando el XIX centenario del martirio de los santos Apóstoles Pedro y Pablo. En su conclusión entonces Pablo VI proclamó el ‘Credo del Pueblo de Dios’, que también nos va a servir mucho en la reflexión que a lo largo de este año nos hagamos. 

Ya tendremos ocasión de hablar más de todo esto. Si ahora hacemos mención es, desde esta fiesta del apóstol y evangelista san Mateo, para sentirnos motivados e impulsados a ese crecimiento de nuestra fe e irnos preparando también para aprovechar este año de gracia que vamos a celebrar. 

jueves, 20 de septiembre de 2012

Comunión plena con el Señor y con los hermanos desde la humildad y el amor

1Cor. 15, 1-11; Sal. 117; Lc. 7, 36-50

Para sentarse alrededor de una mesa para comer es necesario sentir una cierta comunión entre aquellos que allí están sentados, o al menos buscar esa comunión y ese encuentro. Seguramente habremos tenido la experiencia desagradable de sentarnos en una misma mesa y haber alguien que nos ignora o no nos presta ninguna intención, quizá porque no hayamos sido debidamente presentados.

Contemplamos a Jesús que ha sido invitado por un fariseo a su mesa. En torno a ella hay o se acercan diferentes personas. Se me ocurre pensar o preguntarme ¿cuál de todas aquellas personas es la que se siente en mayor comunión con Jesús?

Podríamos pensar en Simón el fariseo que lo invitó o sus amigos que con él estaban sentados en la misma mesa. Sin embargo, pronto nos damos cuenta que todos estaban en una actitud recelosa y de desconfianza con Jesús tratando de ver cuál sería la reacción de Jesús ante la mujer que se acercó sin que nadie la invitara y se puso allí a los pies de Jesús. Allí estaban ellos los que se consideraban puros y santos todos reunidos pensando que ningún pecador los iba a molestar, pero que ahora se sentían molestos por la intromisión de aquella mujer pecadora que se había atrevido a meterse allí entre ellos y llegar hasta Jesús.

Pienso que esta mujer es la que estaba en mayor comunión con Jesús en aquellos momentos, a pesar de que era una pecadora, todos los presentes estaban juzgándola, al menos en su interior, y condenándola, como juzgarán y condenarán a Jesús por la acogida y el perdón que ofrece a aquella mujer pecadora. Y es con ella con la que Jesús manifestará de manera especial su amor y su gracia salvadora.

Era una mujer pecadora. Por eso Simón pensaba que si supiera Jesús quién era la hubiera rechazado. Pero Jesús conociendo sus pensamientos les propone la breve parábola de los dos deudores que fueron perdonados por le prestamista. ‘¿Cuál de los dos lo amará más?’ pregunta Jesús. ‘Supongo que aquel a quien le perdonó más’, le responde el fariseo. Y es cuando Jesús le hace comprender bien el significado de todo aquella que está haciendo aquella mujer. Ha pecado mucho, pero lo reconoce, pero ‘sus muchos pecados serán perdonados, porque ama mucho’.

Todo aquello que la mujer está realizando, lavarle los pies con lágrimas y enjugárselos con su cabellera, el perfume que derrama sobre sus pies, que Jesús presenta como signos de la hospitalidad que Simón debería haber tenido con Jesús pero que no realizó, están manifestando el amor grande de aquella mujer.

Por algo les diría Jesús en una ocasión que ‘los publicanos y las prostitutas se les adelantarían en el reino de los cielos’. Allí están aquellos que se creen puros y santos pero con el corazón lleno de maldad en sus juicios y condenas, en sus desconfianzas hacia Jesús y en sus aires de superioridad, frente a la humildad y el amor de aquella mujer pecadora, que lo reconoce, se humilla, pide perdón y ofrece mucho amor. ¿Quién está en verdadera comunión con Jesús?, nos preguntábamos y ya sabemos la respuesta.

Una hermosa lección para nuestra vida. Una lección que nos enseña a caminar por caminos de humildad y de amor que aunque seamos pecadores la misericordia del Señor se manifestará generosa con nosotros. Es Jesús el pastor que va a buscar la oveja perdida, el médico que viene a curar a los enfermos ofreciéndonos la salud de nuestro espíritu y la salvación. Es Jesús el que vemos acercarse y comer con los publicanos y los pecadores aunque haya muchos que no lo entiendan. Es Jesús el que nos está ofreciendo siempre la generosidad de su perdón y de su amor.

Una hermosa lección para que aprendamos también a ir por la vida con sencillez y humildad de corazón, desterrando de nosotros todo signo de prepotencia o de superioridad, arrojando lejos de nosotros todo pensamiento o juicio condenatorio para los demás, aprendiendo a mirarnos a nosotros mismos para que nunca seamos capaces de tirar la piedra de la condena para nadie, porque tenemos que darnos cuenta que somos los primeros pecadores.

Que sintamos que nuestros muchos pecadores serán perdonados si con humildad nos reconocemos pecadores y al mismo tiempo ponemos mucho amor en nuestra vida. Caminos de humildad y de amor que nos llevarán a la salvación. ‘Tu fe te ha salvado, vete en paz’, nos dirá a nosotros también el Señor.



miércoles, 19 de septiembre de 2012


Un amor que nos acerca a Dios y nos hace parecernos a El
1Cor. 12, 31-13, 13; Sal. 32; Lc. 7, 31-35

‘Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño…’ 

¿Habré acabado en verdad con las cosas de niño? En la medida en que vamos creciendo en la vida y en sus conocimientos, vamos creciendo en madurez porque vamos comprendiendo todo con mayor profundidad y le vamos encontrado un sentido a lo que hacemos y a lo que vivimos. 

Pero hemos de reconocer que no es sólo cuestión del paso de los años, sino de la reflexión honda que nos vamos haciendo dentro de nosotros mismos y vayamos encontrando respuestas a esos por qué profundos que se nos van planteando en la vida. 

¿Será así ese crecimiento en madurez no sólo en lo humano, sino también en lo religioso y en los cristiano? Sería triste que siguiéramos siendo niños, en ese sentido de inmaduros, en nuestra fe y en nuestros sentimientos y comportamientos cristianos. 

En el evangelio Jesús les dice a los judíos, por la forma que tienen de reaccionar y responder al misterio que en El se les va revelando, - nos lo dice a nosotros también, tenemos que analizarlo bien - que se parecen a los niños que juegan en la plaza que aún no saben ni lo que quieren.

San Pablo, en este hermoso y conocido texto - aunque no siempre reflexionado lo suficiente de forma madura - de la carta a los Corintios que solemos llamar el himno o cántico del amor, nos habla de ese amor cristiano y verdaderamente maduro. 

‘Ambicionad los carismas mejores’, nos dice. Y nos enseña cómo el amor tiene que ser como el motor de todo lo que hagamos. Un amor que no se reduce simplemente a hacer cosas buenas, sino que tiene que estar en la motivación más profunda de lo que hagamos. 

Así comenzará diciéndonos algo que nos pudiera parecer contradictorio si no lo reflexionamos bien, porque nos habla hasta de repartir todo lo que tenemos, pero que si no tenemos amor de nada nos sirve. Puedo tener la capacidad de hablar todas las lenguas humanas y angélicas, nos dice, pero que si no tenemos amor seremos como una campana que repiquetea o un platillo que nos aturde.

Nos da a continuación una serie de pautas de cómo tiene que ser ese amor para que sea verdadero. Nunca podremos actuar por el interés, nunca podremos estarle poniéndole límites ni medidas, nunca podremos creernos los mejores y los que más amamos o hacemos el bien. Todo eso desvirtuaría el amor verdadero.

Y es que el amor, como nos enseñado Jesús en el evangelio, tiene que parecerse al amor que Dios nos tiene. El amor de Dios es un amor primero, porque nos ama Dios no porque nosotros le hayamos amado, sino que aunque nosotros no le amemos siempre nos amará el Señor. Así nos enseña san Juan en sus cartas. Pero es un amor generoso y universal porque tenemos que amar sin estar esperando recompensas y es un amor a todos sin diferencia ni distinción, como nos ama el Señor. 

Por eso como nos dice ahora el apóstol es un amor siempre comprensivo; un amor que nos hace estar siempre en actitud de servicio; un amor que es paciente y esperanzado; un amor que siempre nos tiene que llevar a confiar en los demás. Un amor del que se ha desterrado para siempre la envidia, el orgullo, la violencia y la ira. Un amor que no se confunde con la pasión ni la búsqueda de mi yo, porque no puede ser nunca egoísta. Un amor siempre abierto al otro, a la verdad, a hacer el bien. Un amor que es olvidadizo de los males que uno haya podido recibir porque siempre está dispuesto a perdonar y a hacerlo con generosidad. Un amor que nunca echa en cara lo bueno que nosotros podamos estar haciendo. Un amor abierto a lo infinito y a la trascendencia. Un amor que nos acerca a Dios y nos hace parecernos a El.

No es fácil amar así. Es necesario un crecimiento interior muy profundo. Es la madurez humana y cristiana de la que hablábamos y que en la medida que nos vamos llenando de Dios podremos ir alcanzando día a día. Siempre decimos que la fe en Jesús nos conduce a la plenitud de la vida. Es el camino que recorreremos llenándonos de Dios para vivir en su amor y con su amor.

martes, 18 de septiembre de 2012


En la encrucijada de los caminos tenemos que hacer brotar el fogonazo del amor
1Cor. 12, 12-14.27-31; Sal. 99; Lc. 7, 11-17

Las puertas de la ciudad de Naín es una encrucijada de caminos. Y ya no me refiero a los caminos que pudieran llegar desde otros lugares o atravesar estos parajes en diferentes direcciones sino que en este pasaje que nos ofrece hoy el evangelio vemos como allí se van a encontrar diferentes caminos. 

Un camino de vida se acerca a la ciudad, mientras una procesión de muerte, de dolor, soledad y sufrimiento va saliendo de ella. Pero va a surgir un fogonazo inmenso de luz y de amor que todo lo transformará para que desaparezcan las sombras de la muerte y comience a reinar la vida. El evangelio nos lo narra así: ‘iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín … y cuando estaba cerca de la ciudad resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda… al verla Jesús le dio lástima…’

Allí estaba Jesús que siempre va al encuentro del hombre, al encuentro de toda persona, sea cual sea su situación. Con Jesús siempre va la luz y va la vida. Por eso, aquel encuentro, como todos los encuentros con Jesús cuando nos dejamos encontrar por El va a ser un encuentro para la vida. Allí está el amor. Y donde hay amor no puede haber muerte ni dolor; donde hay amor todo se llena de luz y de vida; donde está el amor siempre renace la esperanza. Allí está Jesús. Dios es amor. Sintió lástima, dice el evangelista, se estremecieron las entrañas del amor.

Jesús viene a nuestro encuentro. Cuántas veces caminamos entre las lúgubres tristezas de las sombras de la muerte porque no dejamos entrar el amor en nuestra vida. Y pareciera en ocasiones que nos gusta andar entre esas tinieblas, porque sabemos donde está la luz y no vamos a su encuentro, sabemos como podemos iluminarnos y preferimos nuestros egoísmos, nuestras desganas para amar, o nuestros orgullos.

Los que iban saliendo de la ciudad se pararon cuando Jesús llegó hasta ellos. No podían seguir adelante en aquel camino de sombras si Jesús estaba allí. Se dejaron hacer por Jesús; se dejaron conducir y se acabó la muerte porque Jesús entregó aquel muchacho lleno  de vida a su madre. ‘Levántate’, le dice Jesús. ‘Levántate’ nos está diciendo tantas veces a nosotros, pero cuánto nos cuesta entrar en esa órbita del amor y de la vida.  Tenemos que aprender a abrir nuestros oídos, desentumecer nuestra vida tan aturdida en nuestros desamores. Tenemos que dejarnos resucitar.

Pero es que son caminos que nosotros hemos de saber hacer también; tenemos que aprender de Jesús a ir a esas ‘ciudades de Naín’ de nuestro tan lleno de desamor, de egoísmo y de insolidaridad. Los que creemos en Jesús tenemos que hacer su mismo camino y tenemos que ir llevando esa luz, despertando ese amor, suscitando esos deseos de solidaridad y justicia, resucitando a nuestro mundo muerto que nos rodea. Si no nos empeñamos seriamente en llevar esa vida, podríamos terminar nosotros envueltos en esas garras de muerte. Por eso quien cree en Jesús nunca se cruza de brazos o se queda estático simplemente viendo los problemas de nuestro mundo, o de nuestros hermanos, sin poner su mano para su solución.

Nos lamentamos continuamente con situaciones de crisis y de mal que envuelven nuestro mundo. Pero si cada uno de los que creemos en Jesús en lugar de contentarse con lamentaciones pusiera su granito de arena de amor, de más solidaridad, de más compartir generoso, de más responsabilidad ante los problemas de nuestra sociedad o en el cumplimiento de nuestros deberes, seguro que iríamos resucitando nuestro mundo, transformándolo y despertando mayor solidaridad y justicia en tantos que nos rodean. 

Es una responsabilidad que tenemos. Es una tarea en la que tenemos que empañarnos y haremos un mundo mejor. Es un camino que tenemos que recorrer. Es una luz que tenemos que hacer brillar.

lunes, 17 de septiembre de 2012


La fe necesita caminos de humildad para llegar a Dios
1Cor. 11, 17-26; Sal. 39; Lc. 6, 6-11

La fe necesita caminos de humildad para que nos pueda acercar definitivamente a Dios. La fe es depositar confianza en aquel en quien creemos, porque nos fiamos, confiamos, aceptamos, decimos sí. Pero ese aceptar al otro, al Otro con mayúsculas, porque realmente estamos hablando de fe no sólo en lo humano, sino de fe en Dios, exige humildad, porque es en cierto modo despojarnos de nuestro yo, de nuestro saber o desear para aceptar plenamente a aquel en quien creemos. 

Reconocemos a Dios y reconocemos su grandeza, su ser infinito, su omnipotencia, su sabiduría divina, su amor en quien encontramos sentido para todo. Para eso es necesaria la humildad. La humildad nos llevará a Dios; la humildad nos llevará a conocerle y reconocerle. Pero no es una humildad que nos empequeñece sino todo lo contrario, nos engrandece porque nos va a conducir a Dios y entonces nos va a conducir a caminos de plenitud, la plenitud total de nuestra vida que solo podemos encontrar en Dios. 

Cuando queremos hacer los caminos de nuestra vida no queriendo aceptar esa plenitud mayor que en Dios podemos encontrar volvemos las espaldas a Dios y nos contentamos con decir que solo queremos afirmarnos a nosotros mismos y que para eso no necesitamos a Dios. Grave error en el que se puede caer cuando negamos a Dios. Necesitamos la humildad para saber pedir también el don de la fe. 

Hoy nos encontramos en el evangelio con un hombre que podríamos decir que no necesitaba de nada ni de nadie; era poderoso por su condición y el mismo nos dirá en el relato de los otros evangelistas que tenía poder para mandar y que le obedecieran. Era poderoso pero supo bajar las escaleras de la humildad y de la fe.

La necesidad, el problema de su criado enfermo le hizo abrir los ojos a la trascendencia y comenzar a vislumbrar que podía existir que le diera respuestas a su vida y a sus problemas. Humildemente acude a Jesús. Tan humilde que cuando Jesús quiere incluso ir a su casa para curar a su criado considera que no es digno de que Jesús entre en su casa; tan humilde que ni siquiera se atreve, como nos dice Lucas, a venir él mismo hasta Jesús para pedir la curación de su criado y se vale de unos mediadores. Primero ‘envió a unos ancianos de los judíos para rogarle que fuera a curar a su criado’, y posteriormente cuando Jesús se acerca a su casa envió a otros amigos para decirle ‘Señor, no te molestes, no soy yo quien para que entres bajo mi techo, por eso tampoco me creí digno de venir personalmente. Dilo de palabra y mi criado quedará sano’.

Y Jesús valorará su fe y su humildad. ‘Os digo que ni en Israel he encontrado tanta fe’, dirá Jesús como una alabanza para aquel hombre. ‘El que se humilla será ensalzado’, que nos dirá Jesús en otra ocasión. ‘Derribó del trono a los poderosos y ensalzó a los humildes’, que cantaría María en el Magnificat. Y aquel hombre recibirá el beneficio y la bendición de Dios porque se le concede lo que ha pedido. ‘Al volver a casa los enviados encontraron al criado sano’. 

Qué lección más hermosa para nuestra vida y para nuestra fe. Caminos de humildad para encontrar a Dios, para llenarnos de Dios. Son caminos de reconocimiento de nuestra pequeñez y de la grandeza de Dios. Son caminos de vaciarnos de nosotros mismos para que nuestro corazón pueda estar abierto a Dios. Lo contemplamos hoy en el centurión romano, como lo hemos contemplado en María la Virgen cada vez que la contemplamos y meditamos en su santidad. Dios la hizo grande, su Madre, la Madre de Dios, cuando ella se hacía pequeña porque se consideraba la humilde esclava del Señor.

Las palabras, pero no pueden ser solo las palabras, sino las actitudes profundas del centurión las hemos tomado para repetirlas nosotros, para reflejarlas en nuestra vida cuando nos vamos a acercar a Cristo en la Eucaristía. Es la humildad con que comenzamos siempre la celebración reconociéndonos pequeños y pecadores, y son las palabras de humildad que repetimos momentos antes de comulgar para pedirle una vez más que nos purifique y nos prepare el corazón para recibirle dignamente. Que no sean palabras que repetimos, sino que sean actitudes profundas que tenemos en nuestra vida para poder llegar hasta Dios.

domingo, 16 de septiembre de 2012


Una confesión de fe anuncio comprometido de pascua
Is. 50, 5-9; Sal. 114; Sant. 2, 14-18; Mc. 8, 27-35

Muchas veces la gente se preguntaba quien era Jesús cuando contemplaban los milagros que hacía o escuchaban sus enseñanzas. Se quedaban admirados ante sus obras, intuían que un gran profeta había aparecido entre ellos y acudían de todas partes a escucharle porque su corazón se llenaba de esperanza. Pero en su mayoría no habían llegado a descubrir la verdad de Jesús. ¿Les sucedería igual a aquellos que más cerca estaban de Jesús, a los que había escogido de manera especial?

Ahora es Jesús el que hace la pregunta. Se la hace a los cercanos. Con el grupo de los que están siempre con El marcha incluso casi fuera del territorio de Israel. ‘Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo’. En la cercanías de las fuentes del Jordán. En ocasiones veremos a Jesús cuando va de camino con los discípulos que aprovecha para hablarles y explicarles a ellos de manera especial muchas cosas. 

Ahora pregunta. Son momentos de una especial intimidad y cercanía. ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’ Es como diríamos hoy una encuesta para ver la opinión de la gente. Opiniones variadas. ‘Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas’. 

La presencia de Juan allá en el Jordán había impactado a la gente que acudía a escuchar su palabra y bautizarse en aquel bautismo con que los preparaba para la llegada inminente del Mesías. Pero Herodes lo había metido en la cárcel y lo había mandado decapitar instigado por Herordías y dejándose arrastrar por su cobardía, como ya hemos reflexionado en otras ocasiones. Incluso Herodes llegó a pensar que Jesús era Juan que había vuelto.

Elías era el paradigma de los profetas en tiempos difíciles para Israel y había sido arrebatado al cielo. Vivían con la esperanza de su vuelta, como había expresado otro profeta. Cuando apareció el Bautista, algunos pensaron que era la vuelta de Elías. Ahora hay quien piensa que Jesús es Elías que ha vuelto. 

Pero la mayoría se quedaban con la idea de que era un profeta. Así lo manifestaban cuando contemplaban las obras de Jesús. ‘Un gran profeta ha aparecido entre nosotros’, exclamaron en más de una ocasión. Pero no habían descubierto aún nada más, aunque también algunos le hacían una fuerte oposición. 

Por eso la pregunta ahora va más directa a los discípulos cercanos para que manifiesten que es lo que ellos piensan de Jesús. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Pedro se adelanta a responder. Como en otras ocasiones que dirá que por Jesús está dispuesto a todo. Ahora confiesa la fe que ha nacido en él desde un corazón muy lleno de amor a Jesús. ‘Tú eres el Mesías’. 

Los otros evangelistas darán la respuesta más completa, ‘tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’. Y nos comentarán que Jesús le dice a Pedro que si ha sido capaz de decir eso no lo ha hecho por sí mismo sino porque el Padre se lo ha revelado en su corazón. Marcos nos dirá que ‘les prohibió terminantemente decírselo a nadie’, como cuando la teofanía del Tabor que les dijo que no hablaran de ello hasta que el Hijo del Hombre hubiera resucitado de entre los muertos.

No deben decirlo a nadie para que la gente no entre en confusiones sobre lo que era realmente la misión del Mesías. Ya sabemos lo que pensaban, un Mesías liberador de Israel de la opresión de los romanos, un Mesías con un carácter más político y guerrero que profético. Cuántas confusiones tenemos nosotros también en la cabeza en ocasiones de lo que ha de ser nuestra fe en Jesús. 

Por eso ahora comenzará Jesús a explicarles lo que realmente le va a pasar. ‘El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día. Y se los explicaba con toda claridad’, comenta el evangelista.

Pero si era difícil para ellos entender lo que era la misión del Mesías por la idea que se habían hecho, difícil les era ahora comprender y aceptar las palabras de Jesús que anunciaba su pasión, muerte y resurrección. Esto no le podía pasar a Jesús. Había tanta gente que lo quería, como lo querían ellos, como lo quería Pedro. Era inconcebible que sucedieran esas cosas que anunciaba Jesús. Pedro tratará de quitarle la idea de la cabeza a Jesús.

Jesús lo rechaza. Es como una tentación para él. ‘¡Apártate de mí… tu piensas como los hombres, no como Dios!’ Nuestras maneras de pensar a lo humano. Cuánto les costó a los discípulos darle la vuelta de verdad a su corazón, a sus ideas, a su manera de pensar y actuar. Tantas veces vemos a Jesús enseñar y corregir cuales habían de ser esas actitudes nuevas que tendrían que resplandecer en sus vidas.

Los reconocimientos y las grandezas nos encandilan. El poder es una tentación que está ahí al acecho; y cuando hablamos de poder no será necesario en grandes cosas, pero siempre queremos estar por encima, ser más. Ya Jesús allá en el desierto había sido tentado por el diablo con ese brillo del poder, de la grandeza, del reconocimiento a lo humano y había rechazado las tentaciones. Jesús mismo cuando tenga que enfrentarse a lo que estaba ahora anunciando sentiría también en él la debilidad humana y preferiría no beber el cáliz. Pero estaba por encima el cumplir la voluntad del Padre, aceptar el plan de Dios, realizar la salvación desde la entrega y el amor supremo hasta el final.

Subir el camino de la pascua no siempre es fácil cuando vislumbramos que en esa pascua tiene que haber pasión y muerte para poder llegar a la resurrección. Hacer ese camino de entrega hasta el sacrificio, de la donación total hasta olvidarse de sí mismo no siempre es fácil. Seguir a este Jesús que es el Mesías y Salvador, pero implicando nuestra vida totalmente en ese salvación que El nos da que se tiene que manifestar en una vida nueva en la que hemos de dejar atrás ese hombre viejo de la ambición, del orgullo, de los afanes de grandeza y de superioridad, del egoísmo y de la insolidaridad, no siempre es fácil. Proclamar nuestra fe en Jesús con todas sus consecuencias para que no se quede en palabras bonitas es algo realmente comprometido. 

Por eso a Pedro le asustan las palabras de Jesús. Confiesa, es cierto, su fe en Jesús proclamándolo como el Mesías Salvador y el Hijo de Dios pero eso le exigirá emprender un camino nuevo. Preferiría no oír hablar de esas cosas.  Jesús viene a purificar su pensamiento, su corazón; viene a ayudarle a comprender de verdad por donde tienen que ir el camino del Evangelio, del Reino de Dios. Por eso terminará diciéndole que ‘quien quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga’. 

Es el camino que hace Jesús entregando su vida por amor. Sólo el que es capaz de esa entrega podrá tener vida para siempre, podrá alcanzar la salvación. ‘Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará’. Y nosotros que queremos nadar y guardar la ropa, que queremos seguir haciéndonos nuestras reservas por si acaso, que andamos muchas veces midiendo hasta donde podemos llegar y lo que no podemos traspasar quedándonos en el límite. 

Pero el estilo de los que siguen a Jesús tiene que ser distinto. ‘Sólo los arriesgados, los esforzados, alcanzarán el Reino de los cielos’, como nos dirá en otra ocasión. La generosidad de nuestra entrega, la disponibilidad de nuestro corazón, el entusiasmo que hemos de poner en el seguimiento de Jesús para darlo todo, porque aspiramos a poner nuestro tesoro allí donde no nos lo pueden robar. Cuántas cosas nos enseña Jesús. 

Que nuestra fe no se nos quede en palabras. Confesemos nuestra fe en Jesús pero que se manifieste discesa confesión en las obras de nuestra entrega, de nuestro amor, de nuestro compromiso por un mundo mejor.