Una confesión de fe anuncio comprometido de pascua
Is. 50, 5-9; Sal. 114; Sant. 2, 14-18; Mc. 8, 27-35
Muchas veces la gente se preguntaba quien era Jesús cuando contemplaban los milagros que hacía o escuchaban sus enseñanzas. Se quedaban admirados ante sus obras, intuían que un gran profeta había aparecido entre ellos y acudían de todas partes a escucharle porque su corazón se llenaba de esperanza. Pero en su mayoría no habían llegado a descubrir la verdad de Jesús. ¿Les sucedería igual a aquellos que más cerca estaban de Jesús, a los que había escogido de manera especial?
Ahora es Jesús el que hace la pregunta. Se la hace a los cercanos. Con el grupo de los que están siempre con El marcha incluso casi fuera del territorio de Israel. ‘Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo’. En la cercanías de las fuentes del Jordán. En ocasiones veremos a Jesús cuando va de camino con los discípulos que aprovecha para hablarles y explicarles a ellos de manera especial muchas cosas.
Ahora pregunta. Son momentos de una especial intimidad y cercanía. ‘¿Quién dice la gente que soy yo?’ Es como diríamos hoy una encuesta para ver la opinión de la gente. Opiniones variadas. ‘Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas’.
La presencia de Juan allá en el Jordán había impactado a la gente que acudía a escuchar su palabra y bautizarse en aquel bautismo con que los preparaba para la llegada inminente del Mesías. Pero Herodes lo había metido en la cárcel y lo había mandado decapitar instigado por Herordías y dejándose arrastrar por su cobardía, como ya hemos reflexionado en otras ocasiones. Incluso Herodes llegó a pensar que Jesús era Juan que había vuelto.
Elías era el paradigma de los profetas en tiempos difíciles para Israel y había sido arrebatado al cielo. Vivían con la esperanza de su vuelta, como había expresado otro profeta. Cuando apareció el Bautista, algunos pensaron que era la vuelta de Elías. Ahora hay quien piensa que Jesús es Elías que ha vuelto.
Pero la mayoría se quedaban con la idea de que era un profeta. Así lo manifestaban cuando contemplaban las obras de Jesús. ‘Un gran profeta ha aparecido entre nosotros’, exclamaron en más de una ocasión. Pero no habían descubierto aún nada más, aunque también algunos le hacían una fuerte oposición.
Por eso la pregunta ahora va más directa a los discípulos cercanos para que manifiesten que es lo que ellos piensan de Jesús. ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’ Pedro se adelanta a responder. Como en otras ocasiones que dirá que por Jesús está dispuesto a todo. Ahora confiesa la fe que ha nacido en él desde un corazón muy lleno de amor a Jesús. ‘Tú eres el Mesías’.
Los otros evangelistas darán la respuesta más completa, ‘tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’. Y nos comentarán que Jesús le dice a Pedro que si ha sido capaz de decir eso no lo ha hecho por sí mismo sino porque el Padre se lo ha revelado en su corazón. Marcos nos dirá que ‘les prohibió terminantemente decírselo a nadie’, como cuando la teofanía del Tabor que les dijo que no hablaran de ello hasta que el Hijo del Hombre hubiera resucitado de entre los muertos.
No deben decirlo a nadie para que la gente no entre en confusiones sobre lo que era realmente la misión del Mesías. Ya sabemos lo que pensaban, un Mesías liberador de Israel de la opresión de los romanos, un Mesías con un carácter más político y guerrero que profético. Cuántas confusiones tenemos nosotros también en la cabeza en ocasiones de lo que ha de ser nuestra fe en Jesús.
Por eso ahora comenzará Jesús a explicarles lo que realmente le va a pasar. ‘El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día. Y se los explicaba con toda claridad’, comenta el evangelista.
Pero si era difícil para ellos entender lo que era la misión del Mesías por la idea que se habían hecho, difícil les era ahora comprender y aceptar las palabras de Jesús que anunciaba su pasión, muerte y resurrección. Esto no le podía pasar a Jesús. Había tanta gente que lo quería, como lo querían ellos, como lo quería Pedro. Era inconcebible que sucedieran esas cosas que anunciaba Jesús. Pedro tratará de quitarle la idea de la cabeza a Jesús.
Jesús lo rechaza. Es como una tentación para él. ‘¡Apártate de mí… tu piensas como los hombres, no como Dios!’ Nuestras maneras de pensar a lo humano. Cuánto les costó a los discípulos darle la vuelta de verdad a su corazón, a sus ideas, a su manera de pensar y actuar. Tantas veces vemos a Jesús enseñar y corregir cuales habían de ser esas actitudes nuevas que tendrían que resplandecer en sus vidas.
Los reconocimientos y las grandezas nos encandilan. El poder es una tentación que está ahí al acecho; y cuando hablamos de poder no será necesario en grandes cosas, pero siempre queremos estar por encima, ser más. Ya Jesús allá en el desierto había sido tentado por el diablo con ese brillo del poder, de la grandeza, del reconocimiento a lo humano y había rechazado las tentaciones. Jesús mismo cuando tenga que enfrentarse a lo que estaba ahora anunciando sentiría también en él la debilidad humana y preferiría no beber el cáliz. Pero estaba por encima el cumplir la voluntad del Padre, aceptar el plan de Dios, realizar la salvación desde la entrega y el amor supremo hasta el final.
Subir el camino de la pascua no siempre es fácil cuando vislumbramos que en esa pascua tiene que haber pasión y muerte para poder llegar a la resurrección. Hacer ese camino de entrega hasta el sacrificio, de la donación total hasta olvidarse de sí mismo no siempre es fácil. Seguir a este Jesús que es el Mesías y Salvador, pero implicando nuestra vida totalmente en ese salvación que El nos da que se tiene que manifestar en una vida nueva en la que hemos de dejar atrás ese hombre viejo de la ambición, del orgullo, de los afanes de grandeza y de superioridad, del egoísmo y de la insolidaridad, no siempre es fácil. Proclamar nuestra fe en Jesús con todas sus consecuencias para que no se quede en palabras bonitas es algo realmente comprometido.
Por eso a Pedro le asustan las palabras de Jesús. Confiesa, es cierto, su fe en Jesús proclamándolo como el Mesías Salvador y el Hijo de Dios pero eso le exigirá emprender un camino nuevo. Preferiría no oír hablar de esas cosas. Jesús viene a purificar su pensamiento, su corazón; viene a ayudarle a comprender de verdad por donde tienen que ir el camino del Evangelio, del Reino de Dios. Por eso terminará diciéndole que ‘quien quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga’.
Es el camino que hace Jesús entregando su vida por amor. Sólo el que es capaz de esa entrega podrá tener vida para siempre, podrá alcanzar la salvación. ‘Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará’. Y nosotros que queremos nadar y guardar la ropa, que queremos seguir haciéndonos nuestras reservas por si acaso, que andamos muchas veces midiendo hasta donde podemos llegar y lo que no podemos traspasar quedándonos en el límite.
Pero el estilo de los que siguen a Jesús tiene que ser distinto. ‘Sólo los arriesgados, los esforzados, alcanzarán el Reino de los cielos’, como nos dirá en otra ocasión. La generosidad de nuestra entrega, la disponibilidad de nuestro corazón, el entusiasmo que hemos de poner en el seguimiento de Jesús para darlo todo, porque aspiramos a poner nuestro tesoro allí donde no nos lo pueden robar. Cuántas cosas nos enseña Jesús.
Que nuestra fe no se nos quede en palabras. Confesemos nuestra fe en Jesús pero que se manifieste discesa confesión en las obras de nuestra entrega, de nuestro amor, de nuestro compromiso por un mundo mejor.
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