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jueves, 20 de septiembre de 2012

Comunión plena con el Señor y con los hermanos desde la humildad y el amor

1Cor. 15, 1-11; Sal. 117; Lc. 7, 36-50

Para sentarse alrededor de una mesa para comer es necesario sentir una cierta comunión entre aquellos que allí están sentados, o al menos buscar esa comunión y ese encuentro. Seguramente habremos tenido la experiencia desagradable de sentarnos en una misma mesa y haber alguien que nos ignora o no nos presta ninguna intención, quizá porque no hayamos sido debidamente presentados.

Contemplamos a Jesús que ha sido invitado por un fariseo a su mesa. En torno a ella hay o se acercan diferentes personas. Se me ocurre pensar o preguntarme ¿cuál de todas aquellas personas es la que se siente en mayor comunión con Jesús?

Podríamos pensar en Simón el fariseo que lo invitó o sus amigos que con él estaban sentados en la misma mesa. Sin embargo, pronto nos damos cuenta que todos estaban en una actitud recelosa y de desconfianza con Jesús tratando de ver cuál sería la reacción de Jesús ante la mujer que se acercó sin que nadie la invitara y se puso allí a los pies de Jesús. Allí estaban ellos los que se consideraban puros y santos todos reunidos pensando que ningún pecador los iba a molestar, pero que ahora se sentían molestos por la intromisión de aquella mujer pecadora que se había atrevido a meterse allí entre ellos y llegar hasta Jesús.

Pienso que esta mujer es la que estaba en mayor comunión con Jesús en aquellos momentos, a pesar de que era una pecadora, todos los presentes estaban juzgándola, al menos en su interior, y condenándola, como juzgarán y condenarán a Jesús por la acogida y el perdón que ofrece a aquella mujer pecadora. Y es con ella con la que Jesús manifestará de manera especial su amor y su gracia salvadora.

Era una mujer pecadora. Por eso Simón pensaba que si supiera Jesús quién era la hubiera rechazado. Pero Jesús conociendo sus pensamientos les propone la breve parábola de los dos deudores que fueron perdonados por le prestamista. ‘¿Cuál de los dos lo amará más?’ pregunta Jesús. ‘Supongo que aquel a quien le perdonó más’, le responde el fariseo. Y es cuando Jesús le hace comprender bien el significado de todo aquella que está haciendo aquella mujer. Ha pecado mucho, pero lo reconoce, pero ‘sus muchos pecados serán perdonados, porque ama mucho’.

Todo aquello que la mujer está realizando, lavarle los pies con lágrimas y enjugárselos con su cabellera, el perfume que derrama sobre sus pies, que Jesús presenta como signos de la hospitalidad que Simón debería haber tenido con Jesús pero que no realizó, están manifestando el amor grande de aquella mujer.

Por algo les diría Jesús en una ocasión que ‘los publicanos y las prostitutas se les adelantarían en el reino de los cielos’. Allí están aquellos que se creen puros y santos pero con el corazón lleno de maldad en sus juicios y condenas, en sus desconfianzas hacia Jesús y en sus aires de superioridad, frente a la humildad y el amor de aquella mujer pecadora, que lo reconoce, se humilla, pide perdón y ofrece mucho amor. ¿Quién está en verdadera comunión con Jesús?, nos preguntábamos y ya sabemos la respuesta.

Una hermosa lección para nuestra vida. Una lección que nos enseña a caminar por caminos de humildad y de amor que aunque seamos pecadores la misericordia del Señor se manifestará generosa con nosotros. Es Jesús el pastor que va a buscar la oveja perdida, el médico que viene a curar a los enfermos ofreciéndonos la salud de nuestro espíritu y la salvación. Es Jesús el que vemos acercarse y comer con los publicanos y los pecadores aunque haya muchos que no lo entiendan. Es Jesús el que nos está ofreciendo siempre la generosidad de su perdón y de su amor.

Una hermosa lección para que aprendamos también a ir por la vida con sencillez y humildad de corazón, desterrando de nosotros todo signo de prepotencia o de superioridad, arrojando lejos de nosotros todo pensamiento o juicio condenatorio para los demás, aprendiendo a mirarnos a nosotros mismos para que nunca seamos capaces de tirar la piedra de la condena para nadie, porque tenemos que darnos cuenta que somos los primeros pecadores.

Que sintamos que nuestros muchos pecadores serán perdonados si con humildad nos reconocemos pecadores y al mismo tiempo ponemos mucho amor en nuestra vida. Caminos de humildad y de amor que nos llevarán a la salvación. ‘Tu fe te ha salvado, vete en paz’, nos dirá a nosotros también el Señor.



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