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jueves, 31 de diciembre de 2009

Un momento para la bendición y alabanza al Señor en el final del año

No es que queramos dejar de lado el mensaje que nos ofrece la Palabra de Dios hoy proclamada, pero sí podríamos, sin embargo, hacernos unas breves consideraciones en torno al año que termina. Si en el atardecer de la vida seremos examinados de amor, en expresión tan hermosa de san Juan de la Cruz, en el atardecer del año que termina podríamos hacernos un examen de amor. Un examen que siempre tendrá que llevarnos a bendecir al Señor que tanto nos regala con su amor.
Cuando la gente termina etapas de su vida o de la gestión de las responsabilidades que tiene hace balance para ver cuál es su situación. Un año, podemos decir, es una etapa de la vida y el final del año puede ser ocasión para ese balance, mientras otros se lo toman sólo como ocasión de una fiesta por un año que se despide y por otro que se inicia. No juzgamos a nadie, pero sí queremos hoy en nuestra celebración hacer como ese balance porque para nosotros puede ser una buena ocasión para la alabanza al Señor.
Del Señor es el tiempo y la eternidad. Ha transcurrido un año más de nuestra vida. Esa vida que se ha ido desgranando día a día con sus momentos felices y de dicha y también con momentos quizá no tan buenos, pero una vida que reconocemos como un don de Dios. Un don precioso por el que tenemos que bendecir siempre al Señor y darle gracias.
Tenemos más o menos años; gozamos de buena salud o ya quizá nuestro cuerpo no nos va respondiendo como nosotros quisiéramos; podemos valernos por nosotros mismos o quizá tendremos que depender de alguien que nos ayude. Otros podemos realizar nuestras actividades normales y desempeñamos una responsabilidad… Hay vida en nosotros. Vivimos. Podemos estar rodeados de nuestros seres queridos en el lugar donde siempre hemos vivido o estamos aquí en este centro que nos acoge porque por las diferentes circunstancias de la vida ésta es nuestra situación. (Decir para los que leen en internet esta reflexión que ha sido preparada en especial teniendo en cuenta los centros de ancianos donde realizo mi labor, pero a todos nos puede valer)
Siempre, sin embargo, tiene que surgir nuestra acción de gracias al Señor. Por lo que podemos hacer por nosotros mismos o por lo que recibimos de los otros. Nuestros corazones tienen que llenarse de gratitud y tiene que surgir siempre nuestra alabanza al Señor ya que recibimos o tenemos, nos viene de Dios, dador de todo bien.
De El venimos, hacia El vamos y en El vivimos. Es nuestra actitud creyente que tiene que estar presente en nuestra existencia. Podemos decir que esa vida que tenemos son unos talentos que Dios ha puesto en nuestras manos, recordando la parábola del evangelio, y que tenemos, con la ayuda del Señor, hacer fructificar. Sea cual sea nuestra situación a la vida hemos de darle un sentido y un valor que se va a manifestar en cómo vivimos, en lo que hacemos, en las responsabilidades que desempeñamos, en lo bueno que hacemos por los demás, o a favor de nuestra sociedad. El Señor nos puede pedir que le rindamos cuentas, como en la parábola de los talentos, de cómo en el año que termina hemos hecho fructífera nuestra vida, esa vida que Dios ha puesto en nuestras manos.
En esta celebración de hoy, en este final de año, queremos recordar en la presencia del Señor eso bueno que hemos vivido. Tenemos la tentación muchas veces de cargarnos con tintes negros y sólo ver cosas negativas en la vida. Las habrá porque así somos limitados y pecadores pero vamos a recoger en ramillete esas flores de las cosas buenas que hayamos vivido y hemos realizado para presentarle al Señor esta ofrenda de amor de nuestra vida. Cada una mire su vida y lo bueno que hay en ella, recoja esas flores bellas y preséntelas en bello ramo al Señor.
El Señor va a dirigirnos una mirada complaciente y de amor porque El sí sabe valorar siempre hasta lo más pequeño que hayamos hecho. El Señor vuelve su mirada sobre nosotros y nos bendice con su paz como El siempre sabe hacer. Se regocija en nuestras obras, se siente bendecido con nuestro amor.
Es cierto que podríamos haber sido mejores, haber puesto más amor en nuestra vida, haber hecho las cosas mejor, no haber tenido tantas omisiones de cosas buenas y haber evitado lo malo que hayamos podido realizar. Cada uno se examine. Pero sabemos que la mirada del Señor es siempre una mirada de misericordia.
En el sentimos su aliento y su paz, y desde El nos sentimos impulsados para esos buenos propósitos que nos hacemos para el año nuevo. Es momento, pues, también de implicarnos en ese proyecto de amor de nuestra vida para el año que comienza. Que todo lo que hagamos sea siempre una bendición para el Señor, porque reconocemos sus bendiciones y porque todo lo que hagamos sea siempre para la gloria del Señor. A El la bendición, la alabanza y la acción de gracias en todo momento y por toda la eternidad.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Un pueblo creyente que alaba a Dios en su venida y lo anuncia al mundo

1Jn. 2, 12-17
Sal. 95
Lc. 2, 36-40


El texto del evangelio sigue enmarcado en la escena de la Presentación de Jesús en el Templo.
Ayer nos fijábamos en el anciano Simeón que es la imagen de la esperanza, de la esperanza cierta y de la esperanza que se ve cumplida, como ya ayer reflexionábamos. Con los ojos del que sabe descubrir los misterios de Dios, con los ojos de la fe profunda y de la esperanza que anima su vida, supo descubrir, en aquel niño que aquel joven matrimonio está presentando al Señor, al Mesías de Dios.
Hoy contemplamos a otra anciana, paradigma, podemos decir, del pueblo creyente que ora con esperanza e insistencia pidiendo la venida del Señor, del Mesías. ‘No se apartaba del templo día y noche sirviendo a Dios con ayunos y oraciones’, nos dice el texto sagrado.
Pero es también imagen del pueblo creyente que se encuentra con el Señor y da gracias con alegría y lleva la noticia a los demás. ‘Acercándose en aquel momento – cuando los padres hacen la presentación del Niño al Señor y cuando el anciano Simeón proféticamente reconoce al Mesías, alaba al Señor y profetiza también cosas para la Madre acerca de aquel niño – Ana daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel’.
Dos cosas: bendice a Dios y habla del Niño. Dos aspectos muy importantes y significativos. Dos aspectos que tienen que entrar en relación con las celebraciones que nosotros estamos viviendo en estos días. Nos acercamos también nosotros en este momento para celebrar la Navidad como lo venimos haciendo. No terminamos de alabar y bendecir al Señor. Seguimos celebrando la Navidad y en nuestro corazón y vida sigue presente esa alabanza y esa bendición. Y no podemos terminar, no nos podemos cansar de hablar del Niño a los demás, de anunciar lo que celebramos y vivimos nosotros desde nuestra fe.
Dios se ha compadecido de nosotros – que eso significa el nombre de Ana = compasión – y nos ha enviado al Salvador. Es lo que tenemos que comunicar. Es lo que queremos hacer cuando con sentido nos felicitamos nosotros estos días. Nuestra felicitación navideña no puede ser simplemente algo formal, sino que en cierto modo tiene que ser una confesión de fe y un anuncio.
Estamos diciendo que creemos en Jesús que es nuestro Salvador. Estamos comunicando a los demás esa Buena Noticia y les estamos invitando a que se unan a nuestra alegría y a nuestra fiesta porque alcanzamos la salvación, porque viene el Señor que nos salva. Es nuestra certeza y nuestra convicción de la que queremos hacer partícipes a los demás.
Una palabra final para fijarnos en el sentido de lo que hemos escuchado en la carta de san Juan. ¿A quiénes escribe el Apóstol? A los que se sienten perdonados, a los que tienen el conocimiento de Dios, a los que se sienten vencedores del mal con la victoria de Cristo. Habla a los padres, a los jóvenes, a todos los creyentes animándolos con palabras de aliento y esperanza, a los que son fuertes frente a toda tentación y adversidad, y a los que sienten viva la Palabra del Señor en sus vidas.
Pero también nos previene: no nos dejemos contaminar por el espíritu del mundo, por el espíritu de la maldad y del pecado: ‘las pasiones del hombre terreno, la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero’. Cuando se nos desbordan nuestras pasiones o cuando nos dejamos esclavizar por el materialismo y el egoísmo no estamos caminando por caminos de luz, sino de maldad. Pero nosotros somos vencedores en Cristo, que para eso El nos ha liberado. Vivamos, pues, como vencedores, no dejando introducir el mal y el pecado en nuestra vida.

martes, 29 de diciembre de 2009

Las profecías se realizan, las promesas de Dios se cumplen también en el hoy de nuestra vida

1Jn. 2, 3-11
Sal. 95
Lc. 2, 22-35


Las profecías anunciadas tienen se realización segura y las esperanzas su cumplimiento. Es algo que podemos afirmar con pleno convencimiento sobre todo con lo que estamos celebrando en estos días, el nacimiento del Señor, la Navidad del Señor. No sólo como la celebración de un recuerdo histórico sino en el pleno sentido que tiene la celebración cristiana donde hacemos vida, vivimos en el hoy de nuestra vida lo que celebramos.
En las lecturas que vamos escuchando estos días del tiempo de la Navidad, aparte las grandes celebraciones, iremos escuchando por una parte en la primera lectura la carta primera de san Juan y en el Evangelio completaremos todo lo que san Lucas nos narra de los hechos de la infancia de Jesús.
Hoy en el evangelio escuchamos el relato de la presentación de Jesús en el templo. Vamos a fijarnos en algunos aspectos. Nos habla de Simeón. ‘Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, honrado y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel…’ Es la imagen de la esperanza, de la esperanza cierta y de la esperanza que se ve cumplida. El Espíritu del Señor le había hecho sentir en su interior ‘que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor’.
Esas promesas de Dios se cumplen. ‘Impulsado por el Espíritu Santo fue al templo’. Allí lo que se va a encontrar le va a llenar de alegría y de gozo. Con los ojos del que sabe descubrir los misterios de Dios, con los ojos de la fe profunda y de la esperanza que anima su vida, va a descubrir en aquel niño que aquel joven matrimonio está presentando al Señor al Mesías de Dios.
Ya puede morir. Las profecías se han realizado. Las promesas que el Señor le hizo se han cumplido. ‘Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel’.
Allí está el Mesías de Dios, el Enviado, el Ungido, el Salvador, la luz y la gloria. Allí está Jesús, de quien el ángel dijo que se llamaría así porque salvaría a su pueblo de sus pecados. ‘¡Puedes dejar a tu siervo irse en paz…!’
¿No es eso lo que estamos celebrando? ¿No es eso lo que estamos viviendo en estos días? Ha llegado la salvación, para nosotros todo es luz y es vida, todo es gracia y salvación. Ya nuestra vida es distinta, tenemos que estar llenos de luz; lejos de nosotros las tinieblas del pecado y de la muerte. ¿No hemos comenzado a amarnos más en estos días? Es lo que en verdad tenemos que estar realizando porque estamos viviendo la Navidad.
Si no fuera así, como nos dice san Juan hoy en su carta, seríamos unos mentirosos, unos embusteros. ‘Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano, permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a donde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos’.
Tendría que hacernos pensar. Es para leerlo una y otra vez y mirar su vida para saber si está en las tinieblas o está en la luz. Pidámosle al Señor que seamos capaces de estar en la luz, que nos dé capacidad para amar y amar de verdad a nuestros hermanos.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Santos Inocentes, mártires de la fidelidad, testigos de Jesús

1Jn. 1, 5-2, 2
Sal. 123
Mt. 2, 13-18


La cruz del calvario no está lejos de la gruta de Belén. Es el primer pensamiento que se me ocurre cuando hoy estamos celebrando el martirio de los Santos Inocentes en la cercanía de la celebración de la navidad y de la alegría del nacimiento de Jesús. Nos recuerda una vez más que este niño que contemplamos nacido en Belén, que es el Hijo de Dios hecho hombre, es nuestro Salvador y Redentor, el que derramará su sangre para la redención de nuestros pecados. ‘La sangre de su Hijo Jesús nos lavará de nuestros pecados’, nos ha recordado hoy la carta de san Juan.
Hemos escuchado el relato en el evangelio. Herodes había pedido a los Magos llegados de Oriente que volvieran de Belén para darle noticias del recién nacido Rey de los judíos que ellos buscaban, porque él quería también ir a adorarle. Pero los Magos marcharon por otro camino iluminados desde el cielo por el ángel del Señor. Será también el ángel del Señor el que alerte a José para que marche a Egipto ante lo que Herodes pretendía hacer. ‘Un grito se oye en Ramá: llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora a sus hijos, y rehúsa el consuelo porque ya no viven’ es el oráculo del profeta Jeremías que recuerda el evangelista ante la matanza cruenta de tantos inocentes.
En el Apocalipsis cuando se nos habla del ‘cántico nuevo de los ciento cuarenta y cuatro mil rescatados de la tierra’, se nos señalará que ‘éstos son los que siguen al Cordero a dondequiera que va, los rescatados de los hombres como los primeros frutos para Dios y para el Cordero…’ Así vemos hoy coronados de gloria a estos niños inocentes, los primeros en derramar su sangre y que forman parte ya de esa brillante multitud de los mártires a los que nosotros queremos unirnos también para alabar al Señor. ‘A ti, oh Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos. Te ensalza la brillante multitud de los mártires’, que proclamamos en el Aleluya de aclamación al Evangelio.
Cuando celebramos hace un par de días el martirio de Esteban queríamos recordar también a los mártires, testigos que siguen dando testimonio hasta derramar su vida a través de todos los tiempos y también nuestros tiempos actuales. Hoy queremos ampliar un poco aquel pensamiento en la contemplación de los Santos Inocentes. Cuántos también de forma inocente van perdiendo su vida desde muertes violentas y siempre innecesarias, o entregando su vida por una fidelidad mantenida hasta la muerte.
Al contemplar la crueldad de Herodes siempre pensamos en tantos Herodes de todos los tiempos, o cuántos Herodes de nuestro tiempo que hacen perder vidas inocentes. El primer pensamiento siempre es el de tantas criaturas a las que se les siega la vida con el aborto, porque ahí en el seno de una madre hay una vida, una vida inocente y que sin embargo es masacrada de una forma tan terrible.
Víctimas inocentes en tantos que pierden su vida de forma violenta, y sea quien sea el que pierde su vida de esta manera, tenemos que decir que es una víctima inocente, porque nadie tiene derecho a quitar la vida de nadie y menos de forma violenta.
Pero, como decíamos, pensamos también en los que pierden su vida como consecuencia de su fidelidad; fidelidad a su fe, fidelidad a la verdad, fidelidad en su trabajo por la justicia y la paz, fidelidad en tantos trabajos nacidos del amor y de la solidaridad que les llevará a entregarse hasta el final. Este es un tema que podría ampliarse con muchos detalles, pero creo que caemos en la cuenta bien de lo que queremos decir.
En ese camino de fidelidad a la fe, a la condición cristiana y al seguimiento de Cristo y pertenencia a la Iglesia, como hemos comentado en alguna ocasión podemos pensar en tantos que en muchos lugares del mundo son perseguidos por ser cristianos. En nombre de fundamentalismos religiosos en muchas partes se les hace la vida imposible a los cristianos, o incluso llegan a perder su vida. Y son cosas que siguen sucediendo hoy en estos mismos días en la India, en Irak, y en otros muchos países.
Que el Señor nos dé valentía y firmeza en nuestra fe. Que seamos capaces de mantener nuestra fidelidad hasta el final. Que aquí donde estamos demos siempre valientemente este testimonio de nuestra fe. Se necesitan testigos.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Hogar y familia de Nazaret donde quiso habitar Dios hecho hombre

1Sam. 1, 20-22.24-28;
Sal. 83;
1Jn. 3, 1-2.21-24;
Lc. 41-52


Grandes son los esfuerzos de muchos hogares, por no decir la mayoría o todos, por hacer de estos días de Navidad una hermosa fiesta familiar. Cuántos preparativos para la cena y para el encuentro familiar, tenemos que reconocer.
Aunque la Navidad es mucho más que todo eso, no podemos dejar de alabar todo lo que se hace para que estos días la familia se reúna, viva con alegría de fiesta todos esos encuentros y se logre esa bonita armonía de nuestras familias en un encuentro hermoso de los hijos con los padres, de los hermanos entre sí, cuando muchas veces sean las circunstancias de la vida las que nos puedan llevar a vivir en sitios distantes o con otras lejanías de corazón que pueden ser mucho más dolorosas.
Con este punto de partida en medio de la celebración de la Navidad para este domingo cercano al Nacimiento del Señor la Iglesia nos invita a celebrar el día de la Sagrada Familia. Aquel hogar de Nazaret formado por aquel joven matrimonio de José y María con su hijo Jesús.
No es para nosotros una familia ni un hogar cualquiera. Fue el hogar donde Dios quiso venir a habitar de una manera especial cuando el Hijo de Dios se hace hombre y nace de María Virgen para ser nuestro Salvador. Viene a ser para nosotros por esa inhabitación especial de Dios en él un hogar tipo y modelo de nuestros hogares, una familia para nosotros sagrada y el mejor modelo de nuestra familia cristiana.
Allí nació, creció y se desarrolló como hombre el Hijo de Dios. Allí vivió el Hijo del Hombre, Cristo Jesús, sujeto a la autoridad de los padres, quien tiene el poder sobre todo el universos y que nosotros proclamamos como Rey del universo y Señor de la historia y del hombre. ‘El bajó con ellos a Nazaret, nos contaba hoy el evangelio, y siguió bajo su autoridad… y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres’.
Muchas consideraciones podemos hacernos sobre la realidad de la familia y de nuestros hogares a la luz de aquella Sagrada Familia de Nazaret. Podríamos pensar en los peligros a que se ve sometida la estabilidad de la familia en los momentos que vivimos. Siempre el egoísmo de los hombres – porque así estamos sometidos a la tentación y al pecado – puede poner en peligro lo que tiene que estar fundamentado sobre el amor.
Y la familia es la más perfecta comunidad de vida y amor en cuanto comunión intima de vida y amor, fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lugar primario de humanización de la persona y de la sociedad, cuna de la vida y de la sociedad. Así nos enseña la doctrina de la Iglesia y nos recordaba por ejemplo el Papa el pasado año en el mensaje para la jornada mundial de la paz. Con razón, nos decía, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, una institución divina, fundamento de la vida de la persona y prototipo de toda organización social.
Tenemos que cuidar nuestros hogares y nuestras familias porque de ella dependen muchas cosas. Es ahí en el hogar, en la familia donde crecemos y maduramos como personas, aprendemos lo que es el verdadero amor y el verdadero sentido de la vida, lo que nos va a llevar a caminos de felicidad y también de plenitud de la persona. Todo lo que le haga perder estabilidad nos pone en peligro cosas esenciales de nuestro vivir.
Estamos celebrando esta fiesta de la Sagrada Familia en el marco de la Navidad y nos hace reflexionar y orar por nuestras familias y nuestros hogares. Decíamos al principio que la navidad es ocasión para el encuentro de las familias y de todos sus miembros cuando tantas veces en la vida andamos distanciados. Como decíamos no son tanto las distancias físicas, cuando las distancias del corazón. Y es eso lo que tenemos que aprender a superar, a corregir, a buscar la manera del acercamiento y el encuentro, porque es bien doloroso cuando en las propias familias ponemos barreras de poco entendimiento entre sus miembros.
Los cristianos, que amamos nuestra familia y tenemos como modelo y ejemplo la Sagrada Familia de Nazaret como hoy estamos celebrando, tenemos que hacer una defensa grande y valiente de la familia frente a los peligros múltiples que la acechan en nuestra sociedad. No son guerras lo que tenemos que hacer sino manifestar valientemente la unidad de nuestras familias como testimonio de que esa unidad familiar y ese amor para siempre es posible.
Qué importante que en nuestros hogares cristianos se siga enseñando a amar a Dios y se sepa trasmitir a los más jóvenes estos valores y principios cristianos. Unos padres que enseñan el nombre de Dios Padre a sus hijos, que les enseñan a amar a Jesús y que les muestran en el testimonio de sus propias vidas lo que es el amor, la comprensión, la unidad, el perdón. Una familia cristiana es la mejor escuela de la fe y del amor a Dios y a los demás, donde se enseña a alabar y bendecir al Señor cada día cada día y en cada acontecimiento. Por algo se le llama a la familia cristiana verdadera iglesia doméstica.
Nos tiene que doler muy fuerte en el corazón cuando vemos tantos matrimonios rotos y tantas familias destrozadas, y algunas veces nos sucede en nuestra propia cercanía. Qué importante la acogida amorosa que cure heridas, qué necesario el bálsamo y la medicina de la oración para que se puedan recomponer tantos rotos y para que el Señor a unos y a otros dé su luz y su gracia.
Hoy queremos orar por nuestras familias y por nuestros hogares para que se mantengan siempre así en esa comunión de vida y amor. Pero oramos por todas las familias, y oramos por los hogares rotos con tantos sufrimientos que se originan en el propio matrimonio y en los hijos. Oramos para que en nuestra sociedad se defienda y promueva el verdadero valor de la familia. Oramos para que el Señor ilumine a nuestros gobernantes y dirigentes de la sociedad para que descubran su valor y trabajen seriamente para que no se pierdan esos valores.
Pero tiene que ser un día de fiesta y de alegría en nuestros hogares. Una ocasión también para la acción de gracias al Señor recordando tantas maravillas como el Señor realiza entre nosotros y en nuestras propias familias. Que sintamos cómo el Señor quiere habitar también nuestras familias y en nuestros hogares como estaba en aquel hogar de Nazaret. Que el Señor sea siempre bendito.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Esteban, un testigo del misterio pascual de Cristo, celebrado en Navidad

Hechos, 6, 8-10; 7, 54-59
Sal. 30
Mt. 10, 17-22


En este primer día después de la celebración de la navidad del Señor, cuando estamos inmersos viviendo intensamente la octava de la Navidad la Iglesia nos ofrece hoy la celebración de la fiesta de san Esteban, protomártir, el primer mártir en derramar su sangre por el nombre de Jesús.
El fue uno de aquellos ‘siete varones de buena reputación, llenos de Espíritu Santo y sabiduría, a los cuales dedicaron al servicio de la diaconía de la comunidad’ mientras los apóstoles se dedicaban en especial a la oración y al servicio de la Palabra. De Esteban el libro de los Hechos volverá a decirnos que era ‘hombre lleno de fe y de Espíritu Santo’, y en el texto que hoy hemos escuchado se nos dice que también estaba ‘lleno de gracia y poder’.
A Esteban lo vemos ya no sólo dedicado al servicio de los huérfanos y las viudas para lo que en principio había sido elegido, sino que lo vemos pronto anunciando la Buena Nueva de Jesús en las sinagogas, pero al que ‘no podían resistir por la sabiduría y el espíritu con que hablaba’, realizando ‘grandes signos y prodigios en medio del pueblo’.
Se encontrará así la oposición que le llevará a la muerte y al martirio siendo apedreado como hoy hemos escuchado. Es el pronto cumplimiento de lo anunciado por Jesús en el evangelio. ‘Os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles… el Espíritu de vuestro Padre celestial hablará por vosotros’.
Ya hemos escuchado el relato de su martirio en el texto de los Hechos de los Apóstoles. Repite las palabras y los gestos de Jesús en la cruz, perdonando y disculpando a los que le apedrean y poniendo su espíritu en las manos del Señor. ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu… no les tengas en cuenta este pecado’. Qué bien aprendió la lección de Jesús en la cruz.
Nos pudiera extrañar el por qué la liturgia nos propone concretamente en este día el martirio de san Esteban, tan cercano o tan dentro de las celebraciones de la Navidad. ¿Quizá una muestra o una señal de hasta donde tiene que llegar el testimonio que demos por el nombre de este Niño que contemplamos recién nacido en Belén?
También podría recordarnos algo más, y es que no podemos separar este misterio sacrosanto de la Encarnación de Dios y de su Nacimiento de María Virgen en Belén, del Misterio Pascual. Nunca podremos disociarlo. Ese Jesús, a quien los ángeles ya desde el primer momento llaman el Mesías y el Señor, es nuestro Salvador y Redentor, quien había de pasar por la pascua de su pasión y su muerte, y de su resurrección precisamente por nuestra salvación.
No nos quedamos en nuestra fe en un Jesús niño, en un Dios niño, sino que siempre tenemos que contemplar al Cristo de nuestra fe que es el Cristo muerto y resucitado. Demasiado algunas veces infantilizamos nuestra fe quedándonos en una fe muy pobre cuando quizá sólo nos preocupamos de celebrar al Niño nacido en Belén y no ponemos toda nuestra fe y la radicalidad de nuestro seguimiento de Jesús muerto y resucitado, contemplándolo en su misterio pascual. Un aspecto muy importante para hacer madurar nuestra fe.
Un último pensamiento que quizá ampliemos en otra ocasión y es el pensar, aunque no sean noticias que habitualmente escuchamos en los telediarios, en cuantos cristianos hoy, en pleno siglo XXI que estamos casi iniciando, siguen dando testimonio hasta la muerte por el nombre de Jesús, por la fe cristiana. En muchas partes del mundo hoy sigue habiendo mártires, testigos hasta entregar su vida por el seguimiento de Jesús.

Tenemos que ser Belén para los demás para que descubran a Jesús

Tenemos que ser Belén para los demás para que descubran a Jesús

‘Vamos derechos a Belén a ver eso que nos ha comunicado el Señor’, llenos de sorpresa y alegría caminaron los pastores hacia Belén. ‘Hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor’, había sido el mensaje, la buena nueva que recibieron. ‘Encontraron a María, a José y al Niño acostado en el pesebre. Y los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios’.
En esta mañana de pascua de Navidad también nosotros estamos aquí en búsqueda del Señor, para seguir celebrando con gran alegría su nacimiento. Los resplandores de la noche santa siguen iluminando y haciendo resplandecer nuestro día. No podemos dejar de vivir esa alegría y a los resplandores de esa luz.
Como ya anoche reflexionábamos, grande es el misterio de amor que estamos contemplando y celebrando en la navidad. Y ese tiene que ser en verdad el verdadero motor de toda la alegría de esta fiesta. Todas las promesas se han cumplido y ha llegado nuestro Salvador. Nos habíamos ido preparando con todo rigor y sinceridad a través de todo el Adviento para esta celebración y por eso ahora podemos vivirla con mayor intensidad hasta desbordar de luz y de alegría como nos sucede.
Los pastores se dejaron conducir por aquellos resplandores aparecidos en la noche de Belén y supieron escuchar y obedecer la voz de los ángeles que les condujeron hasta donde estaba Jesús. Como un día los magos de oriente, como celebraremos dentro de pocos días, se dejaron conducir por las señales del cielo manifestadas en aquella estrella que los conduciría hasta Belén.
Pienso una cosa. Por una parte nosotros hemos de dejarnos conducir por el Espíritu del Señor que hasta Jesús siempre nos conduce. Es importante que vivamos de forma intensa ese encuentro con el Señor. Pero pienso también por otra parte que nosotros podemos y tenemos que ser señales en medio de nuestro mundo para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo también lleguen hasta Jesús.
El resplandor de Belén tendrían que encontrarlo en nosotros los hombres de nuestro tiempo. Porque aunque nos parezca que son indiferentes a todo lo religioso o que suene a cristiano y algunas veces hasta hostiles, sin embargo pienso, que quizá sin saberlo o caer bien en la cuenta, a pesar de tanto materialismo en que se vive hoy también están en la búsqueda de respuestas, en deseos de trascendencia, o en aspiraciones espirituales que vayan más allá de ese materialismo que aturde. En el fondo los hombres buscan a Dios de una forma o de otra aunque muchas veces anden confundidos en su búsqueda.
Nos quejamos de atonía religiosa, de pérdida del sentido de Dios, de enfriamiento y de abandono de la fe; muchos no llegan a comprender incluso las raíces cristianas que tiene nuestra cultura forjada a través de la fe y de las convicciones de tantos cristianos a través de los tiempos. No importa, también a ese mundo tenemos que iluminar con la luz hermosa que brota de la Navidad.
Y nosotros podemos señalar caminos, podemos ser camino que conduzca hasta Belén para que se encuentren ‘con Maria, José y el Niño acostado en el pesebre’. Sería un hermoso compromiso que adquiriéramos en estas fiestas de Navidad. Tenemos que ser luz que ilumine caminos, tenemos que ser estrellas que guíen, tenemos que ser testigos que convenzamos a los demás con el testimonio auténtico de nuestra vida. Siempre el cristiano tiene que ser testigo. Cuánto podemos y tenemos que hacer.
Cualquiera que sea la circunstancia que vivamos en nuestra vida, seamos mayores o seamos jóvenes, estemos enfermos o llenos de achaques o en plenitud de salud, con un circulo más grande o más pequeño de influencia por nuestra parte a nuestro alrededor, siempre hay una palabra buena que decir, un testimonio que aportar, un consejo con que orientar, una palabra de ánimo e iluminadora que trasmitir.
Y un aspecto sería en la forma cómo nosotros celebremos la Navidad, cómo manifestemos nuestra fe, cómo nos llenemos de esa luz que brota de Belén, de esa luz que es Jesucristo en quien creemos y al que tenemos que llevar a los demás para que lo conozcan y le amen, se hagan sus discípulos y lleguen a vivir su vida. Los pastores le contaban a todos lo que habían visto y vivido. ‘Y todos los que los oían se admiraban de lo que les decían los pastores’.
Seguimos contemplando el misterio de Belén, admirándonos y dando gracias al Señor por tanto amor como nos tiene hasta tomar nuestra condición humana, nuestra carne mortal, pero, os digo, tenemos que ser Belén para los demás, para nuestro mundo. Dios sigue siendo el Emmanuel, el Dios con nosotros, pero Dios se vale de nosotros para que todos le conozcan, para seguir siendo el Emmanuel para los hombres de hoy. Cuenta el Señor con nosotros.
Démosle gracias al Señor por nuestra fe, ese don que Dios ha puesto en nosotros y al que hemos querido y sabido responder. Pero pidámosle al mismo tiempo que nos dé fortaleza a nuestra fe, para proclamarla, para anunciarla, para trasmitirla, para contagiarla desde nuestro testimonio a los demás.
Sería nuestro compromiso de la Navidad. Que todos puedan llegar a ese descubrimiento del misterio de Dios y a llegar a vivirlo. Seamos luz que reflejemos la luz que brota de la navidad.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Reunidos para celebrar el día santo del nacimiento del Señor


Que el Señor os llene de bendiciones, colme y haga rebosar sobre vosotros y vuestras familias el amor, la paz, y toda dicha.
Que Jesúz nazca de verdad en vuestros corazones.
Gracias por seguir fielmente estas reflexiones a lo largo del año
Que el Señor os bendiga
Carmelo



Reunidos para celebrar el día santo del nacimiento del Señor





‘Reunidos para celebrar el día santo en que la Virgen María dio a luz al Salvador del mundo…’ Sí, reunidos con gozo, con alegría grande estamos aquí esta noche santa; reunidos con fe: es un misterio admirable, que no terminamos de admirar y de comprender lo suficiente, lo que estamos celebrando esta noche (este día) santa. Todo brilla lleno de luz en esta noche, en este día.
Los evangelios nos lo narran con sencillez. San Mateo nos dice tras las dudas de José y el anuncio del ángel haciéndole comprender el misterio que se realizaba en María que ‘hizo lo que le había mandado el ángel y se llevó a su mujer a su casa. Y sin que hubiera tenido relación con ella, dio a luz un hijo; y él le puso por nombre Jesús’.
San Lucas nos da más detalles de su ida a Belén y las razones del empadronamiento por el edicto del César ‘estando su esposa María encinta. Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada’.
Y cuando celebramos este misterio grande hacemos fiesta y queremos contagiar de nuestra alegría a todo el mundo. Una fiesta que llena nuestros hogares. Una fiesta que nos contagia a todos. Una fiesta que provoca en todos deseos de felicidad y de paz; se lo deseamos a todos y lo expresamos con hermosas palabras y poemas, con bellas canciones, con innumerables gestos de amistad, de cercanía, de cariño.
Hoy en todas partes es fiesta; todos celebran la Navidad aunque no todos quizá le den el mismo sentido. Quizá algunos ya ni sepan qué es lo que realmente nosotros los cristianos celebramos. Simplemente quizá para algunos es el espíritu de la fiesta. Algunos ya no dicen feliz navidad, sino solamente felices fiestas. Nosotros hemos de cuidar mucho de no perder nuestro sentido, de no perder el espíritu de fe con que la hemos de vivir. No nos dejemos contagiar desvirtuando su verdadero sentido.
Reunidos para celebrar este día santo, esta noche santa, nos queremos dejar inundar de luz y de la luz más brillante. La liturgia por todos lados nos habla hoy de luz. ‘Rompe la aurora de la justicia’ y de la salvación, habían anunciado los profetas. Y todo se llena de resplandor en el nacimiento de Cristo. San Lucas nos dirá que cuando el ángel se aparece a los pastores ‘la gloria del Señor los envolvió con su claridad’. Y ya el profeta Isaías había anunciado que ‘el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban en tierra de sombras y una luz les brilló’.
La luz de la gloria del Señor ha brillado ante nuestros ojos con un nuevo resplandor. Ha nacido el que es la Luz verdadera que alumbra a todo hombre. ‘Yo soy la luz del mundo’, nos dirá más tarde en el evangelio. Todos queremos llenarnos de su Luz. Todos queremos disipar las tinieblas de nuestra vida. Cristo Jesús viene para arrancarnos de las sombras de la muerte para llevarnos a la luz de la vida.
Reunidos para celebrar este día santo, esta noche santa, nos sentimos transportados y transformados. Dios ha bajado para hacerse hombre tomando nuestra naturaleza humana para llevarnos con El, para transformar nuestra vida dándonos una nueva vida. Un maravilloso intercambio. ‘Resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva; pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición humana, no sólo confiere dignidad eterna a nuestra naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos’, que decimos en uno de los prefacios de la Navidad.
Hoy no es un día para muchas palabras; lo que sucede es que meditando en este maravilloso misterio que celebramos del Nacimiento del Señor se nos agolpan los pensamientos y reflexiones y es tanta la hondura del misterio que nos parece no terminar nunca. Hoy es un día más bien para la contemplación, para quedarnos extasiados ante el establo de Belén, ante ese Niño recién nacido, ante ese misterio de Dios hecho hombre, Emmanuel, Dios con nosotros y ante el cual no importa que no nos salgan las palabras sino solamente mostremos nuestra ternura y nuestro amor.
En ese contemplación, en esa meditación, en esa alegría de nuestra fiesta, en ese dejarnos inundar por tanta luz, surgen, tienen que surgir muchos compromisos. Ante el amor que se nos manifiesta, ante la paz que se nos anuncia, ante la salvación que está amaneciendo como aurora luminosa sobre nuestra vida tienen que surgir actitudes nuevas, gestos nuevos y comprometidos, para que a todos llegue ese amor, para que todos puedan vivir esa paz, para que todos puedan alcanzar esa salvación.
Hoy tiene que ser un día de amor y de paz. Nos lo deseamos todos cuando nos felicitamos. Pero no puede ser sólo un buen deseo de bonitas palabras sino un compromiso. Son deseos humanos muy legítimos y muy necesarios que toda la humanidad tiene, la paz, la justicia, el amor... Pero los que creemos en Jesús que contemplamos su amor, que sabemos cuál es la paz verdadera que El viene a traernos implantándola en nuestros corazones, tenemos unas razones muy poderosas para ese compromiso de amor, para ese compromiso de paz.
Vamos a llevar el amor que nace de Jesús que no es un amor cualquiera. Vamos a llevar e implantar la paz que nace de Jesús que no es una paz cualquiera. ¡Cuánta generosidad tiene que haber en nuestra vida para compartir y para obrar con verdadera justicia! ¡Cuánta capacidad de comprensión y de perdón, porque el perdón es camino verdadero de reconciliación y de paz! ¡Qué honda tiene que ser nuestra solidaridad cuando nos sentimos en verdad hermanos los unos de los otros! ¡Qué profundo nuestro amor! Nuestro modelo, nuestro estímulo y nuestra fuerza la tenemos en la gracia salvadora que Jesús nos ha venido a traer.
Haciendo todo esto tenemos la más auténtica felicidad. Y lo haremos partiendo de Jesús. Es así como resplandeceremos con la luz de la navidad, con el brillo resplandeciente que iluminó la noche de Belén. Viviendo todo esto estamos haciendo nacer en verdad a Cristo en nuestro corazón y así lo estaremos haciendo nacer cada día más en nuestro mundo. Es la verdadera navidad.
'Reunidos para celebrar el día santo en que la Virgen María dio a luz al Salvador del mundo…’ Reunidos con gozo, con alegría honda y contagiosa, con humildad, con amor, con fe celebramos la Navidad, celebramos el nacimiento de Dios hecho hombre en Belén, pero también nuestros corazones.

Ya se cumple el tiempo…

2Sam. 7, 1-5, 8-11.16
Sal. 88
Lc. 1, 67-79


‘Ya se cumple el tiempo en que Dios envió su Hijo a la tierra’, fue la antífona de entrada de la celebración de este día. Estamos en el último día del Adviento y ya esta noche celebraremos el nacimiento del Señor en la Misa de Nochebuena. Por eso hemos pedido hoy al Señor ‘ven, Señor Jesús, no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan todo de tu amor’. Es como un grito, una súplica, un deseo anhelante de que llegue el momento de celebrar el nacimiento de Cristo con todo lo que significa.
En la lectura continuada que hemos hecho del inicio del evangelio de san Lucas en estos últimos días, llegamos hoy al cántico de Zacarías tras el nacimiento de Juan en el momento de la circuncisión y de la imposición del nombre.
Es el cántico de Zacarías y podría ser perfectamente nuestro cántico de alabanza y acción de gracias al Señor en estos momentos. Bendecimos a Dios porque llega la redención, llega el Redentor, llega nuestra salvación. En su misericordia, como también cantaba María, el Señor nos visita, no se olvida de nosotros. Todo lo que estaba prometido tiene su cumplimiento.
‘Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo…’ nos repetirá mas adelante: ‘Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’. Es la misericordia del Señor; es el amor gratuito del Señor que viene, nos visita, nos redime, nos saca de las tinieblas y de la muerte. Lo había prometido y ahora se cumple. ‘Realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianzas y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán…’
Toda la historia de la salvación es una historia de misericordia y de amor. No olvida nunca Dios a su pueblo y continuamente le está ofreciendo su amor y su perdón. Se había realizado una Alianza, rota tantas veces en la infidelidad de su pueblo. Pero Dios es fiel y el recuerda siempre su Alianza. El será nuestro Dios, un Dios que nos ama, un Dios que es nuestro Padre, un Dios que ha ahora ha enviado a su Hijo para que se encarnara y fuera nuestro Salvador.
‘Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian…’ Salvación liberadora. El que viene va a dar libertad a los oprimidos, nos va a arrancar de las ataduras, de la esclavitud del pecado. ¿No tenemos, pues, que darle gracias a Dios continuamente?
Y en este cántico Zacarías tiene una palabra también para quien iba a ser el precursor. ‘Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor, a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de los pecados’. Es el mensajero que viene a anunciarnos la llegada del Rey. Para preparar los caminos del Señor. Será la voz que clama en el desierto.
Recojamos estos sentimientos, esta oración y hagámosla nuestra. Siempre, pero de manera especial en este día cuando está tan cercano el momento en que se inicia nuestra salvación con la venida del Salvador. Por muchas cosas tenemos que dar gracias a Dios y bendecirle. Bendigámosle porque llega el día, llega el tiempo en que Dios envió a su Hijo a la tierra para nuestra salvación.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Mirad que envío mi mensajero que prepare el camino ante mí

Mal. 3, 1-4; 4, 5-6
Sal. 24
Lc. 1, 57-66


‘¿Qué va a ser de este niño?’ se preguntaba la gente de la montaña. ‘Porque la mano del Señor está sobre él’. Muchas cosas habían sucedido en torno a su nacimiento. Sus padres eran mayores. Isabel, su madre, considerada estéril. Zacarías se había quedado mudo desde que había vuelto del servicio del templo. El nombre de Juan en lugar de Zacarías como hubiera sido lo normal. Ahora su lengua se había soltado y bendecía a Dios. ‘La noticia corrió por toda la montaña de Judea’.
‘¿Qué va a ser de este niño?’ Era el mensajero que venía a anunciar la llegada del rey. Hoy con los medios de comunicación que tenemos es suficiente con una rueda de prensa, una noticia en la radio o la televisión, y no digamos en internet, y todo el mundo se entera del personaje importante que llega, o de un acontecimiento que se piensa que va a suceder. En la antigüedad la llegada de los reyes o altos personajes era anunciada por mensajeros que previamente se enviaban por donde había de pasar el rey. Además había que cuidar todos los preparativos.
‘Mirad que envío mi mensajero, para que prepare el camino ante mí…’ había dicho el Señor por medio del profeta. ‘Será fuego de fundidor, como lejía de lavandero; se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán la ofrenda como es debido…’ El fuego del fundidor refina los metales preciosos para quitarle las escorias y hacerlos resplandecer; la lejía del lavandero limpia de toda impureza para que las vestiduras brillen en su blancura. Hermosas imágenes.
Juan es el mensajero; es ‘la voz que clama en el desierto’, pero que se escuchará en Judea y toda Palestina, y a él vendrán de Jerusalén y de todas partes para escuchar su anuncio y su mensaje. Hay que preparar los caminos del Señor. Será la misión de Juan. Será la voz que anuncia la llegada de la Palabra. ‘Preparará para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Bautiza en el Jordán para el arrepentimiento y la conversión.
Hoy en el evangelio sólo estamos contemplando su nacimiento, pero en la cercanía de la Navidad su figura y su mensaje es importante a tener en cuenta para preparar la venida del Señor, la celebración que será memorial de su nacimiento pero que será nacimiento real y místico a la vez en nuestra vida y en nuestro corazón, con el que vamos a hacerle más presente en nuestro mundo.
Es lo que vamos a tener en cuenta. ‘Mirad y levantad vuestras cabezas; se acerca vuestra liberación’, nos dice la Iglesia en su liturgia al rezar el salmo responsorial. Hemos de despertar, estar atentos y preparados para la venida del Señor. Así hemos de purificar nuestro corazón como lo hemos venido haciendo en estos días al celebrar el sacramento de la Penitencia, y al dejarnos conducir por el Espíritu del Señor que nos ha llevado de la mano en la Palabra de Dios proclamada con tanta riqueza día a día en este tiempo de Adviento. Los signos que hemos ido realizando, como el haber encendido semana a semana la corona del Adviento, la oración que hemos intensificado, todo nos va preparando, ayudando a tener el corazón bien dispuesto para el Señor.
Con firmeza, con alegría, con esperanza hemos ido caminando y llega el día del Señor. Que nos encontremos bien dispuestos.

martes, 22 de diciembre de 2009

Su misericordia llega a sus fieles

1Sam. 24-28
Sal.: 1Sam. 2, 1.4-5.6-8
Lc. 1, 46-56


‘Y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación… auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, a favor de Abrahán y su descendencia para siempre…’
María canta al Señor porque es grande, porque ha hecho obras grandes en ella… Reconoce María las maravillas que el Señor ha hecho en ella, pero es consciente también de que todo eso que el Señor está realizando en ella es el cumplimiento de la promesa de salvación que Dios había hecho para su pueblo. ‘Como lo había prometido a nuestros padres…’ La promesa del Señor era promesa de salvación, de perdón.
Se siente un instrumento en las manos de Dios. Lo reconoció ante el ángel cuando la anunciación y ahora lo proclama de nuevo. ‘Ha mirado la humillación de su esclava’, reconoce ahora. Se ha puesto María en las manos de Dios. ‘Yo soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, dijo entonces.
Así ha sido la fe de María; ha sido su humildad que la hace grande. Si Jesús había dicho que el que se humilla será enaltecido, justo es que queramos encumbrar a María y que el Señor además la haya hecho grande cuando ella con tanta humildad se presenta ante Dios. Así es el amor con el que ella quiere cantar al Señor.
Siente que la van a reconocer, la ‘felicitarán todas las generaciones’, pero es ‘porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí’. Luego su canto es para el Señor. Canta el amor que Dios nos tiene y que en ella se ha derramado de forma tan extraordinaria y maravillosa. Es el Señor. Es el Salvador que viene y que ya en ella está realizando maravillas. ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador’. Desde lo más hondo de su corazón ella canta al Señor, se llena de la alegría del Espíritu.
Este canto de María que tiene hondas resonancias bíblicas – hemos recitado como salmo hoy un cántico que está tomado del primer libro de Samuel, cuando Ana canta agradecida a Dios que le ha concedido el don de la maternidad – lo repetimos nosotros muchas veces en la liturgia, como cántico evangélico en las vísperas, y también nos sirve muchas veces como pauta de nuestra oración.
Mucho más tendríamos que meditarlo para impregnarnos de ese espíritu que empapaba a María. Hemos de saber reconocer las cosas grandes que el Señor hace también en nosotros. Con ese mismo espíritu humilde hemos de ir a postrarnos ante El. Hemos de sentirnos igualmente instrumentos en las manos del Señor, porque también el Señor quiere contar con nosotros en su obra salvadora a favor de todos los hombres.
Testigos y mensajeros también nosotros hemos de ser. Y reconociendo las misericordias del Señor hacer que todos puedan reconocerlo de la misma manera, porque grande es el amor que el Señor nos tiene. El mundo tiene que conocer lo que es el amor de Dios. Muchos quizá no creen porque no se les ha anunciado debidamente lo grande que es el amor del Señor. ¿Cómo van a creer si no se les anuncia?, ya decía en una ocasión el apóstol Pablo. Y nosotros mensajeros de esa Buena Nueva tenemos que ser para los demás.
Reconocimiento, acción de gracias, alabanza tienen que ser cánticos que entonemos no sólo con nuestros labios sino con toda nuestra vida porque el Señor es grande.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Bendiciones y regocijo con la salvación que llega

Sof. 3, 14-18
Sal. 32
Lc. 1, 39-45


La Palabra del Señor que escuchamos cada día, aunque los textos tengamos que repetirlos por exigencias de la liturgia, son siempre una Palabra de vida que tiene una riqueza grande para nuestra vida. En el ritmo de la liturgia de este año hemos escuchado el mismo texto del evangelio en el cuarto domingo de Adviento (ayer) que hoy 21 de diciembre en el ritmo de las ferias de días previos al nacimiento del Señor.
En la visita de María a su prima Isabel ayer queríamos subir a la montaña para aprender a recibir a Dios. Hoy podemos decir que escuchamos una invitación a bendecir a Dios como lo hizo Isabel y como escucharemos mañana que lo hace María en el hermoso cántico del Magnificat. Isabel se goza de la presencia de Maria y canta bendiciones. Bendiciones y regocijo tendríamos que decir en la salvación que llega. Bendiciones a María y bendiciones al fruto de su vientre, Jesús.
Bendita María, pero bendita ¿por qué? ¿Bendecimos a María por sus obras, por su vida, por sus virtudes, o bendecimos a Dios por tantas maravillas que hizo en ella? Yo me atrevo a decir, bendecimos y alabamos a Dios por lo que Dios hizo en ella, porque Dios la quiso para ser su madre y la adorno de toda gracia y de todas las virtudes. Si Isabel llama bendita a María – ‘bendita tú entre todas las mujeres’ - es porque es la bendecida de Dios.
Pero escuchamos a Isabel que inmediatamente dirá, ‘bendito el fruto de tu vientre’. Bendito sea Jesús el Hijo de Dios que nace en las entrañas de María; bendito sea Dios que la eligió y la amó desde siempre, y la hizo grande y la llenó de gracia aunque ella se llame a sí misma ‘la esclava del Señor’, bendito sea Dios, seguimos diciendo nosotros porque nos la dio como madre, y por ella nos llega el Salvador.
¿No será eso motivo de alegría y regocijo para nosotros? ‘Regocíjate… grita de júbilo… alégrate y gózate de todo corazón…’ nos invita el profeta Sofonías. Ya para nosotros no hay condena sino salvación, el Señor que es ‘nuestro Rey está en medio de nosotros y ya no hay temor, el Señor se goza y se complace en ti y se alegra con júbilo como en día de fiesta’, nos sigue diciendo el profeta. Nosotros nos sentimos también bendecidos por el Señor con toda clase de bendiciones, como tantas veces hemos escuchado a san Pablo. Todo tiene que ser fiesta. No puede ser menos. ‘Aclamad justos al Señor y cantadle un cántico nuevo’. Todo siempre para la gloria de Dios; todo tiene que ser bendición y alabanza al Señor.
¿Cuál es la mejor bendición? Las bendiciones tienen que salir de lo hondo del corazón, no sólo pueden ser cánticos o palabras hermosas. Es toda nuestra vida la que tiene que dar gloria al Señor. ¿Cómo? Con una vida santa, que vive y refleja en sí la salvación recibida del Señor; con una vida sin pecado, llena siempre de gracia; con las obras de la fe y del amor; buscando siempre lo que es la voluntad del Señor. ‘Aquí estoy para hacer tu voluntad’, tenemos que decir con toda nuestra vida.
Bendita sea María la bendecida del Señor; bendito sea el fruto de su vientre; bendito sea siempre y en todo momento el Señor que así nos llena de su gracia y sus bendiciones.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Ojalá pudiéramos ir a la casa de la montaña para aprender a recibir a Dios

Miq. 5, 2-5
Sal. 79
Heb. 10, 5-10
Lc. 1, 39-45


Ojalá pudiera ir a la casa de la montaña – a casa de Isabel – para aprender de ella y de María a recibir a Dios. Es lo que siento en estos momentos al escuchar el evangelio de la visita de María a su prima Isabel en estos días previos a la Navidad. Lo que nos narra hoy el evangelio es grande y hermoso. Las actitudes que descubrimos en ambas mujeres, María e Isabel, son las mejores para acoger al Señor que viene a nosotros.
‘María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá, entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel’. Un primer detalle, ‘se puso en camino y fue aprisa a la montaña’, corriendo casi, podríamos decir. La carrera y la prisa del amor. Como la del padre que corrió al encuentro del hijo que volvía, como Zaqueo que corre adelante para poder ver al Señor, como los discípulos Pedro y Juan hasta el sepulcro para comprobar que estaba vacío y que Cristo había resucitado. ¿Correremos nosotros al encuentro del Señor que viene? ¿Correremos con el mismo amor de María?
Si grande era la fe, el amor, la humildad de María – no es necesario que recordemos de nuevo la escena de la Anunciación para destacar toda esa fe, amor y humildad en María – en la montaña nos vamos a encontrar a una mujer de fe, una mujer humilde, una mujer que tiene la visión de Dios, una mujer que se va a dejar inundar por la presencia del Espíritu.
‘¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?’ es la pregunta que se hace Isabel. ‘Se llenó del Espíritu Santo’, dice el evangelista y se puso a gritar. Es capaz de descubrir quién es María, no sólo la prima que ha venido de la lejana Nazaret para ayudarla en estos días, sino que es ‘la madre de mi Señor’. ¿Cómo pudo descubrirlo? Podía tener esa visión de fe porque estaba llena del Espíritu. Pero nos encontramos también con su humildad. Serán los humildes y los sencillos los que verán a Dios, de los que es el Reino de Dios; será a los humildes y a los sencillos a los que se revele Dios.
Será en lo pequeño y en lo humilde donde se nos manifieste Dios y donde Dios quiere venir a nosotros. El profeta nos ha hablado de Belén, ‘pequeña entre las aldeas de Judá’ para señalarnos el lugar donde había de nacer el Mesías. Este texto es el que consultarán los entendidos de Jerusalén cuando vengan aquellos magos de oriente preguntando por el lugar donde había de nacer el Rey de los judíos. ‘De ti saldrá el jefe de Israel’, continuaba diciendo la profecía. Y en Belén, pobre entre los pobres y en el lugar más humilde dentro de pocos vamos a contemplar el nacimiento de Jesús, Dios hecho hombre para nuestra salvación.
Todo serán bendiciones y alabanzas. ‘¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!’, es la primera exclamación y alabanza. ‘Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá’, continúa con sus bendiciones para María. La Palabra del Señor es fiel y siempre se cumplirá nos viene a enseñar también Isabel. Todo es alegría y gozo. Hasta la criatura saltará de gozo en el seno de Isabel. ‘En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de gozo en mi vientre’, reconocerá Isabel.
Con María llegaba la gracia de Dios y el Señor iba realizando maravillas como las realiza El siempre en los pequeños, los pobres y los humildes. María es la portadora de Dios a quien lleva en su seno encarnado para hacerse hombre y para ser Dios con nosotros. Por eso, en esos milagros de Dios, aquel que iba a ser el precursor, el que preparase los caminos del Señor, allá en el seno de su madre mostraba también su alegría porque aquel a quien él anunciaría ya estaba en medio de nosotros aunque no todos aún pudieran reconocerlo. ‘En medio de vosotros está y no lo reconocéis’, nos diría más tarde allá en la orilla del Jordán.
La liturgia de este último domingo de Adviento toda ella es una invitación ‘a prepararnos con tanto mayor fervor el nacimiento de Jesús cuanto más se acerca la fiesta de la Navidad’. Nos ayudan las oraciones, la Palabra de Dios proclamada, todo el sentido de la liturgia. En el prefacio diremos que ‘el Señor nos concede ahora prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento para encontrarnos así, cuando llegue, velando en oración y cantando su alabanza’.
Corramos, pues, como Zaqueo y los discípulos porque queremos conocer y descubrir al Señor que llega a nosotros en esta Navidad. Porque el Señor corre también a nuestro encuentro para ofrecernos el abrazo de su amor y su gracia salvadora. Pues bien, imitemos los valores y las virtudes que hoy hemos descubierto en la montaña, tanto en María como en Isabel. Que resplandezca así nuestra fe y nuestro amor. Que nos abramos en verdad al misterio de Dios que vamos a celebrar. Que estemos atentos a su llegada. Que nos dejemos conducir por su Espíritu y como María y como Isabel nos dejemos inundar por El. Que nos encuentre el Señor vigilantes y en oración porque sólo así podremos descubrirle y conocerle, conocer también cuál es su voluntad para nosotros.
‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’. Es lo que nos pide el Señor. No son ofrendas de cosas, holocaustos ni sacrificios lo que Dios nos pide. Eso quizá sería fácil. La ofrenda de nuestro yo, de nuestra voluntad para pensar sólo en lo que es la voluntad de Dios es más costosa. Pero es la ofrenda verdadera de nuestro corazón que será acepta a Dios. Y esa voluntad de Dios pasa por los caminos de la fe y del amor. De la fe para reconocerle y aceptarle. Del amor porque es nuestro corazón lo que el Señor nos pide y en esos caminos del amor verdadero vamos a encontrarle.
María cuando se llenó de Dios, cuando se dejó inundar por el Espíritu Santo para que en ella naciera Dios hecho hombre, ya no pudo estarse quieta y se puso a correr por los caminos para llevar amor, para buscar donde amar y servir, para llevar así a Dios a los demás. Son las carreras – ‘fue deprisa a la montaña’ – que hoy vemos hacer a María para llegar pronto a casa de Isabel para servir, para mostrar su amor y, repito, para llevar a Dios.
Nos queremos preparar con fervor al próximo nacimiento de nuestro redentor. Ya sabemos, pues, donde tenemos que poner nuestro fervor. Hemos purificado nuestro corazón o vamos a hacerlo próximamente en el sacramento de la Penitencia para que sea digna morada de Cristo que quiere nacer en nosotros, pero ahora tenemos que llenarlo con las obras de nuestro amor, con nuestro servicio, con nuestras buenas actitudes de acogida, de perdón y de comprensión para con los otros, con la generosidad de nuestro compartir y nadie pase necesidad ni tristeza, y así para todos, como María, seamos también portadores de Dios.
Vayamos, pues, a la casa de la montaña, como decíamos al principio de nuestra reflexión, para aprender de María y de Isabel la mejor manera de prepararnos para recibir al Señor.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Que se disipen nuestras dudas porque el Señor hace maravillas

Jueces, 13, 2-7.24.25
Sal. 70
Lc. 1, 5-26


‘Para Dios nada hay imposible’, le dijo el ángel a María al comunicarle que ‘Isabel, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril’.
Hoy hemos escuchado el mensaje del ángel anunciando a Zacarías el nacimiento de Juan el que ‘irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres a los hijos… preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’.
Admiramos las maravillas del Señor que quiere contar con el hombre para manifestar su grandeza y ademas nos revela su amor y su plan de salvación por caminos muchas veces insospechados. Sus caminos no son nuestros caminos, sus planes no son nuestros planes, hemos escuchado más de una vez en la Escritura Santa. Nosotros nos imaginamos unos caminos o nos trazamos nuestros planes pero siempre el Señor nos sorprenderá y muchas veces por caminos mucho mas sencillos y humildes que lo que nosotros nos pensábamos.
Es lo que se nos manifiesta hoy en el evangelio y también en la primera lectura del libro de los Jueces. Zacarías e Isabel que ‘eran justos ante Dios, no tenían hijos, porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada’. También lo escuchamos al hablarnos del nacimiento de Sansón que sería Juez en Israel. ‘Había un hombre en Sorá, llamado Manoaj. Su mujer era estéril y no habían tenido hijos’. También se le manifiesta el ángel del Señor. ‘Vas a concebir y dar a luz un hijo… él comenzará a salvar a Israel de la mano de los filisteos’. Les señala algunas condiciones de su consagración al Señor como nazireo. Maravillas del Señor.
Zacarías dudó, como tantas veces nosotros dudamos. Nos parece imposible ese actuar maravilloso de Dios. Dudamos y no queremos oír la voz del Señor que de tantas maneras quiere llegar a nuestro corazón. Dudamos porque no tenemos confianza, incluso cuando venimos a la oración a presentar nuestras peticiones al Señor. Dudamos y cerramos los ojos a las maravillas del Señor porque si le escuchamos quizá tendríamos que cambiar nuestros caminos, nuestras actitudes, nuestra manera de pensar, nuestro modo de actuar; y el pecado nos ciega, o el tentador nos hace que se nos llene de dudas y desconfianzas nuestro corazón.
Se acerca la navidad y llega la celebración de la venida del Señor. Y celebramos porque vino y porque viene. Nos miramos a nosotros mismos y miramos nuestro mundo tan falto de la salvación de Dios. Pero pudiera sucedernos que nos quedáramos tan impávidos, con tanta falta de confianza de que con esta venida del Señor que vamos a celebrar muchas cosas pueden cambiar, tendrán que cambiar.
Empecemos por nosotros mismos, por dejar cambiar nuestro corazón con la venida del Señor, que si cambia tu corazón y experimentas esa salvación que transforma tu vida, muchas más cosas pueden cambiar, tienen que cambiar en tu entorno.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Un nombre que es amor y es salvación

Jer. 23, 5-8
Sal. 71
Mt. 1, 18-24

Escuchando con atención la Palabra proclamada, tanto del profeta Jeremías como del Evangelio podría surgir la pregunta o interrogante con cuántos nombres se nos menciona al Mesías que ha de venir y esperamos. ¿Tres nombres?¿un solo nombre?
Jeremías al hablarnos del vástago de David que viene como ‘rey prudente que hará justicia y derecho en la tierra’, nos dice: ‘Y lo llamarán con este nombre: El Señor nuestra justicia…’ Bíblicamente el término justicia no tiene solamente el sentido jurídico o de derecho como nosotros podamos entenderlo, aunque hoy nos haya hablado de que hará justicia y derecho en la tierra. Si nos fijamos a continuación nos ha dicho ‘en su día se salvará Judá, Israel habitará seguro’. Entraña pues el sentido de santidad de Dios y salvación de Dios. El Señor nuestra justicia el que nos hace participar de la santidad de Dios en la salvación que nos ofrece.
En el evangelio aparecerá la cita del profeta Isaías para confirmar lo que el ángel le anuncia a José. ‘Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel (que significa Dios con nosotros)’.
Si es el Dios con nosotros es participación de la vida de Dios, de la santidad de Dios. Si es Dios con nosotros es amor de Dios; de un Dios que nos ama y nos salva. Es el amor lo que nos hace sentir a Dios, lo que nos une a Dios, nos acerca, nos hace ser uno con El, como siempre es el amor en los que se aman que tienden a unirse en la unión y comunión más profunda; es el amor que nos hace partícipes de su vida y nos empuja a parecernos a Dios reflejando su santidad en nosotros; es el amor que nos hace santos. En el amor y desde el amor quiso El venir a nosotros de esa manera.
No está lejos, pues, el tercer nombre que hoy se nos propone. Cuando el ángel que se le aparece en sueños para quitar las dudas de José le dice: ‘José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados’.
Tenemos que seguir diciendo lo mismo: es el amor el que nos salva; por amor viene Dios a hacerse hombre; por amor el Hijo de Dios se hace Hijo del Hombre; por amor quiere parecerse en todo a nosotros menos en el pecado, pero cargó con nuestros pecados; por amor y el amor más extremo, dio su vida por nosotros, porque nos dirá que no hay amor más grande que el del que da la vida por el amado.
Es nuestra justicia, nuestra salvación y nuestro camino de santidad; es Dios con nosotros y es nuestro Salvador. En el fondo hemos de reconocer un mismo nombre que es el del amor. Dios es amor.
Así se realiza la obra de la salvación y de la redención en nosotros hoy: ni nuestro pecado es del pasado, muy presente en nuestra vida y en nuestro mundo hoy, ni la salvación que Jesús nos ofrece es cosa de otro tiempo que ahora nosotros recordemos devotamente. La salvación de Jesús tiene un hoy en nuestro tiempo y en nuestra vida. Hoy hemos de vivir su salvación como hemos de vivir su amor.
¿Qué nos queda hacer a nosotros? Como José acogida para que llegue a nuestra vida; no lo destacamos lo suficiente cuando hablamos de san José pero en José hay una actitud semejante a la de María la que se puso en las manos de Dios para decir sí; de la misma manera lo vemos en José.
Pero como José nos queda otra actitud: colaboración en la obra de Dios. El ocupó un lugar también en la presencia de Dios hecho hombre, Emmanuel, entre nosotros. Desde el silencio y quedándose en segundo término allí estaba José. No importa ese silencio, pero él estaba colaborando también a la obra de la salvación de Jesús. Que de igual manera nosotros estemos dispuestos también para colaborar allí donde el Señor quiera y en lo que el Señor quiera.
Finalmente recogemos la antífona de este día como súplica y oración: ‘Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y en el Sinaí, le diste tu ley, ven a liberarnos con el poder de tu brazo’.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Que la Sabiduría de Dios nos llene de justicia y paz abundante

Gén. 49, 2.8-10
Sal. 21
Mt. 1, 1-17


Iniciamos ocho días en los que la Iglesia en su liturgia quiere ofrecernos textos especiales que nos ayuden a intensificar la preparación para la Navidad. En otros tiempos a nivel popular comenzaban las llamadas ‘misas de luz’, que los mayores podemos bien recordar, y por nuestras calles y plazas, a las puertas de nuestras casas, en nuestros pueblos y barrios sonaban los villancicos que anunciaban la cercanía de la Navidad.
Vamos a intentar dejarnos conducir de mano de la liturgia en estos días con sus textos específicos de la Palabra de Dios que nos irán acercando día a día al misterio de la Navidad – aunque lo iniciamos con el evangelio de san Mateo, luego leeremos de forma continuada el principio del evangelio de san Lucas -, con sus oraciones y antífonas tan especiales como las del Magníficat de Vísperas y que también se recogen como antífonas del Aleluya antes del Evangelio.
Hoy se nos presenta la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán en el evangelio de san Mateo. Jesús, el Cristo, el Ungido de Dios, el Mesías es hijo de David, hijo de Abrahán. Quiere la genealogía que arranca de Abrahán y que tiene como centro importante al Rey David destacar la vinculación del Mesías al pueblo de Israel, al que pertenece y en el que está profundamente arraigado y donde se va a proclamar la Buena Nueva de la salvación, que sin embargo no es sólo para el pueblo judío sino para toda la humanidad.
La lectura del libro del Génesis vincula al Mesías que va a venir a Judá, uno de los hijos de Jacob, que será el heredero de la promesa, porque así a él de manera especial se la trasmite su padre. De la tribu de Judá y de la dinastía de David nos había de venir el Salvador. ‘No se apartará de Judá el cetro ni el bastón de mando de entre sus rodillas… hasta que le rindan homenaje los pueblos’, le anuncia Jacob a su hijo cuando le hace heredero de la promesa.
‘El Señor Dios le dará el trono de David, su Padre y reinará sobre la casa de Jacob para siempre…’ le anunciaría el ángel a María. ‘Hijo de David’, llamará el ángel a José cuando le anuncia que lo que va a nacer de María es obra del Espíritu Santo.
No nos queda hoy sino, por una parte, subrayar lo que hemos pedido en el salmo. ‘Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente’, que bien tiene que ser una súplica insistente al Señor que viene con su salvación para este mundo tan necesitado de justicia y de paz. Paz y justicia que en plenitud sólo podemos alcanzar del Señor.
Y por otra parte, destacar la antífona propia de este día, tanto del Magnificat como del Aleluya antes del Evangelio, que tiene que convertirse también para nosotros en súplica anhelante. ‘Sabiduría del Altísimo, que obras todo con firmeza y suavidad, ven y muéstranos el camino de la prudencia’. Que sepamos abrirnos a esa Sabiduría divina. Que sepamos saborear la justicia y la santidad de Dios que nos llene abundantemente de su paz.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

En las obras de mi amor descubran mi esperanza en Jesús como mi Salvador

Is. 45,6-8.18.21-26
Sal.84
Lc. 7, 19-23


‘Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído…’ fue la respuesta de Jesús a la petición de aquella embajada que había enviado Juan. ‘¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?’
La respuesta de Jesús, las obras de Jesús concuerdan con lo que había sido anunciado por los profetas. ‘En aquella ocasión curó Jesús a muchos de sus enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista…’
En estos días del Adviento hemos escuchado al profeta hacer ese anuncio. ‘Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegaron los ojos de los ciegos, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo y la lengua del mudo cantará…
La respuesta de Jesús tenía que darle seguridad y certeza a Juan. A quien él había anunciado, para quien había preparado los caminos allí estaba. Para los discípulos de Juan que habían sido enviados comenzaba también una certeza: el Mesías anunciado y esperado había llegado. Juan había cumplido su misión y ahora estaba en la cárcel.
A nosotros nos ayuda también. Pero se producen también muchos interrogantes dentro de nuestro corazón. Si Juan se preguntaba si Jesús era o no era el Mesías esperado, a nosotros quizá se nos pueda preguntar, ¿a quién esperamos? La sociedad que nos rodea que se prepara para las fiestas de navidad, ¿a quién espera?
Quienes nos ven a nosotros preparándonos para la navidad ¿llegarán a descubrir de verdad cuál es nuestra auténtica esperanza cristiana? Por la forma como nosotros nos vamos preparando, las cosas en las que ponemos más empeño y esfuerzo, ¿estaremos deseando en verdad que Jesús llegue a nuestras vidas?
Se me ocurren estas preguntas que me hago a mí mismo. ¿Qué es lo que verán los demás en mí?
Creo que las señales de esa esperanza tenemos que trasmitirlas a través de las señales del amor. Por las señales del amor podía Juan descubrir que Jesús era en verdad el Mesías. Por las señales del amor tenemos que dar razón de nuestra esperanza en Jesús. ‘Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia…’
Nos preguntamos, ¿vamos haciendo algo de todo eso con las señales de nuestro amor? Las señales tenemos que darlas en nuestro compromiso por la paz y la justicia; en nuestros deseos y acciones concretas que realicemos por consolar al triste o levantar el ánimo del oprimido; en el alivio que vayamos procurando al sufrimiento de los hermanos que caminan a nuestro lado; en lo que seamos capaces de compartir con el que nada tiene para aliviar su necesidad o encuentre solución a sus problemas; en la Buena Noticia que nosotros seamos para los pobres de nuestro mundo hambriento de luz y de vida, de esperanza y de amor.
Daremos así señales de que esperamos en verdad al Salvador, de que deseamos que esa salvación de Jesús llegue a todos. Haremos conocer a Jesús de verdad y podremos despertar la fe y la esperanza en los demás. Es nuestra tarea y nuestro compromiso. Jesús dijo: ‘Dichoso el que no se sienta defraudado por mí’. Ojalá nuestro mundo no se sienta defraudado por el anuncio que nosotros hagamos o dejemos de hacer.

martes, 15 de diciembre de 2009

Dejaré un pueblo pobre y humilde que confía en el nombre del Señor

Sof. 3, 1-2.9-13
Sal.33
Mt. 21, 28-32


‘Vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio los publicanos y pecadores le creyeron. Y, aún después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis’. Una llamada más del Señor a nuestra conversión.
En estos días escuchando el mensaje del Bautista y reflexionando sobre la Palabra de Dios hemos hablado de la humildad como camino seguro de conversión: la humildad con que nosotros nos acercamos al Señor sabiéndonos indignos y pecadores, la humildad de quien reconoce que necesita de la salvación que Jesús nos ofrece. la humildad de quien se pone en camino de auténtica conversión al Señor. Un camino que hemos de recorrer en estos días como preparación a la celebración de la venida del Señor.
En eso ha abundado la Palabra de Dios proclamada hoy. Por una parte la parábola que Jesús nos ha propuesto que refleja bien lo que solemos hacer muchas veces. Con qué facilidad decimos sí, pero con la misma facilidad olvidamos pronto lo prometido y seguimos por nuestros caminos. Jesús quiere resaltar a aquel hijo que habiendo dicho primero no, sin embargo luego ‘se arrepintió y fue’ al trabajo de la viña al que el padre le había enviado, mientras quien había dicho sí pronto lo olvidó ‘y no fue’.
Por ahí anda nuestro pecado no sólo en decir no, sino muchas veces en un olvido de Dios para vivir nuestra vida a nuestro aire sin tener en cuenta todo el amor que el Señor nos ha manifestado. Creo que si recordáramos continuamente ese amor de Dios nuestras respuestas serían otras. ‘Ay de la ciudad rebelde…’ decía el profeta. ‘No obedecía la voz, no aceptaba la instrucción, no confiaba en el Señor, no se acercaba a Dios’.
Cuando no queremos aceptar los mandamientos del Señor ni los queremos recordar ni queremos acercarnos al Señor, allí donde los podríamos recordar y hacer que nos enfrentáramos a nuestra vida pecadora. Nos hacemos sordos a la llamada de Dios. No nos queremos enterar. Nos cegamos. Por eso nos cuesta aceptar que nos hagan pensar y reflexionar; rehuimos a quien con su vida recta sea un interrogante para nuestra vida errada. En el fondo es la vergüenza que sentimos por nuestra infidelidad y pecado que no queremos reconocer.
Pero viene el Señor con su misericordia y su perdón. Viene el Señor con su salvación para renovar nuestra vida. Viene el Señor y sigue derramando su amor sobre nosotros haciéndonos una y otra vez sus llamadas. Viene el Señor y con su gracia quiere renovar, hacer nueva, nuestra vida. Pone a nuestro lado testigos que nos llamen y nos interroguen como era Juan Bautista para la gente de su tiempo.
‘Entonces daré a los pueblos labios puros para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes… dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá maldades, ni dirá mentiras ni se hallará en su boca una lengua embustera…’ Así decía el profeta Sofonías.
Que seamos nosotros ese resto justo que obre siempre el bien; que seamos ese resto que escuchamos la enseñanza del camino de la justicia que nos proclama el Bautista; que seamos aquellos que reconozcamos las maravillas del Señor y convirtamos nuestro corazón a El. Que así nos encuentre vigilantes a su venida.

lunes, 14 de diciembre de 2009

El Espíritu del Señor nos lleve siempre a pronunciar bendiciones sobre los demás

Núm. 24, 2-7.15-17
Sal. 24
Mt. 21, 23-27


Dos comentarios breves a los textos de este lunes de la tercera semana de adviento. La primera lectura es de un libro del Pentateuco que nos habla del camino del pueblo de Israel por el desierto rumbo a la tierra prometida.
El rey de Moab, lugar por donde han de pasar los israelitas para llegar a la tierra prometida habiendo oído las maravillas que Dios obraba en aquel pueblo y temiendo lo que podría sucederle al paso de los israelitas intenta a través del mago – adivino – Balaán que las maldiciones caigan sobre los israelitas. Para eso envía a Balaán para que los maldiga.
Tras varios sucesos que no nos vamos a entretener en repetir ahora Balaán en lugar de maldiciones lo que pronuncia sobre el pueblo de Israel son bendiciones. Balaán se deja conducir por el Espíritu del Señor como ya nos apunta el texto sagrado. ‘Balaán, tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por tribus. El Espíritu del Señor vino sobre él’.
Parte de ellas son las que hemos escuchado hoy en el texto proclamado en ese lenguaje tan rico en imágenes propio de los orientales. ‘¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas dilatadas, como jardines junto al río… sale un héroe de su descendencia, domina sobre pueblos numerosos… lo veo, pero no es ahora; lo contemplo pero no será pronto, avanza la estrella de Jacob y sube el cetro de Israel…’
Siguiendo el libro del Apocalipsis que llama a Jesucristo 'el Lucero de la mañana' la tradición cristiana ha entendido esta profecía como un vaticinio de la aparición de Cristo, verdadera estrella de la mañana para el mundo, luz que ilumina las tinieblas de nuestro espíritu como pedíamos en la oración litúrgica del día.
Caminamos en búsqueda de esa luz. En la noche de la navidad escucharemos que el pueblo que caminaba en tinieblas contempló una luz. Y cuando contemplamos el nacimiento de Cristo todo se llenó de resplandor y de nueva luz. Que así Cristo nos ilumine. Que así nos dejemos nosotros iluminar por Jesús, verdadera luz del mundo, como se proclama a sí mismo en el Evangelio.
Otro mensaje que podríamos deducir para nosotros es primero, que nuestras palabras nunca sean para maldición, para decir mal contra nadie, sino para bendición, para decir siempre bien, para desear siempre lo bueno para los demás y sobre todos vengan las bendiciones del Señor. Y por otra parte que nos dejemos conducir por el Espíritu del Señor que siempre nos inspirará para lo bueno, para la bendición.
Finalmente una palabra del evangelio. Como ya hemos hecho referencia en días anteriores de una forma o de otra estará apareciendo continuamente la figura del Bautista en este nuestro camino de Adviento. Hoy aparece a partir de una pregunta que le hacen a Jesús sobre su autoridad para hacer lo que hace – a lo que se refiere el texto ha sido la expulsión de los vendedores del templo por Jesús -; pero la pregunta a Jesús es devuelta con la contra-pregunta de Jesús. ‘El Bautismo de Juan, ¿de dónde venía del cielo, o de los hombres?’
En la respuesta más bien el silencio o el no querer responder de los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo hay implícito un reconocimiento de la figura de Juan como profeta - ‘todos tienen a Juan por profeta’, confiesan en su interior – y como quien hace las obras de Dios. ‘Profeta y más que profeta’ dirá Jesús del Bautista en otra ocasión.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Alegría, amor, justicia, humildad, conversión, oración… nuestro camino de Adviento


Sof. 3, 14-18;

Sal.: Is. 12, 2-6;

Filp. 4, 4-7;

Lc. 3, 10-18


En nuestros pueblos y parroquias había la bonita costumbre de que la víspera de la fiesta, o el sábado, víspera del domingo día del Señor, las campanas repicaban al mediodía anunciando la próxima celebración del día de fiesta. En una parroquia en la que estuve varios años incluso había otra costumbre hermosa; el día primero del mes en que se celebraban las fiestas patronales, ya se iniciaban esos alegres repiques, incluso en la medianoche del día en que se iniciaba el mes. Era el júbilo y la alegría por la fiesta que llegaba. Aún no era la fiesta, o aún no era el día del Señor, pero ya se estaba viviendo la alegría de dicha celebración.
Es lo que la liturgia nos invita a vivir este tercer domingo de Adviento en la cercanía de la Navidad. Todas las invitaciones a la alegría que nos hace hoy la Palabra de Dios y toda la liturgia de este domingo es como un anticipo en la esperanza de la alegría de la venida del Señor.
‘Regocíjate, gr ita de júbilo, alégrate y gózate’, nos decía el profeta Sofonías. ‘Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres… que lo conozca todo el mundo’, nos decía y repetía san Pablo. ‘Gritad jubilosos…’ nos invitaba el salmo.
¿Por qué tanta alegría y júbilo?,‘¡Qué grande es en medio de ti, el Santo de Israel’ respondía el mismo salmo. 'El Señor ha cancelado tu condena… el Señor será el rey de Israel en medio de ti y ya no temerás…’ le decía el profeta al pueblo, ‘El se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo, como en día de fiesta’. ¿Cómo no llenarse de júbilo en la cercanía de la salvación?
‘El Señor está cerca’, nos decía san Pablo. Viene el Señor. Llega la salvación, la vida, el perdón, la gracia. Está cerca la celebración de la Navidad. Y no sólo es el ambiente externo con sus luces y sus adornos, con sus anuncios y con sus músicas, muchas veces excesivamente comerciales y consumistas, donde lo notamos, sino que, si hemos venido haciendo con sinceridad este camino de Adviento, ya vamos sintiendo cómo se va haciendo presente en nuestra vida, en la medida en que vamos respondiendo a su Palabra.
Es a lo que nos sigue invitando la Palabra del Señor de este domingo. Toda esa invitación a la alegría no nos exime de la preparación sino todo lo contrario nos invita a hacerla con mayor intensidad. Hay una pregunta que se hacía la gente que acudía a Juan, allá en el desierto junto al Jordán, que podría ser también un serio planteamiento que nosotros nos hiciéramos. ‘La gente preguntaba a Juan: Entonces, ¿qué hacemos?... estaba en expectación…’
‘Entonces, ¿qué hacemos?’ ¿cómo tenemos que prepararnos? Las respuestas del Bautista a los distintos grupos que acudían a él y su misma actitud ante el Mesías que llegaba, pueden ser para nosotros una buena pauta en nuestra preparación. Juan pide generosidad en el compartir y justicia, responsabilidad y rectitud, humildad y conversión.
Recordamos brevemente sus palabras. ‘El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida que haga lo mismo…’ Cristo llega a nosotros en el hermano, y sobre todo el que pobre y en el que sufre. Si no somos capaces de acogerlo, compartir con él lo que somos o tenemos desde el amor, poco podremos acoger a Cristo de verdad en nuestro corazón. No podemos olvidar aquellas palabras de Jesús, ‘lo que hicisteis con uno de estos humildes hermanos a mí me lo hicisteis’.
Es el amor que tiene que llenar nuestra vida, es la búsqueda del bien y la justicia, la rectitud en nuestro obrar y la responsabilidad con que vivimos nuestra vida de cada día, allí en el lugar que ocupemos. A los publicanos les dice que sean justos en sus cobros y a los militares que actúen justa y correctamente. Cada uno de nosotros tenemos que escuchar en la sinceridad de nuestro corazón qué es lo que nos está pidiendo el Señor en ese nuestro actuar de cada día para obrar con esa rectitud y responsabilidad.
Pero más nos enseña el Bautista. Y es la humildad. En la expectación que vivían las gentes con su aparición en el desierto predicando ‘todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías’. El responde abiertamente y con humildad: ‘Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias’. Jesús diría de él en una ocasión ‘os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que él’, y sin embargo ahora Juan se manifiesta con toda humildad. ‘El os bautizará con Espíritu Santo y fuego’. Juan sólo era ‘la voz que grita en el desierto’ para preparar los caminos del Señor.
Es la humildad del que se sabe pequeño; es la humildad con que nosotros nos acercamos al Señor sabiéndonos indignos y pecadores; es la humildad de quien reconoce que necesita de la salvación que Jesús nos ofrece; es la humildad de quien se pone en camino de auténtica conversión al Señor. Como ya nos recordaba el pasado domingo, muchas son las cosas que tenemos que transformar en nuestra vida; mucho es lo que el Señor con su gracia a hacer nuevo en nosotros.
Por eso, en esa esperanza y en esa humildad suplicamos confiadamente al Señor: Ven pronto, Señor, no tardes más. Es el cántico que nos acompaña o la música de fondo de nuestra oración y súplica al Señor. ‘En toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias vuestras peticiones sean presentadas al Señor’, como nos enseñaba Pablo en la carta a los Filipenses. Es la súplica y es la escucha, es el encuentro vivo con el Señor y es el querernos llenar de su gracia. Es la presencia de la Palabra de Dios en el día a día de nuestra vida y es la vivencia sacramental en la Eucaristía, en la Penitencia. Todo esto tiene que estar muy presente en nuestro camino.
‘Confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, El es mi salvación… dad gracias, invocad su nombre…’ Claro que tenemos que cantar jubilosos: ¡Qué grande es el Señor!

sábado, 12 de diciembre de 2009

Caminos de fidelidad, de austeridad y de conversión

Ecles. 48, 1-4.9-11
Sal.79
Mt. 17, 10-13


La liturgia del adviento nos presenta continuamente la figura del Bautista. ‘El que venía delante del Señor… preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’. Por eso en este camino lo vamos contemplando una y otra vez, porque en la espiritualidad que hemos de vivir en este tiempo de esperanza especial su figura, su palabra, su presencia nos ayudan hondamente.
La ocasión la tenemos hoy cuando al bajar del monte tras la Transfiguración de Jesús los discípulos le preguntan‘¿Por qué dicen los letrados - los escribas maestros de la ley que se encargaban de explicar las Escrituras al pueblo – que primero tiene que venir Elías?’
Era una enseñanza común tomando al pie de la letra textos del Antiguo Testamento, como el que hemos escuchado hoy en la primera lectura tomado del Eclesiástico, pero también de algunos profetas como por ejemplo Malaquías. Antes de la llegada del Mesías tenía que volver Elías el que había sido arrebatado al cielo en un carro de fuego.
Hoy hemos escuchado. ‘Está escrito que te reservan para el momento… de reconciliar a los padres con los hijos, para restablecer las tribus de Israel’. Una referencia clara a la venida del Mesías que entre otras cosas tenía la misión de ‘restablecer las tribus de Israel’, o sea la restauración de la soberanía de Israel en ese sentido de Mesías Rey y Caudillo de Israel.
Podemos recordar al tiempo que nos vamos haciendo esta reflexión que palabras semejantes a las escuchadas en el libro del Eclesiástico fueron las dichas por el arcángel a Zacarías en el anuncio del nacimiento de Juan. ‘Convertirá a muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’.
De ahí la respuesta de Jesús a la pregunta de los discípulos a la bajada del Tabor. ‘Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías ha venido y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así también el Hijo del Hombre va a padecer a manos de ellos’. Y comenta el evangelista que ‘entonces comprendieron los discípulos que se refería a Juan el Bautista’.
Nos hace Jesús una referencia a lo que les costó a los judíos terminar de aceptar a Juan el Bautista que terminaría en la cárcel a manos de Herodes para ser por él ajusticiado. Pero Jesús hace una referencia a sí mismo ‘el Hijo del Hombre que va a padecer a manos de ellos’. Palabras de Jesús que están enmarcadas en el evangelio por dos anuncios que hace Jesús de su propia pasión.
¿Qué mensaje podemos sacar de todo esto para nuestra vida y nuestro camino de Adviento? Como decíamos la liturgia de la Iglesia no para de mostrarnos al Bautista en estos días. Hoy nos hace esta referencia al profeta Elías. Austeridad y sacrificio que vemos plasmadas en la vida de Juan con un mensaje claro de conversión que iremos escuchando un día y otro en este Adviento. Pero Elías es el profeta de la fidelidad al Señor. Nada podrá apartarlo de su fe en El y es lo que trata de inculcar a su pueblo.
Caminemos nosotros esos caminos de fidelidad al Señor impregnándonos de esa austeridad y espíritu de sacrificio del Bautista que nos lleven a esa auténtica conversión al Señor. Es la forma de preparar los caminos del Señor. Que en la venida del Señor encuentre en nosotros ese pueblo bien dispuesto. Que la venida del Señor produzca no una restauración en el orden social o político de las tribus de Israel, sino una restauración profunda de nuestra vida para que cada día seamos más santos.

viernes, 11 de diciembre de 2009

El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida

Is. 48, 17-19
Sal. 1
Mt. 11, 16-19


Hay quienes no saben ser felices con los que son felices, ni saben compartir el dolor o el sufrimiento con los que sufren. Parece que siempre caminaran a la contra de los demás, aunque esto podría también indicar otras actitudes negativas en su corazón. Están todos, por ejemplo, reunidos tratando de ser felices pasando un rato agradable compartiendo la alegría y cosas buenos, y ellos están con cara de circunstancias queriendo ver todo negro, sacando a flote calamidades y tristezas, o bien detrás de eso bueno que se comparte sólo ven dobles intenciones o doble fondo.
Esto pasa en muchas aspectos de la vida. Jesús nos está dando a entender o diciéndonos con lo que hoy hemos escuchado en el evangelio que igual que a Juan le ponían pegas por su austeridad y penitencia , ahora a El tampoco le quieren aceptar criticando incluso porque se acerca a la oveja perdida para encontrarla y traerla de nuevo al redil. ‘Los hechos darán la razón a la sabiduría de Dios’, termina sentenciando Jesús.
Jesús quiere mostrarnos el rostro misericordioso y compasivo de Dios que a todos ama y a todos busca; lo que Dios quiere es que andemos por buen camino y realmente seamos felices con la felicidad más honda que para eso nos ha creado.
‘El que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida’, hemos repetido en el salmo una y otra vez como para mejor convencernos de que sólo siguiendo el camino que El nos traza alcanzaremos la mayor plenitud y la más honda felicidad.
De eso nos ha hablado también el profeta Isaías. ‘Yo, el Señor, tu Dios, te enseño para tu bien, te guío por el camino que sigues…’ Nos cuesta entenderlo a veces. Queremos ser tan autónomos que nos cuesta aceptar la verdad de Dios, y la verdad de la vida que el Señor que nos creó quiere trasmitirnos y enseñarnos.
No es que tengamos que hacer las cosas como autómatas, como si nos guiara un destino ciego o no pudiéramos actuar con raciocinio y libertad. Dios no merma nuestra libertad. El nos ha dotado de esa grandeza y dignidad. Y desde esa libertad nosotros damos nuestro sí razonable a ese proyecto de Dios que lo que quiere es el bien para nuestra vida.
‘Si hubieras atendido a mis mandatos, nos dice el Señor hoy con el profeta, sería tu paz como un río, tu justicia como las olas del mar; tu progenie sería como arena, como sus granos los vástagos de tus entrañas…’ Pero queriendo escoger nuestro camino a nuestra manera tomamos la senda del mal que nos lleva a la muerte y a la perdición.
‘El que sigue buen camino, tendrá la luz de la vida… no sigue el camino de los impíos… no entra por la senda de los pecadores ni se sienta en la reunión de los cínicos… su gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche’.
Que esa sea nuestra manera de seguir al Señor. Este camino de Adviento que estamos viviendo nos ayude a reflexionar sobre ello. ‘El Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal’. Ya sabemos el camino que hemos de escoger.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Hacer camino, peregrinar, atravesar desierto…

Is. 41, 13-20
Sal. 144
Mt. 11, 11-15


Hacer camino, peregrinar, atravesar desierto era algo muy presente en la historia del pueblo del Antiguo Testamento y casi me atrevería a decir en su espiritualidad.
Fue lo realizado en el éxodo desde Egipto hasta la tierra prometida, fue el paso de Dios liberándolos de la esclavitud para hacerlo su pueblo, con la purificación del camino del desierto en su peregrinar antes de llegar a la tierra que el Señor les iba a dar. Pero la imagen del éxodo, del peregrinar vuelve a estar fuertemente presente cuando Dios los libera de la cautividad de Babilonia para regresar a su pueblo y a su templo, para regresar a su tierra y a su ciudad santa de Jerusalén.
Si duro fue el peregrinar por el desierto a pesar de las maravillas que Dios iba realizando con su pueblo, ahora el profeta les anuncia unas nuevas maravillas con la presencia del Señor de manera que ese desierto que tienen que atravesar al salir de la cautividad va a ser para ellos como un vergel. Bellas son las imágenes con las que lo anuncia el profeta. ‘Yo el Dios de Israel no les abandonaré… alumbraré ríos… transformaré el desierto en estanque… pondré cedros y acacias y mirtos y olivos… para que vean ya reflexionen que la mano del Señor lo ha hecho, que el Señor de Israel lo ha creado’.
Ese peregrinar, ese hacer camino y cruzar desierto está presente también en nuestra espiritualidad cristiana. Hacemos camino para seguir a Jesús. Hacemos camino que nos prepara y nos purifica, como ahora estamos haciendo de manera especial en este tiempo del Adviento. Y Juan el Bautista aparecerá para ayudarnos a preparar los caminos del Señor. Estará muy presente en nuestro tiempo de Adviento.
Lo que hoy nos habla el evangelio es de la alabanza que hace Jesús de él. ‘Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que él’, nos dice Jesús. Pero viene a recordarnos Jesús el esfuerzo de superación, de conversión y de crecimiento interior que hemos de realizar para aceptar y vivir el Reino de Dios. Era lo que anunciaba el Bautista preparando los caminos del Señor y es lo que tiene que ser también nuestra tarea.
‘El Reino de los cielos hace fuerza, padece violencia, y los esforzados se apoderarán de él’, viene a decirnos Jesús. Padece violencia porque será algo que cueste vivir porque muchas serán las tentaciones que tratarán de apartarnos de ese camino; o también porque con nuestro esfuerzo, nuestros deseos de superación, la conversión que realicemos desde lo hondo del corazón, aunque nos cueste, es como podremos llegar a vivirlo.
Es la idea o el pensamiento con que iniciábamos nuestra reflexión recordando ese camino de desierto, o ese peregrinar que vamos haciendo en nuestra vida. Sabemos donde está nuestra meta en el Reino de Dios que hemos de vivir. Pero sabemos también donde está nuestra fuerza, pues no nos abandonará el Señor. No nos faltarán esas fuentes de agua viva de su gracia que riegue la sequedad de nuestra vida. Con el Señor todos nuestras esfuerzos se convertirán en cañada real que nos conduce a la vivencia gozosa y gratificante del Reino de Dios.
Nos preparamos para acoger al Señor que viene a nuestra vida, como lo vamos a celebrar en la próxima y cercana navidad. ‘Despierta nuestro corazones y muévelos a prepara los caminos de tu Hijo, para que cuando llegue podamos servirte con conciencia pura’, pedíamos con la oración litúrgica de este día.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Venid a mi…

Is. 40, 25-31
Sal. 102
Mt. 11, 28-30


‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré…’ nos dice Jesús hoy.
‘Venid a mí…’ Jesús quiere que vayamos a El, nos invita a estar con El y seguirle. Sea cual sea nuestra situación. Camina delante de nosotros y quiere que vayamos con El, que le sigamos. En distintos momentos Jesús nos llama.
He pensado en algunos de los momentos en que Jesús invita a estar con El. Andrés y Juan lo buscan, quieren conocerle, le preguntan, ‘Maestro, ¿dónde vives?’ Y Jesús les dice ‘Venid y lo veréis’.
Será pasando junto al lago. Allí hay unos pescadores, recogen las redes, las limpian y las reparan, están absortos en su tarea. Y Jesús les dice: ‘Venid conmigo… y os haré pescadores de hombres’.
En el mostrador de la cobranza de los impuestos está Leví o Mateo. Jesús pasa también y le dice, ‘Ven, sígueme’
Al joven rico que le pregunta por lo que ha de hacer para heredar la vida eterna, Jesús le invita a vender todo lo que tiene, entregar el dinero a los pobres y luego ‘ven y sígueme’.
Otras veces no serán palabras, sino la actitud de Jesús. Su corazón está siempre abierto para acoger. Su presencia misma es una invitación. Y muchos querrán seguirle, lo buscarán por todas partes, serán capaces de irse incluso a lugares apartados para escucharle, le llevarán a los enfermos para que le imponga las manos y los cure y hasta se los bajarán desde el techo para que lleguen junto a El. Su presencia, su amor les está invitando a ir hasta El. Muchos momentos así podríamos recordar del evangelio. No somos en estos momentos exhaustivos.
Hoy hemos escuchado que invita a los que están cansados y agobiados, como un día invitaría a los pecadores, en Jesús van a encontrar la paz para su corazón, el descanso para los cuerpos fatigados o los espíritus atormentados. Y es que en Jesús siempre vamos a encontrar paz. A los enfermos, a los pecadores cuando los despide curados y perdonados les dirá. ‘Vete en paz… no peques más’. En Jesús se han curado, se han sanado, se han salvado, han encontrado el perdón y la paz.
Quienes encuentran en Jesús la paz se convertirán en portadores de paz para los demás. Vete en paz y lleva la paz. Eso que estás viviendo compártelo también con los demás, que los otros puedan saber también que en Jesús ellos encontrarán la paz. Por eso invita a ir con El, a estar con El, pero para luego ser enviados, para ser pescadores de hombres, para ser los que vayan a llevar la Buena Nueva del Reino, que siempre es Buena Nueva de paz, a los demás.
Hemos escuchado también al profeta que nos decía: ‘El da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido… los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, les nacen alas como águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse’.
Vayamos nosotros también hasta Jesús. ¿Estamos cansados y fatigados? ¿Tenemos problemas o nos sentimos débiles? ¿Hay dolor en nuestros cuerpos o sufrimiento en el espíritu? Vayamos hasta Jesús. Tengamos verdaderos deseos de conocerle cada día más, de amarlo más, de vivir siempre en su amistad y su gracia. Que en este camino de adviento que estamos haciendo crezcan esos deseos de vivir a Cristo, de dejarnos inundar de su vida. En el encontraremos la paz y el descanso que necesitamos.