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miércoles, 30 de diciembre de 2009

Un pueblo creyente que alaba a Dios en su venida y lo anuncia al mundo

1Jn. 2, 12-17
Sal. 95
Lc. 2, 36-40


El texto del evangelio sigue enmarcado en la escena de la Presentación de Jesús en el Templo.
Ayer nos fijábamos en el anciano Simeón que es la imagen de la esperanza, de la esperanza cierta y de la esperanza que se ve cumplida, como ya ayer reflexionábamos. Con los ojos del que sabe descubrir los misterios de Dios, con los ojos de la fe profunda y de la esperanza que anima su vida, supo descubrir, en aquel niño que aquel joven matrimonio está presentando al Señor, al Mesías de Dios.
Hoy contemplamos a otra anciana, paradigma, podemos decir, del pueblo creyente que ora con esperanza e insistencia pidiendo la venida del Señor, del Mesías. ‘No se apartaba del templo día y noche sirviendo a Dios con ayunos y oraciones’, nos dice el texto sagrado.
Pero es también imagen del pueblo creyente que se encuentra con el Señor y da gracias con alegría y lleva la noticia a los demás. ‘Acercándose en aquel momento – cuando los padres hacen la presentación del Niño al Señor y cuando el anciano Simeón proféticamente reconoce al Mesías, alaba al Señor y profetiza también cosas para la Madre acerca de aquel niño – Ana daba gracias a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel’.
Dos cosas: bendice a Dios y habla del Niño. Dos aspectos muy importantes y significativos. Dos aspectos que tienen que entrar en relación con las celebraciones que nosotros estamos viviendo en estos días. Nos acercamos también nosotros en este momento para celebrar la Navidad como lo venimos haciendo. No terminamos de alabar y bendecir al Señor. Seguimos celebrando la Navidad y en nuestro corazón y vida sigue presente esa alabanza y esa bendición. Y no podemos terminar, no nos podemos cansar de hablar del Niño a los demás, de anunciar lo que celebramos y vivimos nosotros desde nuestra fe.
Dios se ha compadecido de nosotros – que eso significa el nombre de Ana = compasión – y nos ha enviado al Salvador. Es lo que tenemos que comunicar. Es lo que queremos hacer cuando con sentido nos felicitamos nosotros estos días. Nuestra felicitación navideña no puede ser simplemente algo formal, sino que en cierto modo tiene que ser una confesión de fe y un anuncio.
Estamos diciendo que creemos en Jesús que es nuestro Salvador. Estamos comunicando a los demás esa Buena Noticia y les estamos invitando a que se unan a nuestra alegría y a nuestra fiesta porque alcanzamos la salvación, porque viene el Señor que nos salva. Es nuestra certeza y nuestra convicción de la que queremos hacer partícipes a los demás.
Una palabra final para fijarnos en el sentido de lo que hemos escuchado en la carta de san Juan. ¿A quiénes escribe el Apóstol? A los que se sienten perdonados, a los que tienen el conocimiento de Dios, a los que se sienten vencedores del mal con la victoria de Cristo. Habla a los padres, a los jóvenes, a todos los creyentes animándolos con palabras de aliento y esperanza, a los que son fuertes frente a toda tentación y adversidad, y a los que sienten viva la Palabra del Señor en sus vidas.
Pero también nos previene: no nos dejemos contaminar por el espíritu del mundo, por el espíritu de la maldad y del pecado: ‘las pasiones del hombre terreno, la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero’. Cuando se nos desbordan nuestras pasiones o cuando nos dejamos esclavizar por el materialismo y el egoísmo no estamos caminando por caminos de luz, sino de maldad. Pero nosotros somos vencedores en Cristo, que para eso El nos ha liberado. Vivamos, pues, como vencedores, no dejando introducir el mal y el pecado en nuestra vida.

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