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martes, 29 de diciembre de 2009

Las profecías se realizan, las promesas de Dios se cumplen también en el hoy de nuestra vida

1Jn. 2, 3-11
Sal. 95
Lc. 2, 22-35


Las profecías anunciadas tienen se realización segura y las esperanzas su cumplimiento. Es algo que podemos afirmar con pleno convencimiento sobre todo con lo que estamos celebrando en estos días, el nacimiento del Señor, la Navidad del Señor. No sólo como la celebración de un recuerdo histórico sino en el pleno sentido que tiene la celebración cristiana donde hacemos vida, vivimos en el hoy de nuestra vida lo que celebramos.
En las lecturas que vamos escuchando estos días del tiempo de la Navidad, aparte las grandes celebraciones, iremos escuchando por una parte en la primera lectura la carta primera de san Juan y en el Evangelio completaremos todo lo que san Lucas nos narra de los hechos de la infancia de Jesús.
Hoy en el evangelio escuchamos el relato de la presentación de Jesús en el templo. Vamos a fijarnos en algunos aspectos. Nos habla de Simeón. ‘Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, honrado y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel…’ Es la imagen de la esperanza, de la esperanza cierta y de la esperanza que se ve cumplida. El Espíritu del Señor le había hecho sentir en su interior ‘que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor’.
Esas promesas de Dios se cumplen. ‘Impulsado por el Espíritu Santo fue al templo’. Allí lo que se va a encontrar le va a llenar de alegría y de gozo. Con los ojos del que sabe descubrir los misterios de Dios, con los ojos de la fe profunda y de la esperanza que anima su vida, va a descubrir en aquel niño que aquel joven matrimonio está presentando al Señor al Mesías de Dios.
Ya puede morir. Las profecías se han realizado. Las promesas que el Señor le hizo se han cumplido. ‘Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo, Israel’.
Allí está el Mesías de Dios, el Enviado, el Ungido, el Salvador, la luz y la gloria. Allí está Jesús, de quien el ángel dijo que se llamaría así porque salvaría a su pueblo de sus pecados. ‘¡Puedes dejar a tu siervo irse en paz…!’
¿No es eso lo que estamos celebrando? ¿No es eso lo que estamos viviendo en estos días? Ha llegado la salvación, para nosotros todo es luz y es vida, todo es gracia y salvación. Ya nuestra vida es distinta, tenemos que estar llenos de luz; lejos de nosotros las tinieblas del pecado y de la muerte. ¿No hemos comenzado a amarnos más en estos días? Es lo que en verdad tenemos que estar realizando porque estamos viviendo la Navidad.
Si no fuera así, como nos dice san Juan hoy en su carta, seríamos unos mentirosos, unos embusteros. ‘Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano, permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a donde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos’.
Tendría que hacernos pensar. Es para leerlo una y otra vez y mirar su vida para saber si está en las tinieblas o está en la luz. Pidámosle al Señor que seamos capaces de estar en la luz, que nos dé capacidad para amar y amar de verdad a nuestros hermanos.

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