No es que queramos dejar de lado el mensaje que nos ofrece la Palabra de Dios hoy proclamada, pero sí podríamos, sin embargo, hacernos unas breves consideraciones en torno al año que termina. Si en el atardecer de la vida seremos examinados de amor, en expresión tan hermosa de san Juan de la Cruz, en el atardecer del año que termina podríamos hacernos un examen de amor. Un examen que siempre tendrá que llevarnos a bendecir al Señor que tanto nos regala con su amor.
Cuando la gente termina etapas de su vida o de la gestión de las responsabilidades que tiene hace balance para ver cuál es su situación. Un año, podemos decir, es una etapa de la vida y el final del año puede ser ocasión para ese balance, mientras otros se lo toman sólo como ocasión de una fiesta por un año que se despide y por otro que se inicia. No juzgamos a nadie, pero sí queremos hoy en nuestra celebración hacer como ese balance porque para nosotros puede ser una buena ocasión para la alabanza al Señor.
Del Señor es el tiempo y la eternidad. Ha transcurrido un año más de nuestra vida. Esa vida que se ha ido desgranando día a día con sus momentos felices y de dicha y también con momentos quizá no tan buenos, pero una vida que reconocemos como un don de Dios. Un don precioso por el que tenemos que bendecir siempre al Señor y darle gracias.
Tenemos más o menos años; gozamos de buena salud o ya quizá nuestro cuerpo no nos va respondiendo como nosotros quisiéramos; podemos valernos por nosotros mismos o quizá tendremos que depender de alguien que nos ayude. Otros podemos realizar nuestras actividades normales y desempeñamos una responsabilidad… Hay vida en nosotros. Vivimos. Podemos estar rodeados de nuestros seres queridos en el lugar donde siempre hemos vivido o estamos aquí en este centro que nos acoge porque por las diferentes circunstancias de la vida ésta es nuestra situación. (Decir para los que leen en internet esta reflexión que ha sido preparada en especial teniendo en cuenta los centros de ancianos donde realizo mi labor, pero a todos nos puede valer)
Siempre, sin embargo, tiene que surgir nuestra acción de gracias al Señor. Por lo que podemos hacer por nosotros mismos o por lo que recibimos de los otros. Nuestros corazones tienen que llenarse de gratitud y tiene que surgir siempre nuestra alabanza al Señor ya que recibimos o tenemos, nos viene de Dios, dador de todo bien.
De El venimos, hacia El vamos y en El vivimos. Es nuestra actitud creyente que tiene que estar presente en nuestra existencia. Podemos decir que esa vida que tenemos son unos talentos que Dios ha puesto en nuestras manos, recordando la parábola del evangelio, y que tenemos, con la ayuda del Señor, hacer fructificar. Sea cual sea nuestra situación a la vida hemos de darle un sentido y un valor que se va a manifestar en cómo vivimos, en lo que hacemos, en las responsabilidades que desempeñamos, en lo bueno que hacemos por los demás, o a favor de nuestra sociedad. El Señor nos puede pedir que le rindamos cuentas, como en la parábola de los talentos, de cómo en el año que termina hemos hecho fructífera nuestra vida, esa vida que Dios ha puesto en nuestras manos.
En esta celebración de hoy, en este final de año, queremos recordar en la presencia del Señor eso bueno que hemos vivido. Tenemos la tentación muchas veces de cargarnos con tintes negros y sólo ver cosas negativas en la vida. Las habrá porque así somos limitados y pecadores pero vamos a recoger en ramillete esas flores de las cosas buenas que hayamos vivido y hemos realizado para presentarle al Señor esta ofrenda de amor de nuestra vida. Cada una mire su vida y lo bueno que hay en ella, recoja esas flores bellas y preséntelas en bello ramo al Señor.
El Señor va a dirigirnos una mirada complaciente y de amor porque El sí sabe valorar siempre hasta lo más pequeño que hayamos hecho. El Señor vuelve su mirada sobre nosotros y nos bendice con su paz como El siempre sabe hacer. Se regocija en nuestras obras, se siente bendecido con nuestro amor.
Es cierto que podríamos haber sido mejores, haber puesto más amor en nuestra vida, haber hecho las cosas mejor, no haber tenido tantas omisiones de cosas buenas y haber evitado lo malo que hayamos podido realizar. Cada uno se examine. Pero sabemos que la mirada del Señor es siempre una mirada de misericordia.
En el sentimos su aliento y su paz, y desde El nos sentimos impulsados para esos buenos propósitos que nos hacemos para el año nuevo. Es momento, pues, también de implicarnos en ese proyecto de amor de nuestra vida para el año que comienza. Que todo lo que hagamos sea siempre una bendición para el Señor, porque reconocemos sus bendiciones y porque todo lo que hagamos sea siempre para la gloria del Señor. A El la bendición, la alabanza y la acción de gracias en todo momento y por toda la eternidad.
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