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lunes, 28 de diciembre de 2009

Santos Inocentes, mártires de la fidelidad, testigos de Jesús

1Jn. 1, 5-2, 2
Sal. 123
Mt. 2, 13-18


La cruz del calvario no está lejos de la gruta de Belén. Es el primer pensamiento que se me ocurre cuando hoy estamos celebrando el martirio de los Santos Inocentes en la cercanía de la celebración de la navidad y de la alegría del nacimiento de Jesús. Nos recuerda una vez más que este niño que contemplamos nacido en Belén, que es el Hijo de Dios hecho hombre, es nuestro Salvador y Redentor, el que derramará su sangre para la redención de nuestros pecados. ‘La sangre de su Hijo Jesús nos lavará de nuestros pecados’, nos ha recordado hoy la carta de san Juan.
Hemos escuchado el relato en el evangelio. Herodes había pedido a los Magos llegados de Oriente que volvieran de Belén para darle noticias del recién nacido Rey de los judíos que ellos buscaban, porque él quería también ir a adorarle. Pero los Magos marcharon por otro camino iluminados desde el cielo por el ángel del Señor. Será también el ángel del Señor el que alerte a José para que marche a Egipto ante lo que Herodes pretendía hacer. ‘Un grito se oye en Ramá: llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora a sus hijos, y rehúsa el consuelo porque ya no viven’ es el oráculo del profeta Jeremías que recuerda el evangelista ante la matanza cruenta de tantos inocentes.
En el Apocalipsis cuando se nos habla del ‘cántico nuevo de los ciento cuarenta y cuatro mil rescatados de la tierra’, se nos señalará que ‘éstos son los que siguen al Cordero a dondequiera que va, los rescatados de los hombres como los primeros frutos para Dios y para el Cordero…’ Así vemos hoy coronados de gloria a estos niños inocentes, los primeros en derramar su sangre y que forman parte ya de esa brillante multitud de los mártires a los que nosotros queremos unirnos también para alabar al Señor. ‘A ti, oh Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos. Te ensalza la brillante multitud de los mártires’, que proclamamos en el Aleluya de aclamación al Evangelio.
Cuando celebramos hace un par de días el martirio de Esteban queríamos recordar también a los mártires, testigos que siguen dando testimonio hasta derramar su vida a través de todos los tiempos y también nuestros tiempos actuales. Hoy queremos ampliar un poco aquel pensamiento en la contemplación de los Santos Inocentes. Cuántos también de forma inocente van perdiendo su vida desde muertes violentas y siempre innecesarias, o entregando su vida por una fidelidad mantenida hasta la muerte.
Al contemplar la crueldad de Herodes siempre pensamos en tantos Herodes de todos los tiempos, o cuántos Herodes de nuestro tiempo que hacen perder vidas inocentes. El primer pensamiento siempre es el de tantas criaturas a las que se les siega la vida con el aborto, porque ahí en el seno de una madre hay una vida, una vida inocente y que sin embargo es masacrada de una forma tan terrible.
Víctimas inocentes en tantos que pierden su vida de forma violenta, y sea quien sea el que pierde su vida de esta manera, tenemos que decir que es una víctima inocente, porque nadie tiene derecho a quitar la vida de nadie y menos de forma violenta.
Pero, como decíamos, pensamos también en los que pierden su vida como consecuencia de su fidelidad; fidelidad a su fe, fidelidad a la verdad, fidelidad en su trabajo por la justicia y la paz, fidelidad en tantos trabajos nacidos del amor y de la solidaridad que les llevará a entregarse hasta el final. Este es un tema que podría ampliarse con muchos detalles, pero creo que caemos en la cuenta bien de lo que queremos decir.
En ese camino de fidelidad a la fe, a la condición cristiana y al seguimiento de Cristo y pertenencia a la Iglesia, como hemos comentado en alguna ocasión podemos pensar en tantos que en muchos lugares del mundo son perseguidos por ser cristianos. En nombre de fundamentalismos religiosos en muchas partes se les hace la vida imposible a los cristianos, o incluso llegan a perder su vida. Y son cosas que siguen sucediendo hoy en estos mismos días en la India, en Irak, y en otros muchos países.
Que el Señor nos dé valentía y firmeza en nuestra fe. Que seamos capaces de mantener nuestra fidelidad hasta el final. Que aquí donde estamos demos siempre valientemente este testimonio de nuestra fe. Se necesitan testigos.

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