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domingo, 27 de diciembre de 2009

Hogar y familia de Nazaret donde quiso habitar Dios hecho hombre

1Sam. 1, 20-22.24-28;
Sal. 83;
1Jn. 3, 1-2.21-24;
Lc. 41-52


Grandes son los esfuerzos de muchos hogares, por no decir la mayoría o todos, por hacer de estos días de Navidad una hermosa fiesta familiar. Cuántos preparativos para la cena y para el encuentro familiar, tenemos que reconocer.
Aunque la Navidad es mucho más que todo eso, no podemos dejar de alabar todo lo que se hace para que estos días la familia se reúna, viva con alegría de fiesta todos esos encuentros y se logre esa bonita armonía de nuestras familias en un encuentro hermoso de los hijos con los padres, de los hermanos entre sí, cuando muchas veces sean las circunstancias de la vida las que nos puedan llevar a vivir en sitios distantes o con otras lejanías de corazón que pueden ser mucho más dolorosas.
Con este punto de partida en medio de la celebración de la Navidad para este domingo cercano al Nacimiento del Señor la Iglesia nos invita a celebrar el día de la Sagrada Familia. Aquel hogar de Nazaret formado por aquel joven matrimonio de José y María con su hijo Jesús.
No es para nosotros una familia ni un hogar cualquiera. Fue el hogar donde Dios quiso venir a habitar de una manera especial cuando el Hijo de Dios se hace hombre y nace de María Virgen para ser nuestro Salvador. Viene a ser para nosotros por esa inhabitación especial de Dios en él un hogar tipo y modelo de nuestros hogares, una familia para nosotros sagrada y el mejor modelo de nuestra familia cristiana.
Allí nació, creció y se desarrolló como hombre el Hijo de Dios. Allí vivió el Hijo del Hombre, Cristo Jesús, sujeto a la autoridad de los padres, quien tiene el poder sobre todo el universos y que nosotros proclamamos como Rey del universo y Señor de la historia y del hombre. ‘El bajó con ellos a Nazaret, nos contaba hoy el evangelio, y siguió bajo su autoridad… y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres’.
Muchas consideraciones podemos hacernos sobre la realidad de la familia y de nuestros hogares a la luz de aquella Sagrada Familia de Nazaret. Podríamos pensar en los peligros a que se ve sometida la estabilidad de la familia en los momentos que vivimos. Siempre el egoísmo de los hombres – porque así estamos sometidos a la tentación y al pecado – puede poner en peligro lo que tiene que estar fundamentado sobre el amor.
Y la familia es la más perfecta comunidad de vida y amor en cuanto comunión intima de vida y amor, fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lugar primario de humanización de la persona y de la sociedad, cuna de la vida y de la sociedad. Así nos enseña la doctrina de la Iglesia y nos recordaba por ejemplo el Papa el pasado año en el mensaje para la jornada mundial de la paz. Con razón, nos decía, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, una institución divina, fundamento de la vida de la persona y prototipo de toda organización social.
Tenemos que cuidar nuestros hogares y nuestras familias porque de ella dependen muchas cosas. Es ahí en el hogar, en la familia donde crecemos y maduramos como personas, aprendemos lo que es el verdadero amor y el verdadero sentido de la vida, lo que nos va a llevar a caminos de felicidad y también de plenitud de la persona. Todo lo que le haga perder estabilidad nos pone en peligro cosas esenciales de nuestro vivir.
Estamos celebrando esta fiesta de la Sagrada Familia en el marco de la Navidad y nos hace reflexionar y orar por nuestras familias y nuestros hogares. Decíamos al principio que la navidad es ocasión para el encuentro de las familias y de todos sus miembros cuando tantas veces en la vida andamos distanciados. Como decíamos no son tanto las distancias físicas, cuando las distancias del corazón. Y es eso lo que tenemos que aprender a superar, a corregir, a buscar la manera del acercamiento y el encuentro, porque es bien doloroso cuando en las propias familias ponemos barreras de poco entendimiento entre sus miembros.
Los cristianos, que amamos nuestra familia y tenemos como modelo y ejemplo la Sagrada Familia de Nazaret como hoy estamos celebrando, tenemos que hacer una defensa grande y valiente de la familia frente a los peligros múltiples que la acechan en nuestra sociedad. No son guerras lo que tenemos que hacer sino manifestar valientemente la unidad de nuestras familias como testimonio de que esa unidad familiar y ese amor para siempre es posible.
Qué importante que en nuestros hogares cristianos se siga enseñando a amar a Dios y se sepa trasmitir a los más jóvenes estos valores y principios cristianos. Unos padres que enseñan el nombre de Dios Padre a sus hijos, que les enseñan a amar a Jesús y que les muestran en el testimonio de sus propias vidas lo que es el amor, la comprensión, la unidad, el perdón. Una familia cristiana es la mejor escuela de la fe y del amor a Dios y a los demás, donde se enseña a alabar y bendecir al Señor cada día cada día y en cada acontecimiento. Por algo se le llama a la familia cristiana verdadera iglesia doméstica.
Nos tiene que doler muy fuerte en el corazón cuando vemos tantos matrimonios rotos y tantas familias destrozadas, y algunas veces nos sucede en nuestra propia cercanía. Qué importante la acogida amorosa que cure heridas, qué necesario el bálsamo y la medicina de la oración para que se puedan recomponer tantos rotos y para que el Señor a unos y a otros dé su luz y su gracia.
Hoy queremos orar por nuestras familias y por nuestros hogares para que se mantengan siempre así en esa comunión de vida y amor. Pero oramos por todas las familias, y oramos por los hogares rotos con tantos sufrimientos que se originan en el propio matrimonio y en los hijos. Oramos para que en nuestra sociedad se defienda y promueva el verdadero valor de la familia. Oramos para que el Señor ilumine a nuestros gobernantes y dirigentes de la sociedad para que descubran su valor y trabajen seriamente para que no se pierdan esos valores.
Pero tiene que ser un día de fiesta y de alegría en nuestros hogares. Una ocasión también para la acción de gracias al Señor recordando tantas maravillas como el Señor realiza entre nosotros y en nuestras propias familias. Que sintamos cómo el Señor quiere habitar también nuestras familias y en nuestros hogares como estaba en aquel hogar de Nazaret. Que el Señor sea siempre bendito.

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