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sábado, 1 de marzo de 2014

aceptar a un niño, hacerse como niño, naceer de nuevo para ver y entender el Reino de Dios



Aceptar a un niño, hacerse como niño, nacer de nuevo para ver y entender el Reino de Dios

Sant. 5, 13-20; Sal. 140; Mc. 10, 13-16
‘Presentaron a Jesús unos niños para que los tocara y bendijera, pero los discípulos los regañaban’. El celo de los discípulos por Jesús, que no querían que nada lo molestase y menos unos inquietos niños que solo estarían por allí como unos revoltosos molestando. Pero ya vemos que Jesús piensa otra cosa de los niños.
En varios momentos del evangelio veremos una relación entre los niños y pequeños y Jesús. Ahora regañará Jesús a los discípulos por su celo y no querer que los niños estén con Jesús. Ya en otro momento nos dirá que el que no sabe acoger a un niño no entiende del Reino de Dios. Manifestará continuamente su predilección por los que son pequeños; podemos incluir en ellos a los niños, pero serán muchos los que se asemejarán a ellos en el pensamiento de Jesús, porque los sencillos y los que no son ‘entendidos’ será precisamente a los que se revele el misterio de Dios.
Ahora les dirá: ‘Dejad que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de los cielos’. Y nos dirá que hay que hacerse niño, o en otra ocasión nos dirá que hay que nacer de nuevo para tener un corazón nuevo que pueda acoger el Reino de Dios. Hoy sigue diciéndonos: ‘Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño,  no entrará en él’.
¿Qué es lo que quiere enseñarnos Jesús? ¿Qué nos quiere decir? De alguna manera recogiendo todos esos momentos en que hace referencia a los pequeños y a los sencillos podemos entender bien su mensaje. Recibir el mensaje como un niño significa aceptarlo con sencillez; la sencillez y la apertura de corazón sin malicia de un niño que te mira a los ojos porque quiere saber y a través de tus ojos quiere penetrar hondamente en aquello que le quieres trasmitir.
Es la apertura del pobre de espíritu, que merecerá la bienaventuranza allá en el sermón del Monte, porque de los pobres es el Reino de los cielos. Es la apertura del corazón que se siente agradecido por todo cuanto recibe y acoge como un precioso don ese anuncio que se le hace del Reino de Dios. Es la mirada del niño que confía en su padre, porque sabe que nunca le va a fallar, y precisamente aceptar el Reino de Dios será reconocer que Dios es nuestro único Señor, pero que además es un Padre que nos ama y en quien siempre podemos confiar.
Por eso muchos santos han hecho el camino que les ha llevado a la santidad desde la espiritualidad de la infancia espiritual, como lo hizo Santa Teresa del Niño Jesús, y como se refleja también en la espiritualidad de la historia de un alma del Beato Juan XXIII.
Así como niños, con sencillez y con humildad, con amor filial y con apertura total al amor del Padre que nos ama, con mirada limpia y sin malicia en el alma nosotros queremos también acoger el Reino de Dios en nuestra vida. Porque cuando acogemos un niño o cuando nos hacemos como niños estaremos emprendiendo el camino que nos va a llevar a la más hermosa grandeza, la de los hijos de Dios.
Sin embargo reconocemos que no siempre es fácil, ni acoger al que vemos pequeño e insignificante, ni nosotros hacernos pequeños como niños, porque aprendamos a ser los últimos y los servidores de todos. Abajarse para hacerse el último, hacerse sencillo y humilde para incluso pasar desapercibido no nos es siempre fácil porque ya sabemos de lo que son los orgullos que se nos meten por dentro, y como cuando nos vemos relegados a un segundo termino nuestro amor propio se siente tan herido. Despojarnos de orgullos y malicias no es tarea fácil, pero que ha de ser tarea en la que nos empeñemos si en verdad queremos participar y ser del Reino de Dios.
Solo lo podremos lograr si nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor. Es lo que con fe e intensidad hemos de saber pedir.

viernes, 28 de febrero de 2014

El Evangelio de Jesús ilumina toda situación de la vida del hombre



El Evangelio de Jesús ilumina toda situación de la vida del hombre

Sant. 5, 9-12; Sal. 102; Mc. 10, 1-12
El evangelio de Jesús es Buena Noticia que viene a iluminar toda la vida del hombre en todas sus circunstancias y situaciones. ‘Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero’, hemos recitado muchas veces con los salmos. Por eso, deseosos de esa luz queremos escuchar a Jesús, acudimos a El desde nuestras oscuridades, de los problemas que tenemos en la vida, desde lo que son nuestras luchas o nuestros deseos. Porque creemos en El y sentimos que es la verdadera luz para nuestra vida acudimos a El, acudimos a su Palabra y queremos dejarnos iluminar.
Algunas veces nos cuesta ponernos con nuestra vida frente a esa luz, porque quizá haya cosas que nos hacen sufrir por dentro, situaciones difíciles o dolorosas de las que no sabemos cómo salir,  pero aún así queremos dejarnos iluminar por su luz y a El acudimos llenos de confianza y queriendo poner mucho amor.
Si seguimos el recorrido que Jesús va haciendo y nos presentan las páginas del evangelio, vemos cómo Jesús se acerca a las diversas situaciones y problemas que viven las personas para allí siempre ir dejando un rayo de luz y de esperanza. Un rayo de luz que ilumine y nos haga ver con un nuevo sentido, con la novedad del Evangelio esas situaciones por las que pasamos. Un rayo de esperanza porque siempre con la presencia de Jesús nos sentimos confortados.
Hoy vemos a Jesús recorriendo otros lugares de Palestina; ha dejado Galilea y se ha venido a Judea y a Transjordania ‘y otra vez se le fue reuniendo gente por el camino, y según costumbre les enseñaba’.  Jesús siempre trasmitiéndonos la luz de su evangelio. En esta ocasión son los fariseos los que se acercan con sus preguntas a Jesús. ¿Eran cosas que les preocupaban? Realmente estaban hablando de situaciones dolorosas por las que pasaban muchas personas cuando veían roto su amor y sus matrimonios abocados a la disolución. Como sigue pasando hoy en tantas personas y en tantas familias.
Pero ¿se acercaron los fariseos a Jesús porque les preocupaban esas situaciones o por la oposición unas veces larvada y otras veces totalmente abierta que tenían ante Jesús y lo que Jesús enseñaba? Ya el evangelista dice que para ponerlo a prueba vinieron a hacerle aquellas preguntas sobre el divorcio y lo que la ley de Moisés permitía.
Jesús les recuerda lo que es lo esencial y fundamental en el matrimonio. Está, por supuesto, reconociendo que no siempre es fácil, porque el corazón del hombre no siempre está lo suficientemente maduro para afrontar toda la riqueza y la grandeza de lo que es el amor matrimonial. Será necesario partir de un amor verdaderamente maduro que sea capaz de entregarse con total fidelidad, y será necesario por ambas partes una capacidad grande de acogida a la otra persona con la que se va a vivir una unidad bien profunda. No siempre es fácil. Pero de ahí, de un amor así, es de donde ha de nacer esa indisolubilidad del matrimonio y esa fidelidad total hasta la muerte. Y esto será posible cuando seamos capaces de vivir un auténtico y verdadero amor.
Cuando hablamos de amor, y también de ese amor tan especial que es el amor matrimonial, siempre el cristiano ha de tener como referencia a Cristo y lo que es su amor. Porque es en Cristo donde vamos a aprender lo que es el amor verdadero. Recordemos que luego san Pablo en sus cartas cuando nos habla de ello hace la comparación entre el amor entre un  hombre y una mujer, un amor matrimonial, con el amor que Cristo le tiene a su Iglesia, convirtiéndolo uno en imagen del otro.
Cristo y su amor serán siempre la luz que ilumine nuestra vida en cada situación concreta que vivamos. Cristo y su amor será  siempre esa lámpara que va a iluminar el sendero de nuestra vida para que podamos recorrerlo, vivir en la mayor plenitud; es la plenitud del amor de Cristo como tiene que ser la plenitud de nuestro amor.

jueves, 27 de febrero de 2014

Un camino de desprendimiento y generosidad pero también de superacion para vencer las tentaciones del mal



Un camino de desprendimiento y generosidad, pero también de superación para vencer las tentaciones del mal

Sant. 5, 1-6; Sal. 48; Mc. 9, 40-49
El camino de Jesús tiene que estar adoquinado con el desprendimiento y la generosidad nacidos del amor y con la lucha y el esfuerzo por superarnos cada día más a nosotros mismos para que ni por una parte seamos causa de mal o de pecado para los demás y por otra parte nosotros al mismo tiempo arranquemos continuamente esas raíces de pecado que pudiera haber en nosotros. Bien sabemos que cuando queremos arrancar una mala hierba, si no la arrancamos de raíz, pronto volverá a brotar con fuerza.
Ese camino de desprendimiento y de generosidad hemos de aprender a hacerlo desde las pequeñas cosas porque ya nos dirá en otro momento del evangelio que si no sabemos ser fieles en lo poco, en lo pequeño, tampoco en lo grande e importante sabremos ser fieles. Por eso nos habla hoy del vaso de agua dado con generosidad que nunca quedará sin recompensa. ‘El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa’, nos dice.
Algunas veces podemos pensar, bueno, eso que voy a hacer es pequeño e insignificante y no tiene valor; de ninguna manera podemos pensar así.  El pequeñito grano de arena unido a otros pequeños granos de arena hará el montón. Pero además la grandeza de lo que hacemos no está en la cantidad sino en la calidad del amor que pongamos en aquello que hacemos. Dios habitualmente no nos pide cosas extraordinarias, pero sí nos pide que lo que hagamos, lo hagamos extraordinariamente bien. Es, pues, la intensidad que ponemos en aquello que hacemos. Porque en ello queremos poner siempre amor.
Y eso nos vale en el lado positivo de todas las cosas que hacemos, haciéndolas siempre con el amor más exquisito, como nos vale también en lo negativo que puede aparecer en nuestra vida. Es un camino bien resbaladizo y la tentación que se nos puede meter en el alma en cosas que nos parecen pequeñas e insignificantes pronto pueden desembocar en cosas mucho más graves.
Nos habla Jesús del cuidado que hemos de tener para no hacer daño a nadie con nuestros malos ejemplos, pero también de cómo tenemos que arrancar de nosotros todo lo que sea malo. Las expresiones de Jesús, en su lenguaje semítico propio que es muy rico en imágenes, nos pueden parecer duras, pero nos habla de la importancia que hemos de darle a todo aquello que hacemos, para que nada nos impida alcanzar esa vida eterna a la que estamos llamados y nunca nosotros seamos causa de que otros puedan desviarse del camino recto.
Es cierto que somos débiles y estamos sometidos continuamente a la tentación que nos inclina hacia el mal, pero ahí está precisamente ese camino de superación en el que hemos de estar empeñados. Y es que un cristiano de verdad ha de estar siempre en esa actitud de superación y de crecimiento en su vida, porque tan pronto nos descuidemos, ya sabemos, la raíz de la mala hierba de la tentación y del mal vuelve a brotar con fuerza en nosotros.
Además en la medida en que vayamos creciendo en el amor al Señor, mucho más santos querremos ser, y entonces con mayor delicadeza e intensidad iremos examinando nuestra vida continuamente en ese deseo de ser mejores, de ser santos de verdad, como escuchamos hace poco que nos decía Jesús en el Evangelio. Porque no se trata, como decíamos entonces, de ser buenos así como todos, sino que lo que tenemos que buscar siempre esa perfección y santidad cuyo modelo e ideal es Dios mismo, porque a la larga esa santidad que vamos a vivir es esa posesión de Dios, ese sentirnos llenos y poseídos de Dios que habita en nuestros corazones.
Que nos sintamos en verdad llenos e inundados del Espíritu del Señor que nos llene con su gracia, que nos dé la fortaleza de la gracia para recorrer ese camino de santidad alejándonos siempre del mal,  y poniendo el amor más exquisito en nuestra vida.

miércoles, 26 de febrero de 2014

VER Y DESCUBRIR LAS SEMILLAS DEL REINO DE DIOS...



Ver y descubrir las semillas del Reino de Dios que con sus cosas buenas tantos siembran en nuestro mundo

Sant.  4, 13-17; Sal. 48; Mc. 9, 37-39
Nunca la luz de la verdad de Jesús que ilumina nuestra vida y que da sentido a nuestro vivir tendría ni que encerrarnos en nosotros mismos como si nosotros fuéramos los únicos que hemos encontrado esa luz, ni cegarnos de tal manera que no veamos las semillas de bien y de bondad que podemos descubrir en tantos a nuestro alrededor.
Es cierto que para nosotros es un gozo grande el haber descubierto esa luz del Reino de Dios y nos hemos de sentir agradecidos por cuantas maravillas Dios realiza en nosotros llenándonos de su salvación; y ese gozo y alegría de nuestra fe nos tiene que hacer, digámoslo así, contagiosos y contagiadores de esa alegría y de esa fe con cuantos están a nuestro lado.
No podemos, es cierto, guardarnos la luz para nosotros solos,  sino que hemos de saber ser trasmisores de esa luz a cuantos rodean, porque además bien sabemos que el mundo necesita de esa luz y hay muchos hambrientos y sedientos de algo que llene en plenitud sus vidas;  si nosotros no somos capaces de trasmitírselo, quizá no la van a encontrar y no podrán saciarse. Nunca podremos ser unos fanáticos que tratemos de imponer a los demás lo bueno que nosotros hemos encontrado, porque siempre hemos de saber respetar la libertad de los otros.
Pero eso no podemos hacernos tan fanáticos que apabullemos a los demás con lo que nosotros vivimos o hemos encontrado, ni tan cegatos que no seamos capaces de ver lo bueno que hay en los demás, que son también semillas del Reino de Dios. No hacemos concesiones en lo que es la verdad de nuestra vida que hemos encontrado en Jesús y que nos lleva a vivir también conforme a unos principios, pero tampoco podemos hacer sincretismos donde todo nos parezca igualmente bueno mezclando unas cosas con otras. Hemos de saber descubrir las semillas del Reino de Dios en las cosas buenas que también hacen los demás.
Con buena voluntad y con buenos deseos cosas así le están pasando a los discípulos de Jesús cuando vienen contando que han encontrado a uno que echa demonios en el nombre de Jesús, sin ser del grupo de los discípulos, y ellos se lo han querido impedir. Es cuando Jesús nos deja la sentencia y la lección para que respetemos lo bueno de los demás, porque ‘el que no está contra nosotros está a favor nuestro’, les dice.
Algunas veces somos injustos en nuestras apreciaciones y juicios que hacemos en relación a los demás. Nos creemos que únicamente somos nosotros los buenos y que los demás no son capaces de hacer cosas buenas. Bien nos encontramos en muchas ocasiones que la gente sencilla y humilde, que nos puede parecer que no saben nada o que no valen para nada, sin embargo nos dan ejemplo de actitudes y posturas evangélicas muy hermosas, más hermosas muchas de veces que las cosas que nosotros que nos creemos tan buenos podemos hacer.
Si uno va con los ojos de la fe y de la humilde comprensión por la vida podrá descubrir todas esas cosas hermosas que hacen los demás y que quizá sin conocer mucho del evangelio están, sin embargo, en mucha consonancia con el evangelio. Confieso que en muchas ocasiones cuando he sabido tener bien abiertos los ojos y los oídos de la fe, he podido apreciar esas actitudes y posturas verdaderamente evangélicas en muchas personas.
Siempre recuerdo cuando en una ocasión en una de las parroquias en las que he estado, haciendo unas experiencias apostólicas con un grupo de seminaristas, queríamos decir Misa, celebrar la Eucaristía en un lugar muy apartado donde pocas veces quizá había llegado un sacerdote. Cuando le pedíamos a una persona mayor que si nos dejaba celebrar en su casa, porque tenía una salita más grande donde podía caber mejor aquel pequeño grupo de vecinos, su respuesta fue la del Evangelio: Yo no soy digna de que en mi casa se celebre la Misa, nos decía, y nos recordaba al centurión que no se sentía digno de que Jesús fuese a su casa o la de Isabel que proclamaba quién era ella para que la visitara la Madre de su Señor.
Pero no será solo eso, sino que serán tantas cosas en un hermoso compartir desde la pobreza lo poco que se tiene, o será la alegría y la esperanza que llena los corazones de tantos a pesar de los problemas o de las dificultades que van encontrando en la vida.
Abramos bien los ojos y oídos del alma para ver, para descubrir todo eso bueno que tantas personas hacen y que son realmente semillas del Reino de Dios que se está sembrando en nuestro mundo.

martes, 25 de febrero de 2014

Hay cosas que solo se pueden entender desde el amor y nosotros aprendemos mirando a Jesus



Hay cosas que solo se pueden entender desde el amor y nosotros aprendemos mirando a Jesús

Sant. 4, 1-10; Sal. 54; Mc. 9, 29-36
Hay cosas que solo se pueden entender desde el amor; cuando entendemos bien lo que es amar, como esa donación profunda que uno es capaz de hacer de si mismo, porque uno también estaría dispuesto a vivir un amor así, podemos comprender  la entrega de las almas grandes que se dan y que se entregan, que no temen incluso el sufrimiento y la muerte en nombre de ese amor.
Jesús va con sus discípulos atravesando Galilea y no quiere que la gente se entere de su paso porque quiere aprovechar para ir instruyendo a los discípulos más cercanos, aquellos que un día escogerá como los Doce Apóstoles, porque a ellos les va a confiar una misión muy especial. Aprovecha para anunciarles incluso todo aquello que le va a suceder, pero todavía el grupo de los discípulos no son capaces de entender lo que Jesús les está diciendo.
Jesús les decía que ‘el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto a los tres días resucitará. Pero  no entendían aquello y les daba miedo preguntarle’. Qué difícil resulta entender lo que sea dolor y sufrimiento; cuanto nos cuesta enfrentarnos al hecho de la muerte. Nos sucede cada día cuando nos aparecen en la vida los dolores y los sufrimientos y reaccionamos o rebelándonos contra quien sea por ese sufrimiento o tratamos de resignarnos muchas veces con amargura en el alma. Jesús les habla de su pasión y les anuncia su muerte, pero ellos no son capaces de entender; menos van a entender lo de que ‘después de muerto a los tres días resucitará’.
¿Cómo van a entender todo esto de que les habla Jesús, que es de alguna manera hablarles de una entrega de amor que le llevará hasta la muerte? Fijémonos en qué iban discutiendo por el camino acto seguido incluso de los anuncios que Jesús les ha hecho. ‘Una vez en casa, Jesús les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante’. Había muchos resabios aún en su corazón de orgullos y de ambiciones de grandezas; no podían entender lo que significase sacrificio y entrega que pudiera significar de alguna manera pérdida para ellos. No podían entender, entonces las palabras de Jesús.
Y Jesús pacientemente les explica una vez más. ‘Se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos’. Es necesario pasar por el camino del amor que nos lleva al servicio, aunque en esa actitud de servicio podamos parecer los últimos. Lo importante, la grandeza la encontramos en el amor. Desde el amor aprenderemos a ser servidores de los demás.
Aprendiendo esto podemos entender lo que significa el sacrificio de Jesús que le lleva a la pasión y a la muerte. Todo se centra en el amor. Jesús es la mayor manifestación de lo que es el amor de Dios por nosotros. Como tantas veces hemos recordado ‘tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo único’. Al contemplar la pasión y la cruz que Jesús anuncia no estamos haciendo otra cosa que contemplar el amor, y solo desde el amor lo podemos entender.
Hay cosas que solo se pueden entender desde el amor, decíamos al principio de la reflexión. Solo desde el amor podemos entender el sufrimiento de la pasión de Jesús que le lleva a la cruz y a la muerte, como hemos dicho; solo desde el amor podemos entender y darle valor y sentido al dolor y al sufrimiento que nos va apareciendo en nuestra vida. Solo desde el amor comprendemos la entrega y el sacrificio de las almas grandes que son capaces de olvidarse de sí mismas para hacer el bien, para trabajar por los demás.
Y nosotros los cristianos no vamos por la vida queriendo hacer el bien y darle sentido a todo desde un amor cualquiera. Nuestro modelo y nuestra fuerza están en Jesús, está en el amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús. Así contemplando a Jesús aprendemos a darnos y a ser capaces de ser los últimos, los servidores de todos. Que el Espíritu del Señor nos haga comprender lo que es el verdadero amor y nos dé la fortaleza que necesitamos para amar de esa manera  sin temor a hacernos los últimos para estar siempre en esa actitud de servicio hacia los demás. No olvidemos que Cristo resucitó y es un signo de la vida nueva que desde el amor nosotros vamos a alcanzar.

lunes, 24 de febrero de 2014

La fortaleza de nuestra fe nace de una oracion llena de confianza en el Señor y alimentada en la Palabra de Dios



La fortaleza de nuestra fe nace de una oración llena de confianza en el Señor y alimentada en la Palabra de Dios

Sant. 3, 13-18; Sal. 18; Mc. 9, 13-28
‘Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos’. Es la súplica llena de angustia y de esperanza de aquel padre que ve a su hijo sufriendo por la posesión del espíritu maligno. Había venido hasta Jesús, mientras Jesús estaba en lo alto del Tabor, les había pedido a los discípulos que hicieran algo por él, pero los discípulos no han podido hacer nada.
Cuando llega Jesús y el padre se presenta ante El suplicándole porque los discípulos nada habían podido hacer, Jesús se queda de la falta de fe. Será una constante a lo largo de todo el episodio. Ante la súplica repetida de aquel padre que le dice ‘si algo puedes…’, Jesús le responde: ‘¿si puedo? Todo es posible para el que tiene fe’. El padre seguirá suplicando con fe, pero siente que su fe es débil porque quizá aun quedan desconfianzas en su corazón. Por eso le grita a Jesús. ‘Tengo fe, pero dudo, ayúdame’.
Hermosa súplica que hemos comentado en más de una ocasión y que nos sirve de modelo para nuestra oración. ‘Creo, Señor, pero aumenta mi fe’. Creemos, es cierto, pero estamos llenos de dudas y de desconfianzas; creemos, pero muchas veces  mezclamos muchas cosas con nuestra fe; creemos, pero necesitamos afianzarnos de verdad en esa fe. ¿Dónde mejor encontrar esa fortaleza para nuestra fe? Que el Señor nos conceda su Espíritu, que nos dé fortaleza a nuestra fe, que nos dé seguridad y confianza, que nos dé perseverancia en nuestra fe y en nuestra oración.
Jesús curó a aquel muchacho ante la suplica llena de fe de aquel padre. No es necesario entrar en detalles de la descripción de cómo Jesús lo ha realizado que ya lo hemos escuchado. (Siempre aconsejo a quienes leen estas reflexiones en el blogs que previamente lean la cita del evangelio que estamos comentando, para ayudarnos a hacer mejor la reflexión, porque además lo importante es encontrarnos de manera viva con la Palabra que se nos proclama). Cuando llegan a casa los discípulos, quizá avergonzados porque ellos no pudieron realizar aquello para lo que Jesús ya les había dado poder cuando los había enviado de dos en dos a anunciar el Reino, le preguntan por qué ellos no lo pudieron hacer. ‘¿Por qué no pudimos echarlo  nosotros?’… Esta especie solo puede salir con oración y ayuno’, les responderá Jesús.
Todo un camino y un proceso para nuestra vida de fe, para nuestra vida cristiana. Un camino que nos está enseñando cómo tenemos que fortalecer nuestra fe. Queremos poner toda nuestra confianza en Dios, pero muchas veces nos llenamos de dudas y de desconfianzas. Es al Señor a quien tenemos que suplicar que nos ayude en nuestra fe. Queremos afirmar nuestra fe, mantenernos firmes en ella a pesar de las dificultades o del mundo adverso en que nos encontramos. Pero ahí tenemos que dar nuestro testimonio de creyentes. ‘Señor, yo creo, pero aumenta mi fe’, tenemos que pedir una y otra vez. Solo con la oración, alimento de nuestra alma, podremos sentirnos cada día más fortalecidos. Ya nos lo está diciendo Jesús en la respuesta que les da a los discípulos.
En estos mensajes hermosos que nos encontramos muchas veces en facebook e internet, estos días he leído el siguiente: ‘El alma se limpia con el perdón, se hidrata con la oración, se nutre con la Palabra, se protege con la fe y se tonifica con el amor de Dios’. Hermoso mensaje que resume muchas cosas y nos puede ayudar mucho. Creo que está en perfecta consonancia con lo que venimos reflexionando. Purificarnos con el perdón de Dios - imagen de esa salvación es la curación de aquel muchacho por parte de Jesús -, alimentarnos de la oración y de la Palabra de Dios, que nos dará fortaleza a nuestra fe y nos hará disfrutar del amor de Dios.
La fortaleza de nuestra fe ha de nacer de una oración llena de confianza en el Señor y que se alimenta de la Palabra de Dios.

domingo, 23 de febrero de 2014

Un evangelio que no es para timoratos ni mediocres



Un evangelio que no es para timoratos ni mediocres

Lev. 19, 1-2.17-18; Sal. 102; 1Cor. 3, 16-23; Mt. 5, 38-48
El evangelio no lo entienden los timoratos, los que siempre andan a medias tintas, los que no son capaces de mirar a lo alto, más allá, más arriba, sino que se quieren quedar siempre en los mínimos o en lo que suponga el menor esfuerzo. El evangelio es para el que quiera tener un alma grande y tenga aspiraciones siempre a lo mejor y a lo más hermoso, el que tiene ansias de perfección y plenitud. Por eso en este mundo tan lleno de mediocridad cuesta tanto entender el evangelio, queremos estar haciéndonos nuestras componendas, buscando interpretaciones y rebajas.
Ante la página del evangelio que hoy hemos escuchado habremos oído quizá decir a muchos que bueno, eso está muy bonito, son hermosos ideales, pero que tenemos que saber interpretar lo que nos dice Jesús, porque las cosas no hay que tomárselas con tanta radicalidad. Son los mediocres y los timoratos; y cuidado no seamos nosotros de ellos también, porque le tengamos miedo a enfrentarnos de verdad y sin tapujos a esta página del evangelio, que forma parte del sermón del monte. Ya desde las primeras palabras del sermón del monte, donde se  nos proclaman las bienaventuranzas nos estamos haciendo nuestras interpretaciones que las suavicen y que nos las den en rebajas. No ha de ser esa nuestra postura ni nuestra manera de acercarnos al evangelio de Jesús.
Perdónenme quienes me escuchan, pero es el primer pensamiento que el Señor me ha sugerido en mi corazón al querer explicaros esta página del evangelio. Y comienzo diciéndomelo a mi mismo, porque soy tan pecador y tan mediocre como cualquiera de vosotros y tengo también la tentación de querer suavizar en mi favor la Buena Nueva del Evangelio, con lo que le estaría quitando o restando toda la verdad que contiene la Palabra de Jesús.
Tenemos que comenzar por lo que ya nos decía el libro del Antiguo Testamento, lo que Moisés le decía al pueblo de parte de Dios: ‘Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios,  soy santo’. No se trata simplemente de que tengamos que ser buenos. Es mucho más. ‘Seréis santos’. Y no es que seamos buenos por una exigencia ética, porque así pues no hacemos daño a los demás, nos llevamos bien, evitamos cosas malas; el motivo es más grande, el motivo está en Dios; luego tendrá sus consecuencias porque esa santidad nuestra hará todo esto necesariamente  en relación a los demás. Pero tenemos que ser santos, porque nuestra meta de perfección y santidad, y nuestro ideal está en Dios. ‘Porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo’.
¿No decía el Génesis que habíamos sido creados a imagen y semejanza de Dios? Pues ahí tenemos el motivo y la razón. Hechos a semejanza de Dios que es santo. Y cuanto más santos seamos más estaremos reflejando, presentando esa imagen de Dios, para que todos lleguen también a creer en El y a ser santos también.
Y ¿cómo conseguirlo? Nos lo decía san Pablo. ‘El Espíritu de Dios habita en vosotros…’ somos templo de Dios y ese templo de Dios es santo, luego nosotros tenemos que ser santos; para eso se nos ha dado su Espíritu. ‘Todos hemos bebido de un solo Espíritu’, nos dirá san Pablo en otro lugar. Y entonces, si estamos llenos de su Espíritu, estaremos llenos de su amor, de su misericordia, de su paz, de su gracia. Y eso se va a reflejar en nuestra vida, en lo que somos, en nuestra manera de vivir, en nuestro trato con los demás, en el amor que les tenemos a todos, en la capacidad de la misericordia y del perdón. Será lo que luego nos va a enseñar Jesús en el Evangelio.
‘Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’ es la sentencia final que como conclusión nos pone Jesús hoy al final de sus palabras. Lo que decíamos, el mensaje del evangelio no es para los mediocres. No podemos quedarnos en medias tintas, en la mediocridad. Nuestra meta es bien alta. Porque además nos pregunta Jesús, si hacemos como todos, ¿qué mérito tenemos? ¿qué hacemos de extraordinario? Para seguir haciendo lo mismo, de la misma manera no hubiera hecho falta la venida del Hijo de Dios a encarnarse y estar en medio de nosotros. Si seguimos haciendo lo que todos hacen, ¿dónde está la Buena Noticia, la Buena Nueva del Evangelio? No habría ninguna  novedad.
No nos han de extrañar, entonces, las actitudes nuevas, las nuevas posturas, la nueva manera de actuar que nos propone Jesús. Para seguir ‘con el ojo por el ojo y el diente por el diente’ no necesitaríamos de evangelio. La novedad está en esa nueva actitud y postura, de perdón, de generosidad, de misericordia, de comprensión, de donación de nosotros mismos que nos está pidiendo Jesús si en verdad queremos decirnos sus seguidores.
Nos pone ejemplos muy concretos que hemos de traducir en muchas cosas concretas también de nuestra vida. Será nuestra humildad y nuestra mansedumbre, será la generosidad y la misericordia de la que hemos de llenar nuestro corazón y que se va a reflejar en actos concretos en la vida de cada día con los que están a mi lado. Lejos de nosotros el orgullo, la impaciencia, la mezquindad, la dureza e insensibilidad del corazón. La espiral de la violencia y del egoísmo tiene que romperse y lo que ha de iniciarse es la espiral del amor, de la solidaridad y de la misericordia.
Pero, ¿sabéis por donde tiene que empezar esa espiral? Porque quizá estamos esperando que empiece por el otro. No, tiene que empezar en nosotros mismos, tiene que empezar en mí, ha de decirse cada uno. No voy a comenzar a amar cuando el otro me haya amado primero. No es ese el estilo de Jesús ni de su amor. De la misma manera que nos dice san Juan que el amor de Dios fue el primero, porque El fue el que comenzó a amarnos, así ha de ser nuestro amor para con los demás, hemos de empezar nosotros sin esperar que el otro comience. ‘El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que El nos amó primero’, nos dice la carta de san Juan. Así nosotros en nuestro amor para con los demás. Esa es la grandeza del amor al estilo de Jesús.
De ahí se desprende lo que luego nos dirá Jesús del amor a quienes no nos aman, que se consideran enemigos. Porque un cristiano, además, no puede considerar nunca enemigo a nadie; el otro podrá considerarse mi enemigo, pero para mi tiene que ser siempre un hermano; quizá no nos entendemos, haya habido algo entre nosotros, me habrá quizá ofendido, pero es ahí donde tiene que estar nuestro amor. Por eso nos dirá Jesús que tenemos que amarlos, y cuando se nos atraviesen y no podamos tragarlos porque puede ser amargo lo que nos hayan hecho, comencemos a rezar por ellos. Será una sabia decisión para poder comenzar a amar.
Tajantemente nos lo dirá Jesús: ‘Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos’.
Es la valentía y la grandeza del amor. Es lo que serán capaces de alcanzar los que tienen un alma noble y grande. Lejos de nosotros, entonces, las mezquindades; lejos de nosotros esa pobreza que nos lleva a la envidia y al resentimiento, que nos lleva a guardar rencor en nuestra alma y a amargarnos nuestras entrañas haciéndonos perder la paz para siempre. Qué paz pueden sentir en su corazón los que son capaces de amar y de perdonar, los que son capaces de llegar a rezar por aquel que te haya podido hacer mal. ¿No querremos tener también nosotros esa paz en nuestro corazón?