Un camino de desprendimiento y generosidad, pero también de superación para vencer las tentaciones del mal
Sant. 5, 1-6; Sal. 48; Mc. 9, 40-49
El camino de Jesús tiene que estar adoquinado con el
desprendimiento y la generosidad nacidos del amor y con la lucha y el esfuerzo
por superarnos cada día más a nosotros mismos para que ni por una parte seamos
causa de mal o de pecado para los demás y por otra parte nosotros al mismo
tiempo arranquemos continuamente esas raíces de pecado que pudiera haber en
nosotros. Bien sabemos que cuando queremos arrancar una mala hierba, si no la
arrancamos de raíz, pronto volverá a brotar con fuerza.
Ese camino de desprendimiento y de generosidad hemos de
aprender a hacerlo desde las pequeñas cosas porque ya nos dirá en otro momento
del evangelio que si no sabemos ser fieles en lo poco, en lo pequeño, tampoco
en lo grande e importante sabremos ser fieles. Por eso nos habla hoy del vaso
de agua dado con generosidad que nunca quedará sin recompensa. ‘El que os dé a
beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin
recompensa’, nos dice.
Algunas veces podemos pensar, bueno, eso que voy a
hacer es pequeño e insignificante y no tiene valor; de ninguna manera podemos
pensar así. El pequeñito grano de arena
unido a otros pequeños granos de arena hará el montón. Pero además la grandeza
de lo que hacemos no está en la cantidad sino en la calidad del amor que
pongamos en aquello que hacemos. Dios habitualmente no nos pide cosas
extraordinarias, pero sí nos pide que lo que hagamos, lo hagamos extraordinariamente bien. Es,
pues, la intensidad que ponemos en aquello que hacemos. Porque en ello queremos
poner siempre amor.
Y eso nos vale en el lado positivo de todas las cosas
que hacemos, haciéndolas siempre con el amor más exquisito, como nos vale
también en lo negativo que puede aparecer en nuestra vida. Es un camino bien
resbaladizo y la tentación que se nos puede meter en el alma en cosas que nos
parecen pequeñas e insignificantes pronto pueden desembocar en cosas mucho más
graves.
Nos habla Jesús del cuidado que hemos de tener para no
hacer daño a nadie con nuestros malos ejemplos, pero también de cómo tenemos
que arrancar de nosotros todo lo que sea malo. Las expresiones de Jesús, en su
lenguaje semítico propio que es muy rico en imágenes, nos pueden parecer duras,
pero nos habla de la importancia que hemos de darle a todo aquello que hacemos,
para que nada nos impida alcanzar esa vida eterna a la que estamos llamados y
nunca nosotros seamos causa de que otros puedan desviarse del camino recto.
Es cierto que somos débiles y estamos sometidos
continuamente a la tentación que nos inclina hacia el mal, pero ahí está
precisamente ese camino de superación en el que hemos de estar empeñados. Y es
que un cristiano de verdad ha de estar siempre en esa actitud de superación y
de crecimiento en su vida, porque tan pronto nos descuidemos, ya sabemos, la
raíz de la mala hierba de la tentación y del mal vuelve a brotar con fuerza en
nosotros.
Además en la medida en que vayamos creciendo en el amor
al Señor, mucho más santos querremos ser, y entonces con mayor delicadeza e
intensidad iremos examinando nuestra vida continuamente en ese deseo de ser
mejores, de ser santos de verdad, como escuchamos hace poco que nos decía Jesús
en el Evangelio. Porque no se trata, como decíamos entonces, de ser buenos así
como todos, sino que lo que tenemos que buscar siempre esa perfección y
santidad cuyo modelo e ideal es Dios mismo, porque a la larga esa santidad que
vamos a vivir es esa posesión de Dios, ese sentirnos llenos y poseídos de Dios
que habita en nuestros corazones.
Que nos sintamos en verdad llenos e inundados del
Espíritu del Señor que nos llene con su gracia, que nos dé la fortaleza de la
gracia para recorrer ese camino de santidad alejándonos siempre del mal, y poniendo el amor más exquisito en nuestra
vida.
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