Aceptar a un niño, hacerse como niño, nacer de nuevo para ver y entender el Reino de Dios
Sant. 5, 13-20; Sal. 140; Mc. 10, 13-16
‘Presentaron a Jesús
unos niños para que los tocara y bendijera, pero los discípulos los regañaban’. El celo de los discípulos por
Jesús, que no querían que nada lo molestase y menos unos inquietos niños que
solo estarían por allí como unos revoltosos molestando. Pero ya vemos que Jesús
piensa otra cosa de los niños.
En varios momentos del evangelio veremos una relación
entre los niños y pequeños y Jesús. Ahora regañará Jesús a los discípulos por
su celo y no querer que los niños estén con Jesús. Ya en otro momento nos dirá
que el que no sabe acoger a un niño no entiende del Reino de Dios. Manifestará
continuamente su predilección por los que son pequeños; podemos incluir en
ellos a los niños, pero serán muchos los que se asemejarán a ellos en el
pensamiento de Jesús, porque los sencillos y los que no son ‘entendidos’ será precisamente a los que
se revele el misterio de Dios.
Ahora les dirá: ‘Dejad
que los niños se acerquen a mí; no se lo impidáis; de los que son como ellos es
el Reino de los cielos’. Y nos dirá que hay que hacerse niño, o en otra
ocasión nos dirá que hay que nacer de nuevo para tener un corazón nuevo que
pueda acoger el Reino de Dios. Hoy sigue diciéndonos: ‘Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él’.
¿Qué es lo que quiere enseñarnos Jesús? ¿Qué nos quiere
decir? De alguna manera recogiendo todos esos momentos en que hace referencia a
los pequeños y a los sencillos podemos entender bien su mensaje. Recibir el
mensaje como un niño significa aceptarlo con sencillez; la sencillez y la
apertura de corazón sin malicia de un niño que te mira a los ojos porque quiere
saber y a través de tus ojos quiere penetrar hondamente en aquello que le
quieres trasmitir.
Es la apertura del pobre de espíritu, que merecerá la
bienaventuranza allá en el sermón del Monte, porque de los pobres es el Reino
de los cielos. Es la apertura del corazón que se siente agradecido por todo
cuanto recibe y acoge como un precioso don ese anuncio que se le hace del Reino
de Dios. Es la mirada del niño que confía en su padre, porque sabe que nunca le
va a fallar, y precisamente aceptar el Reino de Dios será reconocer que Dios es
nuestro único Señor, pero que además es un Padre que nos ama y en quien siempre
podemos confiar.
Por eso muchos santos han hecho el camino que les ha
llevado a la santidad desde la espiritualidad de la infancia espiritual, como
lo hizo Santa Teresa del Niño Jesús, y como se refleja también en la
espiritualidad de la historia de un alma del Beato Juan XXIII.
Así como niños, con sencillez y con humildad, con amor
filial y con apertura total al amor del Padre que nos ama, con mirada limpia y
sin malicia en el alma nosotros queremos también acoger el Reino de Dios en
nuestra vida. Porque cuando acogemos un niño o cuando nos hacemos como niños
estaremos emprendiendo el camino que nos va a llevar a la más hermosa grandeza,
la de los hijos de Dios.
Sin embargo reconocemos que no siempre es fácil, ni
acoger al que vemos pequeño e insignificante, ni nosotros hacernos pequeños
como niños, porque aprendamos a ser los últimos y los servidores de todos.
Abajarse para hacerse el último, hacerse sencillo y humilde para incluso pasar
desapercibido no nos es siempre fácil porque ya sabemos de lo que son los
orgullos que se nos meten por dentro, y como cuando nos vemos relegados a un
segundo termino nuestro amor propio se siente tan herido. Despojarnos de
orgullos y malicias no es tarea fácil, pero que ha de ser tarea en la que nos
empeñemos si en verdad queremos participar y ser del Reino de Dios.
Solo lo podremos lograr si nos dejamos conducir por el
Espíritu del Señor. Es lo que con fe e intensidad hemos de saber pedir.
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