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sábado, 26 de septiembre de 2009

Alégrate que yo vengo a habitar dentro de ti…

Zac. 2, 1-5.10-11
Sal: Jer. 31, 10-13
Lc. 9, 46-50

¡Alégrate y gózate, hija de Sión!, que yo vengo a habitar dentro de ti!... yo seré para ella una muralla de fuego en torno, y gloria dentro de ella…’

Imágenes de rico contenido nos ofrecen hoy el profeta Zacarías, que leeremos varios días, y el salmo, que está tomado también de un profeta, Jeremías. Hacen referencia también a Jerusalén, hija de Sión. Frente a los peligros que podrían acechar a la ciudad de Jerusalén, el Señor se convierte en su muralla y su fortaleza – ‘muralla de fuego en torno’ – y habitará en medio de ella – ‘vengo a habitar dentro de ti’ – lo que le da seguridad y confianza.

Peligros podía tener muchos la ciudad, porque era ‘una ciudad abierta’, una ciudad sin murallas. En la reconstrucción después del regreso de la cautividad no habían podido concluir todas las tareas de rehacer también las murallas. Pasaría mucho tiempo para poder hacer eso. Y eso la convertía en una ciudad indefensa frente a los enemigos que podían atacarla, como ya en la historia pasada había sucedido.

Pero el Señor promete su asistencia habitando en medio de ella y siendo su gloria y fortaleza. Por eso con palabras de Jeremías en el salmo se expresa esa confianza porque ‘el Señor nos guardará como pastor a su rebaño’.

Esa confianza será también motivo de alegría. ‘Entonces se alegrará la doncella en la danza, gozarán los jóvenes y los viejos, convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas’.

Todas estas palabras son también para nosotros palabras de aliento y esperanza. Nos vemos acosados también por las tentaciones y los peligros. También el Señor ha prometido estar con nosotros, habitar en medio nuestro, habitar en nuestro corazón. ‘Vendremos y haremos morada en él’, anunciaba Jesús. Y al final del Evangelio nos dirá que estará con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos. Y sabemos cómo nos envía su Espíritu que será también nuestra fortaleza – es uno de los dones del Espíritu Santo – como nuestra Sabiduría porque El nos dará la posibilidad de saborear las cosas celestiales, saborear el misterio de Dios.

Momentos difíciles de todo tipo podemos pasar. Pobreza, enfermedad, sufrimientos, tentaciones… muchas son las cosas que podrían preocuparnos e incluso ponernos tristes. Pero ‘el Señor nos guardará como pastor a su rebaño’, que decíamos con Jeremías. O como decimos en otro salmo, ‘el Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…’

Es un mensaje de consuelo que nosotros también hemos de saber trasmitir a los demás. ¿Cómo? Con el testimonio de nuestra paz interior nacida de esa confianza y de esa certeza de la presencia del Señor en nuestra vida. Pero esa experiencia hemos de comunicarla también a los demás con nuestra palabra, con nuestro anuncio valiente de la salvación que recibimos de Dios. También con la alegría con que vivimos nuestra fe. ‘Convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas’. Pues que eso se note en nuestra vida.

'Alégrate y gózate, hija de Sión… alégrate y gózate, alma mía, que el Señor fue bueno contigo...'

viernes, 25 de septiembre de 2009

Una confesión de fe a la que podemos llegar sólo desde la oración

Ageo, 2. 1-10
Sal. 42
Lc. 9, 18-22


La confesión de fe de Pedro es un texto que nos aparece con frecuencia en la liturgia. Ahora mismo hace un par de semanas en el domingo XXIV Ordinario lo escuchamos en el relato de Marcos.
Lucas nos dice que ‘Jesús estando orando solo en presencia de sus discípulos les pregunta’. Un detalle a tener en cuenta. ¿Cuál es la pregunta? ‘¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?’ La respuesta que dan los discípulos no es muy distinta a lo escuchado en versículos anteriores cuando nos hablaba del interés del virrey Herodes por Jesús. ‘Tenía ganas de verlo’. Le habían hablado de Jesús y también con distintas versiones acerca de la personalidad de Jesús. ‘Juan había resucitado… había aparecido Elías… alguno de los antiguos profetas había vuelto a la vida…’
Es el sentido de la respuesta de los discípulos a la pregunta de Jesús hoy. Pero, ¿es esa su fe en Jesús? ‘Y vosotros ¿quién decís que soy yo?’ La respuesta la dará Pedro. ‘El Mesías de Dios’
Pero Jesús les prohibió decírselo a la gente. A ellos les explicaba cómo se iba a manifestar que El era el Mesías. ‘El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
Creo que si escuchamos una vez más este texto es para que aprendamos a crecer en nuestra fe en Jesús. Es importante esa confesión de fe porque sólo el que dice que Jesús es el Señor se salvará, como nos dice la Escritura en otro lugar. Y tener que llegar a esa clara y convencida confesión de fe.
Hay un detalle al que hicimos mención al principio que teníamos que tener en cuenta y al que ahora vamos a destacar. Jesús les hace la pregunta estando en oración. La respuesta de nuestra fe no puede ser también sino desde la oración. Orando con Jesús.
En esa oración intima, profunda, personal desde el corazón con Dios es como podemos llegar a conocer de verdad quién es Jesús. Nuestro conocimiento de Jesús y en consecuencia nuestra fe en el no la conseguiremos solamente desde un estudio intelectual o sólo con lo que con los ojos de la cara podamos percibir. Muchos vieron a Jesús en su tiempo y no llegaron a creer en El. Y sólo por saber muchas cosas, metiéndolas en la cabeza, por decirlo de alguna manera, no llegaremos al conocimiento de Jesús. Porque es un conocimiento que tiene que ser vida.
Sólo en un trato intimo de corazón a corazón podemos penetrar en ese conocimiento y en esa fe en Jesús, o, podemos decirlo de otra manera, es cómo nosotros vamos a ser penetrados por ese Misterio de Dios.
Es gracia, es don de Dios, pero que el Señor quiere darnos para que, abriendo nuestro corazón en la oración, lo alcancemos. Sólo en la oración vamos a sintonizar de verdad en el Misterio de Dios. Es una sintonía que no podemos percibir de cualquier manera ni en cualquier onda. Es muy tenue al oído pero retumba fuerte en lo hondo del corazón cuando llegamos a percibirla. Será algo que va a envolver totalmente nuestra vida, de manera que ya nuestra vida no será la misma, nosotros ya no seremos los mismos, porque nos sentiremos transformador por El.
Una oración que tenemos que aprender a hacer, como hemos dicho tantas veces, con la Biblia en la mano. En la Biblia se nos trasmite mejor que en ningún sitio la Palabra viva de Dios. Será entonces con la Biblia cómo descubriremos, como escucharemos en lo más hondo de nosotros mismos la Palabra que el Señor quiere decirnos.
Entremos en oración. Entremos en ese misterio de Dios para que lleguemos a hacer la mejor y más honda profesión de fe en Jesús.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Todavía no es tiempo de reconstruir el templo

Ageo, 1, 1-8
Sal. 149
Lc. 9, 7-9


En ocasiones, cuando escuchamos relatos de la Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, que hacen referencia a la historia del pueblo de Israel, llegamos a pensar o preguntarnos que pueden significar para nosotros esas historias de otro tiempo y de otro pueblo. Es el caso, por ejemplo, en estos días estamos escuchando sobre el regreso del exilio, la reconstrucción de Jerusalén y del templo.
En primer lugar tenemos que decir que son la historia de un pueblo en el que se ha desarrollado la historia de la salvación, pues a ese pueblo Dios quiso revelarse de manera especial y todos los momentos de su historia podemos verlos como reflejo de esa intervención de Dios en aquel pueblo signo de cómo Dios nos ama y se hace presente también nuestra propia historia.
Pero también podemos decir que esas historias son como un espejo y un ejemplo para nuestra propia historia, pudiendo descubrir más allá de lo que históricamente se nos narra un mensaje hondo para nuestra vida. Son además reflejo muchas veces de nuestras propias actitudes, de nuestras respuestas no siempre positivas, etc.
Hoy como se nos decía nos situamos en ese momento del regreso y de la reconstrucción de Jerusalén y del templo. Lo escuchamos también en estos pasados días en el libro de Esdras y ahora en el profeta Ageo coetáneo de estos acontecimientos. Precisamente el profeta trata de incentivar al pueblo para que se esfuerza en la reconstrucción del templo de Jerusalén frente a algunos que preferían dejarlo para otro tiempo y otra ocasión. ‘Este pueblo anda diciendo: todavía no es tiempo de reconstruir el templo’.
Ya sabemos que a partir de Jesús los cristianos cuando hablamos o pensamos en el templo no nos referimos habitualmente sólo al templo edificio material donde la comunidad se reúne, lugar propicio para la oración en el que podemos sentir una especial presencia del Señor, lugar de escucha de la Palabra de Dios y de la celebración del culto. Pensamos en ese templo de Dios que somos nosotros desde nuestra consagración bautismal. Somos nosotros ese templo del Espíritu y morada de Dios. recordamos lo que Jesús nos decía que si le amamos y guardamos sus mandamientos, el Padre nos amará ‘y vendremos y haremos morada en él’.
En nuestra vida tiene que manifestarse la gloria de Dios. así tiene que resplandecer la santidad de nuestra vida. Pero ya sabemos cuál es nuestra realidad porque con el pecado manchamos y profanamos ese templo de Dios que somos nosotros. Y si reconocemos que somos pecadores, también hemos de esforzarnos por restaurar ese templo de Dios recuperando la gracia del Señor para que vuelva a brillar la gloria de Dios en nosotros y a través de nosotros para los demás.
‘Todavía no es tiempo de reconstruir el templo’, decían algunos en tiempos de Ageo. Que es también nuestra respuesta en muchas ocasiones. Vamos dando largas a nuestra sincera conversión, posponemos el acercarnos al sacramento de la Penitencia para otra ocasión, no terminamos de decidirnos a cambiar y mejorar nuestra vida. Más adelante, ya tendremos tiempo, en otra cosas ocasión vamos respondiendo una y otra vez y el Señor puede llegar a nosotros ‘como ladrón en la noche’, como nos señala Jesús en el evangelio.
Démosle respuesta a la llamada del Señor, convirtámonos a El y purifiquemos nuestra corazón. Limpiemos ese templo de Dios que hemos manchado tantas veces con nuestro pecado para que viendo la santidad de vida todos puedan dar gloria a Dios.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

La Biblia, nuestro libro básico de oración

Esd. 9, 5-9
Sal_ Tob.13, 2.4.6.7.8
Lc. 9, 1-16


La Biblia es el libro de la Palabra de Dios, porque es donde tenemos contenida y expresada todo lo que es la revelación de amor que Dios ha hecho de sí mismo. Allí acudimos a empaparnos del Misterio de Dios que es empaparnos de Dios mismo. Pero si la Biblia nos enseña a conocer a Dios también nos enseña a relacionarnos con Dios. podemos decir que es nuestro libro básico de oración.
Serán los salmos, por ejemplo, himnos y cánticos de alabanza y de acción de gracias, de súplica y de petición de perdón. Pero no son sólo los salmos. Encontraremos otros muchos modelos de oración en muchos y distintos personajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, hasta culminar en la oración de Jesús y en la oración en el Espíritu que es quien mueve y guía nuestra oración, orando El mismo en nuestro interior.
Hoy es una de esas páginas de la Biblia en donde contemplamos a un personaje en oración y que nos puede enseñar a nosotros o darnos pautas para lo que puede ser nuestra más profunda y auténtica oración.
Nos situamos. Los judíos han vuelto del destierro y la cautividad en Babilonia, porque Ciro, rey de los persas, les ha dado libertad. Ha llegado la hora de reconstruir Jerusalén, el templo y todo Israel. En eso están empeñados. Vemos hoy subir al templo a Esdras a la hora de la oración de la tarde, a las cuatro de la tarde, y hace una oración llena de reconocimiento y gratitud a Dios, muy llena de humildad para reconocer el pecado del pueblo que lo ha llevado a tantas desgracias como han sufrido; una oración de petición de perdón, de agradecimiento a Dios reconociendo también las mediaciones de las que Dios se ha valido en aquellos reyes para darles libertad, y de súplica confiada en el Señor.
Dios mío, me avergüenzo y me sonrojo de levantar mi rostro hacia ti, porque estamos hundidos por nuestros pecados…’ Reconoce el castigo merecido que han sufrido en el destierro y la desolación, para reconocer el actuar lleno de misericordia de Dios. ‘Ahora en este instante, el Señor, nuestro Dios, se ha compadecido de nosotros….nuestro Dios ha iluminado nuestros ojos y nos ha reanimado un poco en medio de nuestra esclavitud. Porque éramos esclavos, pero nuestro Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud…’
Así con humildad nos tenemos que acercar a Dios. Cuando acudimos a Dios en la oración así lo hemos de hacer, sintiéndonos pueblo pecador. Muchas veces surge ese sentimiento interior cuando tras nuestro pecado nos ponemos de nuevo en la presencia del Señor. ‘Me avergüenzo y me sonrojo’, me siento miserable con mi pecado tras reconocer cuánto es el amor que Dios nos tiene, me siento humillado ante el Señor. ‘Soy un pecador, un hombre de labios impuros’, como decía el profeta Isaías, de corazón impuro, manchado por mi pecado. Ese acto de humildad es importante en el inicio de nuestra oración. Ese reconocimiento ha de mover nuestro corazón al amor porque nunca nos falla, por grande que sea nuestro pecado, el amor que Dios nos tiene y nos ofrece con su perdón.
Agachamos humildemente la cabeza y el corazón para al mismo tiempo levantar nuestra mirada a lo alto para contemplar las maravillas que hace el Señor, las maravillas que continúa haciendo en nosotros. Reconocemos en nuestra oración y tenemos que saber aprender a dar gracias por esas mediaciones a través de las que he recibido ese amor y esa gracia del Señor. Sí, descubrir como Dios actúa en nuestra vida, y nos llama, a través de acontecimientos, de otras personas, de muchas cosas que nos pasan pero que vienen a ser una voz y una llamada del Señor.
Todo eso nos lleva a alabar a Dios por todas esas maravillas también delante de los que nos rodean, como decíamos en el salmo, que es una oración de Tobías. ‘Dadle gracias, israelitas, ante los gentiles porque El nos dispersó entre ellos. Proclamad allí su grandeza, ensalzadlo ante todos los vivientes, que El es nuestro Dios y Señor, nuestro Padre por todos los siglos…’
¡Cuántas veces le hemos pedido al Señor, ‘enséñanos a orar’! Acudamos a la Biblia, que es nuestro gran libro de oración. Allí aprenderemos a encontrar profundamente con el Señor.

martes, 22 de septiembre de 2009

El martirio, una ofrenda de amor realizada cada día

Beatas Josefa Ruano y Mª Dolores Puis, mártires
Hermanitas Ancianos Desamparados
Sap. 3, 1-9
Sal. 33
Jn. 12, 24-26


‘Dichoso el hombre que soporta la prueba porque, una vez aquilatado, recibirá la corona de la vida’.
No es agradable pasar por una prueba. Nos gustaría que todo fuera fácil, no tuviéramos problemas, no surgieran las enfermedades, todos y siempre fuéramos inmensamente felices sin ninguna sombra que empañara esa felicidad, no encontráramos oposición por ningún lado. Pero sabemos que la vida no es así. Todas esas cosas y muchas más de una forma o de otra van surgiendo en la vida, haciéndonos más maduros, haciéndonos adquirir una riqueza grande en la vida que no se queda reducida a lo material o pecuniario y, ¿por qué no? en el orden de la fe haciéndonos tener una fe más madura y más firme.
En la frase que nos ha servido de principio a nuestra reflexión se emplea la palabra aquilatar y nos dice ‘una vez aquilatado, recibirá la corona de la vida’. Esa palabra, aquilatar, viene del método que se emplea para purificar el oro, que se hace a fuego y una vez pasado por el crisol y purificado con el fuego de toda escoria, adquiere más quilates, más valor. Una vez aquilatada nuestra vida en el fuego de la prueba, tenemos que decir, nos haremos dignos de la corona de la vida.
Entonces esas dificultades de la vida, todo eso que podemos encontrar como oposición a nuestra vida cristiana, tiene que aquilatarnos; es la prueba que nos purifica y nos hace madurar de verdad. Así en verdad nos veremos fortalecidos en nuestra vida cristiana, en nuestro seguimiento de Jesús.
De eso nos hablaba el libro de la Sabiduría. ‘La gente insensata pensaba que morían… era una desgracia su tránsito y una destrucción su partida… los probó como oro en el crisol… los recibió como sacrificio de holocausto…’ El sufrimiento y la muerte de los justos pudiera parecer injusto, innecesario y un sin sentido desde la óptica de los que no tienen fe.
Estamos escuchando esta Palabra de Dios y reflexionando sobre ella en la memoria que hacemos hoy de las dos beatas mártires de la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, Sor Josefa y Sor María Dolores, en tiempos de la persecución religiosa en España en el siglo XX. ‘Resplandecen como chispas que prenden en el cañaveral’, seguía diciendo el libro de la Sabiduría. Es el resplandor de los mártires que para un no creyente pudiera ser considera una muerte inútil, pero, como sigue diciendo el texto sagrado, ‘el Señor reinará sobre ellas eternamente’; ellas han entrado a tomar posesión del Reino que Dios les tiene reservado porque para siempre Dios será su único Rey y Señor.
Ellas son ese ‘grano de trigo que cae en tierra y muere pero que da mucho fruto para siempre’, del que nos habla Jesús en el Evangelio. Dos Hermanitas que supieron hacer oblación de su vida calladamente día a día en su servicio y atención a los ancianos. No fueron mujeres de obras extraordinarias. No busquemos en su vida cosas maravillosas y extraordinarias sino que lo maravilloso es lo extraordinariamente bien que vivieron su amor cada día. No nos pide Dios normalmente cosas extraordinarias para santificarnos, sino que hagamos extraordinariamente bien las cosas ordinarias de cada día.
Es lo que hicieron las Hermanitas, en silencio, como grano de trigo enterrado bajo la tierra. De esa oblación silenciosa de cada día surgirá un día que lleguen a la culminación de su oblación y sacrificio en el martirio. Es la prueba suprema del amor a que fueron sometidas, pero pudieron alcanzar la corona de la vida. En ese momento Dios les pedirá lo extraordinario pero estaban preparadas para esa ofrenda desde esa oblación que cada día habían hecho de su vida en el amor. Y así fue como lo vivieron; habían vivido la prueba de cada día en su entrega silencio, ahora podían pasar la prueba suprema en la hora del martirio.
La Iglesia les reconoce el martirio de esa hora de la muerte en forma tan extraordinaria pero que yo diría sólo viene a confirmar ese martirio, esa ofrenda de amor que cada día hacían de su vida en la atención a los ancianos como lo hacen y siguen haciendo las Hermanitas cada día.
Tomemos el testigo que ponen en nuestras manos. Para vivir nuestra santidad así calladamente pero haciendo cada día esa oblación de amor al Señor.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Como Mateo seguir a Jesús y vivir unidos a El en fidelidad



Ef. 4, 1-7.11-13
Sal. 18
Mt. 9, 9-13


‘A ti, oh Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos. Te ensalza el glorioso coro de los apóstoles, Señor’. La Iglesia entera se alegra y bendice a Dios en la fiesta de los Apóstoles. Somos Iglesia apostólica porque somos ellos estamos fundamentados. La fe de la Iglesia que se ve alimentada por la predicación apostólica, como decimos en una de las oraciones de la liturgia. Cuánto más que al apóstol que hoy celebramos es San Mateo a quien se le atribuye el primero de los relatos evangélicos.
Mateo, que es llamado Leví por Marcos y Lucas, que además Marcos nos dice que era ‘hijo de Alfeo’, un recaudador de impuestos, un publicano como así era considerado por el pueblo de Israel, un pecador en consecuencia como lo tildaban sobre todo los fariseos, como hoy mismo vemos en el texto que comentamos.
Pero el Señor lo llamó y lo siguió. ‘Vió Jesús a un hombre llamado Mateo sentado en el mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme. El se levantó y lo siguió’. Un publicano convertido en apóstol. Un hombre de disponibilidad total que ante una sola palabra ‘sígueme’, lo deja todo para seguir a Jesús. ¿Había conocido antes o escuchado a Jesús? Es probable porque la fama de Jesús se extendía por todas partes y a todos llegaba; entre esas multitudes que se agolpaban para escuchar a Jesús podría haber estado aquel recaudador de impuestos. Quizá sólo faltaba esa palabra y esa invitación. Pero tenemos que destacar su generosidad y su disponibilidad. ‘Se levantó y lo siguió’.
El Señor llama más allá de nuestra condición, seamos más justos o más pecadores. Jesús mira el corazón del hombre, que es lo importante. Somos vasos de elección en las manos del Señor. Dios tiene un designio de amor para cada uno de nosotros y a cada uno nos llama y nos confía una misión. Nuestra respuesta, ‘seguirle y permanecer unidos a El en fidelidad’, como pedimos también hoy. No es sólo la vocación específica a un determinado ministerio o carisma de vida, sino que es la vocación de todo hombre a escuchar a Jesús y seguirle, de todo cristiano a vivir la santidad que Jesús nos ofrece.
Pero hay un aspecto más bello e importante en este relato. Mateo se siente feliz por la llamada del Señor y celebra una comida. Allí está invitado Jesús y sus discípulos; pero allí están invitados, como no podía ser menos, sus amigos, sus compañeros de profesión. Nos recuerda que el padre cuando regresa el hijo pródigo también organiza un banquete y una fiesta; o podemos recordar la fiesta y la alegría que hay en el cielo por un solo pecador que se convierte, como nos dice Jesús.
Pero no todos lo entienden. Allí están con sus murmuraciones, con sus frases puntillosas a los discípulos los fariseos: ‘¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?’ los que vienen siempre a aguar la fiesta. Pero tenemos la respuesta de Jesús diciendo que el médico es para los enfermos, no para los sanos. ‘Misericordia quiero y no sacrificios, que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores’. Si te crees sano o te crees justo ya no necesitarás quien te sane o quien te perdone. Y Jesús viene para darnos vida, para traernos el perdón de Dios. Así tiene que brillar la misericordia del Señor.
Escuchemos la invitación de Jesús, sigámosle con total fidelidad, dejémonos sanar por el y al mismo tiempo convirtamos en signos de salud y salvación para los demás. Llenemos nuestro corazón de misericordia y compasión y desterremos de nosotros todo lo que sea discriminación o marginación, todo lo que sea juicio o condena de los demás. También a ti, como a mí, el Señor te dice: ‘Sígueme’.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Jesús instruía a sus discípulos pero ellos estaban en otra onda

Sab. 2, 17-20;
Sal.. 53;
Sant. 3 16-4, 3;
Mc. 9, 29-36


Hablaban dos personas comentando cosas de actualidad y una le preguntaba a la otra si no había escuchado en la radio la noticia sobre la que hablaban; pero esta persona le respondía que no, porque ella no estaba escuchando esa emisora. No habían escuchado las mismas cosas porque estaban en ondas distintas. Nos puede pasar en la vida, no escuchamos en la misma onda. Incluso estando juntos e intercambiando ideas no nos enteramos de lo que la otra persona nos quiere decir, porque estamos en otra onda, nuestros pensamientos están en otra parte.
Era lo que le sucedía a los discípulos en el evangelio que hoy hemos escuchado. Jesús les hablaba y ellos no entendían. Les hablaba de Pascua, porque les hablaba de pasión y muerte y ellos no sólo ‘no entendían aquello, sino que les daba miedo preguntarle’. No era la primera vez que se los anunciaba. ‘El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará’. Lo escuchamos ya el pasado domingo.
Pero era además lo que estaba anunciado en los profetas. Isaías hoy nos habla del justo que es perseguido y puesta a prueba, ‘nos resulta incómodo, se opone a nuestras acciones… es un reproche a nuestra ideas y sólo verlo da grima, lleva una vida distinta de los demás y su conducta es diferente…lo someteremos a la prueba de la afrenta y de la tortura, lo condenaremos a muerte ignominiosa… si es el hijo de Dios lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos…’ Es un anuncio profético del Mesías.
¿Cómo iban a entender si ellos andaban en otra onda? A pesar de lo que Jesús les había enseñado una y otra vez seguían teniendo una idea distinta de lo que había de ser el Mesías. Por eso andaban todavía con apetencias de lugares de honor y primeros puestos. ‘¿De qué discutíais por el camino?’, les preguntó cuando llegaron a casa en Cafarnaún. Pero ‘ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante’. ¡Cómo iban a entender que el Mesías había de padecer porque se iba a entregar por amor a nosotros!
Discutían sobre quién era el más importante. Y ya sabemos lo que era ser importante para Jesús. Algo que había enseñado una y otra vez. ‘Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos…’ les dijo una vez más. La sintonía de Jesús pasa por el amor, por la entrega, por el servicio, por la sencillez y la humildad. Por eso les habla también de acoger a un niño, algo tan pequeño y sencillo como un niño, ‘porque el que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí, y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado’, les dice.
Cuando no estamos en esa sintonía sino en la sintonía de las apetencias y ambiciones de grandeza terminamos discutiendo y peleándonos. Y como decía el apóstol Santiago en su carta hoy ‘donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males… codiciáis lo que no podéis tener, y acabáis asesinando; ambicionáis algo y no podéis alcanzarlo, así que lucháis y os peleáis…’
Ellos vivían inmersos en lo que eran los sueños y apetencias de aquel pueblo y así tanto les costaba entender a Jesús. Nosotros vivimos también inmersos en nuestro mundo y en nuestra sociedad, que camina por sus derroteros no siempre en consonancia con el evangelio. Nuestra sintonía tiene que ser la de Jesús si es que nos llamamos cristianos. Pero son tantas las interferencias, las influencias que recibimos de nuestro ambiente, de lo que nos rodea, del espíritu del mundo en el que vivimos. A veces oímos el mensaje de Jesús pero no siempre lo escuchamos debidamente. Tenemos que sintonizarlo bien, coger en verdad su onda.
Queremos proclamar el mensaje y el sentido de Jesús a nuestro mundo, pero quizá para ellos desafinamos. No les gusta lo que nosotros podamos proclamar. No nos pueden entender. Lo vemos en las interpretaciones que se hacen de lo que es la vida de la Iglesia, de lo que es el mensaje que la Iglesia quiere trasmitir siendo fiel al evangelio. Y buscan y rebuscan en el magisterio de la Iglesia, en los mensajes del Papa, para hacer sus interpretaciones según sus criterios. Y buscan la frase llamativa sacándola de su contexto y queriendo hacerle decir lo que realmente el Papa no dijo y cosas así. Es que el Papa tenía que haber dicho, dicen, es que el mundo va por otro lado… Pero el Papa no puede proclamar sino el mensaje del evangelio y en consecuencia la defensa de la vida, y la proclamación del amor auténtico, es una palabra, el mensaje de Jesús. No podemos buscar otra cosa. Lo vemos con sus encíclicas, con sus discursos, con sus declaraciones. Muchos serían los ejemplos.
Tendríamos que ser signos verdaderos de ese mensaje de Jesús por nuestra vida ante el mundo que nos rodea. Como el justo del Antiguo Testamento también nos podemos encontrar rechazo y hasta quieran ponernos a prueba, como escuchamos en el texto sagrado. Miran con lupa lo que hacemos o decimos a ver si hay congruencia entre nuestra fe y nuestra vida; critican todo lo que hagamos buscando siempre cosas negativas sobre todo si no coincidimos con sus ideas o planteamientos; tratan de desestabilizarnos queriendo ridiculizar lo que podamos hacer o decir; pretenden influir en nosotros como en la sociedad para que nos dejemos llevar por su manera de entender las cosas.
Pero nosotros tenemos que sentirnos seguros de nuestro seguimiento de Jesús. Porque sabemos que El sí nos auxiliará, será nuestra fuerza, nuestra luz y nuestra sabiduría. Nos ha dejado su Espíritu. El Evangelio nos dice hoy que ‘Jesús mientras iba de camino por Galilea, instruía a sus discípulos’. Es lo que tenemos que hacer: dejar que Jesús nos siga instruyendo. No sé siempre nos dejaremos instruir lo suficiente por Jesús en tantos medios que a través de su Iglesia pone a nuestro alcance. Porque algunas veces tenemos el orgullo metido en nuestra alma y pensamos que ya nos lo sabemos todo y no necesitamos ahondar en esa formación cristiana, en esa profundización del Evangelio.
Yo, desde mi experiencia, pienso que esa es una tarea pendiente en la Iglesia de hoy. Lograr que haya cristianos debidamente formados y preparados para dar razón de la fe y para poder hacer una mejor proclamación del Evangelio en nuestro mundo. Les cuesta mucho a los cristianos sentarse a estudiar la Biblia, asistir a reuniones y encuentro de formación y de profundización de la vida cristiana. Necesitamos de ese crecimiento en el conocimiento del misterio de Cristo, en la profundización en el evangelio, en llegar a tener unas ideas claras de lo que realmente es vivir como cristianos. No temamos, como les sucedía a los discípulos hoy, preguntarle a Jesús por lo que no entendamos; y preguntarle significa esos deseos de una mejor formación cristiana y profundización en el evangelio de Jesús.
Pidámosle al Espíritu del Señor que nos dé hambre de Dios, deseos profundos de poder conocerle cada vez mejor para poder amarle más, para ser en verdad unos discípulos comprometidos por la causa del Evangelio.