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miércoles, 23 de septiembre de 2009

La Biblia, nuestro libro básico de oración

Esd. 9, 5-9
Sal_ Tob.13, 2.4.6.7.8
Lc. 9, 1-16


La Biblia es el libro de la Palabra de Dios, porque es donde tenemos contenida y expresada todo lo que es la revelación de amor que Dios ha hecho de sí mismo. Allí acudimos a empaparnos del Misterio de Dios que es empaparnos de Dios mismo. Pero si la Biblia nos enseña a conocer a Dios también nos enseña a relacionarnos con Dios. podemos decir que es nuestro libro básico de oración.
Serán los salmos, por ejemplo, himnos y cánticos de alabanza y de acción de gracias, de súplica y de petición de perdón. Pero no son sólo los salmos. Encontraremos otros muchos modelos de oración en muchos y distintos personajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, hasta culminar en la oración de Jesús y en la oración en el Espíritu que es quien mueve y guía nuestra oración, orando El mismo en nuestro interior.
Hoy es una de esas páginas de la Biblia en donde contemplamos a un personaje en oración y que nos puede enseñar a nosotros o darnos pautas para lo que puede ser nuestra más profunda y auténtica oración.
Nos situamos. Los judíos han vuelto del destierro y la cautividad en Babilonia, porque Ciro, rey de los persas, les ha dado libertad. Ha llegado la hora de reconstruir Jerusalén, el templo y todo Israel. En eso están empeñados. Vemos hoy subir al templo a Esdras a la hora de la oración de la tarde, a las cuatro de la tarde, y hace una oración llena de reconocimiento y gratitud a Dios, muy llena de humildad para reconocer el pecado del pueblo que lo ha llevado a tantas desgracias como han sufrido; una oración de petición de perdón, de agradecimiento a Dios reconociendo también las mediaciones de las que Dios se ha valido en aquellos reyes para darles libertad, y de súplica confiada en el Señor.
Dios mío, me avergüenzo y me sonrojo de levantar mi rostro hacia ti, porque estamos hundidos por nuestros pecados…’ Reconoce el castigo merecido que han sufrido en el destierro y la desolación, para reconocer el actuar lleno de misericordia de Dios. ‘Ahora en este instante, el Señor, nuestro Dios, se ha compadecido de nosotros….nuestro Dios ha iluminado nuestros ojos y nos ha reanimado un poco en medio de nuestra esclavitud. Porque éramos esclavos, pero nuestro Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud…’
Así con humildad nos tenemos que acercar a Dios. Cuando acudimos a Dios en la oración así lo hemos de hacer, sintiéndonos pueblo pecador. Muchas veces surge ese sentimiento interior cuando tras nuestro pecado nos ponemos de nuevo en la presencia del Señor. ‘Me avergüenzo y me sonrojo’, me siento miserable con mi pecado tras reconocer cuánto es el amor que Dios nos tiene, me siento humillado ante el Señor. ‘Soy un pecador, un hombre de labios impuros’, como decía el profeta Isaías, de corazón impuro, manchado por mi pecado. Ese acto de humildad es importante en el inicio de nuestra oración. Ese reconocimiento ha de mover nuestro corazón al amor porque nunca nos falla, por grande que sea nuestro pecado, el amor que Dios nos tiene y nos ofrece con su perdón.
Agachamos humildemente la cabeza y el corazón para al mismo tiempo levantar nuestra mirada a lo alto para contemplar las maravillas que hace el Señor, las maravillas que continúa haciendo en nosotros. Reconocemos en nuestra oración y tenemos que saber aprender a dar gracias por esas mediaciones a través de las que he recibido ese amor y esa gracia del Señor. Sí, descubrir como Dios actúa en nuestra vida, y nos llama, a través de acontecimientos, de otras personas, de muchas cosas que nos pasan pero que vienen a ser una voz y una llamada del Señor.
Todo eso nos lleva a alabar a Dios por todas esas maravillas también delante de los que nos rodean, como decíamos en el salmo, que es una oración de Tobías. ‘Dadle gracias, israelitas, ante los gentiles porque El nos dispersó entre ellos. Proclamad allí su grandeza, ensalzadlo ante todos los vivientes, que El es nuestro Dios y Señor, nuestro Padre por todos los siglos…’
¡Cuántas veces le hemos pedido al Señor, ‘enséñanos a orar’! Acudamos a la Biblia, que es nuestro gran libro de oración. Allí aprenderemos a encontrar profundamente con el Señor.

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