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viernes, 25 de septiembre de 2009

Una confesión de fe a la que podemos llegar sólo desde la oración

Ageo, 2. 1-10
Sal. 42
Lc. 9, 18-22


La confesión de fe de Pedro es un texto que nos aparece con frecuencia en la liturgia. Ahora mismo hace un par de semanas en el domingo XXIV Ordinario lo escuchamos en el relato de Marcos.
Lucas nos dice que ‘Jesús estando orando solo en presencia de sus discípulos les pregunta’. Un detalle a tener en cuenta. ¿Cuál es la pregunta? ‘¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?’ La respuesta que dan los discípulos no es muy distinta a lo escuchado en versículos anteriores cuando nos hablaba del interés del virrey Herodes por Jesús. ‘Tenía ganas de verlo’. Le habían hablado de Jesús y también con distintas versiones acerca de la personalidad de Jesús. ‘Juan había resucitado… había aparecido Elías… alguno de los antiguos profetas había vuelto a la vida…’
Es el sentido de la respuesta de los discípulos a la pregunta de Jesús hoy. Pero, ¿es esa su fe en Jesús? ‘Y vosotros ¿quién decís que soy yo?’ La respuesta la dará Pedro. ‘El Mesías de Dios’
Pero Jesús les prohibió decírselo a la gente. A ellos les explicaba cómo se iba a manifestar que El era el Mesías. ‘El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día’.
Creo que si escuchamos una vez más este texto es para que aprendamos a crecer en nuestra fe en Jesús. Es importante esa confesión de fe porque sólo el que dice que Jesús es el Señor se salvará, como nos dice la Escritura en otro lugar. Y tener que llegar a esa clara y convencida confesión de fe.
Hay un detalle al que hicimos mención al principio que teníamos que tener en cuenta y al que ahora vamos a destacar. Jesús les hace la pregunta estando en oración. La respuesta de nuestra fe no puede ser también sino desde la oración. Orando con Jesús.
En esa oración intima, profunda, personal desde el corazón con Dios es como podemos llegar a conocer de verdad quién es Jesús. Nuestro conocimiento de Jesús y en consecuencia nuestra fe en el no la conseguiremos solamente desde un estudio intelectual o sólo con lo que con los ojos de la cara podamos percibir. Muchos vieron a Jesús en su tiempo y no llegaron a creer en El. Y sólo por saber muchas cosas, metiéndolas en la cabeza, por decirlo de alguna manera, no llegaremos al conocimiento de Jesús. Porque es un conocimiento que tiene que ser vida.
Sólo en un trato intimo de corazón a corazón podemos penetrar en ese conocimiento y en esa fe en Jesús, o, podemos decirlo de otra manera, es cómo nosotros vamos a ser penetrados por ese Misterio de Dios.
Es gracia, es don de Dios, pero que el Señor quiere darnos para que, abriendo nuestro corazón en la oración, lo alcancemos. Sólo en la oración vamos a sintonizar de verdad en el Misterio de Dios. Es una sintonía que no podemos percibir de cualquier manera ni en cualquier onda. Es muy tenue al oído pero retumba fuerte en lo hondo del corazón cuando llegamos a percibirla. Será algo que va a envolver totalmente nuestra vida, de manera que ya nuestra vida no será la misma, nosotros ya no seremos los mismos, porque nos sentiremos transformador por El.
Una oración que tenemos que aprender a hacer, como hemos dicho tantas veces, con la Biblia en la mano. En la Biblia se nos trasmite mejor que en ningún sitio la Palabra viva de Dios. Será entonces con la Biblia cómo descubriremos, como escucharemos en lo más hondo de nosotros mismos la Palabra que el Señor quiere decirnos.
Entremos en oración. Entremos en ese misterio de Dios para que lleguemos a hacer la mejor y más honda profesión de fe en Jesús.

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