Beatas Josefa Ruano y Mª Dolores Puis, mártires
Hermanitas Ancianos Desamparados
Sap. 3, 1-9
Sal. 33
Jn. 12, 24-26
Sal. 33
Jn. 12, 24-26
‘Dichoso el hombre que soporta la prueba porque, una vez aquilatado, recibirá la corona de la vida’.
No es agradable pasar por una prueba. Nos gustaría que todo fuera fácil, no tuviéramos problemas, no surgieran las enfermedades, todos y siempre fuéramos inmensamente felices sin ninguna sombra que empañara esa felicidad, no encontráramos oposición por ningún lado. Pero sabemos que la vida no es así. Todas esas cosas y muchas más de una forma o de otra van surgiendo en la vida, haciéndonos más maduros, haciéndonos adquirir una riqueza grande en la vida que no se queda reducida a lo material o pecuniario y, ¿por qué no? en el orden de la fe haciéndonos tener una fe más madura y más firme.
En la frase que nos ha servido de principio a nuestra reflexión se emplea la palabra aquilatar y nos dice ‘una vez aquilatado, recibirá la corona de la vida’. Esa palabra, aquilatar, viene del método que se emplea para purificar el oro, que se hace a fuego y una vez pasado por el crisol y purificado con el fuego de toda escoria, adquiere más quilates, más valor. Una vez aquilatada nuestra vida en el fuego de la prueba, tenemos que decir, nos haremos dignos de la corona de la vida.
Entonces esas dificultades de la vida, todo eso que podemos encontrar como oposición a nuestra vida cristiana, tiene que aquilatarnos; es la prueba que nos purifica y nos hace madurar de verdad. Así en verdad nos veremos fortalecidos en nuestra vida cristiana, en nuestro seguimiento de Jesús.
De eso nos hablaba el libro de la Sabiduría. ‘La gente insensata pensaba que morían… era una desgracia su tránsito y una destrucción su partida… los probó como oro en el crisol… los recibió como sacrificio de holocausto…’ El sufrimiento y la muerte de los justos pudiera parecer injusto, innecesario y un sin sentido desde la óptica de los que no tienen fe.
Estamos escuchando esta Palabra de Dios y reflexionando sobre ella en la memoria que hacemos hoy de las dos beatas mártires de la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, Sor Josefa y Sor María Dolores, en tiempos de la persecución religiosa en España en el siglo XX. ‘Resplandecen como chispas que prenden en el cañaveral’, seguía diciendo el libro de la Sabiduría. Es el resplandor de los mártires que para un no creyente pudiera ser considera una muerte inútil, pero, como sigue diciendo el texto sagrado, ‘el Señor reinará sobre ellas eternamente’; ellas han entrado a tomar posesión del Reino que Dios les tiene reservado porque para siempre Dios será su único Rey y Señor.
Ellas son ese ‘grano de trigo que cae en tierra y muere pero que da mucho fruto para siempre’, del que nos habla Jesús en el Evangelio. Dos Hermanitas que supieron hacer oblación de su vida calladamente día a día en su servicio y atención a los ancianos. No fueron mujeres de obras extraordinarias. No busquemos en su vida cosas maravillosas y extraordinarias sino que lo maravilloso es lo extraordinariamente bien que vivieron su amor cada día. No nos pide Dios normalmente cosas extraordinarias para santificarnos, sino que hagamos extraordinariamente bien las cosas ordinarias de cada día.
Es lo que hicieron las Hermanitas, en silencio, como grano de trigo enterrado bajo la tierra. De esa oblación silenciosa de cada día surgirá un día que lleguen a la culminación de su oblación y sacrificio en el martirio. Es la prueba suprema del amor a que fueron sometidas, pero pudieron alcanzar la corona de la vida. En ese momento Dios les pedirá lo extraordinario pero estaban preparadas para esa ofrenda desde esa oblación que cada día habían hecho de su vida en el amor. Y así fue como lo vivieron; habían vivido la prueba de cada día en su entrega silencio, ahora podían pasar la prueba suprema en la hora del martirio.
La Iglesia les reconoce el martirio de esa hora de la muerte en forma tan extraordinaria pero que yo diría sólo viene a confirmar ese martirio, esa ofrenda de amor que cada día hacían de su vida en la atención a los ancianos como lo hacen y siguen haciendo las Hermanitas cada día.
Tomemos el testigo que ponen en nuestras manos. Para vivir nuestra santidad así calladamente pero haciendo cada día esa oblación de amor al Señor.
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