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sábado, 26 de septiembre de 2009

Alégrate que yo vengo a habitar dentro de ti…

Zac. 2, 1-5.10-11
Sal: Jer. 31, 10-13
Lc. 9, 46-50

¡Alégrate y gózate, hija de Sión!, que yo vengo a habitar dentro de ti!... yo seré para ella una muralla de fuego en torno, y gloria dentro de ella…’

Imágenes de rico contenido nos ofrecen hoy el profeta Zacarías, que leeremos varios días, y el salmo, que está tomado también de un profeta, Jeremías. Hacen referencia también a Jerusalén, hija de Sión. Frente a los peligros que podrían acechar a la ciudad de Jerusalén, el Señor se convierte en su muralla y su fortaleza – ‘muralla de fuego en torno’ – y habitará en medio de ella – ‘vengo a habitar dentro de ti’ – lo que le da seguridad y confianza.

Peligros podía tener muchos la ciudad, porque era ‘una ciudad abierta’, una ciudad sin murallas. En la reconstrucción después del regreso de la cautividad no habían podido concluir todas las tareas de rehacer también las murallas. Pasaría mucho tiempo para poder hacer eso. Y eso la convertía en una ciudad indefensa frente a los enemigos que podían atacarla, como ya en la historia pasada había sucedido.

Pero el Señor promete su asistencia habitando en medio de ella y siendo su gloria y fortaleza. Por eso con palabras de Jeremías en el salmo se expresa esa confianza porque ‘el Señor nos guardará como pastor a su rebaño’.

Esa confianza será también motivo de alegría. ‘Entonces se alegrará la doncella en la danza, gozarán los jóvenes y los viejos, convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas’.

Todas estas palabras son también para nosotros palabras de aliento y esperanza. Nos vemos acosados también por las tentaciones y los peligros. También el Señor ha prometido estar con nosotros, habitar en medio nuestro, habitar en nuestro corazón. ‘Vendremos y haremos morada en él’, anunciaba Jesús. Y al final del Evangelio nos dirá que estará con nosotros todos los días hasta el final de los tiempos. Y sabemos cómo nos envía su Espíritu que será también nuestra fortaleza – es uno de los dones del Espíritu Santo – como nuestra Sabiduría porque El nos dará la posibilidad de saborear las cosas celestiales, saborear el misterio de Dios.

Momentos difíciles de todo tipo podemos pasar. Pobreza, enfermedad, sufrimientos, tentaciones… muchas son las cosas que podrían preocuparnos e incluso ponernos tristes. Pero ‘el Señor nos guardará como pastor a su rebaño’, que decíamos con Jeremías. O como decimos en otro salmo, ‘el Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…’

Es un mensaje de consuelo que nosotros también hemos de saber trasmitir a los demás. ¿Cómo? Con el testimonio de nuestra paz interior nacida de esa confianza y de esa certeza de la presencia del Señor en nuestra vida. Pero esa experiencia hemos de comunicarla también a los demás con nuestra palabra, con nuestro anuncio valiente de la salvación que recibimos de Dios. También con la alegría con que vivimos nuestra fe. ‘Convertiré su tristeza en gozo, los alegraré y aliviaré sus penas’. Pues que eso se note en nuestra vida.

'Alégrate y gózate, hija de Sión… alégrate y gózate, alma mía, que el Señor fue bueno contigo...'

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