Ef. 4, 1-7.11-13
Sal. 18
Mt. 9, 9-13
Sal. 18
Mt. 9, 9-13
‘A ti, oh Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos. Te ensalza el glorioso coro de los apóstoles, Señor’. La Iglesia entera se alegra y bendice a Dios en la fiesta de los Apóstoles. Somos Iglesia apostólica porque somos ellos estamos fundamentados. La fe de la Iglesia que se ve alimentada por la predicación apostólica, como decimos en una de las oraciones de la liturgia. Cuánto más que al apóstol que hoy celebramos es San Mateo a quien se le atribuye el primero de los relatos evangélicos.
Mateo, que es llamado Leví por Marcos y Lucas, que además Marcos nos dice que era ‘hijo de Alfeo’, un recaudador de impuestos, un publicano como así era considerado por el pueblo de Israel, un pecador en consecuencia como lo tildaban sobre todo los fariseos, como hoy mismo vemos en el texto que comentamos.
Pero el Señor lo llamó y lo siguió. ‘Vió Jesús a un hombre llamado Mateo sentado en el mostrador de los impuestos, y le dijo: Sígueme. El se levantó y lo siguió’. Un publicano convertido en apóstol. Un hombre de disponibilidad total que ante una sola palabra ‘sígueme’, lo deja todo para seguir a Jesús. ¿Había conocido antes o escuchado a Jesús? Es probable porque la fama de Jesús se extendía por todas partes y a todos llegaba; entre esas multitudes que se agolpaban para escuchar a Jesús podría haber estado aquel recaudador de impuestos. Quizá sólo faltaba esa palabra y esa invitación. Pero tenemos que destacar su generosidad y su disponibilidad. ‘Se levantó y lo siguió’.
El Señor llama más allá de nuestra condición, seamos más justos o más pecadores. Jesús mira el corazón del hombre, que es lo importante. Somos vasos de elección en las manos del Señor. Dios tiene un designio de amor para cada uno de nosotros y a cada uno nos llama y nos confía una misión. Nuestra respuesta, ‘seguirle y permanecer unidos a El en fidelidad’, como pedimos también hoy. No es sólo la vocación específica a un determinado ministerio o carisma de vida, sino que es la vocación de todo hombre a escuchar a Jesús y seguirle, de todo cristiano a vivir la santidad que Jesús nos ofrece.
Pero hay un aspecto más bello e importante en este relato. Mateo se siente feliz por la llamada del Señor y celebra una comida. Allí está invitado Jesús y sus discípulos; pero allí están invitados, como no podía ser menos, sus amigos, sus compañeros de profesión. Nos recuerda que el padre cuando regresa el hijo pródigo también organiza un banquete y una fiesta; o podemos recordar la fiesta y la alegría que hay en el cielo por un solo pecador que se convierte, como nos dice Jesús.
Pero no todos lo entienden. Allí están con sus murmuraciones, con sus frases puntillosas a los discípulos los fariseos: ‘¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?’ los que vienen siempre a aguar la fiesta. Pero tenemos la respuesta de Jesús diciendo que el médico es para los enfermos, no para los sanos. ‘Misericordia quiero y no sacrificios, que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores’. Si te crees sano o te crees justo ya no necesitarás quien te sane o quien te perdone. Y Jesús viene para darnos vida, para traernos el perdón de Dios. Así tiene que brillar la misericordia del Señor.
Escuchemos la invitación de Jesús, sigámosle con total fidelidad, dejémonos sanar por el y al mismo tiempo convirtamos en signos de salud y salvación para los demás. Llenemos nuestro corazón de misericordia y compasión y desterremos de nosotros todo lo que sea discriminación o marginación, todo lo que sea juicio o condena de los demás. También a ti, como a mí, el Señor te dice: ‘Sígueme’.
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