Entremos en la órbita de la fe y de la confianza creyendo el testimonio que la Iglesia no ofrece y haciendo una clara proclamación de la Buena Nueva de nuestra fe
Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Sal 117; Marcos 16,
9-15
Algunas veces nos cuesta aceptar la palabra o el testimonio que otros
nos puedan ofrecer. De alguna manera ponemos nuestros filtros, aparecen
nuestros prejuicios, miramos con lupa no solo lo que nos dicen sino también lo
que ha sido su vida anterior o lo que nosotros consideramos congruencia o
incongruencia entre lo que se nos dice y lo que nosotros podamos ver por nuestros
ojos o por nuestras particulares apreciaciones.
Tenemos demasiadas experiencias negativas quizá de engaños o queremos sabérnoslo
todo por nosotros mismos y por eso no aceptamos lo que nos puedan decir los
demás. Hemos creado un mundo de desconfianzas aunque luego aceptemos veinte mil
comentarios insulsos o insultantes muchas veces con los que se hace daño a
tanta gente.
Las redes sociales de las que hoy nos valemos y con las que nos
comunicamos con todo el mundo, la facilidad de comunicación que hoy se tiene y
que muchas veces no se aprovecha debidamente contribuyen por un lado al daño
que se pueda hacer a los demás porque fácilmente se pone en juego la fama y la
dignidad de las personas, o por otro lado nos puede hacer desconfiados. Es un
poco o un mucho el mundo en el que hoy vivimos del que tendríamos que sacar
provecho para una mayor armonía entre todos, para hacer un mundo mejor, o para
lograr una comunicación y comunión que quizá por otros caminos no cultivamos o
nos cuesta cultivar.
Es complejo todo esto y me ha venido esta reflexión al hilo de lo que
hoy el evangelio de Marcos nos da como resumen de lo que fueron las apariciones
de Cristo resucitado. Es el evangelista más conciso y breve en el tema de la resurrección
del Señor.
Primero nos dice que Jesús resucitado se apareció a María Magdalena
que fue a comunicárselo a los discípulos, pero estos no la creyeron.
¿Prejuicios de la época? Era mujer; los discípulos de Emaús hablaban de unas
visiones de mujeres a las que no creyeron; ahora este evangelista subraya,
aunque fuera en positivo, que era de la que Jesús había expulsado siete
demonios. ¿Pero no seria algo que pondría en duda su credibilidad?
Luego nos habla de los discípulos que habían marchado a Emaús que les
cuentan lo que a ellos les ha sucedido. Pero tampoco los creen. ¿Mermaría su
credibilidad el que ellos se habían marchado, habían abandonado y se había ido
a sus casas mientras los demás seguían con miedo en Jerusalén? Hago estos
subrayados porque estamos viendo como el testimonio de aquellos primeros
testigos no era aceptado ni siquiera por el grupo de los discípulos, en
consonancia de lo que antes decíamos que nos sigue sucediendo a nosotros hoy.
Será Jesús el que se les presente allí en el cenáculo mientras ellos
andan discutiendo estas cosas y ahora la sorpresa fue mayúscula. Allí estaba el
Señor. En la brevedad con que este evangelista nos habla nos comenta como Jesús
les recriminó que no habían creído el testimonio de los que ya antes se habían
encontrado con El. Pero a pesar de la dureza de nuestro corazón Jesús sigue
viniendo a nuestro encuentro y quiere seguir contando con nosotros. Termina el
evangelio con el mandato de Jesús de ir por todo el mundo anunciando esta Buena
Nueva. ‘ld al mundo entero
y proclamad el Evangelio a toda la creación’.
Es el mandato de Jesús. Es
el testimonio que tenemos que dar. Es la Buena Nueva que tenemos que anunciar.
Es el evangelio de nuestra salvación. Manifestémonos creíbles y de confianza
porque es nuestra vida junto con nuestra palabra la que tiene que dar
testimonio. Somos sus testigos. Entremos en una órbita de fe y de confianza.