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jueves, 5 de abril de 2018

Jesús nos recuerda que nosotros somos testigos de su resurrección y no nos podemos enfriar porque eso hemos de reflejarlo en nuestra vida


Jesús nos recuerda que nosotros somos testigos de su resurrección y no nos podemos enfriar porque eso hemos de reflejarlo en nuestra vida

Hechos de los apóstoles 3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48

‘No se lo acababan de creer por la alegría’. Lo esperaban, lo deseaban, pero grande fue la sorpresa y la alegría. Los que habían llegado de Emaús estaban contando su experiencia y no se lo terminaban de creer. Y ahora está allí en medio de ellos. Se apodera de ellos el temor; siempre aparecen los miedos y los temores; ¿será verdad o será un sueño? Hay alegría porque Jesús está allí en medio y todavía siguen las dudas en su interior. Cuesta comprender.
¿Nos pasará algo así a nosotros? En la vida es cierto hay situaciones llenas de sorpresas que nos dejan anonadados y no terminamos de creérnoslo. Nos parecen sueños. Pero quizá terminamos convenciéndonos.
¿Nos sucederá así en el camino de la fe, de nuestras experiencias religiosas? O también nos podemos quedar en lo superficial y no llegar a ahondar en esa experiencia, en eso que hemos vivido y que tendría que marcarnos nuestra vida. Parece que siempre vamos con prisas, porque hay otra cosa que hacer, porque tenemos otras experiencias quizá que experimentar, porque quizá si ahondamos en esa experiencia religiosa nos vamos a ver más comprometidos y ya eso nos cuesta, porque preferimos vivir en nuestras superficialidades.
Creo que es momento de recapitular un poco lo que hemos vivido en estos días de la Pascua. No puede quedar como algo pasado. Tenemos que ahondar en esos buenos momentos que vivimos con intensidad en nuestras celebraciones, en nuestra oración, en nuestro encuentro con el Señor, en lo que fuimos experimentando mientras contemplábamos la pasión de Jesús, en lo que fue la celebración de la resurrección. Hay que recordar, que revivir, que intensificar en nuestro interior; no lo podemos olvidar, no podemos dejar que quede en el recuerdo de algo pasado en otro tiempo. Tenemos que seguir haciéndolo vida cada día.
Es fácil que pronto nos enfriemos. En la vida estamos ajetreados con tantas cosas. Algunas veces no le damos la suficiente importancia a nuestras experiencias espirituales. Las cosas que atañen a nuestra fe parece que las ponemos en un segundo plano. Y nos enfriamos, y pronto aquellos entusiasmos que vivimos decaen y volvemos a la rutina de siempre. Por eso es bueno recordar, volver a rumiar lo que hemos vivido para que vaya dejando huella en nosotros, en la vida, en lo que hacemos, en nuestros comportamientos, en los compromisos por los demás.
Esta semana de la octava de Pascua que estamos viviendo quiere en verdad ayudarnos recordándonos cada día alguno de los momentos de los encuentros de Cristo resucitado con los discípulos. Así no olvidamos la pascua, no olvidamos la resurrección, no olvidamos que nosotros somos resucitados con Cristo y esa nueva vida tiene que plasmarse en lo que hacemos, tienen que reconocerlo también quienes nos rodean. Como nos dice Jesús hoy ‘vosotros sois testigos de eso’, y entonces no lo podemos callar ni ocultar.

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