Jesús nos recuerda que nosotros somos testigos de su resurrección y no nos podemos enfriar porque eso hemos de reflejarlo en nuestra vida
Hechos de los apóstoles 3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48
‘No se lo acababan de creer por la alegría’. Lo esperaban, lo
deseaban, pero grande fue la sorpresa y la alegría. Los que habían llegado de
Emaús estaban contando su experiencia y no se lo terminaban de creer. Y ahora
está allí en medio de ellos. Se apodera de ellos el temor; siempre aparecen los
miedos y los temores; ¿será verdad o será un sueño? Hay alegría porque Jesús
está allí en medio y todavía siguen las dudas en su interior. Cuesta
comprender.
¿Nos pasará algo así a nosotros? En la vida es cierto hay situaciones
llenas de sorpresas que nos dejan anonadados y no terminamos de creérnoslo. Nos
parecen sueños. Pero quizá terminamos convenciéndonos.
¿Nos sucederá así en el camino de la fe, de nuestras experiencias
religiosas? O también nos podemos quedar en lo superficial y no llegar a
ahondar en esa experiencia, en eso que hemos vivido y que tendría que marcarnos
nuestra vida. Parece que siempre vamos con prisas, porque hay otra cosa que
hacer, porque tenemos otras experiencias quizá que experimentar, porque quizá
si ahondamos en esa experiencia religiosa nos vamos a ver más comprometidos y
ya eso nos cuesta, porque preferimos vivir en nuestras superficialidades.
Creo que es momento de recapitular un poco lo que hemos vivido en
estos días de la Pascua. No puede quedar como algo pasado. Tenemos que ahondar
en esos buenos momentos que vivimos con intensidad en nuestras celebraciones,
en nuestra oración, en nuestro encuentro con el Señor, en lo que fuimos
experimentando mientras contemplábamos la pasión de Jesús, en lo que fue la
celebración de la resurrección. Hay que recordar, que revivir, que intensificar
en nuestro interior; no lo podemos olvidar, no podemos dejar que quede en el
recuerdo de algo pasado en otro tiempo. Tenemos que seguir haciéndolo vida cada
día.
Es fácil que pronto nos enfriemos. En la vida estamos ajetreados con
tantas cosas. Algunas veces no le damos la suficiente importancia a nuestras
experiencias espirituales. Las cosas que atañen a nuestra fe parece que las
ponemos en un segundo plano. Y nos enfriamos, y pronto aquellos entusiasmos que
vivimos decaen y volvemos a la rutina de siempre. Por eso es bueno recordar,
volver a rumiar lo que hemos vivido para que vaya dejando huella en nosotros,
en la vida, en lo que hacemos, en nuestros comportamientos, en los compromisos
por los demás.
Esta semana de la octava de Pascua que estamos viviendo quiere en
verdad ayudarnos recordándonos cada día alguno de los momentos de los
encuentros de Cristo resucitado con los discípulos. Así no olvidamos la pascua,
no olvidamos la resurrección, no olvidamos que nosotros somos resucitados con
Cristo y esa nueva vida tiene que plasmarse en lo que hacemos, tienen que
reconocerlo también quienes nos rodean. Como nos dice Jesús hoy ‘vosotros
sois testigos de eso’, y entonces no lo podemos callar ni ocultar.
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