Cuidado no andemos demasiado entretenidos en nuestros cantos de pascua que no hayamos llegado a saborear el encuentro con el Señor Jesús resucitado
Hechos 2,14.22-33;
Salmo 15; Mateo 28,8-15
Siempre tenemos prisa por comunicar las buenas noticias; pareciera que
le pones alas al corazón para correr con la buena noticia y hacer partícipe a
los demás de la sorpresa que hemos recibido, de la alegría que sentimos dentro
de nosotros queriendo que todos se alegren con nuestra buena nueva. Es cierto
que en ocasiones damos la impresión de que disfrutamos con negruras y somos
excesivamente rápidos para comentar cosas que le pasan a los demás y estamos
muy prontos para la murmuración, la crítica mordaz y hasta el juicio.
¿Qué noticia llevaban aquellas mujeres que se les veía correr desde
aquel huerto de las afueras de la ciudad hasta el centro de la misma? ¿La
sorpresa que podría llenarles de incertidumbres el corazón de que se habían
encontrado la piedra del sepulcro corrida y allí no estaba el cuerpo difunto de
Jesús? ¿Qué había habido alguien que les dijera que no tenían que buscar allí
al crucificado porque había resucitado y que debían llevar la noticia al resto
de sus amigos? ¿Y si era verdad que había resucitado como El les había dicho?
Esperanzas renacían en su corazón y en cierto modo saboreaban la alegría de que
estuviera resucitado y eso iban a comunicar al resto de los discípulos.
Pero ahí aquí que Jesús resucitado les sale al encuentro. Se llenan de
temor, como siempre; piensan quizá en un sueño o en fantasma; cuando se está
bajo presión cualquier cosa puede impresionar y nos hace ver cosas que no son
realidad. Pero ahora no es así, no son sueños, no es el espíritu impresionable
de unas mujeres como mas tarde dirían los discípulos que se marcharon a Emaús.
Es Jesús mismo que está allí. ‘No temáis’.
Jesús que siempre nos sale al encuentro cuando más lo necesitamos.
Algunas veces, es cierto, no queremos verlo y pensamos en ensoñaciones. Pero
Jesús viene a nuestro encuentro y quiere siempre llenarnos de paz, y ser
nuestra fuerza y nuestro aliento. Y ahí está Jesús en medio del camino que les
lleva a Jerusalén.
Jesús quiere, sí, que vayan a Jerusalén porque tienen que hacer el
anuncio y no puede tardar. Han de saber todos que Jesús ha resucitado. Y es
necesario que se pongan en camino, que vuelvan a Galilea, allí donde fueron los
primeros encuentros, donde trascurrieron aquellos hermosos años que tantas
esperanzas sembraron en su corazón, allí donde había esta siempre su vida, y allí
se volverían a encontrar con Jesús.
Estamos en el segundo día de la pascua y quienes ahora estamos
reflexionando sobre todo esto quizá tendríamos que preguntarnos si ya hemos
descubierto a Jesús que nos sale al encuentro, si ya también nos hemos puesto
en camino para ir a la Galilea de nuestra vida a llevar ese anuncio de que Jesús
ha resucitado.
Pudiera sucedernos que incluso muy entretenidos en cantar aleluya y
hosannas sin embargo no hayamos sentido hondamente que Jesús, el Señor que
vive, ha querido encontrarse con nosotros. Pero hemos estado tan entretenidos
incluso quizá en la misma fiesta de la pascua que no le hemos visto ni sentido.
Son cosas que nos pueden suceder. Nos podemos quedar en lo superficial y no
vivamos lo que verdaderamente es importante, el encuentro vivo con el Señor
resucitado.
Tengamos un poco de serenidad, tratemos de interiorizar hondamente
todo esto que son nuestras celebraciones. Vivamos intensamente el encuentro con
el Señor Jesús para que luego con verdadero convencimiento vayamos a comunicar
esa buena noticia a los demás.
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