Jesús nos mira el corazón, aprendamos a mirar el corazón y entre los resquicios de las ruinas que pudiera haber descubramos resplandores de amor que hacen brotar fuegos de una nueva vida
Hechos de los apóstoles 4, 1-12; Sal 117; Juan 21, 1-14
Estaban de nuevo en Galilea siguiendo las propias instrucciones de Jesús.
Muchas cosas habían sucedido desde que había subido a Jerusalén antes de la
Pascua. Muchos habían sido los anuncios que Jesús les había hecho mientras
subían y ahora evocaban también en la ausencia de Jesús todos aquellos momentos
pasados con El en aquellos casi tres años que habían convivido recorriendo los
pueblos y aldeas de toda Galilea.
¿Era una vuelta quizá a los viejos tiempos y costumbres? Deseos y no sabían
de qué tenían en su corazón. Como algunas veces cuando nos encontramos
desconcertados y desorientados y no sabemos bien ni lo que nos sucede ni lo que
queremos. Tenemos deseos dentro de nosotros y no sabemos de qué. Casi no nos
atrevemos a hacer algo de provecho porque parece que todo no nos va a salir
bien. Añoramos otras cosas, otros tiempos pero parece que estamos esperando que
algo nuevo suceda como señal.
A pesar de los anuncios todo lo que había sucedido en Jerusalén en los
días pasados los había dejado desconcertados porque no terminaban de
entenderlo. Ahora estaban allí de nuevo y casi no sabían que hacer. Por allá
estaban las barcas y las redes que un día habían dejado varadas en la playa
para seguir a Jesús y sintieron el deseo de volver otra vez al lago a pescar. ‘Me
voy a pescar’ había dicho Simón y algunos le habían acompañado. Pero
aquella noche sucedió otra vez, no habían cogido nada.
Parecía que las cosas no les salían derechas. Jesús les había dicho
que se encontrarían en Galilea y aun no lo habían visto; ahora se habían ido de
pesca que era lo que sabían hacer y el trabajo había sido infructuoso. Así había
llegado el amanecer y era la hora de volver a tierra. Encima, desde la orilla
alguien pregunta si han pescado algo.
Pero las indicaciones que se les hacen desde la orilla les indican que
echen la red por el otro lado de la barca. ¿Será que desde la orilla hay una
mejor perspectiva del cardumen de peces que rodea la barca por el otro lado?
Sin embargo aquellas indicaciones les suenan a algo que también un día se les
dijo. ‘Echad las redes para pescar’, les había dicho Jesús y aunque se habían
pasado la noche sin coger nada y ellos sabían bien que no había forma de pescar
algo de provecho habían echado las redes. Ahora obedientes a la voz que
escuchan desde la orilla hacen lo mismo. Y lo mismo sucede ahora. Cogieron una
redada de peces tan grande que reventaba la red.
Pero algo runrunea en el corazón de los discípulos. Será Juan el que
por lo bajo le indique a Simón que el que está en la orilla es el Señor. Y allá
va Pedro que se lanza al agua con deseos de llegar primero dejando a los
compañeros de la barca remar para acercarse también a la orilla. Y allí está
Pedro chorreando agua postrado a los pies de Jesús.
Chorreaba agua, pero chorreaba la gracia del Señor sobre su vida. Allí
estaba el Señor. A quien había querido convencer de que no subiera a Jerusalén
porque no podía pasarle nada de todo lo que anunciaba; a quien en su cobardía había
negado allá en los patios del sumo sacerdote; pero quien ahora no recibía ningún
reproche sino que solo iba a ser preguntado por su amor.
¿A que le damos más importancia nosotros en la vida, a los errores, o
al amor que impulsa nuestro corazón aunque por eso nos metamos en la boca del lobo? Muchas
lecciones podemos aprender hoy. Pero una bien hermosa y es aprender a ver el corazón,
a mirar muy dentro para ver donde está el amor aunque algunas veces se nos
debilite o se nos enfríe y cometemos disparates. Jesús nos mira el corazón,
aprendamos a mirar el corazón y entre los resquicios de tantas ruinas que
pudiera haber en nosotros o en los demás, descubramos resplandores de amor que
quieren brotar y que quieren hacernos arder por dentro en la fuerza de una
nueva vida.
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