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martes, 3 de abril de 2018

Despertemos de nuestras ensoñaciones y escuchemos la voz del resucitado que nos está llamando por nuestro nombre


Despertemos de nuestras ensoñaciones y escuchemos la voz del resucitado que nos está llamando por nuestro nombre

Hechos de los Apóstoles 2,36-41; Sal 32; Juan 20,11-18

A todos nos suele pasa alguna vez, estamos mirando y no vemos. Tenemos algo tan clavado en la mente que nos hablan y no sabemos ni qué contestar porque nos parece estar en otro mundo; serán los problemas, el estrés con que vivimos la vida, las ansias de algo que parece que no llegamos a alcanzar nunca, algo que  nos ha sucedido y nos ha dejado tremendamente impresionados, parece que andamos en otra órbita.
La muerte de Jesús había sido de gran impacto para el alma de María Magdalena. Ella había sido de las pocas que habían llegado hasta los pies de la cruz y luego había estado muy atenta donde habían depositado el cuerpo de Jesús. Las prisas del sábado que comenzaba según se ponía el sol en la tarde del viernes – era la manera de marcar el ritmo de los días – no había permitido embalsamar debidamente el cuerpo de Jesús, por eso en la mañana del primer día de la semana una vez pasado el sábado se habían apresurado a venir hasta el sepulcro para cumplir con todos los ritos funerarios. Pero el cuerpo de Jesús no estaba ya allí.
El impacto en su espíritu se había ahondado y eso hacia que oyera sin escuchar y mirara sin ver realmente lo que tenia ante sus ojos. Dos veces escucha la misma pregunta y ella no sabe sino responder la misma cosa. ‘Mujer ¿por qué lloras?... Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto’.
Ve a alguien distinto detrás de ella y pensando que era quien se cuidada de aquel huerto suplica pensando que él sí podía responder a sus expectativas. ‘Si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré’. Valiente y fuerte se siente como para poder ella cargar por si sola el cuerpo muerto de Jesús y darle la debida sepultura.  Es la fuerza que sentimos dentro de nosotros cuando hay ansias de algo que queremos y deseamos mucho. No siempre sabemos emplear debidamente esa fuerza espiritual que sentimos dentro y nos confundimos fácilmente de camino.
Pero será una voz y una palabra la que le saque de sus ensoñaciones. ‘María’, y correrá a postrarse a sus pies. ‘¡Rabonni, Maestro!’ exclama ella también porque ahora lo ve todo claro. Allí está el Señor que una vez más ha venido a su encuentro. Lo buscaba ella, pero lo buscaba entre los muertos. Viene El a su encuentro pero es el Señor que vive.
Buscamos nosotros, pero ¿seguiremos buscando entre las sombras de la muerte? Buscamos nosotros pero aún permaneceremos en la oscuridad porque no buscamos donde tenemos que buscar de verdad. Necesitamos, es cierto, la sombra de la cruz, pero siempre la hemos de mirar como puerta que nos abre a la vida, por eso tendremos que ir más allá de la piedra corrida de un sepulcro, porque a quien vamos a buscar es el que vive y nos quiere llenar a nosotros también de vida.
Pronuncia nuestro  nombre Jesús estando a nuestro lado, pero algunas veces ni vemos ni escuchamos. Seguimos en nuestras cosas, o seguiremos encerrados en nuestros dolores, o buscamos sustitutivos en la vida que en verdad nunca darán la salvación verdadera, seguimos con nuestras lagrimas que crearan un velo delante de los ojos y no seremos capaces de ver la luz, seguimos entretenidos en nuestras cosas, en nuestras mundanas aspiraciones y no somos capaces de mirar a lo alto porque hay otras metas más superiores.
Despertemos de nuestras ensoñaciones y escuchemos la voz del resucitado que nos está llamando por nuestro nombre; sintamos así el calor de su presencia y como nos está llenando de su Espíritu para que nosotros ya de una vez por todas comencemos a vivir en una nueva vida.



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