Sof. 3, 14-18
Sal. 32
Lc. 1, 39-45
Sal. 32
Lc. 1, 39-45
La Palabra del Señor que escuchamos cada día, aunque los textos tengamos que repetirlos por exigencias de la liturgia, son siempre una Palabra de vida que tiene una riqueza grande para nuestra vida. En el ritmo de la liturgia de este año hemos escuchado el mismo texto del evangelio en el cuarto domingo de Adviento (ayer) que hoy 21 de diciembre en el ritmo de las ferias de días previos al nacimiento del Señor.
En la visita de María a su prima Isabel ayer queríamos subir a la montaña para aprender a recibir a Dios. Hoy podemos decir que escuchamos una invitación a bendecir a Dios como lo hizo Isabel y como escucharemos mañana que lo hace María en el hermoso cántico del Magnificat. Isabel se goza de la presencia de Maria y canta bendiciones. Bendiciones y regocijo tendríamos que decir en la salvación que llega. Bendiciones a María y bendiciones al fruto de su vientre, Jesús.
Bendita María, pero bendita ¿por qué? ¿Bendecimos a María por sus obras, por su vida, por sus virtudes, o bendecimos a Dios por tantas maravillas que hizo en ella? Yo me atrevo a decir, bendecimos y alabamos a Dios por lo que Dios hizo en ella, porque Dios la quiso para ser su madre y la adorno de toda gracia y de todas las virtudes. Si Isabel llama bendita a María – ‘bendita tú entre todas las mujeres’ - es porque es la bendecida de Dios.
Pero escuchamos a Isabel que inmediatamente dirá, ‘bendito el fruto de tu vientre’. Bendito sea Jesús el Hijo de Dios que nace en las entrañas de María; bendito sea Dios que la eligió y la amó desde siempre, y la hizo grande y la llenó de gracia aunque ella se llame a sí misma ‘la esclava del Señor’, bendito sea Dios, seguimos diciendo nosotros porque nos la dio como madre, y por ella nos llega el Salvador.
¿No será eso motivo de alegría y regocijo para nosotros? ‘Regocíjate… grita de júbilo… alégrate y gózate de todo corazón…’ nos invita el profeta Sofonías. Ya para nosotros no hay condena sino salvación, el Señor que es ‘nuestro Rey está en medio de nosotros y ya no hay temor, el Señor se goza y se complace en ti y se alegra con júbilo como en día de fiesta’, nos sigue diciendo el profeta. Nosotros nos sentimos también bendecidos por el Señor con toda clase de bendiciones, como tantas veces hemos escuchado a san Pablo. Todo tiene que ser fiesta. No puede ser menos. ‘Aclamad justos al Señor y cantadle un cántico nuevo’. Todo siempre para la gloria de Dios; todo tiene que ser bendición y alabanza al Señor.
¿Cuál es la mejor bendición? Las bendiciones tienen que salir de lo hondo del corazón, no sólo pueden ser cánticos o palabras hermosas. Es toda nuestra vida la que tiene que dar gloria al Señor. ¿Cómo? Con una vida santa, que vive y refleja en sí la salvación recibida del Señor; con una vida sin pecado, llena siempre de gracia; con las obras de la fe y del amor; buscando siempre lo que es la voluntad del Señor. ‘Aquí estoy para hacer tu voluntad’, tenemos que decir con toda nuestra vida.
Bendita sea María la bendecida del Señor; bendito sea el fruto de su vientre; bendito sea siempre y en todo momento el Señor que así nos llena de su gracia y sus bendiciones.
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