A
esta fiesta le falta algo, anda, pon un vaso de vino… nos está faltando a los
cristianos beber el vino nuevo del evangelio para contagiar la alegría de
nuestra fe
Isaías 62, 1-5; Salmo 95; 1Corintios
12,4-11; Juan 2, 1-11
A esta fiesta le falta algo, anda,
pon un vaso de vino… algo así,
expresado de una forma muy espontánea aunque nos parezca lenguaje de cantina o
de bodega, nos habrá sucedido más de una vez; estamos de fiesta pero no hay
alegría, la cosa parece que está muerta, no hay entusiasmo, y como decimos en
esas situaciones de la vida, anda pon un vaso de vino a ver si viene la
alegría.
Entendemos que no es el vaso de vino el
que da la alegría, sino que eso tiene que nacer de algo más hondo que lleve la
persona en sí, pero somos las personas y parece que en muchas ocasiones es la
sociedad; no sé si andamos cansados, ya todos venimos de vuelta de la vida
aburridos quizás de ver que las cosas no marchan como nosotros quisiéramos, no
sé si nos sentimos medio fracasados en nuestros intentos, pero parece muchas
veces que vamos arrastrándonos por la vida, nos falta entusiasmo, nos falta ilusión,
parece que ya no somos capaces de soñar, en una palabra, nos falta saborear la
alegría de la vida; pero hay que encontrarla.
Sucede en muchos aspectos de la sociedad
y así nos encontramos pueblos aburridos que están como muertos, instituciones u
organizaciones sociales que han perdido la iniciativa y la creatividad,
comunidades que se van envejeciendo y no solo porque parece que solo quedamos
los mayores sino porque incluso a los jóvenes les falta ese impulso
verdaderamente juvenil que ponga vida allí donde están o fácilmente dan un paso
atrás o a un lado y se van por otra parte. ¿Nos estará sucediendo así también
en la Iglesia, en nuestras comunidades eclesiales? Algo de eso se vislumbra también
que sucede. ¿Cómo andan nuestras parroquias? Cada uno que analice allí donde
está. A mi me preocupa. Parece que también tenemos que decir como en el
evangelio hoy ‘no tienen vino’ y la fiesta se acaba.
Es lo que nos relata el evangelio hoy
en este domingo ya del tiempo ordinario, una vez acabada la navidad. Casi esta celebración de hoy es como una
continuación de la fiesta de la Epifanía que hemos venido celebrando, porque también
con este evangelio también hay una epifanía, una manifestación o presentación
de Jesús a su pueblo en este primer signo del evangelio de san Juan. Y creo que
tiene que ser una fuerte epifanía que venga a decirnos Jesús, a través de las
palabras de María, ‘no tienen vino’.
La fiesta podía ser un fracaso y sería
una vergüenza enorme para los novios, no haber tenido las necesarias
previsiones para tener vino abundante para la fiesta, sabido es que esas
fiestas solían además durar varios días. Nos da el detalle el evangelista de
que Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la fiesta, y allí está
también la madre de Jesús. Es significativo además y por lo que tendríamos que
hacernos muchos interrogantes para nuestra forma de vivir como cristianos que
esa primera aparición publica de Jesús en el evangelio de Juan en el comienzo
de su predicación sea precisamente en algo tan humano como la fiesta de una
boda. Es el Emmanuel, el Dios que viene a estar con nosotros, y se hace
presente allí donde está la vida del hombre. Lo contemplaremos a lo largo del
evangelio allí donde está el sufrimiento y el dolor, irá a la casa de Jairo, el
jefe de la sinagoga o querrá ir a la casa del centurión a pesar de ser un
pagano, se detendrá junto al ciego en las calles de Jerusalén o bajará hasta
Betesda en el ultimo rincón donde hay un paralítico al que nadie ayuda, se
detendrá junto al camino dejándose encontrar por el leproso o llamará al ciego
que grita a su paso, se detendrá ante la higuera porque sabe que allí está
alguien que quiere verlo, Zaqueo, o se dejará tocar ya sea por la mujer
pecadora o por la hemorroísa que quiere al menos tocar el borde de su manto, se
detiene junto a la orilla del lago subiéndose a la barca para hablar desde allí
a la multitud, o irá a comer a casa de Simón, aunque sabe que es fariseo. Es el
Dios que viene a estar con nosotros porque quiere darnos vida.
Hoy nos está diciendo a través del
texto del evangelio de las bodas de Caná, que ya no nos vale el vino que
tenemos o que está aguado y necesitamos no solo unos odres nuevos sino sobre todo
un vino nuevo que es el que El quiere ofrecernos. No terminamos de aceptar ese
vino nuevo del evangelio y por eso seguimos con nuestros cansancios, nuestro
aburrimiento, nuestra falta de ilusión y esperanza, y con esa alegría enferma
si acaso no muerta. ¿Nos estaremos muriendo de tristeza los cristianos? ¿Dónde
estamos cantando con la vida de verdad esa alegría de la fe? ¿Qué es lo que
está pasando en nuestras comunidades? ¿Qué pasa con nuestras celebraciones que
siguen siendo aburridas y con falta de alegría y de ese entusiasmo que tendríamos
que tener desde nuestra fe?
Tenemos que dejar que Jesús transforme
el agua de las vasijas de nuestra vida en ese vino nuevo que solo en Jesús
podemos encontrar. Es el vino nuevo que necesitamos para que recobremos esa alegría
y entusiasmo de nuestra fe. Pero no olvidemos que tenemos que comenzar por ser
nosotros vasijas nuevas, odres nuevos, porque en hombre viejo no podemos poner
esa vida nueva, se derramará y se perderá el vino, y eso es lo que nos está
pasando.
Vivamos y cantemos esa alegría de
nuestra fe y conquistaremos el mundo. No necesita nuestro mundo contagio de
tristezas y pesimismos, sino contagios de alegría y de vida nueva.
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