Dejémonos
de superficialidades y apariencias, busquemos el sentido de las cosas, lo que
en verdad valore a las personas, siempre lo que busca la mayor dignidad
Hebreos 6,10-20; Salmo 110; Marcos 2,23-28
Caminando uno por esos mundos de Dios,
como solemos decir, nos encontramos con cosas sorprendentes que al final no
terminamos de entender por qué se hicieron así o cual sería en verdad su
motivación. Podría uno pensar en muchas cosas, pero en este caso pienso en una
ciudad que quien nos guiaba nos señalaba una fachada de un edificio y nos decía
que tras aquellas paredes monumentales de su frente no había posibilidad alguna
de hacer ningún tipo de vivienda por lo poco que tenia de profundidad; no había
ningún tipo de vivienda ni nada que pudiera tener alguna utilidad, todo se
quedaba en fachada.
Me hace pensar en si algo así nos pueda
suceder a nosotros con nuestra vida, incluso con algunas cosas que regulamos
para nuestra vida social; todo fachada, pero nada en el interior, todo
apariencia pero nada de profundidad en la vida; todo normas y preceptos para
decir que tenemos bonitas leyes, pero nada que en verdad esté en servicio del
hombre, en servicio de la persona. ¿Hacemos las cosas solo para que sean
bonitas? Tenemos sí que cultivar la belleza, pero la belleza será mayor cuando
lo que buscamos es el bien de la persona, de toda persona y en nada queremos
perjudicar a nadie. Quizás muchas veces estamos buscando tanta perfección de
las cosas en si mismas, que nos olvidamos de las personas que tendrían que ser
las beneficiadas de aquello que hacemos.
El pueblo de Israel se preciaba de
tener las mejores y más sabias leyes de todos los pueblos. Así se manifiestan
incluso los textos de la Escritura sagrada; era el orgullo de aquel pueblo el
pensar en la sabiduría de sus leyes, porque en su fe sentían que habían sido
dictadas por Dios a Moisés. Pero queriendo perfeccionarlas tanto la habían
llenado de preceptos y de normas cuyo cumplimiento algunas veces se podía
convertir en un suplicio cuando lo hacían con radicalidad.
Contados estaban hasta los pasos que
podían dar el sábado para poder dar cumplimiento perfecto al descanso sabático.
¿Qué sentido tenía en su origen aquel precepto sabático del descanso?
Primordialmente era el tener tiempo para el culto a Dios, pero al mismo tiempo,
y no era de menor importancia, el lograr el descanso de las personas de sus
trabajos, para que no cayeran en una esclavitud de ese mismo trabajo. Pero lo habían
convertido todo en un precepto religioso tan radical que ya no importaba la
persona para su descanso o para su relación con Dios sino era el cumplimiento
en si mismo midiendo hasta lo más mínimo lo que pudieran o no pudieran hacer.
De ahí nace la cuestión que le plantean
a Jesús los fariseos cuando ven que los discípulos de Jesús mientras van
atravesando los sembrados cogen algunas espigas, para abrirse paso o también
para echarse a la boca unos granos que mitigase la fatiga del caminar. ¿Era
aquello un recolección de la cosecha, un segar aquellos trigales y en
consecuencia un trabajo? Seguro que veremos con buenos ojos que tratasen de
mitigar su cansancio o incluso sus ganas de echarse algo a la boca mientras
iban de camino, porque lo importante eran aquellas personas con su fatiga y su
caminar. ¿Había simplemente que cumplir la ley por cumplirla? ¿No sería eso una
fachada sin contenido de profundidad detrás?
No podemos hacer las cosas simplemente
porque queden bonitas o por quedar nosotros bien con lo que hacemos. Este
pueblo, les decía el profeta y les recordaba Jesús, me honra con los labios
pero su corazón está bien lejos de mí. Es lo que nos sucede cuando nos quedamos
en la fachada, cuando nos puede por encima de todo la vanidad, cuando hacemos
las cosas simplemente por cumplir, cuando no le hemos dado verdadera
profundidad a nuestra vida.
Busquemos el sentido de las cosas,
busquemos lo que en verdad valore a las personas, busquemos siempre lo que nos
hace vivir con mayor dignidad y con mayor plenitud, busquemos lo que nos hace
grandes desde el corazón, busquemos lo que da verdadero sentido a nuestra vida
y autentico valor a lo que hacemos. El valor no está en unas ganancias, el
valor no son unos adornos que se quedan como oropeles, el valor no está en un
brillo que pronto se va a desvanecer, el valor no está en lo superficial. Busquemos
lo que tiene que ser el verdadero tesoro del corazón. El evangelio nos ayuda a
encontrarlo, porque nos ayuda a encontrarnos con las personas; es el mejor
camino para finalmente encontrarnos con Dios.
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