No
echemos a perder el sabor auténtico del evangelio, buena noticia también para
el hombre de hoy siendo odres nuevos para vino nuevo
Hebreos 5,1-10; Salmo 109; Marcos 2,18-22
‘Las comparaciones son siempre
odiosas’, es un socorrido dicho popular, algo así como una sentencia, de la
que echamos manos cuando nos encontramos con gente que siempre está haciendo
comparaciones entre unos y otros, pero donde de alguna manera tienen siempre
alguna relación con nosotros mismos; si a este le dieron y a mi no, si a aquel
lo trataron de una determinada manera mientras a mi no me escucharon, si porque
aquel tiene amigos influyentes consigue las cosas, pero de mi nadie se
preocupa, y cosas así. Son odiosas solemos decir, porque siempre por medio
aparece el amor propio, los orgullos, las desconfianzas que van creando
enfrentamientos y barreras que nos distancian o que nos pueden llenar incluso
de amarguras. Siempre nos encontramos personas así, siempre podemos caer
nosotros por esa misma pendiente resbaladiza.
Jesús ha comenzado a predicar y en
torno a El se ha ido formando un grupo de los que quieren seguirle más de
cerca; son los llamados discípulos, de entre los que Jesús en un momento
determinado escogió a los que serían sus apóstoles, sus enviados. Juan el
Bautista también tenía sus seguidores allá en el desierto – algunos de ellos
fueron los primeros en seguir a Jesús – y aunque la figura de Juan tras ser
encerrado en la cárcel y posteriormente decapitado por Herodes había
desaparecido, aquellos que le seguían aun siguen manteniendo el espíritu de
Juan y siguen realizando lo que de Juan habían aprendido. Pero también había
otros grupos sociales que se habían ido formando en torno a figuras o a
influencias como las que los fariseos querían imponer en la sociedad de entonces.
Todos tenían sus reglas y costumbres, seguían formalmente con algunas
costumbres que se convertían para algunos como unas reglas a seguir.
Y es ahora cuando surge la comparación
entre los discípulos de unos y de otros, entre lo que hacían los discípulos de
Juan y de los fariseos y lo que Jesús les exigía a sus discípulos. Es lo que
ahora en sus tiquismiquis le vienen a
plantear a Jesús, la comparación entre el rigorismo que vivían los discípulos
de Juan y los fariseos, por ejemplo, en la cuestión de los ayunos y
penitencias, y lo que Jesús planteaba a quienes querían seguirle. El
planteamiento de Jesús les resultaba novedoso ante lo que estaban acostumbrados
que eran las exigencias de los profetas en algunos momentos. Esto era
incomprensible para muchos sobre todo los que vivían aquel antiguo rigorismo.
Pero Jesús siempre nos ha dicho que lo
que El nos anuncia es una Buena Noticia y las buenas noticias están llamadas a
dar esperanza, a levantar los ánimos, a sembrar una nueva ilusión en los
corazones; y Jesús había hablado de liberación y de tiempos nuevos, que por
algo proclamaba una amnistía, un año de gracia del Señor, que tenia su base y
fundamento en lo que era el año jubilar donde todo había de renovarse, donde se
encontraría el perdón de antiguas deudas, donde a partir de ese año de gracia
todo habría de tener la novedad de lo nuevo, valga la redundancia que tiene su
sentido.
Por eso ante las preguntas que le hacen
desde sus comparaciones y desconfianzas Jesús hablará de un hombre nuevo,
hablará de odres nuevos para vino nuevo, Jesús hablará de que no hemos de andar
con remiendos a paños viejos, sino que ha de ser un vestido nuevo que el que
hemos de portar. Pero eso es difícil de entender para los que se quieren
mantener en viejas costumbres que de verdad no liberan de nada sino que
realmente nos hacen caer en una rutina que siempre será ruinosa. Claramente nos
lo está diciendo Jesús. No se trata de simples reformas sino de total
renovación. Pero nosotros seguimos simplemente queriendo hacer reformas.
Esto tendría que hacernos pensar para
muchas cosas, en nuestra vida personal, en ese crecimiento y renovación que
tenemos que hacer de nuestra vida, o sea una vida nueva; es el mensaje que
tenemos que sentir hondamente en nuestra Iglesia muchas veces tan dada a
conservadurismos y no se deja conducir por la novedad del espíritu, por la
verdadera novedad del Evangelio de Jesús.
Cuidado hayamos hecho viejo el
evangelio, no le terminemos de encontrar su novedad cada vez que lo escuchamos,
y tampoco sepamos ofrecerlo como novedad al mundo de hoy. Para muchos, quizás
por nuestra forma de presentarlo, puede parecer algo anquilosado, algo de otro
tiempo, y no una buena noticia para el mundo de hoy, para el hoy de la vida del
hombre actual. No echemos a perder el sabor autentico del evangelio.
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