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domingo, 4 de junio de 2023

Saboreando lo que hay de divino en nuestra humanidad descubriremos a Dios que con su amor y ternura nos inunda de su propia vida y nos hace sus hijos

 


Saboreando lo que hay de divino en nuestra humanidad descubriremos a Dios que con su amor y ternura nos inunda de su propia vida y nos hace sus hijos

Éxodo 34, 4b-6. 8-9; Sal.: Dn. 3, 52-56; 2Corintios 13, 11-13; Juan 3, 16-18

Hay preguntas e interrogantes que siempre nos andan rondando en nuestro interior porque todos en el fondo siempre nos andamos preguntando por la vida, por el sentido de la vida, por el valor de la vida, que es preguntarnos por lo que somos y por lo que hacemos en esta vida. Nuestro pensamiento y nuestras experiencias puede ser que no a todos lleven por el mismo camino, pero nos damos cuenta que la vida es algo más que los latidos del corazón, que vivir es algo más que dejar que la máquina siga funcionando por sí misma y ya nos cuidamos de no perjudicarla en ese aspecto.

Pero el vivir está en el sentir allá en lo más hondo de nosotros mismos y buscaremos aquello que nos dé como más estabilidad, más paz en nuestro interior o nos produzca las satisfacciones más hondas. Es cuando nos damos cuenta que amando, y amar es como derramar nuestra propia vida queriendo llevarla más allá, queriendo transmitirla, queriendo hacer partícipes de eso que vivimos y sentimos a cuanto nos rodea. Es, podíamos decir, que nos da vida porque nos hace vivir, pero que nos lleva a engendrar vida, generación que no solo está en los hijos que nos prolongan, sino en cuanto de vida damos a los demás. Por eso decimos que ahí encontramos el sentido de nuestra vida. Y yo diría que es cuando vivimos lo divino en nuestra propia humanidad.

En nuestra fe y en nuestra antropología cristiana decimos que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, utilizando así expresión que encontramos en las primeras páginas de la Biblia. Conociendo así, podríamos decir, la esencia de nuestro ser nos sentimos transcendidos para intentar meternos en el misterio de Dios. ¿Qué es lo más hermoso que llevamos a descubrir en toda la inmensidad de Dios? Su amor y su ternura. Es lo que mejor saboreamos de Dios.

Cuando hoy en la primera lectura hemos escuchado como Dios quiere hacer partícipe a Moisés del misterio de su ser al ser llevado a lo alto de la montaña, igual que en otro momento el profeta Elías se siente inmerso en la presencia de Dios, pero no es la fuerza del huracán y del terremoto que hace temblar las montañas donde encuentra a Dios sino en el leve susurro de la brisa que le hace escuchar en lo más hondo de si mismo ese paso de Dios lleno de ternura y de misericordia, que es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad. Es ese amor de Dios el que con su ternura nos llena de su presencia. ¿No nos va a enseñar Jesús entonces que Dios es Padre bueno que nos ama?

Es el Dios que engendra vida, que nos llena de vida, que nos da a su Hijo Jesús, como el mejor rostro de Dios cuando viene a traernos la salvación y a llenarnos de vida. Es ese misterio de Dios que tanto nos ama que nos da a su Hijo, como nos dice el evangelio, para que tengamos vida, que no viene a juzgar ni condenar al mundo sino a salvarlo, a llenarlo de vida.

Es el Dios que nos inunda con su presencia, que nos hace sentir la fuerza de su Espíritu, que abre nuestra mente y nuestro corazón no solo para que conozcamos a Dios y entendamos el misterio de Dios, sino para revelarnos el misterio y la grandeza del hombre.

Y esto es lo que hoy estamos celebrando. Lo llamamos el misterio de la Trinidad de Dios, lo sentimos en esa vida de Dios que con su amor nos envuelve y a nosotros también al hacernos partícipes de su vida, como siempre sucede cuando hay amor de verdad, nos hace también hijos.

‘El Señor bajó de la nube y se quedó allí con él’, con Moisés, nos decía la primera lectura. Sí, Dios que baja de la nube y se queda con nosotros, el Señor que nos hace sentir su ternura y su misericordia, aunque seamos un pueblo de dura cerviz, aunque mucho sea nuestro desamor y nuestro pecado. ‘El Dios de la paz y del amor estará con nosotros’, nos decía también san Pablo hoy en la segunda lectura.

Vivamos, pues, esta experiencia de Dios. Sintamos así a Dios en nuestro corazón y en nuestra vida, nos ama y derrocha todo su amor sobre nosotros. Dejémonos inundar por su presencia. Recordemos que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y eso de divino que hay en nuestra vida que se refleje en nuestra humanidad, se refleje en la humanidad con que nos acercamos a los demás transmitiéndoles lo mejor de la vida que hay en nosotros.


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