Todos
llevamos una semilla de vida en plenitud en el corazón que se hace fecunda
porque Jesús ha venido para que tengamos vida en abundancia
Tobías 3, 1-11a. 16-17ª; Sal 24; Marcos
12,18-27
Dicen que es bueno tener imaginación
porque nos permite soñar y en estas andanzas en que andamos en las turbulencias
de la vida bueno es soñar, porque al menos mientras estamos en los sueños
estamos en un mundo idílico del que podemos hacer desaparecer los sufrimientos.
Pero la vida todo no es sueño y algunas
veces nos puede jugar malas pasadas porque nos parece tan real eso que soñamos
que nos confunde pensando que es la realidad, y cuando nos despertamos nos
damos cuenta de donde realmente estamos. No vamos a entrar en polémicas de si
es bueno o no es bueno, porque también necesitamos de esos sueños y quizá a
partir de esos sueños podemos comenzar a planificar un mundo distinto, un mundo
donde intentemos al menos que las cosas sean mejor.
Pero cuando andamos en el ámbito de la
vida religiosa, de lo que es nuestra fe y nuestra esperanza, aunque los sueños
sean buenos, cuidemos de no transportar a lo infinito de la vida espiritual lo
que son nuestros deseos, que siempre pueden estar marcados por lo que son
nuestras aspiraciones materiales y terrenas y queramos convertir ese mundo de
la trascendencia y de lo espiritual en un reflejo simplemente de lo que vivimos
en este mundo. En las cosas de Dios cuidemos la imaginación, atengámonos a lo
que nos enseña la fe y dejémonos conducir por la autentica revelación de Dios.
Cuidado, entonces, no nos vayamos a crear un dios simplemente a partir de
nuestros deseos humanos, aun sabiendo que todo lo bueno y hermoso que vivimos
en esta vida, en Dios lo vamos a tener en plenitud. Y es ahí donde hemos de
cuidar nuestra imaginación.
Es, en cierto modo, lo que se nos
plantea en el evangelio de hoy. Parte el evangelio de aquellos que no creen en
la resurrección ni en la vida eterna, los saduceos, un grupo muy influyente en
la sociedad judía. Y sus argumentos arrancan de la mezcla de la imaginación con
aquellas cosas reveladas ya en la Escritura Santa. Están pensando que esa vida
de eternidad junto a Dios es un trasponer lo mismo que aquí en la vida hemos
vivido.
Y surge el caso de la ley del levítico
que al enviudar una mujer sin descendencia, el hermano de su difunto marido
está obligado a tomarla en matrimonio. Es aquí cuando llega la imaginación al
exceso, porque aquella mujer ha tenido que casarse con siete hermanos uno
detrás de otro porque ninguna ha dejado descendencia. Entonces, concluyen los
saduceos, en la vida futura ¿de quien será esposa aquella mujer si siete
maridos han tenido en esta vida? la imaginación les ha jugado una mala pasada.
Estáis equivocados, les viene a decir
Jesús. La vida futura, la vida junto a Dios es otra cosa, allí no hay marido ni
mujer, allí la gente no se casa o se vuelve a casar, disfrutar de la vida de
Dios es otra cosa. Y es aquí cuando tenemos que poner llave a nuestra imaginación,
y simplemente confiarnos en la palabra de Jesús que nos habla de vida eterna,
que nos habla de resurrección porque Dios no es un Dios de muertos sino un Dios
de vida. No es reproducir esta vida de muerte, de dolor y de sufrimiento que
vivimos en este mundo.
Todos llevamos una semilla de vida y de
vida en plenitud en el corazón, porque son las ansias más nobles que podemos
tener en nuestra vida, donde sin embargo a pesar de esas ansias nunca
alcanzaremos la felicidad total. Ha venido Jesús, como nos dice en el evangelio
tantas veces para que tengamos vida y tengamos vida en abundancia; Dios nos ha
enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se
salve por medio de El. Es el camino que queremos emprender, es la plenitud que
queremos alcanzar y que solo en la plenitud de Dios podremos obtener.
Confiémonos en la palabra de Jesús. Y
le pedimos ‘Señor, enséñame tus
caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque
tú eres mi Dios y Salvador’.
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