Dejémonos
amar, abramos las puertas del corazón sin temor a que quien nos ama tome
posesión de nuestra vida, es el camino del Reino de Dios
Tobías 6, 10-11; 7, 1. 8-17; 8, 4-9ª; Sal
127; Marcos 12,28b-34
‘No estás
lejos del Reino de Dios’, es la afirmación que finalmente le hace Jesús a aquel letrado que
había venido con sus preguntas a Jesús. Se había establecido un diálogo muy
interesante entre Jesús y aquel letrado que venía con sus inquietudes, también
quizá con alguna malicia porque quizás podía sentirse superior a aquel que se
presentaba también como un maestro venido desde la lejana galilea. Vemos que en
ocasiones las preguntas quieren ser capciosas, a ver por donde le cogen, le
tienden trampas, por hecho de venir de la Galilea de los gentiles, porque Jesús
no se había formado en ninguna escuela rabínica de Jerusalén; la escena parece
situarse en Jerusalén y en torno al templo.
Preguntaba
por el mandamiento del Señor y Jesús le responde incluso textualmente con
palabras de la ley y de los profetas uniendo el amor a Dios con el amor al prójimo
como algo inseparable ya para siempre. De ahí las afirmaciones del letrado que
parecen querer ratificar las palabras de Jesús – ‘Muy bien, Maestro, sin
duda tienes razón…’ – pero que concluirán con las palabras de Jesús de que
no está lejos del Reino de Dios.
El amor de
Dios por encima de todo, que es lo mismo, dejarse amar por Dios lo vamos a
reflejar en ese amor que vamos a sentir por los demás, ese amor al prójimo de
manera inseparable. El Reino de Dios no son estructuras que nos vamos a imponer
a manera de los reinos interesados de este mundo. El Reino de Dios comienza a
nacer en nosotros cuando nos dejamos amar por Dios; qué importante es esto
porque es lo que va a producir ese milagro en nuestra vida de que comencemos a
creer en el amor de Dios y en el amor que luego nosotros también hemos de
vivir. Y es que no es menos cuando nos dejamos amar.
Aunque seamos
capaces de hablar y de decir muchas cosas del amor puede suceder que lo hagamos
de una manera teórica, no solo porque nosotros no amamos como tendríamos que
hacerlo, sino que no nos dejamos amar. Y no nos dejamos amar porque muchas
veces vamos por la vida envueltos en una cápsula de egoísmo; ponemos barreras
también a los que nos aman, en cierto modo lo tememos, porque nos parece que
vamos a perder nuestra independencia, o peor aún, nuestra autosuficiencia. Y es
que dejarnos amar es dejar entrar al otro en nosotros, dejar entrar al otro en
nuestro corazón, en nuestra vida, y ya nos parecería que no somos los mismos.
Dichosa autosuficiencia de la que no terminamos de desprendernos.
Por eso
decíamos que el Reino de Dios comienza en nosotros cuando nos dejamos amar por
Dios. Luego vendrá lo demás, luego necesariamente cuando nos sentimos amados
entramos en una órbita de amor y se rompen todas esas cápsulas en las que nos
envolvemos y amándonos dejamos entrar en los demás en nuestro corazón; cuando
le hemos abierto la puerta a Dios, ya la puerta necesariamente quedó abierta
para siempre para que en nuestro corazón pueda tener un lugar el prójimo. Es lo
que hoy Jesús nos está enseñando, es por lo que le dice a aquel letrado que ya
no está tan lejos del Reino de Dios.
Será así cómo
ya nosotros amemos a Dios con todo el corazón, con toda nuestra mente, con todo
nuestro ser. Por algo vendrá luego Jesús a decirnos de lo que vamos a ser
examinados en el atardecer de nuestra vida. Cuanto hicisteis a uno de esos
hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis, nos dirá entonces Jesús. Cuando
los otros han tomado posesión de nuestro corazón hemos dejado que Dios sea en
verdad el Señor de nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario