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jueves, 8 de junio de 2023

Dejémonos amar, abramos las puertas del corazón sin temor a que quien nos ama tome posesión de nuestra vida, es el camino del Reino de Dios

 


Dejémonos amar, abramos las puertas del corazón sin temor a que quien nos ama tome posesión de nuestra vida, es el camino del Reino de Dios

Tobías 6, 10-11; 7, 1. 8-17; 8, 4-9ª; Sal 127; Marcos 12,28b-34

‘No estás lejos del Reino de Dios’, es la afirmación que finalmente le hace Jesús a aquel letrado que había venido con sus preguntas a Jesús. Se había establecido un diálogo muy interesante entre Jesús y aquel letrado que venía con sus inquietudes, también quizá con alguna malicia porque quizás podía sentirse superior a aquel que se presentaba también como un maestro venido desde la lejana galilea. Vemos que en ocasiones las preguntas quieren ser capciosas, a ver por donde le cogen, le tienden trampas, por hecho de venir de la Galilea de los gentiles, porque Jesús no se había formado en ninguna escuela rabínica de Jerusalén; la escena parece situarse en Jerusalén y en torno al templo.

Preguntaba por el mandamiento del Señor y Jesús le responde incluso textualmente con palabras de la ley y de los profetas uniendo el amor a Dios con el amor al prójimo como algo inseparable ya para siempre. De ahí las afirmaciones del letrado que parecen querer ratificar las palabras de Jesús – ‘Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón…’ – pero que concluirán con las palabras de Jesús de que no está lejos del Reino de Dios.

El amor de Dios por encima de todo, que es lo mismo, dejarse amar por Dios lo vamos a reflejar en ese amor que vamos a sentir por los demás, ese amor al prójimo de manera inseparable. El Reino de Dios no son estructuras que nos vamos a imponer a manera de los reinos interesados de este mundo. El Reino de Dios comienza a nacer en nosotros cuando nos dejamos amar por Dios; qué importante es esto porque es lo que va a producir ese milagro en nuestra vida de que comencemos a creer en el amor de Dios y en el amor que luego nosotros también hemos de vivir. Y es que no es menos cuando nos dejamos amar.

Aunque seamos capaces de hablar y de decir muchas cosas del amor puede suceder que lo hagamos de una manera teórica, no solo porque nosotros no amamos como tendríamos que hacerlo, sino que no nos dejamos amar. Y no nos dejamos amar porque muchas veces vamos por la vida envueltos en una cápsula de egoísmo; ponemos barreras también a los que nos aman, en cierto modo lo tememos, porque nos parece que vamos a perder nuestra independencia, o peor aún, nuestra autosuficiencia. Y es que dejarnos amar es dejar entrar al otro en nosotros, dejar entrar al otro en nuestro corazón, en nuestra vida, y ya nos parecería que no somos los mismos. Dichosa autosuficiencia de la que no terminamos de desprendernos.

Por eso decíamos que el Reino de Dios comienza en nosotros cuando nos dejamos amar por Dios. Luego vendrá lo demás, luego necesariamente cuando nos sentimos amados entramos en una órbita de amor y se rompen todas esas cápsulas en las que nos envolvemos y amándonos dejamos entrar en los demás en nuestro corazón; cuando le hemos abierto la puerta a Dios, ya la puerta necesariamente quedó abierta para siempre para que en nuestro corazón pueda tener un lugar el prójimo. Es lo que hoy Jesús nos está enseñando, es por lo que le dice a aquel letrado que ya no está tan lejos del Reino de Dios.

Será así cómo ya nosotros amemos a Dios con todo el corazón, con toda nuestra mente, con todo nuestro ser. Por algo vendrá luego Jesús a decirnos de lo que vamos a ser examinados en el atardecer de nuestra vida. Cuanto hicisteis a uno de esos hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis, nos dirá entonces Jesús. Cuando los otros han tomado posesión de nuestro corazón hemos dejado que Dios sea en verdad el Señor de nuestra vida.

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