Is. 7, 10-14
Sal. 23
Lc. 1, 26-38
‘Ya llega el Señor, El es el Rey de la gloria’. Ha sido la aclamación que hemos repetido en el salmo. Ya llega, ya está ahí. Se acerca la navidad. Viene el Señor. El es el Rey de la gloria.
Si hubiéramos seguido con el salmo en los versículos siguientes se pregunta: ‘¿Quién es ese Rey de la gloria?... ¡Portones, alzad los dinteles, que se abran las antiguas compuertas! Va a entrar el Rey de la gloria’. Lo recordamos porque más de una vez hemos rezado ese salmo.
Es el Señor, respondemos. Es el hijo de María, pero es el Señor, decimos hoy. Es Jesús, porque ese es el nombre que le puso el ángel desde la concepción. ‘Se llamará Hijo del Altísimo’, le dice el ángel a María. Es el que ‘reinará en la casa de Jacob para siempre, cuyo reino no tiene fin’. Es el Hijo de Dios que es nuestro Salvador. ‘El santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’.
Tenemos que abrir las compuertas de nuestro corazón. Tenemos que hacer que se agranden los dinteles de nuestras puertas. Es el Señor que viene y que quiere habitar en medio de nosotros. Es aquel que fue anunciado como el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Hoy miramos una vez más a María, porque de ella tenemos que aprender a abrir nuestras puertas para Cristo que llega a nuestra vida. Hoy contemplamos aquel humilde hogar de Nazaret donde vivía María y recibió la visita del ángel. No era un grandioso templo de bóvedas altísimas ni grandes puertas. No era un rico palacio adornado con encarecidos cortinajes ni con espléndidas alfombras para recibir a Dios. Era un lugar sencillo y humilde. Era el hogar de los pobres y de los humildes, como lugar pobre y humilde iba a ser el lugar de su nacimiento.
Pero allí estaba María, con su apertura a Dios, con su fe, con la generosidad de su corazón y con la disponibilidad de su vida. Allí estaba María que siempre se sentiría pequeña como los esclavos y dispuesta a hacer en todo momento lo que su Señor le pidiera. ‘Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’, le vamos a escuchar decir. Allí estaba María con sus ojos atentos, pero con los oídos de su alma abiertos para escuchar y para acoger. Sería llamada dichosa, y se nos propone como modelo, por su fe y por su acogida, su escucha de la Palabra de Dios y por saber plantarla en su corazón.
Cuántas cosas tendríamos que aprender y copiar de María en este nuestro camino de Adviento. La liturgia de la Iglesia no se cansa de presentárnosla una y otra vez teniendo que reconocer que este es el mes más mariano, el tiempo litúrgico con más sabor a María, porque ella es la mejor que puede enseñarnos a preparar para el Señor que viene el mejor dispuesto corazón. Este texto del Evangelio que hoy se nos ha proclamado hasta tres veces lo escuchamos en este tiempo de Adviento, porque lo escuchamos el día de la Inmaculada, lo hemos escuchado hoy y lo volveremos a escuchar mañana en el cuarto domingo de Adviento.
Es el Señor que viene. María nos lo trae y nos lo presenta, porque así lo quiso el Señor cuando la escogió por Madre. Ella lo acogió con inefable amor de Madre, como decimos en el prefacio, pero con ese mismo amor de Madre nos lo presenta y nos lo ofrece.
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