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viernes, 19 de diciembre de 2008

La salvación es cosa de Dios

Josué, 13, 2-7.24-25

Sal. 70

Lc. 1, 5-25

‘Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria, todo el día’. Es lo que hemos orado una y otra vez en el salmo. ¡Cómo no alabar al Señor! ¡Cómo no cantar la gloria del Señor! En la esperanza vislumbramos lo que es la gloria del Señor y así nuestro corazón se llena de alegría. Experimentamos una y otra vez en nuestra vida lo grande que es la salvación que el Señor nos ofrece.

No es cosa de los hombres, no es cosa que podamos conseguir por nosotros mismos. La salvación es cosa de Dios. Es quien puede salvarnos. Y los caminos de salvación que El nos ofrece no son lo que nosotros podamos imaginar con nuestros razonamientos humanos. El nos la ofrece gratuitamente cuándo quiere y cómo quiere.

Hoy se nos ofrecen dos testimonios en este sentido en la palabra proclamada. La madre de Sansón ‘era estéril y no había tenido hijos’. Lo mismo sucede con Zacarías e Isabel en el evangelio. ‘No tenían hijos porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada’. Pero Dios quiere suscitarles un hijo en ambos casos. ‘Te llenarás de alegría y muchos se alegrarán en su nacimiento’, le dice el ángel a Zacarías. Donde parecía imposible la maternidad Dios hizo surgir la nueva vida, para que veamos y comprendamos que todo es obra del Señor y no obra nuestra.

Del viejo tronco surge un renuevo, un retoño. Es la vara de Jesé que brota del viejo tronco, al que hace mención la antífona del Aleluya. ‘Raiz de Jesé que te alzas como signo para los pueblos…. Ven a librarnos, no tardes más’.

Sansón será nazir, un consagrado del Señor. ‘El comenzará a salvar a Israel de mano de los filisteos’. Juan estará ‘lleno del Espíritu desde el seno de su madre y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios’. A través de ellos se manifestará la gloria del Señor. ‘Irá delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto’. La elección de Dios no es en beneficio propio sino para que se manifieste la gloria del Señor. Prepara los caminos del Señor, será la misión del Bautista. Pero el que viene será el nos bautice con Espíritu Santo. El que viene es el Salvador.

¿Qué nos queda a nosotros en este camino de Adviento que estamos haciendo? Que no nos falte la fe para que no se apague la esperanza. Creemos y esperamos. Esperamos porque creemos. Una virtud y otra se funden en el amor que queremos poner en nuestra vida para que así preparemos mejor el camino del Señor. Zacarías dudó porque no terminaba de entender lo que el ángel del Señor le revelaba. Pero a pesar de su duda colaboró con el plan de Dios. Y esperó hasta que llegase la luz, al que venía dar testimonio que señalase el camino que llevaba a la luz.

Pongamos fe. Deseemos la luz. Abramos bien los ojos del corazón para descubrir cómo se nos manifiestan los misterios de Dios. Estemos atentos y prontos para acoger la salvación de Dios. Escuchemos la llamada que nos hace el profeta. Preparemos para el Señor un pueblo bien dispuesto.

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