Sof. 3, 1-2.9-13
Sal. 33
Mt, 21, 28-32
‘Ven, Señor, no tardes, perdona los pecados de tu pueblo’, ha sido la aclamación del aleluya antes del Evangelio. Y con confianza hemos repetido en el salmo: ‘si el afligido invoca al Señor, El lo escucha’. Es nuestra súplica confiada en ese camino de Adviento que estamos haciendo.
Hoy hemos escuchado una breve parábola que Jesús propone cuando le estaban escuchando los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. Dos hijos a los que les pide un padre que vayan a trabajar a su viña pero con distinta respuesta de uno y otro. Mientras uno dice que va, y al final no va, el que primero había dicho que no iba, recapacitando ‘se arrepintió y fue’.
Qué prontos somos para decir sí, que lo sabemos, que lo haremos, que estamos dispuestos, pero qué pronto lo olvidamos y no lo hacemos. No nos falta la buena voluntad de ofrecernos, pero nos falta la constancia para llegar a realizarlo. Nos entusiasma el fervor de un momento, pero el mantener el ritmo un día y otro en la misma tarea, en la respuesta comprometida es algo más cansino y olvidadizo. El creernos sabedores de todo y que no necesitamos de que nos digan lo que tenemos que hacer es el orgullo fácil que brota enseguida cuando nos dicen algo, pero no somos capaces de tener la humildad de reconocer que pronto olvidamos las cosas y hacemos dejación de responsabilidades.
Nos es fácil echarle en cara su postura al que se muestra reticente o incluso tiene la debilidad de la negación y de la caída. Pero en la parábola el que había dicho no, recapacitó y arrepentido de su primer pronto, será capaz de cambiar de actitud y volver por el camino bueno. Jesús les echa en cara su actitud a los sumos sacerdotes y ancianos que le escuchan. ‘Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aún después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis’.
Una buena llamada y toque de atención que nos hace el Señor desde su amor. Para que demos el paso hacia la conversión y la mejora de nuestra vida. Aunque nos cueste, aunque sea difícil. Pero es que además sabemos que en ese camino de conversión y transformación de nuestra vida no estamos solos. No es algo que nosotros vayamos a hacer sólo por nosotros mismos, sino que con nosotros está el Señor, está su gracia y su fuerza.
Nos lo decía el profeta. ‘Entonces daré a los pueblos labios puros, para que invoquen todos el nombre del Señor, para que le sirvan unánimes… dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará en el nombre del Señor’.
Quizá podamos sentir sobre nosotros el peso del mal que hayamos hecho, el error que hagamos cometido o la ofensa que le hayamos hecho al Señor cuando hemos olvidado su ley y hemos pecado. Pero nos dice el Señor: ‘Aquel día no te avergonzarás de las obras con que ofendiste, porque arrancaré de tu interior tus soberbias bravatas…’ El Señor arrancará el orgullo de nuestro corazón y nos dará un corazón humilde y puro. Es El quien transforma nuestra vida con su gracia y nos dará la valentía y la fuerza para no volver a pecar. De nosotros se apartarán las maldades y las mentiras porque en todo queremos alabar y bendecir al Señor.
‘Ven, Señor, no tardes, perdona los pecados de tu pueblo’.
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