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domingo, 14 de diciembre de 2008

No apaguéis el Espíritu del Señor en vuestro corazón

Is. 61, 1-2.10-11; Sal. Lc. 1, 46-54; 1Tes. 5, 16-24; Jn. 1, 6-8,19-28

Ya en el ambiente se va notando que se acerca la navidad. Comenzamos a ver los adornos navideños por todas partes, todo el mundo habla de la navidad, todos quieren hacer preparativos para ello. Sin embargo hemos de reconocer que pareciera que este año la alegría de las fiestas de navidad se pudiera ver ensombrecida por las circunstancias socio-económicas que se viven. Cosa que creo que tendría que hacernos pensar. Quienes queremos celebrar en un sentido cristiano profundo la navidad, todo eso hay que vivirlo desde una profunda esperanza.

Claro que tendríamos que preguntarnos por qué se ve ensombrecida la fiesta de la navidad por la situación de nuestro mundo. ¿Será acaso porque ponemos nuestras esperanzas y también nuestra forma de vivir la felicidad fundamentalmente en las cosas materiales? ¿No podremos vivir la alegría y felicidad aunque haya problemas económicos o aunque haya dolor y sufrimiento? La venida del Señor que esperamos y que vamos a celebrar ¿qué tipo de alegría y esperanza puede producir, tiene que producir en nosotros?

Son serias estas preguntas, porque es cierto que tenemos que plantearnos que es lo que esperamos de Jesús, que es lo que puede aportar nuestra fe la vida, cuál es en verdad la salvación que Jesús nos ofrece. Una salvación y esperanza que tenemos que vivir en toda situación que vivamos.

Vamos a tratar de dejarnos iluminar por la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado. Se habían creado unas expectativas muy grandes en torno a Juan el Bautista y el mensaje que él estaba proclamando allá en el desierto a orillas del Jordán. Respondían a unas esperanzas que tenían los judíos en la inminente llegada de un Mesías Salvador. Incluso algunos podían pensar que Juan era ese Mesías esperado, el gran profeta que estaba anunciado en las escrituras o el mismo Elías que todos esperaban que pudiera de nuevo venir antes de la llegada del Mesías.

De ahí la embajada que llega hasta Juan. ‘Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: ¿Tú quién eres?’ Pero Juan les dice que él no era quien ellos esperaban, porque no era ni el Mesías, ni el profeta, ni Elías. ‘No era él la luz, sino testigo de la luz’. Y tampoco Juan les señalaba un Mesías como ellos podían esperarlo. Algunas veces nos hacemos unas ideas que no se corresponden con la realidad y era eso lo que a ellos les pasaba. Se habían hecho una idea del Mesías y Juan lo estaba señalando de otra manera. ¿Nos pasará así a nosotros con la navidad?

‘Yo soy la voz que grita en el desierto: allanad el camino del Señor, como decía el profeta Isaías’. Y ante la insistencia de sus preguntas por la razón del bautismo que administraba, Juan les dice: ‘Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia’. Les está hablando de un sentido nuevo del Mesías, les está hablando de la trascendencia del Mesías, mucho más allá de lo que ellos podían imaginar o soñar en la situación en la que vivían y al que hay que buscar y conocer de verdad.

Se complementa este texto con otros del evangelio en que Juan les señala que el que viene no bautiza con agua, sino que bautizará con Espíritu Santo. Juan bautiza con agua porque es un signo del arrepentimiento, de la conversión para la acogida del Mesías, un signo de esos caminos que hay que preparar de una manera nueva para acoger la salvación que llega. Viene el que va a bautizar con Espíritu Santo.

¿Cómo es ese bautismo en el Espíritu? Sí, ya no es sólo el bautismo con agua. El Bautismo en el Espíritu es el que nos transforma por dentro para hacernos un hombre nuevo y darnos nueva vida; es el bautismo que nos sana y nos salva; el bautismo que nos llena de alegría y de esperanza; el bautismo que da un nuevo sentido; el bautismo que endereza caminos y renueva la vida totalmente, el bautismo que nos da una nueva libertad porque nos libera de las peores esclavitudes y nos inunda de gracia.

Lo había anunciado el profeta que hoy hemos escuchado. Es el texto que Jesús proclama en la Sinagoga de Nazaret cuando hace su presentación al inicio de su vida pública. ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor’.

Jesús es el que está bautizado en el Espíritu, lleno del Espíritu de Dios. Ya lo veremos claramente cuando celebremos la fiesta del Bautismo del Señor. Pero aquí en el anuncio del profeta, que será el anuncio también de Juan, nos está señalando lo que significa estar lleno del Espíritu, estar bautizado en el Espíritu. Cristo que viene a darnos su gracia, a sanarnos y salvarnos, a liberarnos, pero también a ponernos en camino de amor. Vendar corazones desgarrados, proclamar amnistía y perdón.

Es lo que tenemos que hacer ahora nosotros para celebrar de forma auténtica la navidad y que nuestra alegría sea plena. Que al nacer Jesús en nosotros nos sintamos nosotros llenos del Espíritu para sentirnos inundados de la alegría del Señor. Algo hoy repetido en la palabra proclamada. ‘Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de triunfo’, decía el profeta. San Pablo nos invitaba también a estar siempre alegres en el Señor y con María cantábamos en el salmo proclamando ‘la grandeza del Señor’, porque ‘se alegra mi espíritu en Dios mi salvador’.

Que nos sintamos llenos del Espíritu para hacer llegar el amor y la misericordia del Señor a todos. Vayamos también nosotros anunciando la buena noticia de la salvación, vayamos vendando corazones desgarrados, vayamos mostrando nuestro amor y compasión con la cercanía y el consuelo a todos los que sufren, vayamos compartiendo lo que somos y lo que tenemos desde la solidaridad del amor con aquellos que nos rodean y nada tienen. ¡Cuánto podemos hacer llenos del Espíritu del Señor!

Si decíamos al principio que había sombras que podían nublar la alegría de la navidad en la situación que está viviendo hoy nuestro mundo, eso puede ser una llamada para que hagamos una navidad de mayor solidaridad y más profundo amor. Y si así lo hacemos, no sólo vamos a dar esperanza a tantos que nos rodean, sino que nosotros mismos vamos a sentir dentro de nosotros mismos lo que es la verdadera alegría, la alegría de amar y de darnos por los demás.

Le daremos así un sentido nuevo y más profundo a nuestra navidad. No nos dejemos arrastrar por ideas preconcebidas ni simplemente por lo que todos hacen. Dejémonos conducir por el Espíritu del Señor. Como nos decía san Pablo ‘No apaguéis el Espíritu, no despreciéis el don de profecía…’

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