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martes, 30 de octubre de 2018

Cuántos pequeños granos o semillas de bondad podemos ir ofreciendo en la vida para ir llenando de una mayor humanidad cada una de las cosas que hacemos



Cuántos pequeños granos o semillas de bondad podemos ir ofreciendo en la vida para ir llenando de una mayor humanidad cada una de las cosas que hacemos

Efesios 5,21-33; Sal 18; Lucas 13,18-21

Hay cosas que porque nos parecen insignificantes no le damos importancia. Pero un edificio  no se levanta sin los pequeños granos de arena con los que se elaborará el forjado que irá dando forma al edificio. Nadie cuando está saboreando un buen pan piensa en los pequeños granos de levadura que se añadieron a la masa para poder elaborarlo con todo su sabor.
No son tan insignificantes esas cosas pequeñas, porque son en cierto modo la base de lo más grande que podamos o tenemos que hacer. Nos pasa en nuestras relaciones personales y humanas; quizá queremos rodearnos de personajes que consideramos importantes, nos llenamos de orgullo cuando tenemos una relación de amistad con alguien que consideramos de relevancia social especial. Y un poco pasamos de largo, o no nos fijamos, en esas personas que nos parecen pequeñas y sencillas, personas comunes que aparentemente no realizan ninguna cosa especial.
Sin embargo quizás muchas veces en esas personas que nos parecen sencillas y pequeños podemos encontrar grandes gestos humanos que le dan sabor no solo a su propia vida, sino que quienes están a su lado se sienten bendecidos por su suerte. Suele ser ahí donde encontramos muchas veces mayor humanidad y ternura, mayor cercanía y una amistad más sincera, en ellos encontraremos generosidad y siempre buenos deseos, pero que, repito, muchas veces no sabemos descubrir encandilados quizás por esas cosas grandes con las que soñamos.
Necesitamos abrir mas los ojos en la vida para descubrir esa grandeza de corazón en su humildad en esas personas que nos parecen pequeñas que están a nuestro lado y quizá nos pasan desapercibidas. Son las que van manteniendo ese calor de humanidad que la vida necesita, que necesitamos todos porque en la carrera de la vida que llevamos tenemos el peligro de perder esa humanidad, insensibilizarnos y convertirnos poco menos que en máquinas automáticas.
Hoy Jesús en el evangelio nos enseña a valorar las cosas pequeñas. Y nos dice que el Reino de Dios que tenemos que realizar hemos de construirlo precisamente desde esas cosas pequeñas. Nos encandilamos incluso los cristianos en cosas que nos parecen grandiosas en la misma Iglesia; nos llenamos de asombro ante momentos de especial espectacularidad o cuando contemplamos muchedumbres que acuden a algunos actos religiosos que podamos realizar.
Por supuesto, para Dios siempre lo mejor y si queremos decirlo así también con la mayor solemnidad, pero pensemos que igual o mayor gloria da a Dios el que con un gesto sencillo muestra su ternura y su compasión con el que está a su lado, acude con generosidad y disponibilidad de espíritu al lado del que sufre para ofrecerle ayuda y consuelo.
Tantas personas que en nuestras comunidades silenciosamente saben acudir junto al vecino o al familiar que está solo para acompañarle, que está enfermo para ayudarle, está necesitado para compartir calladamente con él, o saben tener una sonrisa, una palabra amable, un gesto de ánimo a cualquiera que esté a su lado o con quien se crucen en la vida. Son semillas del Reino de Dios que tenemos que saber apreciar y realizar nosotros también con nuestra vida.
Nos habla el Señor hoy de la pequeña semilla de la mostaza o del grano de levadura que se mezcla con la masa. Cuántos pequeños granos o semillas de bondad podemos ir ofreciendo en la vida para ir llenando de una mayor humanidad cada una de las cosas que hacemos. Nos hemos hecho un mundo excesivamente agrio que tenemos que saber endulzar para llenarlo de más humanidad.

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