Cuántos pequeños granos o semillas de bondad podemos ir ofreciendo en la vida para ir llenando de una mayor humanidad cada una de las cosas que hacemos
Efesios 5,21-33; Sal 18; Lucas 13,18-21
Hay cosas que porque nos parecen insignificantes no le damos importancia.
Pero un edificio no se levanta sin los
pequeños granos de arena con los que se elaborará el forjado que irá dando
forma al edificio. Nadie cuando está saboreando un buen pan piensa en los
pequeños granos de levadura que se añadieron a la masa para poder elaborarlo
con todo su sabor.
No son tan insignificantes esas cosas pequeñas, porque son en cierto
modo la base de lo más grande que podamos o tenemos que hacer. Nos pasa en
nuestras relaciones personales y humanas; quizá queremos rodearnos de personajes
que consideramos importantes, nos llenamos de orgullo cuando tenemos una relación
de amistad con alguien que consideramos de relevancia social especial. Y un
poco pasamos de largo, o no nos fijamos, en esas personas que nos parecen
pequeñas y sencillas, personas comunes que aparentemente no realizan ninguna
cosa especial.
Sin embargo quizás muchas veces en esas personas que nos parecen
sencillas y pequeños podemos encontrar grandes gestos humanos que le dan sabor
no solo a su propia vida, sino que quienes están a su lado se sienten
bendecidos por su suerte. Suele ser ahí donde encontramos muchas veces mayor
humanidad y ternura, mayor cercanía y una amistad más sincera, en ellos
encontraremos generosidad y siempre buenos deseos, pero que, repito, muchas
veces no sabemos descubrir encandilados quizás por esas cosas grandes con las
que soñamos.
Necesitamos abrir mas los ojos en la vida para descubrir esa grandeza
de corazón en su humildad en esas personas que nos parecen pequeñas que están a
nuestro lado y quizá nos pasan desapercibidas. Son las que van manteniendo ese
calor de humanidad que la vida necesita, que necesitamos todos porque en la
carrera de la vida que llevamos tenemos el peligro de perder esa humanidad,
insensibilizarnos y convertirnos poco menos que en máquinas automáticas.
Hoy Jesús en el evangelio nos enseña a valorar las cosas pequeñas. Y
nos dice que el Reino de Dios que tenemos que realizar hemos de construirlo
precisamente desde esas cosas pequeñas. Nos encandilamos incluso los cristianos
en cosas que nos parecen grandiosas en la misma Iglesia; nos llenamos de
asombro ante momentos de especial espectacularidad o cuando contemplamos
muchedumbres que acuden a algunos actos religiosos que podamos realizar.
Por supuesto, para Dios siempre lo mejor y si queremos decirlo así
también con la mayor solemnidad, pero pensemos que igual o mayor gloria da a
Dios el que con un gesto sencillo muestra su ternura y su compasión con el que
está a su lado, acude con generosidad y disponibilidad de espíritu al lado del
que sufre para ofrecerle ayuda y consuelo.
Tantas personas que en nuestras comunidades silenciosamente saben
acudir junto al vecino o al familiar que está solo para acompañarle, que está
enfermo para ayudarle, está necesitado para compartir calladamente con él, o
saben tener una sonrisa, una palabra amable, un gesto de ánimo a cualquiera que
esté a su lado o con quien se crucen en la vida. Son semillas del Reino de Dios
que tenemos que saber apreciar y realizar nosotros también con nuestra vida.
Nos habla el Señor hoy de la pequeña semilla de la mostaza o del grano
de levadura que se mezcla con la masa. Cuántos pequeños granos o semillas de
bondad podemos ir ofreciendo en la vida para ir llenando de una mayor humanidad
cada una de las cosas que hacemos. Nos hemos hecho un mundo excesivamente agrio
que tenemos que saber endulzar para llenarlo de más humanidad.
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