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viernes, 2 de noviembre de 2018

Un día de esperanza que nos da un nuevo sentido a nuestro vivir y que aleja de nosotros la tristeza y la amargura porque tras la muerte tenemos la vida eterna en Dios



Un día de esperanza que nos da un nuevo sentido a nuestro vivir y que aleja de nosotros la tristeza y la amargura porque tras la muerte tenemos la vida eterna en Dios

Sabiduría 4, 7-15; Sal 26; Romanos 5, 5-11;  Juan 14, 1-6

‘La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha dado’. Estas palabras de san Pablo pueden ser un buen comienzo para nuestra reflexión en este día de la conmemoración de todos los difuntos que la Iglesia hoy nos propone.
Aunque por razones perfectamente comprensibles por razones de trabajo en este día ayer fue el día en que principalmente visitamos nuestros Cementerios para honrar a nuestros seres queridos difuntos, litúrgicamente es hoy cuando celebramos esta memoria de todos los difuntos. Bueno es que nos paremos un poco a reflexionar sobre el sentido que le damos tanto a este día como esa visita que hicimos al lugar donde reposan los restos de nuestros seres queridos.
Para muchos es un día triste, de muchas lágrimas y recuerdos, donde afloran todos esos sentimientos y recuerdos en nuestro corazón. Pesa en el corazón ese desgarro de la separación de nuestro lado de nuestros seres queridos y para muchos sigue siendo un día de mucha amargura y tristeza. Algunos se quedan pensando en solo ese final y tratan de superar estoicamente esas amarguras y surge esa frase tan socorrida ‘la vida es así’.lo miran como un destino al que tratan de acostumbrarse y algunos quizás tratan de olvidar para siempre todo lo pasado.
Sin embargo el verdadero creyente, el discípulo de Jesús ha de mirar todo eso con un sentido nuevo y distinto. Queda siempre, es cierto, la tristeza del recuerdo de los que ya físicamente no están a nuestro lado, pero sin embargo para el cristiano es un día de esperanza. Y quien tiene esperanza nunca llenará su corazón de amargura.
Es día de esperanza porque tenemos puesta nuestra fe en Jesús y en su palabra. Y Jesús nos habla de vida eterna, nos habla de llevarnos con El, porque donde está El quiere que estemos nosotros, que va antes que nosotros para prepararnos sitios. La vida del cristiano es un unirse a Jesús para vivir su misma vida, por eso nos llenamos de trascendencia en lo que hacemos y en lo que vivimos ahora porque sabemos que un día lo mejor de nosotros mismos lo podemos vivirlo en plenitud junto a Dios.
Por eso la muerte no es un final irremediable que nos llene de amargura. Sabemos que vamos a vivir una vida mejor donde ya no hay dolor ni sufrimiento, donde ya no hay luto ni tristeza porque vamos a vivir en Dios para siempre.
Ayer cuando celebrábamos a todos los santos contemplábamos el destino final de nuestras vidas y nos sentíamos estimulados para alcanzar esa gloria en Dios como los santos y lo habían alcanzado. Hoy miramos el hecho de la muerte y la contemplamos como esa puerta que se abre a la eternidad, a la vida en Dios para siempre. Por eso es un día de esperanza. Y además nos da la confianza de que Jesús se ha hecho nuestro alimento para el camino, porque quien le come tendrá vida para siempre y a quien pone toda su esperanza en El le resucitará en el ultimo día.
Un mensaje para nuestro vivir, ha de ser un nuevo vivir, un nuevo sentido de la vida, y un mensaje para ese recuerdo que hacemos de nuestros seres queridos difuntos. No puede ser ya un recuerdo lleno de tristeza y amargura, porque hay una esperanza en nosotros. Queremos que vivan en Dios y nuestro mejor recuerdo no es solo honrar aquel lugar donde reposan sus restos con una flor quizás, sin orar al Señor por ellos para que hayan alcanzado el perdón y la vida y así puedan vivir para siempre en Dios, desde donde ellos se convertirán en intercesores ante Dios de nosotros para alcanzarnos esa gracia y esa ayuda divina que mientras caminamos en nuestro mundo necesitamos.
Y como recordábamos con san Pablo, la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios se ha derramado sobreabundantemente en nuestra vida.

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