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martes, 18 de mayo de 2010

Ha llegado la hora de la glorificación en el sacrificio de la Pascua

Hechos, 20, 17-27;
Sal. 67;
Jn. 17, 1-11

‘Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique… y dé la vida eterna a los que me confiaste...’ Así comienza Jesús su oración sacerdotal (así solemos llamarla) al final de la Última Cena antes de salir para Getsemaní. Oración que hace por los discípulos, por aquellos que creen en El y a los que quiere dar vida eterna. Para eso ha venido y ha llegado su Hora.
Casi al principio del evangelio de Juan, en las Bodas de Caná, ante la petición de su madre por la situación que pasan los novios a los que se les ha acabado el vino de la boda, Jesús le dice: ‘Aún no ha llegado mi hora’. Sin embargo en la medida en que nos acercamos a la Pascua, a su pasión y muerte, ya el evangelista nos va a decir que se acerca su hora.
Cuando Felipe y Andrés les presentan a Jesús a los dos gentiles que quieren conocerle, Jesús responderá anunciando la llegado de su hora, la hora de su glorificación. ‘Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre va a ser glorificado’. Y añade: ‘Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera; sólo entonces producirá fruto abundante’. Un anuncio de hasta donde llega su amor de dar su vida por nosotros a quienes ama.
Y cuando va a comenzar la cena pascual volverá a hablarnos el evangelista de la hora que llega. ‘Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de dejar este mundo para ir al Padre, y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo’. La hora de pasar de este mundo al Padre, la hora del amor y del amor hasta el extremo, la hora de la glorificación.
Ahora en la cena se nos vuelve a hablar de la hora y de la hora de la glorificación. Es la hora del amor, la hora del grano de trigo que muere para dar fruto, la hora en que será glorificado Jesús y será glorificado el Padre en el supremo sacrificio de la Pascua, el supremo amor de quien se entrega hasta morir para que nosotros tengamos vida eterna.
El domingo de la Ascensión contemplábamos a Jesús glorificado subir al cielo y sentado a la derecha del Padre, Dios todopoderoso. Glorificado en la pasión, en la muerte, en la entrega de amor para llegar a la plenitud total junto a Dios. Y en ese momento hace el ofertorio, hace su oración por todos, y por todos aquellos que creyendo en su nombre van a alcanzar la salvación.
‘Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que tenía cerca de ti antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los hombres que me diste en medio del mundo… y han creído que tú me has enviado… te ruego por ellos… en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo; pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti’.
Cristo no nos deja ni se desentiende de nosotros como decíamos el día de la Ascensión. Intercede por nosotros porque quiere darnos su Espíritu. ‘Ahora intercede por nosotros como mediador que asegura la perenne efusión del Espíritu’, que decimos en el prefacio. Es un consuelo grande tener tal mediador e intercesor. Con cuánta seguridad y confianza hemos de seguir su camino.

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