Vistas de página en total

jueves, 5 de marzo de 2015

Abismos y barreras que nos hemos creado y nos insensibilizan y nos ciegan que hemos de romper y saltar

Abismos y barreras que nos hemos creado y nos insensibilizan y nos ciegan que hemos de romper y saltar

Jeremías 17,5-10; Sal 1; Lucas 16,19-31
‘Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo…’ le decía Abrahán al rico de la parábola. Creo que puede ser un buen punto de reflexión. ¿Quién había creado ese abismo? ¿qué abismos nos creamos nosotros los hombres en nuestras relaciones de cada día?
El abismo no es que existiera solo después de la muerte, porque aquel hombre había merecido la condena mientras el pobre Lázaro estaba en el seno de Abrahán. El abismo ya existía en vida, porque mientras aquel ‘hombre rico se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes, a su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico’. La riqueza, la ostentación, la vida sibarita de aquel hombre había creado un abismo en torno suyo para no ver ni siquiera lo que estaba a su puerta.
Cuantas barreras creamos a nuestro alrededor, de cuantas cortinas oscurecedoras nos rodeamos para no ver más allá de nuestro yo. El caso que nos propone la parábola lo podríamos llamar un caso extremo, pero en el día a día de nuestra vida son muchas las cosas que hacemos en ese estilo. Fácilmente nos puede venir a la mente nuestro mundo injusto con tantas diferencias abismales que nos creamos entre un primer mundo y un tercer o cuarto mundo de miseria, de pobreza, de enfermedad, de hambre. Y en nuestra conciencia humana no podemos ser insensibles ante esas diferencias y separaciones tan injustas y tiene que haber un serio compromiso de nuestra sociedad por hacer que todo eso cambie.
Pero me gusta pensar en mi vida de cada día, en esas cosas concretas que yo cada día hago en un sentido o en otro o que tendría que hacer para hacer desaparecer abismos o barreras que nos separan, o cortinas que nos ciegan. Es abrir los ojos a mi vida y a la vida de esas personas cercanas a mí, con las que me encuentro cada día, pero quizá simplemente paso a su lado sin verlas, sin fijarme en sus problemas porque solo voy pensando en mis problemas, en mis ansiedades o preocupaciones, o en ver cómo yo vivo bien.
Había muchos manos que tender hacia el hermano que pasa a mi lado, que está cerca de mi con su sufrimiento, pero por el que nunca quizá me haya interesado y realmente no sé o no quiero saber qué es lo que le pasa. Mucho tendríamos que abrir los ojos de nuestro corazón para ver y para sentir ese sufrimiento, esa mirada, esa mano que nos tienden pidiendo una ayuda o ese silencio que nos grita desde sus angustias, pero que nosotros no oímos porque estamos entretenidos en nuestras músicas o nuestros sueños.
¿Cómo despertarnos? ¿cómo salir de esa modorra en que nos dormimos o de esa indiferencia en que nos insensibilizamos?
Aquel rico le pedía a Abrahán que enviase a Lázaro a casa de sus hermanos porque si un muerto los visitaba quizá podrían despertarse de su situación y cambiar. Pero Abrahán le dice que tienen a Moisés y a los profetas, que los escuchen. Sí, tenemos la Palabra del Señor que cada día podemos escuchar y rumiar en nuestro interior, como ahora estamos queriendo hacer con este texto del evangelio. Ahí tenemos el despertador, ahí tenemos la luz que nos ilumina, ahí tenemos la fuerza del Espíritu del Señor que nos habla en nuestro interior y nos da fuerzas para ese despertar, para ese cambio de actitud y ese cambio de vida que tenemos que hacer.
Aprovechemos, escuchemos con un corazón bien abierto en este camino cuaresmal que estamos haciendo la Palabra que cada día se nos ofrece. Podremos realizar esa pascua en nosotros, esa transformación de nuestra vida que nos lleve a vivir en los caminos de la gracia y del amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario