Abismos y barreras que nos hemos creado y nos insensibilizan y nos ciegan que hemos de romper y saltar
Jeremías
17,5-10; Sal
1; Lucas
16,19-31
‘Además, entre ustedes
y nosotros se abre un gran abismo…’
le decía Abrahán al rico de la parábola. Creo que puede ser un buen punto de
reflexión. ¿Quién había creado ese abismo? ¿qué abismos nos creamos nosotros
los hombres en nuestras relaciones de cada día?
El abismo no es que existiera solo después de la
muerte, porque aquel hombre había merecido la condena mientras el pobre Lázaro
estaba en el seno de Abrahán. El abismo ya existía en vida, porque mientras
aquel ‘hombre rico se vestía de púrpura y
lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes, a su puerta, cubierto de
llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de
la mesa del rico’. La riqueza, la ostentación, la vida sibarita de aquel
hombre había creado un abismo en torno suyo para no ver ni siquiera lo que
estaba a su puerta.
Cuantas barreras creamos a nuestro alrededor, de
cuantas cortinas oscurecedoras nos rodeamos para no ver más allá de nuestro yo.
El caso que nos propone la parábola lo podríamos llamar un caso extremo, pero
en el día a día de nuestra vida son muchas las cosas que hacemos en ese estilo.
Fácilmente nos puede venir a la mente nuestro mundo injusto con tantas
diferencias abismales que nos creamos entre un primer mundo y un tercer o
cuarto mundo de miseria, de pobreza, de enfermedad, de hambre. Y en nuestra
conciencia humana no podemos ser insensibles ante esas diferencias y
separaciones tan injustas y tiene que haber un serio compromiso de nuestra
sociedad por hacer que todo eso cambie.
Pero me gusta pensar en mi vida de cada día, en esas
cosas concretas que yo cada día hago en un sentido o en otro o que tendría que
hacer para hacer desaparecer abismos o barreras que nos separan, o cortinas que
nos ciegan. Es abrir los ojos a mi vida y a la vida de esas personas cercanas a
mí, con las que me encuentro cada día, pero quizá simplemente paso a su lado
sin verlas, sin fijarme en sus problemas porque solo voy pensando en mis
problemas, en mis ansiedades o preocupaciones, o en ver cómo yo vivo bien.
Había muchos manos que tender hacia el hermano que pasa
a mi lado, que está cerca de mi con su sufrimiento, pero por el que nunca quizá
me haya interesado y realmente no sé o no quiero saber qué es lo que le pasa.
Mucho tendríamos que abrir los ojos de nuestro corazón para ver y para sentir
ese sufrimiento, esa mirada, esa mano que nos tienden pidiendo una ayuda o ese
silencio que nos grita desde sus angustias, pero que nosotros no oímos porque
estamos entretenidos en nuestras músicas o nuestros sueños.
¿Cómo despertarnos? ¿cómo salir de esa modorra en que
nos dormimos o de esa indiferencia en que nos insensibilizamos?
Aquel rico le pedía a Abrahán que enviase a Lázaro a
casa de sus hermanos porque si un muerto los visitaba quizá podrían despertarse
de su situación y cambiar. Pero Abrahán le dice que tienen a Moisés y a los
profetas, que los escuchen. Sí, tenemos la Palabra del Señor que cada día
podemos escuchar y rumiar en nuestro interior, como ahora estamos queriendo
hacer con este texto del evangelio. Ahí tenemos el despertador, ahí tenemos la
luz que nos ilumina, ahí tenemos la fuerza del Espíritu del Señor que nos habla
en nuestro interior y nos da fuerzas para ese despertar, para ese cambio de
actitud y ese cambio de vida que tenemos que hacer.
Aprovechemos, escuchemos con un corazón bien abierto en
este camino cuaresmal que estamos haciendo la Palabra que cada día se nos
ofrece. Podremos realizar esa pascua en nosotros, esa transformación de nuestra
vida que nos lleve a vivir en los caminos de la gracia y del amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario