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sábado, 7 de marzo de 2015

Un cuadro que retrata nuestra miseria pero sobre todo la misericordia y ternura de Dios

Un cuadro que retrata nuestra miseria pero sobre todo la misericordia y ternura de Dios

Miqueas 7,14-15.18-20; Sal 102; Lucas 15,1-3.11-32
Un cuadro nos ofrece la Palabra de Dios hoy donde se encuentran la miseria del hombre con la misericordia de Dios. ¿Quién, podríamos decir, pesa más en la balanza?
Si miramos nuestro lado con sinceridad por muchas cosas buenas que hayamos podido hacer para contrapesar nuestra miseria veremos que siempre pesa mucho más nuestra miseria y nuestro pecado. Hoy la parábola nos lo describe perfectamente entre aquel hijo que se marcha de la casa del padre porque quiere vivir la vida a su manera y le veremos hundido en su miseria - rica la imagen del joven hambriento y envuelto en suciedad y desesperación cuidando cerdos con lo que eso significaba en el concepto semita y judío de lo que era la impureza - pero no podemos dejar de contemplar al que se creía bueno y cumplidor pero que su corazón estaba lleno igualmente de miseria por sus rencores, envidias, orgullos, exigencias aunque quisiera contar que era bueno porque siempre se había quedado en la casa del padre.
Pero la parábola y toda la Palabra de Dios que hoy se nos ha proclamado no se queda en ese lado de la imagen. Enfrente está el corazón del padre lleno de ternura y de misericordia, que busca, que llama, que espera, que acoge, que restaura y perdona, que no echa en cara, que siempre ofrece vida, alegría y paz. No es necesario entretenerse demasiado en hacernos descripciones y explicaciones, sino simplemente contemplemos la imagen. ‘Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo’. Es la fiesta, es la alegría del amor que nos contagia, que nos levanta, que nos hace llorar de alegría, que nos llena de esperanza y de paz.
‘Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; el rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas…’ Podríamos seguir recitando el salmo porque ‘el Señor es compasivo y misericordioso’. Podríamos seguir sintiendo ese abrazo de acogida y de amor de Dios, esos besos de Dios que nos llegan al alma.
Podríamos recordar lo que ya nos había dicho el profeta. ‘No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos’. Muchas veces equivocadamente decimos que la imagen que se nos presenta de Dios en el Antiguo Testamento es una imagen que nos llena de temor, pero cuantas veces nos encontramos la ternura de Dios en textos como lo de este salmo o lo que hoy le hemos escuchado al profeta. ‘Arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos’. Ternura de Dios
Todo esto nos tiene que mover para volvernos a Dios, acercarnos a El con confianza y con amor, con la humildad de sentirnos pecadores, pero con la esperanza de encontrar la misericordia y la paz. Pero creo que también tendría que hacer algo más en nosotros; que también nosotros nos llenemos de esa ternura de Dios para ser con nuestra vida, con nuestros gestos, con nuestras actitudes pero también con nuestros actos concretos imagen de esa misericordia de Dios para con los demás. Demasiadas veces nos parecemos a aquel hermano mayor que recrimina, que echa en cara, que no se quiere mezclar, que no quiere ni siquiera llamar a su hermano como tal.
      Que la misericordia de Dios resplandezca sobre nosotros, pero que seamos también signos de misericordia para los demás. Siempre pesa más el lado de la misericordia en la balanza. Aprendamos de Dios

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