Creemos
que podemos cambiar, creemos que los demás también pueden cambiar, llenemos
nuestro corazón de comprensión y misericordia
Ez. 18, 25-28; Sal. 24; Filp. 2, 1-11; Mt.
21, 28-32
‘Tened entre vosotros los sentimientos propios de una
vida en Cristo Jesús’, nos decía el apóstol en la carta a
los Filipenses. Es un hermoso pensamiento. Es una forma hermosa de actuar.
Porque ¿a quién nos vamos a parecer si nos llamamos cristianos? Nuestro modelo
es Cristo; la forma de actuar del cristiano es a la manera de Cristo. Al menos
tenemos que intentarlo, aunque no siempre sea fácil o nos cueste mucho.
No es
fácil y nos cuesta porque estamos acostumbrados a otra forma de actuar. Por
ejemplo, cuántas desconfianzas tenemos los unos en los otros; qué fáciles somos
para juzgar y hasta para condenar; marcamos a las personas de forma que ya para
siempre serán conforme a aquella idea que un día nos hicimos de ellas, ya
porque les vimos actuar en un momento determinado de una forma, ya porque nos
gusta recordarles siempre los fallos que hayan podido haber tenido en su vida,
y no somos capaces de ver que las personas pueden cambiar, pueden corregirse,
pueden ser capaces de rehacer su vida. Y con esos presupuestos, ahí están
nuestras desconfianzas y esa marca que les hacemos llevar para siempre sobre su
vida por algún fallo que hayan tenido.
No es ésta
la manera de actuar de Jesús, no son esos sus sentimientos, no es lo que nos
enseña en el evangelio. No es esa la manera de actuar de Dios, clemente y misericordioso, lento a la ira
y rico en clemencia. ‘Recuerda,
Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas’ fuimos diciendo en el
salmo, ‘acuérdate de mí con misericordia’,
le pedíamos. Así se nos manifiesta siempre el Señor, esperándonos
pacientemente; esperando nuestro arrepentimiento y nuestra conversión. Nos da
esperanza para nuestra condición de pecadores.
El Señor
siempre nos está esperando, pero podríamos decir también que en esa espera del
Señor por nuestra respuesta nunca nos faltará su gracia que se manifestará de
mil maneras sobre nuestra vida. Nos sostiene, nos llama haciéndonos llegar una
y otra vez su palabra y su invitación a la conversión, nos corrige, nos enseña,
nos ofrece continuamente su perdón. Ahí está la acción y la llamada de la
Iglesia; ahí está la Palabra del Señor que cada día escuchamos; ahí está ese sabio
consejo que recibimos de personas cercanas a nosotros que quieren ayudarnos;
ahí está la gracia del perdón que una y otra vez nos ofrece en los sacramentos.
Quizá no
siempre damos la respuesta tan pronto como sería de desear porque por medio
está nuestra inconstancia y nuestra debilidad que se resisten de alguna manera
a la gracia de Dios, pero está el amor del Señor esperándonos. Es una lucha que
sostenemos en nuestro interior. ¿No esperaba pacientemente el padre la vuelta
del hijo pródigo que había marchado lejos del hogar? Así nos espera el Señor ofreciéndonos
siempre el abrazo y la gracia de su perdón. El juicio definitivo del Señor será
el de la misericordia. Como nos decía el profeta: ‘Cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo,... ciertamente
vivirá y no morirá’.
De ahí las
recomendaciones que nos hacía san Pablo en su carta: ‘si nos une el mismo Espíritu y tenéis entrañas
compasivas, dadme esta gran alegría: manteneos unánimes y concordes con un
mismo amor y un mismo sentir’. El apóstol tenía un cariño especial por aquella comunidad y le dolía en
el alma ver las divisiones y los enfrentamientos, los recelos y desconfianzas
de unos y otros. En este sentido
continuaba diciéndonos: ‘No obréis por
rivalidad ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre
superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad
todos el interés de los demás’.
Entrañas compasivas, un mismo amor y un mismo sentir, humildad, no
sentirnos superiores, buscar el interés de los demás… hermosos sentimientos y
actitudes que nos hacen comprensivos, que nos hacen confiar siempre en el otro,
en sus posibilidades, en la regeneración de su vida. Porque seguro que nos
gusta que confíen en nosotros, que crean en los esfuerzos que hacemos por ser
mejores, por hacer las cosas bien aunque haya muchas ocasiones en que nos
cueste.
Jesús hoy en el evangelio, dirigiéndose de manera especial a los sumos
sacerdotes y a los ancianos, les propone esa pequeña parábola de los dos hijos
enviados por el padre a trabajar en la viña. Mientras uno muy obsequioso de
entrada con su padre le promete que irá, al final pronto olvidará su promesa y no irá,
sin embargo el otro que parecía rebelde porque de entrada se negó a cumplir la
orden de su padre, luego recapacitó y fue a trabajar en la viña.
Jesús les está diciendo que no es suficiente decir que sí, que somos
obedientes, que somos muy religiosos si luego no llevamos a la práctica de la
vida las enseñanzas que recibimos del Señor. No basta decir ‘¡Señor, Señor!’, como nos dirá en otro
lugar del evangelio sino lo que somos capaces de hacer de bueno.
Por eso terminará diciéndoles Jesús, de una forma bastante fuerte y
clara ‘Os aseguro que los publicanos y
las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios’.
Precisamente criticaban a Jesús porque comía con publicanos y pecadores, pero
en su corazón misericordioso les decía que el venía para curar a los enfermos,
no a los que se creyeran sanos. Y les explica que al menos los publicanos y las
prostitutas creyeron a Juan cuando acudían a él allá junto al Jordán en el
desierto, mientras ellos no fueron capaces de hacerle caso a Juan para
prepararse para la llegada del Mesías.
¿Qué tenemos que hacer nosotros? Hacer siempre el bien, buscando por
encima de todo lo que es la voluntad del Señor. Acoger la Palabra del Señor con
amor y con humildad porque es lo que nos hace gratos a los ojos de Dios. Es la
humildad del pecador arrepentido lo que llena de gozo el corazón del Señor.
Recordemos cómo en otro momento del evangelio nos hablaba de la fiesta del
cielo cuando un pecador se arrepiente y se convierte. Sonarán a gloria las
campanas del Reino de los cielos.
Pero como decíamos al principio son también las actitudes nuevas que
tiene que haber en nuestro corazon en relación a los demás. Son los mismos
sentimientos de Cristo Jesús que tienen que impregnar nuestro corazón y que se
van a manifestar en esa acogida y comprensión para hermano que camina a nuestro
lado y tiene tropiezos como nosotros tenemos; es la mano tendida con amor para
ayudar a caminar con el convencimiento de que en verdad podemos cambiar, puede
mejorar su vida toda persona que se lo proponga con la ayuda de la gracia del
Señor.
Podemos cambiar, podemos transformar nuestra vida; puede llegar ese
momento de gracia a nosotros donde recapacitemos y nos demos cuenta que nuestra
vida debe ser otra porque en verdad tenemos que hacer lo que es la voluntad del
Señor. Con decisión, con energía, con valentía queremos caminar los caminos del
Señor aunque tantas veces hayamos tropezado y errado en el camino.
Pidamos al Señor su gracia que nos fortalezca y nos acompañe; pidamos al Señor esa gracia para todos los pecadores para que escuchen esa llamada del Señor y conviertan su corazón a El. Como nos decía el profeta si nos convertimos de nuestra maldad, ciertamente alcanzaremos vida, alcanzaremos la salvación.
Pidamos al Señor su gracia que nos fortalezca y nos acompañe; pidamos al Señor esa gracia para todos los pecadores para que escuchen esa llamada del Señor y conviertan su corazón a El. Como nos decía el profeta si nos convertimos de nuestra maldad, ciertamente alcanzaremos vida, alcanzaremos la salvación.
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